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José Frey está tendido en su hamaca como un gladiador de la vida que no tiene cuentas con ninguna batalla. Su cuerpo, quizá centenario, descansa como un galeón que conquistó el Iténez y a otros ríos amazónicos en los mejores tiempos de una juventud que —cuentan sus descendientes— parecía que le iba a ser eterna.
Los Guarasu’wes no tienen fronteras. Su presencia en la Tierra no está controlada por los mezquinos límites de los países.
No fue hasta hace un puñado de años que dejó de ser el Muruvysa o Capitán de la nación Guarasu’we, para convertirse en el sabio que desde su casa en Pimenteiras do Oeste, aconseja a los que quedan sobre cómo eternizar la memoria de sus ancestros, el idioma espléndido con el que se contaban el mundo y la música que durante siglos estuvo alimentada por los vientos húmedos de la exuberante Amazonía.
Él mismo tocaba la flauta con los ojos bien cerrados y sus pies dispuestos a los bailes bajo la luna. No tiene la flauta original pero sí una de PVC que un amigo le regaló como un pequeño tesoro.
Ahora mismo la está tocando y un baño de nostalgia pasea por su cuerpo al que no se anima a ponerle una cantidad de años porque —los años— para José y los suyos, no se cuentan uno por uno como se cuentan los dedos de las manos, no son una línea que tiene un comienzo y un final, sino, son caminos entrelazados y diversos donde los seres humanos son iluminados por las estaciones que antes llegaban puntuales, por las esperadas siembras y por los días de bonanza que generaban las buenas cosechas, la cacería y la pesca de subsistencia.
El tiempo, para José, es un amigo que a veces se detiene a preguntarle cómo está y se despide sin irse, porque él sabe que el tiempo siempre está aquí, incluso cuando llegue el día de visitar la Casa Grande, donde llegan los hombres después de la muerte y donde vive Yaneramai, el Abuelo de todos, el que —como escribió el antropólogo Jürgen Riester, “creó al hombre de la semilla de una calabaza”, el que, “sentado sobre una vara de bambú, bajó a la Tierra y dio al hombre la ‘luz eterna’ que es sinónimo con la inmortalidad, y enseñó a los Guarasu’wes cómo deben manejar la flecha y el arco para cazar”.
Pero esa luz eterna la perdieron los hombres por culpa propia y desobediencia y ahora los Guarasu’wes envejecen como el resto de los mortales y José puede que tenga cien años o un poco más. Eso a él no le interesa. Como tampoco le interesa a Ernestina, su compañera de toda la vida que ahora está en una habitación contigua, descansando sin prisa, porque la prisa, aún no ha sido inventada en esta nación que se niega a desaparecer.
Los Guarasu’wes viven entre Bolivia y Brasil a lo largo del río Iténez o Guaporé. La lengua de esta nación indígena es un idioma descendiente del guaraní y miembro de la familia Tupí, es hablada solo por algunas personas mayores de la comunidad. A pesar de esto, buscan guardar sus tradiciones y conocimientos a través de la transmisión oral y la práctica cotidiana.
Aunque la población que se autorreconoció como Guarasu’we en el censo boliviano de 2001 fue de solo 9 personas, este número aumentó significativamente a 125 en el censo de 2012, lo que indica un esfuerzo por parte de la propia comunidad por preservar su identidad y cultura.
En Bella Vista (Bolivia), en pleno Parque Nacional Noel Kempff Mercado, recuerdan que en censo del 2001 se registraron a muy pocos Guarasu’wes porque la mayoría o estaban en el bosque, cazando, o se habían ido a Pimenteiras do Oeste (Brasil) a visitar a algún familiar o a hacerse curar por los médicos que les prestan mejor atención que en Bolivia.
En Pimenteiras do Oeste hay dos calles donde viven varias familias Guarasu’wes, una de ellas se llama Bolivia y la otra Río de Janeiro. En esta última está la casa de José Ignacio y de Ernestina, donde han construido un hogar parsimonioso donde el tiempo se mece sin ningún apuro, donde ahora las manos de Nilsa, una de sus hijas, elaboran artesanías con semillas de árboles nativos y plumas de aves silvestres que cambian sus plumajes y caen silenciosas en el bosque, y donde José, su hijo mayor, aprendió a tomar la posta como Capitán de los que vive en Brasil y —con ello— los Frey mantienen viva la dinastía de liderazgo que fueron heredando con el paso de los años. Para ellos, para los que viven en Brasil, Riozinho, (Estado de Rio Grande do Sul, Brasil) es el territorio sagrado donde está enterrado el Muruvysa Miguel, de quien se tejen historias épicas de defensa de la nación Guarasu’we y de la Amazonía que es la casa ancestral desde mucho antes de que exista Brasil y Bolivia como países divididos por el mitológico río Iténez.
José Frey y su esposa, Ernestina, en el 2009, en su casa de Pimenteiras do Oeste. Foto: Marcelo Arze.
Los Guarasu’wes no tienen fronteras. Su presencia en la Tierra no está controlada por los mezquinos límites de los países. La memoria de los antiguos recuerda los pasos perdidos en Riozinho (Brasil), memoria de esta nación de grandes navegantes que, nómadas como fueron —como aún son— van y vienen de Pimenteiras do Oeste (Brasil) a Bella Vista (Bolivia) y aún más allá, porque por los horizontes de Porvenir, Remanso y Picaflor aparecen las siluetas de estos hermanos del monte.
A pesar de la frontera entre Bolivia y Brasil, los Guarasu’wes que viven en ambas bandas mantienen una relación constante porque el vínculo se alimenta durante todo el año.
Pedro Pereyra Cuyati es el Capitán de la Nación Guarasu’we en Bolivia, donde aproximadamente 40 familias viven en las Tierras Comunitarias de Origen (TCO) Bella Vista (Parque Nacional Noel Kempff Mercado) y Picaflor (Área Protegida Municipal del Bajo Paraguá de San Ignacio de Velasco.
A pesar de la frontera entre Bolivia y Brasil, los Guarasu’wes que viven en ambas bandas mantienen una relación constante porque el vínculo se alimenta durante todo el año, debido a que algunos viven durante ciertas temporadas en Bolivia y otras en Brasil. Al fin de cuentas, el río Iténez, lejos de ser una frontera infranqueable, es un medio de comunicación que en un par de horas los lleva de Bella Vista a Pimenteiras do Oeste.
Manuela, por ejemplo, hija de José y de Ernestina, acompaña a sus padres durante cierto tiempo, pero tampoco descuida su casa en Bella Vista y sus viajes son constantes al bordo de un barquito de madera al que le llaman Peke Peke por el sonido que genera el motor fuera de borda que avanza a 20 kilómetros por hora, tranquilo, sin esa esclavitud del tiempo del que los Guarasu’wes no son presos porque el estrés de la prisa aún no la han inventado.
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Pimenteiras do Oeste (Brasil), cobija a varias familias Guarasu’wes. Foto: Karina Segovia.
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Dirección y Narrativa: Roberto Navia.
Periodista de Investigación y Productora Transmedia: Lisa Corti.
Jefa de producción y Fotos de Dron: Karina Segovia.
Ilustración e infografía: Mariano Arrien-Gomez.
Fotografía #3: Marcelo Arze.
Diseño y desarrollador web: Richard Osinaga.