Cada año es la misma historia, mejor dicho, la misma tragedia, quizás este 2024 con más visibilidad y destrucción. Lo que le pasa a la Madre Tierra no es sólo para el análisis de los expertos, ambientalistas o algunas autoridades que tienen su enorme título: Secretario departamental, municipal de Medio Ambiente, Áreas protegidas y ramas anexas. O ministro de Medio Ambiente y Agua, además de asesores y choferes, repartición que acaba de subirse los sueldos de forma escandalosa.
Nos incumbe, nos importa, nos afecta, nos duele, nos indigna y nos mueve a gritar y opinar a todos y todas para que alguien nos escuche, porque la tierra no es propiedad de unos cuantos: es de usted, de nosotros, de ellos, de ellas, de cada uno de los más de 11 millones de bolivianos, o quizás más, que poblamos la Bolivia plurinacional.
Es algo para no creer que desde hace más de cuatro meses el país y su gente vio cómo empezaron a arder los bosques, las áreas protegidas y con ello, la muerte de los animales y aves de esas zonas incendiadas. Pero los días pasaban y pasaban, pero el poder no reaccionaba o mandaba algunos funcionarios a verificar si la cosa era de magnitud y para preocuparse.
Y el fuego siguió su curso, no es que se apaga o disminuye porque quiere, sino su tendencia es siempre a crecer, a extenderse o desviarse su rumbo como si hubiera algún bloqueo de caminos de ciertos grupos de interculturales o de vecinos. Las llamas no perdonan nada a su paso. El poder seguía en sus pugnas y bailes.
Al fin y luego de tantos reclamos, denuncias, lágrimas, dolores, se acordaron de declarar desastre nacional y departamental contra los incendios forestales. El gobierno central y la gobernación de Santa Cruz, como siempre, reaccionaron tarde, pero lo hicieron y ahora dicen estar movilizados y ahí aparecen en sus campañas publicitarias que son los buenos de la película, que están combatiendo, luchando contra las malditas llamas, acusando a unos y otros de ser los causantes, y los responsables de los incendios están felices, ya que ni uno de ellos, ni ahora ni en el pasado han si do sancionados, investigados, procesados o encarcelados.
“Pero los días pasaban y pasaban, pero el poder no reaccionaba o mandaba algunos funcionarios a verificar si la cosa era de magnitud y para preocuparse”.
Los incendiarios, tanto avasalladores como los poderosos agroindustriales, son favorecidos por los fiscales y jueces, al extremo que el viceministro Juan Carlos Calvimontes, ha denunciado que la justicia libera sin ningún problema a los acusados de ser los que provocaron o llevan adelante los destructores incendios forestales. Los incendios seguirán y la justicia plurinacional quemando la poca credibilidad que tiene aún.
Ya los expertos se encargaron de informar sobre cuántas hectáreas de bosques han sido quemadas, los impactos ambientales que ello significará, la pérdida de la fauna, así también esta plataforma valiente: revistanomadas.com, nos mantiene en alerta de forma permanente, produciendo reportajes de investigación y entrevistas de alta calidad y contenido.
Pero desde el ejercicio de la ciudadanía de la democracia y como sujeto que se favorece de la tierra, en cuanto ser vivo que tuvo un origen, un desarrollo y ahora afronta serias catástrofes, que incluso el Papa Francisco ha pedido a la humanidad rezar por la Madre Tierra, porque “está con fiebre y está muy enferma”, y que seguramente tendrá su final, de acá a mil o más años, es que nos debe provocar indignación y malestar porque lo está pasando en Santa Cruz, Cochabamba, La Paz, Potosí y otras regiones, donde hemos visto ciudades llenas de humo, suspendiendo las clases presenciales, efectos en la salud de las personas, y tantas otras lamentables consecuencias de la acción irresponsable, cobarde y destructora de los que tienen más para tener más dólares a costa del sacrificio común y de violar a la Madre Tierra a su capricho y antojo, mientras observamos pavorosamente de cómo el segundo hombre más importante del país, ese que lo llaman el gran jilakata, ese que pronuncia bonitos discursos a favor de la tierra, ese que es cómplice con su silencio, permitiendo que grupos sociales que han expresado afinidad política no tengan sanción alguna y lo más lamentable, aprobando y ejecutando leyes incendiarias a favor de la minería ilegal del oro, de los avasalladores, los toma tierra, los interculturales y poderosos empresarios del agro. Ese es el señor David Coquehuanca, vicepresidente de Bolivia, que le gusta disfrazarse de atuendos indígenas en los actos públicos.
“Tenemos que escuchar el dolor de la tierra, de los millones de víctimas de las catástrofes ambientales, que en su mayoría son pobres los que sufren estas desgracias”, ha dicho el Papa Francisco, y en Bolivia, sí señores, son los indígenas que son desplazados de sus hábitats, los que no tienen seguros de salud, los que deben migrar, los que están realmente jodidos por los incendios que destrozaron sus viviendas, sus chaquitos, sus vaquitas, sus sueños, sus escuelitas y contaminaron sus manantiales de agua.
Los incendios forestales no sólo están quemando los bosques, contaminando ríos, asesinando animales, sino que nos están carbonizando nuestras esperanzas de un mejor futuro para las próximas generaciones.
Sobre el autor
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Hernán Cabrera M.
Licenciado en Filosofía y periodista. Ciudadano de la democracia y activista de derechos humanos, de la Madre Tierra y sus seres vivos.