Son 600 las dragas que operan este año en el río Madre de Dios este año, estima un reportaje de Ojo Público. El año pasado, la cifra de las dragas que operaban en aquel río era de 546, de las cuales más del 50% lo hicieron de manera ilegal, según una cobertura de El Deber. En 2021, se registraron 180 dragas en el mismo río, informa una cobertura de Mongabay. En 2020, CEDIB publicó una nota que advertía que el 85% de las cooperativas mineras funcionaban para entonces sin licencia ambiental. En 2015, EJU.TV reportó que el IBCE reveló un crecimiento de 643% en la importación de mercurio entre 2010 y 2015. Dos décadas antes, en 1993, un estudio, que recopila datos de la Secretaría Nacional de Medio Ambiente de Suecia, estimaba ya que desde 1970 se habían desechado en Bolivia entre 100 y 500 toneladas de mercurio.
Tal como están expuestas en esta columna, en los últimos 30 años, por nuestros ojos han desfilado la mayoría de estas cifras. Las ojeamos en los periódicos, las oímos en la radio y las vimos desplazarse por las redes sociales. Pero, ¿por qué continúa esta circulación de cifras afectando sólo a unas cuántas personas? ¿Cuál fue la manera de leer que hemos elegido para comprenderlas?
Es evidente que son pocos quienes han leído estas cifras como parte de algo nuestro: “nuestro territorio” o “nuestra gente”. Es verdad también que ante las crisis, muchas veces, decidimos no afectarnos. Porque, si nos afectáramos, no sería la vida en la Amazonía la que está en peligro, sino que serían nuestras vidas, o no sería el golpe de Estado un show para entretener a terceros, sino una amenaza a nuestras libertades que todavía hoy sigue latente, ¿cierto? Porque todavía creemos que podemos apartarnos del mundo en común.
Algunos llaman a ese apartarse del mundo en común “poner límites” y otros lo llaman “alienación”. Lo que es cierto es que lo que nos afecta o no está relacionado directamente a nuestras maneras de leer el mundo y, cuando hablamos de éstas, pareciera que no nos referimos a más que una intrascendente cuestión de formas.
Pero lo que para algunas personas son apenas diferencias estéticas, en otro territorio, para otras, es una diferencia en las maneras de ser. En fin, nada menos que una cuestión de vida o muerte. Por eso llaman profundamente la atención las maneras de ser de las comunidades amazónicas (Asháninka, Moxos, Machiguenga y Huitotos), pues en ellas no existen los límites, sino sólo los puntos de encuentro: y todo aquello que circula en estos puntos causa afectación.
No es casual, entonces, que en una cobertura del FOSPA 2024 hecha por la Fuga Radial, una lideresa del pueblo chiquitano, Rosita Pachuri, haya dicho:
—Nuestros bosques de la casa grande los están destruyendo. Es por eso que estamos unidos entre chiquitanos, entre regiones, entre países, entre todas las mujeres nos estamos uniendo para defender nuestra casa grande que es nuestro territorio.
Para la señora Rosita, como para tantas otras comunidades, la Amazonía es una casa, es nuestra (nos incluye) y no tiene fronteras. Es decir que para ella la selva no es algo externo, sino que está estrechamente relacionado a los afectos. Si tomamos en serio su manera de leer, es decir su manera de ser, quizás tendríamos que reconocer que nuestras relaciones (biológicas, sociales, económicas y políticas) tienen impacto directo en la selva y que estas relaciones no son bilaterales. No somos las personas y la Amazonía, sino que somos el territorio de los enredos relacionales conformados en él: la selva, sí, pero también las cooperativas mineras ilegales, los traficantes de mercurio, las empresas chinas, las joyerías de las ciudades como La Paz pero también Hong Kong, los nuevos mineros indígenas orillados a trabajar por la pobreza, los ríos aéreos y terrestres, la policía fronteriza, las comunidades amazónicas y toda la población.
En ese orden de ideas, las maneras de leer y ser de los pueblos amazónicos nos enseñan que ellos no son una otredad, sino que somos (y nos incluyen) una nosotredad. Aprender esto puede ser duro, sobre todo si recordamos que hay al menos 600 dragas en una parte de nuestra casa grande enfermando a nuestra gente. En este punto, afectarse es más que indignarse o sentirse culpable, es hacer lo que está a nuestro alcance: informarnos, hablar, escribir, votar, investigar, denunciar o ayudar.
La época de chaqueos en nuestra casa grande comienza cada año en julio y se extiende hasta octubre. ¿Cuál será nuestra manera de leer y ser ante los incendios? Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de Nómadas.
Sobre la autora
Joan Villanueva
Es escritora y periodista. Investiga junto al OntoLab/Multiesp (Laboratorio de Estudios Ontológicos y Multiespecie de la UMSA). Ha publicado los libros la trama artificial (2022), calzar la sombra y el pódcast Lesbotopia: política sáfica especulativa.