El eco que hace crac de la economía boliviana resuena inevitablemente en estas líneas, tanto como probablemente resuena en casi cada persona que pasa los ojos por ellas. Lo sabíamos o, al menos, lo intuíamos. Desde hace meses, diversos expertos han analizado desde uno u otro ángulo la situación económica de Bolivia, y han advertido a sus lectores ciertas señales en ella: Fernando Molina, Stasiek Czaplicki o el medio The Economist.
Más allá de estar de acuerdo o no con estos escritos, es importante notar el hecho de que las señales de una inminente crisis económica han sido ya emitidas desde distintos ángulos y en distintos momentos, y que ha habido personas que las han sabido reconocer. Y que, quienes saben reconocer las señales previas a una crisis explican estos fenómenos como un conjunto complejo de hechos y procesos que se pueden reconocer por ciertos patrones.
La habilidad para reconocer patrones es un proceso cognitivo que utilizamos los animales, humanos o no, para sobrevivir. Gracias a esta, procesamos información, detectamos a nuestros depredadores e incluso nos ayuda a mejorar nuestras interacciones sociales. Pero, ¿qué tan desconectados estamos de esta habilidad?
Para el 3 de septiembre, La Paz alcanza un índice de Calidad del Aire (ICA) de 188, cuando la calidad “buena” es de 0 a 50, la “regular” de 51 a 100, la “mala” de 100 a 150 y la “muy mala” de 151 a 300.
En una reciente entrevista para La Razón Radio, el jefe de Programas del Ministerio de Medio Ambiente, Ronald Mojica, aclara que el humo es la consecuencia “de focos de fuego activo desde la Amazonía de Brasil”. Ante esta respuesta, cabe preguntarse, ¿tiene la Amazonía realmente fronteras? O sea, ¿hay una Amazonía que no debería importarnos y otra que sí —la boliviana?
En días recientes, no queda otra opción que pensar, hablar y hacer con el humo. El humo es perceptible, tal como lo es la inflación: y cuando hay alza de precios, no hay escapatoria ni posición neutra. Cuando el humo llega, no hay manera de ignorarlo. Se infiltra en nuestros poros, en nuestras narices, en nuestras bocas, lo sentimos en la piel y también podemos verlo. Es inevitable pensar en él y con él, y preguntarse: ¿qué es el humo sino el crac de la crisis climática en este y otros territorios?
Cada día, queramos o no, elegimos cómo fabricar el futuro. Ya lo decía Bruno Latour en su conferencia “War and Peace in an Age of Ecological Conflicts”: en una Tierra que ya no es un mero fondo para una humanidad que protagoniza todo, hay en esta especie quienes se están preparando para vivir como confinados-a-la-Tierra y hay quienes han decidido permanecer como Humanos. Por un lado, los confinados-a-la-Tierra comprenden que, si la Tierra no tiene un futuro, la especie tampoco, pues está confinada a ella. Por otro lado, están los Humanos, herederos, beneficiarios y víctimas de lo que se llamó progreso, que todavía corren tras él. Nótese las mayúsculas protagónicas.
Podríamos decidir ser los Humanos. Pero, en ese camino, no hallaríamos sino las mismas respuestas que nos trajeron a pensar con el humo: hasta aquí. Aquí, donde en todas nuestras relaciones nos elegimos como Humanos por sobre los demás seres, elegiríamos el mismo modelo económico extractivista y elegiríamos cada año las mismas secuencias de la deforestación programada. Intentaríamos ignorar el humo. Podríamos ser ingenuos y, en el peor de los casos, oportunistas y señalar culpables en alguno de los “grandes enemigos del pueblo”: los masismos, la oposición, algún país extranjero o los campesinos. Tal como lo estamos haciendo ahora.
Cuando el humo llega, no hay manera de ignorarlo. Se infiltra en nuestros poros, en nuestras narices, en nuestras bocas, lo sentimos en la piel y también podemos verlo.
O podríamos decidir ser los confinados-a-la-Tierra. En ese camino, quizás buscaríamos las respuestas en nuestros cuerpos, en la inevitable percepción que tenemos gracias a ellos: en la vista, en el gusto y el olfato que se relacionan con un humo que nos señala que hay fuego. Nos preguntaríamos: ¿nos afecta esto?, ¿afecta a nuestra supervivencia en la Tierra?, sí. Pero también si vamos más allá de lo humano, preguntaríamos: ¿qué sabemos de este humo?, ¿dónde nació?, ¿por qué el humo viajaría hasta aquí?, ¿qué está queriendo decir?
Sentir el humo, es decir, estar presentes con él en el momento en que nos preguntamos acerca de él sería pensar con el humo. Puede que en un principio no hallemos respuestas, pero es probable que comencemos a desconfiar de los Humanos, id est, de nosotros mismos y nuestros modos de fabricar futuro. Quizás entonces desconfiaríamos del exitoso modelo económico cruceño que al parecer trae humo, pero no dólares, como desconfiaríamos también en un ideal de progreso que incluye en sus bases la destrucción de la Tierra y, por tanto, de quienes estamos confinados-a-ella.
Ante la crisis climática, no hay árbitro, Dios, Razón o Ciencia. Esto, por un lado, podría llevar a la desesperación y al cinismo o, por otro lado, a la humildad y a la responsabilidad. En todo caso, no hay un Quién a quién asignar para tomar las decisiones ni un en Quién creer. Sólo queda decidir. Por tanto, sólo hay decisiones que están orientadas hacia ciertas maneras comunes de pensar: podemos hoy decidir pensar con el humo, pensar con la Tierra, o también podemos decidir seguir con nuestras Humanas maneras, sin reconocer las señales del humo o las de la Tierra. Decidir correr detrás del ideal de progreso. Pero, y no está demás advertirlo, es probable que, en un futuro, en la progenie de nuestra especie, se despierten algunos cuestionamientos: “sintieron el humo, reconocieron los patrones, sabían todo lo que se tenía que saber, ¿y qué hicieron?”.