Es como una vasija vacía. Enorme. Silenciosa. Acallada. Muerta. Sin nada de peces. Ni lanchas ni pescadores. Sin esos árboles a los costados donde las aves cantaban tras llegar de los extremos Norte y Sur del planeta.
La laguna Concepción ha desaparecido y no se ha ido de la noche a la mañana. Ha tenido una muerte lenta, silenciosa, sin médicos de cabecera para una cura perpetua.
Aquí no hay ni una gota de agua, ni vísperas de nubes negras.
La laguna Concepción ha desaparecido y no se ha ido de la noche a la mañana. Ha tenido una muerte lenta, silenciosa, sin médicos de cabecera ni calmantes para el dolor urgente ni para una cura perpetua. Un total de 5.132 hectáreas de espejo de agua se ha esfumado en un largo suspiro de tres años que duró desde el 2018 hasta el 2021. Ese pedazo de mapa sudamericano, que ya no está, es comparable con 6.200 canchas de fútbol o con el doble del tamaño del Plan 3.000, la ciudadela más extensa y poblada de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, donde viven por lo menos 270.000 personas.
El cuerpo seco de la laguna Concepción está tendido en el corazón geográfico del departamento boliviano de Santa Cruz, dentro del Bosque Seco Chiquitano, acostado en los municipios de Pailón y San José. En su pecho luce dos pergaminos que no le han servido de escudos protectores ni para llamar la atención de quienes debieron cuidarla: desde el 2002 es sitio RAMSAR, es decir, un humedal de importancia internacional amparado por un tratado ambiental intergubernamental establecido en 1971 por la Unesco. Además, el 2009 fue constituida como un área protegida y actualmente es conocida como la Unidad de Conservación del Patrimonio Natural (UCPN)-Refugio de Vida Silvestre Departamental Laguna Concepción, con una extensión de 135.566 hectáreas.
Dos títulos de cartón.
Inútiles en extremo. Incapaces de protegerla.
Las primeras víctimas del colapso de la laguna fueron los peces endémicos que sucumbieron masivamente en agosto del 2020. Agonizaron en la orilla seca. Algunos quedaron en el pequeño ojo de agua que miraba cómo la llegada de la muerte era solo cuestión de tiempo. Solo bastó que pase un puñado de meses para extinguirse. Aquella vez, Dirlene Mejía aún era guardaparque y fue la primera que dio la noticia nefasta, después de informar a sus superiores que algo malo había pasado en la laguna.
“Fue doloroso ver boqueando una multitud de peces”, dice Dirlene, que ha retornado a la laguna después de dos años, acompañando al equipo de Revista Nómadas.
Aquella vez soportó el triste panorama de ver peces agonizando en la orilla.
Ahora lo que vio es a la muerte de pies a cabeza: a ese hueco grande que ha quedado en lo que antes era la laguna.
“Todo esto, todo aquello y más allá de aquel horizonte, estaba llenito de agua”, dice Dirlene que utiliza sus manos elocuentes, sus ojos negros y tranquilos que se abren, que se cierran, que hablan, que se callan, que lloran sin soltar una lágrima.
Los ojos de esta mujer chiquitana, madre de un hijo, nacida y viviente en Motacucitos, están secos como seca está la laguna.
Recuerda que por aquel lugar los pescadores de Motacucitos y de El Cerro —que quedan dentro del área protegida— dejaban atada su lancha metálica que habían comprado con el esfuerzo de toda una vida y que alguien se las robó el 2019 de la noche a la mañana, como un cruel presagio de la sequía.
Dirlene camina por entre la paja brava que a veces le llega por encima de la cintura. Pronto estará en tierra sin vegetación, en lo que antes eran las profundidades de la laguna. Por ahí no hará sin ningún esfuerzo al caminar porque sus pies irán de aquí para allá sin ningún contratiempo. Solo el calor enorme la agotará en pocos minutos. Encontrará refugio en uno de los pocos arbustos, que apenas supera el metro de altura que existen en esas más de 5.000 hectáreas que estaban llenitas de agua. Dirlene reposará ahí su cuerpo de 47 años y sentirá el viento amable que empujan las palmeras sedientas que se encuentran en la orilla y quedaban inundadas en los tiempos de las crecidas.
“Ahora, sin agua, temo que las palmeras vayan a morir porque son poblaciones muy características del chaco, dependientes de la humedad”, advierte el biólogo Juan Carlos Catari.
Dirlene, que ha aprendido en la escuela de la vida, también vaticina que nada bueno les espera a esas palmeras. Quizá por eso se queda contemplándolas por varios minutos. Las mira como se mira a un ser querido que aguarda la llegada del tren en una estación desolada, y del que se tiene la sospecha de que no se lo volverá a ver nunca más. Lo que observa Dirlene es a una gran población de palmeras blancas, también conocidas como Carandai o Caranda (de la especie Copernicia alba). Forman una franja de postal a orillas de la laguna seca. Por ratos, cuando uno está abajo, contemplando sus cuerpos largos y sus coronas esféricas que superan los 15 metros de altura, uno puede mentirse a sí mismo y creer que más allá, nada malo ha ocurrido, que las aguas diáfanas de la laguna están ahí, como antes, arropando a todo un ecosistema animal y vegetal, aguardando a las aves migratorias que llegaban desde el sur de la Patagonia (Argentina) y del extremo norte de América. Las cigüeñas y las chaicitas, los cardenales y los piyos que formaban parte de las más de 250 especies de aves que venían a la laguna para anidar, hidratarse, alimentarse y recobrar fuerzas, se han visto obligadas a cambiar el curso de sus viajes largos, porque aquí, ya no es el paraíso que alguna vez conocieron.
El azul del agua se ha convertido en un lecho totalmente seco.
Por donde se la mire, la Unidad de Conservación del Patrimonio Natural (UCPN)-Refugio de Vida Silvestre Departamental Laguna Concepción muestra sus heridas en “carne viva”. El guardaparque Renal Parapaino está parado encima de una roca casi cuadrada, como si hubiera sido cortada a cuchillo. Desde este lugar no se ve el ojo azul que hasta hace un quinquenio todavía se podía divisar desde la cima de este cerro que está a 590 metros sobre el nivel del mar y al que se le ha puesto el nombre de mirador El Picacho.
Un total de 5.132 hectáreas de espejo de agua se ha esfumado en un largo suspiro de tres años que duró desde el 2018 hasta el 2021.
Lo que sí se ve, son los parches provocados por la deforestación: rectángulos sin árboles y los arañazos de la tala. Renal dice que son haciendas de las colonias menonitas y de uno que otro agroindustrial que de tanto en tanto mete maquinaria para arrancar los árboles de raíz.
Desde una imagen satelital, queda en evidencia cómo gran parte del área protegida está rodeada por el avance de la frontera agrícola. El cuerpo muerto de la laguna está acechado por la deforestación, como si se tratara de un grupo de buitres listos para lanzarse al último banquete del humedal que ahora es una superficie seca a la que ya le han echado mano los menonitas de la colonia California. Una parte de sus 21.000 hectáreas de esta colonia está dentro del área protegida, en una orilla de la laguna que ya no es orilla, sino, un campo de cultivo de soya sin árboles cercanos ni pájaros cantores.
Pero la deforestación no es el único puñal que se le ha metido a este humedal que es área protegida y sitio RAMSAR. Los menonitas de la colonia California también han cavado decenas de kilómetros de canales que desembocan ahora en la laguna sin nada de agua.
Los menonitas de la colonia California, construyeron decenas de kilómetros de canales para vaciar las aguas de sus cultivos con restos químicos y echarlas a la laguna.
Pedro Dick ha sido jefe de la colonia California entre el 2014 hasta el 2021. Ahora está parado en el patio de su casa. Desde afuera se ven los muebles acomodados con pulcritud. Saluda con amabilidad. Sabe que la laguna está seca, pero eso no es algo que a él y al resto de menonitas les preocupe.
Las primeras víctimas del colapso de la laguna fueron los peces endémicos que sucumbieron masivamente en agosto del 2020. Agonizaron en la orilla seca.
“A nosotros no nos afecta. Nada”, asegura.
Sobre los canales de drenaje que construyeron, dice que lo hicieron con permiso de las autoridades (no precisa nombre ni institución), que esos canales sirven para que, en la época de lluvia, sus cultivos no se inunden y para que por ahí drene el agua y desemboque en la laguna.
Pero el agua que corre por esos canales —según ambientalistas y biólogos— está cargada de partículas de los agroquímicos que los menonitas utilizan en sus cultivos. Pedro Dick no esconde esa realidad, pero asegura que la colonia no se ha quedado con las manos cruzadas, que han cavado un pocito para que se asiente la suciedad y que cuando las aguas rebalsen, recién vayan a la laguna.
Dice que ese pocito que supuestamente sirve de filtro para que el agua no llegue sucia a la laguna, fue cavado antes de agosto del 2020, cuando sábalos, anguilas, surubíes y pirañas aparecieron muertos en las orillas.
La secretaria de Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente, en un primer informe de aquella época, después de agosto del 2020, informó que se encontraron sales y sólidos disueltos en el agua de la laguna, que el pH (que mide la calidad del líquido) llegó al límite en un 9% y que el oxígeno marcaba una concentración de solo el 35% y no del 70% que es lo aceptable.
Un mes más tarde, la Gobernación cruceña detalló que la mortandad de peces y reptiles estuvo causada por la sequía y por la alta concentración de fosfato de sodio y que también se llegó a la conclusión de que hay varias colonias menonitas que practican cultivos agrícolas extensivos.
Pedro Dick tiene otra versión. Él cree que los peces murieron por efectos de una helada y cuenta que la deforestación que perpetraron dentro del área protegida probablemente fue realizada antes del 2018, con el permiso de autoridades.
De lo que sí está seguro es que la colonia California se instaló aquí el 2006, que la compraron. por partes, a siete propietarios, que muchos como él dejaron la colonia Manitoba porque estaba muy poblada y necesitaban nuevas tierras para producir.
En la colonia California la mayoría encontró una vida próspera.
– ¿Qué tal es la tierra aquí?
– Algunas partes está bien. En la bajura, se llena de agua— dice Pedro Dick.
El ingeniero ambiental Heinz Arno Drawert es un estudioso de la laguna Concepción. EL 2020 criticó mucho la información que dio la Gobernación sobre la mortandad de peces, porque, según él, no se ajustaba a la realidad.
“También en aquel entonces se decía que los menonitas sacaban agua de la laguna para riego, lo cual también es falso, puesto que más bien hacían todo lo contrario: los menonitas drenaban los bosques inundados llevando agua contaminada con agroquímicos a la laguna.
El año pasado justamente, Heinz Arno Drawert, acompañó al Colegio de Biólogos de Santa Cruz para evaluar lo que estaba sucediendo en la zona de laguna Concepción, para realizar un informe pericial que se había pedido por requerimiento fiscal.
“Ahí pudimos ver exactamente cómo funcionaba su maldito sistema de drenaje de los menonitas”, dice, y en enseguida procede con la explicación: “Es una red de canales de grandes dimensiones (algunos de decenas de kilómetros de largo) que desaguan rápidamente la llanura de inundación que se encuentra al noroeste de laguna Concepción, evitando que en esta área se retenga agua después de las lluvias.
“Por ejemplo, los peces estacionales solo pueden vivir en charcos que, por un lado, se mantienen con agua por al menos dos meses continuos, pero que luego permanecen secos tres o cuatro meses. Con el drenaje que hicieron los menonitas, estos peces pierden su hábitat, puesto que en cuerpos de agua permanentes no pueden reproducirse. Son peces altamente especializados en cuerpos de agua efímeros, y justamente la llanura de inundación alrededor de laguna Concepción es un “hotspot” de diversidad para estos animalitos. De las 36 especies de peces estacionales registrados en Bolivia, al menos siete (casi el 20%) se reportan en esa llanura de inundación, y cuatro de ellas, son endémicas de la zona”.
Heinz sabe que la laguna Concepción se encuentra en una llanura de inundación, entre el escudo precámbrico, al Norte, y las estribaciones más occidentales de las serranías chiquitanas, al Sur, que, para su llenado, depende del rebalse del río Quimome, que a su vez este se alimenta del río Parapetí, y de los bañados de Isoso que también son sitio RAMSAR,
También está enterado que, en los últimos años, grandes extensiones de áreas naturales, tanto en el área de drenaje directo a la laguna Concepción, como del sistema hídrico del río Quimome, han sufrido drásticos cambios de cobertura de suelo, es decir deforestación, como tierras de cultivo bajo prácticas agroindustriales poco amigables con el ambiente y, en la mayoría de los casos, incumpliendo los mandamientos legales de servidumbres ecológicas, áreas protegidas y capacidad mayor de uso de suelo que deberían aplicarse según el marco normativo vigente.
La gruesa factura ya la están pagando las aves y los peces.
Según Heinz Arno Drawert, el impacto de lo que está pasando con la laguna Concepción afecta significativamente a las aves migrantes que llegaban a descansar, alimentarse y calmar la sed antes o después de cruzar el Gran Chaco, donde los cuerpos de agua son muy escasos.
Además —advierte— podría reducir drásticamente las poblaciones de algunos peces estacionales, de los cuales se han reportado al menos cuatro especies endémicas: Neofundulus splendidus, Papiliolebias ashleyae, Spectrolebias brousseaui y Spectrolebias pilleti), inclusive a niveles que los pondrían en riesgo de extinción como ya ha sucedido en la zona de Ascención de Guarayos y Puente San Pablo, con una especie (Moema claudiae) actualmente categorizada “En peligro crítico (posiblemente extinta)”, por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Pero eso no es todo.
El ingeniero ambiental, asegura que otro potencial problema, es el uso descontrolado y masivo de agroquímicos en los cultivos industriales que, a través del sistema de drenaje que han construido en la zona, llegan rápidamente a la laguna Concepción, antes de que pierdan su toxicidad ambiental.
Por donde se la mire, la Unidad de Conservación del Patrimonio Natural (UCPN)-Refugio de Vida Silvestre Departamental Laguna Concepción muestra sus heridas en “carne viva”.
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Los pies de Dirlene Mejía se abren paso por entre la hierba seca. Mientras camina, recuerda que cuando aún era guardaparque, fue parte de una comisión que, mediante una inspección de campo, detectó que en la colonia Valle Hermoso, por la zona de Quimome, había sembradíos de arroz y que por debajo de un terraplén instalaron unas tuberías para que transcurra parte del agua del río San Francisco que se une con el Quimome y baja hacia la laguna Concepción.
En aquella comisión, junto a Dirlene, estaba el guardaparque Renal Parapaino, que sigue en el cargo y que vive en El Cerro, junto a su esposa y sus tres hijos.
Renal ha decidido acompañar a Revista Nómadas hasta el lugar donde se encuentran esos tubos instalados bajo el terraplén. Allá es, dice, y los apunta con una de sus manos. Ahora no hay ninguna corriente de agua que atraviese porque la sequía no solo gobierna dentro de la Unidad de Conservación del Patrimonio Natural (UCPN)-Refugio de Vida Silvestre Departamental Laguna Concepción, sino también en sus alrededores.
“La laguna está rodeada de deforestación. Todo desmontado. Hay tres colonias de menonitas. California, El Cerro y Valle Hermoso”, enumera Renal, que conoce el terreno al dedillo, que a veces lo camina a pie y, otras, cuando hay gasolina, en una moto de cuatro ruedas que son como la extensión de sus piernas.
Deforestación de los bosques, construcción de canales que funcionan como drenaje de cultivos, desvío de aguas de los ríos a través de tubos o compuertas para beneficiar a los sembradíos. Ya van tres motivos que diversas voces enumeran, como culpables de que se hubiese secado la laguna Concepción.
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Al menos siete especies de peces estacionales se reportaban en esa llanura de inundación de la laguna Concepción.
La primera autopsia que ha realizado a la laguna Concepción, el 2019, la Fundación Para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC), establece que “las evidencias no mostraron una relación significativa entre la sequía meteorológica con la reducción del cuerpo de agua, por lo que este fenómeno podría deberse al uso del agua para la agricultura”.
Además, el estudio detalló que “en la cuenca alta del río Parapetí, que alimenta este humedal, se ha intensificado la ampliación de áreas agrícolas que requieren un alto volumen de agua, como, por ejemplo, el cultivo de arroz, y que el desvío del agua podría ser un factor determinante en el régimen hídrico”.
Es decir, están desviando el agua a los cultivos aledaños al río Parapetí que alimenta después al Quimome y a la laguna Concepción.
Posteriormente, la actualización del estudio realizado por el Observatorio del Bosque Seco Chiquitano de la FCBC, identificó que entre 2018 y 2021, la laguna Concepción se empezó a reducir nuevamente, llegándose a secar completamente. En la parte más sobresaliente del informe, se puntualiza que la falta de cobertura vegetal del suelo facilita la erosión hídrica, lo cual coadyuva el traslado de sedimentos cuenca abajo. Además, señala que, en los humedales, como la laguna Concepción, esto es un gran problema, ya que reduce su capacidad de embalse. El estudio, advierte que, si este humedal desaparece para siempre, se podrían ver afectadas las comunidades que habitan alrededor, así como la pérdida de la biodiversidad que resguarda.
Las comunidades chiquitanas más cercanas son El Cerro y Motacucitos. En la primera, habitan 70 familias y, en la segunda,17. Sus habitantes saben de las consecuencias de que la laguna esté sin agua. Algunos se dieron cuenta porque sus ganados, que solían ir a alimentarse y a tomar agua a la laguna, retornaban agotados y deshidratados.
Otros han llegado hasta la propiedad privada La Península, que está a cuatro kilómetros de lo que era la orilla de la laguna. Ahí han confirmado el desastre ecológico.
Alejandro Bonilla Rojas, es el nuevo dueño de La Península, desde octubre de este año. En las 3.415 hectáreas de la propiedad, pretende crecer en la ganadería y multiplicar los 273 animales que ahora tiene.
“Es preocupante no tener un espejo de agua, como antes lo había en la laguna, pero no sé a qué factores se debe, sería bueno saber por qué se ha obstaculizado la entrada de agua”, dice, mientras su perro pastor alemán, de mirada inteligente, olfatea por aquí, por allá.
Cuenta que la propiedad tiene un pozo de agua que aún no han usado porque falta equiparlo, pero que, por el anterior dueño, saben que nunca se ha secado.
“Si fuera un área de agricultura, estuviera más preocupado, pero con la actividad ganadera se pueden hacer medidas alternas para mantener el ganado en tiempos de la seca”, dice, con una voz despreocupada.
“Por ahora estamos utilizando el agua de lluvia”.
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Letrero que informa que la Laguna Concepción es un sitio Ramsar.
Foto: Karina Segovia.
Los fantasmas de los asentamientos
René López Socoré es el nuevo cacique de Motacucitos. Hace tiempo que ya no pesca pirañas, porque con la laguna seca, es imposible. Sus manos aún están con sangre. Hace pocos minutos que ha terminado de carnear al cerdo que durante meses había criado en el brete de su casa. El cuerpo del animal cuelga de un árbol y las familias de Motacucitos ya están enteradas que la carne está a la venta.
Las comunidades chiquitanas más cercanas son El Cerro y Motacucitos. En la primera, habitan 70 familias y, en la segunda,17. Sus habitantes saben de las consecuencias de que la laguna esté sin agua.
Con la laguna seca —lamenta— ha caído el ingreso de los turistas porque el ojo de agua era el principal atractivo. Ahora quedan las pinturas rupestres ubicadas en diferentes lugares del área protegida. La más cercana está a 500 metros de Motacucitos y hasta ellas se llega por un caminito angosto, arropado por la vegetación, acompañado por los murmullos de arroyos de agua cristalina, por cantos de aves y por el silencio de la Casa de piedra que espera a los caminantes con sus asientos de madera para que descansen sin la prisa de los últimos tiempos.
Aquí no hace calor como en la laguna seca. Aquí, sí hay aves cantoras y sombras de árboles y agua cristalina. Este lugar que parece un paraíso, está a solo ocho kilómetros de aquel otro que, sin agua, tiene temperatura de infierno.
La Casa de piedra es una roca que tiene la figura de la fachada de una casa, rodeada de plantas que regalan sombras y una tranquilad que no se encuentra en cualquier parte del mundo. Aquí, hay una vegetación espesa que se abre paso incluso por encima de las rocas, hay vertientes de agua que salen de sus paredes.
Eladio Casupá es el responsable del área protegida por parte de la Gobernación de Santa Cruz. Sabe que tiene una tarea titánica porque con tres guardaparques que tiene a cargo, es muy difícil velar por la salud de una extensión de 135.566 hectáreas. Aun así, dice que se esfuerza y busca las formas para cumplir el rol de protector de la naturaleza. La tarea no es fácil.
Estos días está uniendo fuerzas con Jaime Egüez, responsable de Medioambiente del municipio de Pailón y con Domitila Surubí Pedraza, coordinadora municipal del Área protegida y turismo. Los tres están haciendo un recorrido, para inspeccionar si existen comunidades asentadas en el área protegida y tratar de descubrir los motivos por los que se ha secado la laguna.
“Fuimos a la comunidad Che Guevara, por Quimome, que en el 2019 algunas personas se asentaron dentro del área protegida. Logramos revertir la resolución, pero queríamos saber si abandonaron la zona. No pudimos entrar porque había rejas pegadas, pero una señora nos dijo que no había personas en el lugar”, cuenta sobre la visita que hizo a la zona recientemente.
Eladio Casupá está pendiente de otros dos asentamientos: “La Laja también tiene resolución de desalojo. Habían chaqueado cinco hectáreas. La otra supuesta comunidad queda por la colonia menonita California. Estaban dentro del área protegida y tuvieron que retroceder hasta el límite”.
Los avasallamientos le preocupan, pero también le inquieta saber los motivos que han llevado a que la laguna Concepción se hubiera convertido en una superficie sin agua. Él baraja varias posibles causas que hicieron que la laguna se seque. Entre las principales, cree que la deforestación, dentro y fuera del área protegida, ha dado su estocada más grave.
Eladio Casupá también tiene conocimiento de que por lo menos 100 hectáreas de la colonia menonita California están dentro de la Unidad de Conservación del Patrimonio Natural (UCPN)-Refugio de Vida Silvestre Departamental Laguna Concepción. Ese no es un dato menor.
“Casi toda su tierra, los menonitas, la ocupan para sembradíos”, detalla Eladio, que está preocupado por la salud del área protegida, como también porque, a pesar de esfuerzo que realiza, siente la necesidad de contar con más guardaparques y vehículos motorizados para que los patrullajes puedan abarcar distancias más largas y profundas.
Jaime Egüez, responsable de medioambiente del municipio de Pailón, no esconde su preocupación de que la laguna Concepción esté sin agua. Adelantó que no solo inspeccionarán por los alrededores y por la zona de influencia de los afluentes, sino, también por el río Parapetí, que es la fuente principal que abastece con agua a la laguna Concepción.
Domitila Surubí Pedraza, coordinadora municipal de Áreas protegidas y turismo, ha rematado con una afirmación contundente: “La laguna está en malas condiciones. Queremos saber qué ha pasado con ella. Nuestros informes determinarán qué medidas tomar”.
Eladio, Jaime y Domitila están en la casa de Dirlene. Han llegado aquí para desayunar. Están acompañados de los pocos guardaparques. Ahora que ya han saciado el hambre, se preparan para seguir camino hacia el interior del área protegida.
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La noche ha caído y en El Cerro también ha bajado la temperatura. En una de las casas, a 15 kilómetros de la ubicación de la laguna, están conversando dos viejos amigos: el cacique Rufo Méndez y Máximo Moreno que ha llegado a visitarlo. Los dos están concentrados en un tema del que nadie en esta región de Bolivia puede evadir: el desastre medioambiental de la laguna Concepción.
Algunos vecinos chiquitanos de la laguna, se dieron cuenta porque sus ganados, que solían ir a alimentarse y a tomar agua a la laguna, retornaban agotados y deshidratados.
Lanzan opiniones sobre los orígenes y las consecuencias de la sequía en el área protegida. Máximo Moreno dice que parte de la culpa es de los desvíos de las aguas del río que hicieron algunos agricultores, pero que también los incendios perjudicaron porque las cenizas que bajan de las cabeceras taponean las entradas hacia la laguna. La recuerda, bella, llenita de agua. También se acuerda que varios avasalladores quisieron meterse, pero que los vecinos de las comunidades pelearon para impedirlo. El cacique Rufo Méndez lamenta que también el turismo hubiera descendido y que ahora lleguen solo a cuentagotas para conocer las pinturas rupestres y subir al mirador.
“Los turistas dejaban sus quintos en las comunidades porque compraban comida y artesanías”, dice, con una evidente tristeza.
María Luisa Surubí Pedraza, está aún más triste porque las hamacas que teje ya no se venden como antes, cuando había mayor presencia de turistas. Ella vive en Motacusitos y, justo, ahora está trabajando en una hamaca para tenerla lista por si cualquier rato aparece.
“La laguna está seca, pero pueden disfrutar de un gran paisaje desde el mirador, conocer las pinturas rupestres y de buenas conversaciones”, dice y enfatiza en ese último detalle:
“Los habitantes de Motacucitos somos buenos conversadores”.
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Piña nativa chiquitana, en la Comunidad El Cerro.
Foto: Karina Segovia.
Rosa Leny Cuéllar, da a conocer una información preocupante: En la ecorregión chiquitana de Santa Cruz (Bolivia), se sitúan importantes humedales naturales y represas artificiales que en total cubren un área de 78.391 hectáreas, y aunque parezca una superficie notable de recursos hídricos, es apenas el equivalente al 0,3 % del total de la ecorregión.
Los humedales conforman uno de los ecosistemas más frágiles y vulnerables del mundo, almacenan agua de lluvia y constituyen una de las principales fuentes de abastecimiento para las comunidades indígenas.
Rosa Leny Cuéllar, que tiene autoridad para revelar esa información, es Bióloga boliviana que atesora más de 30 años de experiencia con comunidades indígenas, áreas protegidas, producción sostenible y conservación de paisajes y biodiversidad, y es la directora técnica de la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC).
Esa cifra de 78.391 hectáreas que parece mucho, es apenas un puñado de agua que se escurre entre los dedos de la humanidad.
Es que los humedales conforman uno de los ecosistemas más frágiles y vulnerables del mundo, almacenan agua de lluvia y constituyen una de las principales fuentes de abastecimiento para las comunidades indígenas y campesinas, para el ganado y la fauna silvestre en los periodos de sequía.
Algunos de estos humedales —afirma Rosa Leny Cuéllar— fueron declarados como sitios RAMSAR, que representan lugares importantes para la conservación de los recursos hídricos. Entre estos sitios se encuentran el Pantanal Boliviano, una porción de los Bañados del Isoso y el río Parapetí, y Laguna Concepción. De todos estos —detalla— la laguna Concepción es el que tiene la mayor presión por las actividades humanas y la que ahora está totalmente seca.
La laguna Concepción, sufrió en solo tres años la pérdida total de agua, venía quejándose del mal estado de su salud desde hace bastante tiempo.
Rosa Leny Cuéllar recuerda que, en el año 2019, la FCBC publicó un artículo en el que se presentaron los resultados de un análisis sobre las fluctuaciones del espejo de agua en laguna Concepción, y entre sus resultados pudieron determinar que entre 1985 y 2015 se redujo al 56.8%.
“En 1985, este humedal, tenía una superficie de 5.308 hectáreas y desde entonces han ocurrido eventos de reducción del cuerpo de agua. El más severo comenzó en 2001, reduciendo la superficie de este humedal en el 2002 a 153 hectáreas y llegándose a secar completamente el 2003. En 2007 presentó un área de solamente 18 hectáreas y en 2009 se llenó nuevamente (2.471 hectáreas), aunque existieron fluctuaciones mensuales considerables entre 2011-2013, para posteriormente presentar mejores niveles en el 2015 (3.864 hectáreas)”. Después vino el desastre total.
El 2021 la laguna Concepción se convirtió en un panteón de tierra seca.
Toda esta radiografía es gracias a la unión del talento humano y los beneficios tecnológicos. Álex Carrasco, profesional experto en hidrología de la FCBC, y docente de la carrera de Ciencias Ambientales de la Universidad Gabriel Rene Moreno, sostiene que la tecnología y su uso en los procesos de monitoreo a lo largo del tiempo, posibilita introducirnos en la intimidad de un humedal.
La tecnología —afirma— permite registrar y describir la historia del funcionamiento de los humedales, para tener una especie de historial clínico del sistema que hace posible tomar decisiones sobre la salud de los humedales.
Antes de ver el problema —recomienda Álex Carrasco— es importante conocer la historia del lugar, ya que muchos efectos se deben a los regímenes climáticos que pueden ser cíclicos. Esto hace que se tengan sequías prolongadas para luego volver a retomar épocas de lluvias, esto de forma natural, pero debido a la intervención antrópica (la mano del hombre) los patrones naturales tienden a cambiar.
“Para la construcción de las carreteras no se toman en cuenta la forma de funcionamiento de los cauces, esto hace que se desvíen las aguas de recarga. La deforestación también hace que las temperaturas sean más calientes, esto determina que la humedad se pierda más rápido. Al quitar la cobertura natural se quita la capacitad de recarga, ya que al tener suelos desnudos el escurrimiento es más rápido, sin permitir el ingreso del agua al suelo. Actividades como la ganadería compactan el suelo, así mismo el incumplimiento de las normas permiten el uso de áreas de servidumbres que son importantes para recargar y regulación de los humedales. Finalmente, los desmontes de áreas sin tomar en cuenta las nacientes y establecimiento de atajados, reducen la capacidad de colectar agua. Estos cambios hacen que se vuelva más escasa en el humedal. Ese es el estado de situación de la laguna Concepción, que con el transcurso de los años va perdiendo el volumen para almacenamiento, y de otros humedales que corren la misma suerte”, detalla este profesional experto en hidrología.
Los diferentes tipos de bosques que existen en Bolivia, proporcionan una serie de múltiples beneficios a los bolivianos, por el rol vital que desempeñan, es decir, por sus funciones ambientales, de las cuales se obtienen importantes y esenciales servicios para el ser humano y la misma naturaleza. Estas funciones van desde el mantenimiento de la flora y fauna, la regulación del ciclo del agua y el clima, hasta el secuestro de carbono.
Así lo ha confirmado Oswaldo Maillard, responsable del Observatorio del Bosque Seco Chiquitano, de la FCBC, que también detalla que los bosques ayudan a regular el clima, y por este motivo, aseguran la generación de lluvias y contribuyen a la provisión de agua para el consumo humano y la producción.
Pone en claro que la relación que tienen los bosques con la provisión de agua no es muy entendida, pero muchos estudios científicos a nivel global han demostrado que, sin las coberturas boscosas, no habría ni la generación de lluvias, ni el mantenimiento del flujo en los cuerpos de agua de los ríos y lagunas; ni tampoco el flujo de aguas subterráneas que las comunidades locales usan extrayendo desde sus pozos.
La mayoría de los recursos hídricos en la Chiquitanía, como los ríos y lagunas, son principalmente estacionales y están sujetos a los niveles de lluvias y evapotranspiración, que tienen a su vez una variabilidad anual y estacional. En este sentido —sostiene Oswaldo Maillard— la mayoría de las comunidades locales tienen limitaciones para poder acceder a estos recursos, especialmente en la estación seca.
“Los efectos de las sequías en combinación con la pérdida de la cobertura natural por la deforestación en las nacientes de las cuencas han traído efectos ambientales negativos y consecuentemente la reducción de capacidad para las actividades de agricultura y ganadería, creando un escenario de incertidumbre sobre la seguridad hídrica en la región Chiquitana. En los humedales, como la laguna Concepción, esto es un gran problema, ya que, si este humedal desaparece para siempre, se podrían ver afectadas las comunidades que habitan alrededor, así como la pérdida de la biodiversidad que resguarda”, advierte.
Marcio Flores, experto en Teledetección del Observatorio del Bosque Seco Chiquitano de la FCBC, arroja una luz puntual sobre la crisis hídrica en la Laguna Concepción: “La disminución del agua se le puede atribuir a la deforestación que existe al contorno de la laguna”. Además —enfatiza—“no se respetan las servidumbres ecológicas en los bañados del Isoso, esto puede afectar de manera directa a estos ecosistemas”.
Rosa Leny Cuéllar sabe que hay una conexión muy importante entre la laguna Concepción con el Parapetí y los bañados de Isoso, que son las fuentes que le proveen de agua y que, al igual que la laguna Concepción, son sitios Ramsar. Es decir, tienen una importancia internacional.
“No hay que tratar a la laguna Concepción como un caso aislado. Hay una conexión directa con el Parapetí que nace en la cuenca alta de Chuquisaca, pasa por Camiri (provincia Cordillera, de Santa Cruz), las comunidades del Isoso, los bañados y desemboca en el río Quimome, luego en el San Julián para seguir camino hacia el Amazonas”, describe Cuéllar. Un viaje largo y peligroso.
“Muchas cosas pasan en la cuenca alta”, detalla: “Contaminación, deforestación, sedimentación y canalización de las aguas por dueños de propiedades privadas que desvían el río para regar sus cultivos”, lamenta.
El agua que da de beber a la agricultura privada, es agua que no llega a la laguna Concepción.
“Falta atención y gestión de estos humedales. Esto tendrá consecuencias serias en la biodiversidad, en la producción agrícola y pecuaria de las comunidades y de los agroindustriales. Es muy serio lo que está pasando”, advierte Rosa Leny Cuéllar.
Romy Cronembold, responsable de Portafolio de proyectos de la FCBC, Conoce a la Chiquitania en diferentes temporadas. Concuerda en que en los últimos años han sido más largos y severas la sequía, los incendios y el cambio climático.
Con conocimiento de causa, dice:
“En muchas comunidades el agua se provee de pozos, que se recargan con el ciclo de las lluvias. En la época seca, merma el nivel del agua y sale turbia. Hay pocos ríos grandes. Hay arroyos que tienden a secarse. Muchos están cortados por la ganadería”.
Esta realidad tiene efecto directo en la salud y en la economía.
Como si se tratara de una película apocalíptica, el agua ya se comercializa como un bien de lujo.
“Hay comunidades donde venden el agua a Bs 25 el barril. Se paga por el líquido y por el transporte que muchas veces se hace en carretilla”, cuenta Romy Cronembold.
Miraflores, en el municipio de San Miguel, es uno de esos lugares.
La crisis del agua —sostiene— provoca endeudamiento familiar o la pérdida de patrimonio en las familias de las zonas afectadas, puesto que, para hacer frente a la sequía, tienen que vender sus vacas o migrar estacional o definitivamente.
La muerte de la laguna Concepción —lamenta Cronembold— también provoca un impacto en el consumo de proteínas de las personas que viven en las comunidades cercanas, puesto que la pesca —actividad que ahora ya no la tienen— era clave para la seguridad alimentaria.
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La laguna Concepción está rodeada de cultivos. La frontera agrícola cree en sus alrededores.
El cuerpo de la laguna Concepción está ahí, tendido y sin agua. Literalmente —lo han dicho biólogos y profesionales en medioambiente, guardaparques y autoridades— fue víctima de una muerte causada por varios cuchillazos del ser humano. Un deceso silencioso.
El cuerpo muerto de la laguna está acechado por la deforestación, los canales de drenaje y los desvíos de agua de los afluentes que dan de beber a la laguna.
Pero a pesar de todo el mal concentrado en esa tierra seca en la que se ha convertido la laguna, es posible hacer gestiones para que resurja la vida, porque todo ecosistema tiene la capacidad de regenerarse con el paso de los meses, de los años. Pero para eso es importante que exista la voluntad política e institucional de eliminar las amenazas que están atentando a la laguna, como también subsanar las prácticas dañinas ya perpetradas, como la deforestación descontrolada, los incendios, los desvíos de los cursos de los ríos y los drenajes que se construyeron cerca de la laguna Concepción.
Desde la FCBC, recuerdan que numerosos estudios han sugerido que el cambio de uso de la tierra cubierta de bosque natural a agrícola tiene efectos dramáticos en las propiedades físicas del suelo que afectan al ciclo de agua, por lo que —recomiendan— se deben tomar medidas apropiadas de ordenamiento territorial y control de los asentamientos, y uso del suelo, con un enfoque integral de manejo de cuenca.
Los profesionales de esta institución, saben que la regeneración del bosque impactado por la deforestación y los incendios debe ser de alta prioridad, ya que permitirá que los servicios ambientales se recuperen y retornen a su equilibrio natural, permitiendo, además, que las poblaciones a nivel local, nacional y mundial se sigan beneficiando de estos servicios.
En las comunidades El Cerro y Motacucitos, también están dispuestos a colaborar en todo lo que ellos puedan, para que la vida vuelva a surgir en la laguna Concepción porque saben que con el canto de las aves migratorias también llegan los turistas amantes de la naturaleza.
Dirlene Mejía camina por la superficie plana y seca de la laguna. El sol está en su punto más alto y ella sospecha que la temperatura ha superado los 40 grados centígrados.
“Vámonos de aquí, vámonos a contar que la laguna Concepción parece una vasija vacía” dice, y su cuerpo de mujer triste que desea con toda el alma volver a ser guardaparque, se pierde por entre la paja brava y caliente.
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La palmera Carandai o Caranda, puede ser otra de las víctimas ante la muerte de la laguna Concepción.
Esta publicación ha sido elaborada por la Revista Nómadas con apoyo de la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC), en el marco del proyecto “Bases del conocimiento para la restauración”, financiado por el gobierno de Canadá. Su contenido es responsabilidad exclusiva de los autores, y no necesariamente refleja los puntos de vista del Gobierno de Canadá.
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DIRECCIÓN Y TEXTOS: Roberto Navia. FOTOGRAFÍAS: Karina Segovia, Daniel Alarcón, Clovis de la Jaille. DISEÑO Y DESARROLLO WEB: Richard Osinaga. EDITORA DE REDES SOCIALES Y MULTIMEDIA: Lisa Corti. INFOGRAFÍA: Marco León.