Reynaldo San Martín, fotógrafo boliviano con ocho años de experiencia en turismo y marketing digital, vivió y capturó un momento único. Durante un viaje por la carretera serpenteante que atraviesa las montañas de Los Yungas, un tramo que conecta con Sacramento, algo inusual llamó su atención. Al detenerse, vio a un par de guardaparques de pie en medio de la vía, sus chalecos reflectivos brillando bajo el sol, sus rostros concentrados. Al acercarse con su cámara lista, entendió la razón de su presencia: un osezno de Jukumari, desorientado y aparentemente perdido, estaba parado a un lado del camino.
A través del lente, Reynaldo pudo captar la situación con precisión. El osezno había cruzado los límites del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Cotapata, habiéndose alejado de su hábitat natural. Los guardaparques, con la serenidad que otorgan los años de experiencia, trataban pacientemente de guiarlo de vuelta a su hogar. La tarea no era sencilla; el pequeño animal mostraba signos de nerviosismo al ver a los humanos y oír el bullicio del tráfico. Sin embargo, los profesionales de la conservación no cedían en su propósito: su misión era clara y urgente, evitar que el osezno enfrentara más riesgos y asegurar que regresara a la protección de las tierras que eran su verdadero hogar.
Reynaldo sintió, a través de su cámara y su conexión con la naturaleza, cómo en ese instante se hacía palpable el esfuerzo humano por proteger la vida salvaje. Los guardaparques, con sus acciones discretas pero determinadas, transmitían un mensaje a quienes pasaban, un recordatorio de la importancia de su labor silenciosa de conservación. A través de cada disparo de su cámara, Reynaldo inmortalizaba esa escena, capturando no solo la imagen, sino el mensaje detrás: la conexión entre humanos y naturaleza, que en esa carretera olvidada de Los Yungas había dado un respiro a un pequeño ser.
Finalmente, el osezno logró internarse de nuevo en el monte, bajo la atenta vigilancia de sus protectores. Con una última fotografía que enmarcaba la retirada del Jukumari, Reynaldo guardó su cámara, consciente de que, al igual que los guardaparques, él también había sido testigo de un momento vital, un recordatorio de la frágil pero valiosa relación que une al ser humano con el entorno natural.
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