Por las puertas del nuevo trabajo de Fundación Tierra y Revista Nómadas, las voces emergen desde las cenizas: Lorenza Mancarí Tomichá no olvida aquel cielo que se desdibujó bajo el peso de la humareda en Carmencita, dentro de la TCO Monteverde, en Santa Cruz, Bolivia. “Había días en que el humo no dejaba ver el sol. Todo era gris; caían cenizas como si nevara muerte,” recuerda. Ese lugar, que ella y su esposo fundaron con amor y esfuerzo, hoy parece más un paisaje apocalíptico que un hogar. “Nunca había visto algo así. Nunca.”
El fuego no solo consumió el bosque, también arrasó la historia y las raíces de quienes siempre lo vieron como su fuente de vida. Revista Nómadas, en una travesía entre los escombros y el desconsuelo, encontró a las voces de esta tragedia: voces rotas pero persistentes, historias que sobrevivieron al humo y una resistencia tan tenaz como la misma esperanza.
A pocos kilómetros de allí, Miriam Chuvé Rivera recorre los restos de su chaco. Sus manos acarician la tierra ennegrecida, como intentando hallar vestigios de lo perdido. “Todo lo que sembramos se ha quemado. Ahora no tenemos ni qué vender ni de qué vivir,” lamenta. Lo que antes era sustento, hoy es polvo y desolación.
Las llamas no solo devastaron Monteverde y el Alto y Bajo Paraguá, sino también diez millones de hectáreas en todo el país, según Fundación Tierra. Pero detrás de estas cifras hay vidas marcadas, árboles que desaparecieron y ecosistemas que se desmoronaron, dejando un vacío que los mapas no pueden registrar.
En Río Blanco, Polonia Supepí Cuasase camina entre los esqueletos de lo que una vez fue una reserva de copaibo. Esos árboles, generosos y altos, sostenían la vida de las mujeres de su comunidad, que extraían aceites y aguas esenciales para su supervivencia. “El copaibo es nuestra vida. Ahora todo está ceniza. Nos quitó nuestra fuente de trabajo, nuestra esperanza,” dice Polonia con una voz quebrada.
Yoselín Egüés Mancarí, de la comunidad Palestina, señala lo que queda de su parcela de cusi, donde antes recolectaban aceite para el sustento familiar. “De ahí sacábamos para la escuela, el agua, la luz. Ahora apenas recogemos unas pocas bolsas. Lo que era una vida digna, hoy es incertidumbre,” confiesa.
Pero no solo los árboles y los cultivos perecieron. Los animales, que alguna vez fueron guardianes silenciosos del bosque, también sufrieron. En San José de Campamento, Roberto Petigá habla de la tragedia con la mirada perdida: “Encontré tortugas desesperadas, les di agua. Pero ¿y luego? ¿Qué pueden comer si ya no hay nada?”
Las historias de estas comunidades exponen algo más profundo que el impacto ambiental: una negligencia estructural. “Pedimos ayuda cuando el fuego estaba cerca,” relata Polonia. “Las autoridades dijeron que aquí no había incendios. Cuando finalmente llegaron, ya no había nada que salvar.”
Sin embargo, entre las cenizas, algo resurge. No solo pequeños brotes verdes, sino una fuerza colectiva que se niega a ceder. Lorenza, con las manos endurecidas por el trabajo y el duelo, afirma: “Mi marido ya no está, pero voy a seguir trabajando. Aún tengo fuerzas.”
Estas comunidades, unidas por el dolor, entienden que no pueden esperar más. “Nadie vendrá a defender nuestro territorio,” dice Polonia con firmeza. “Si algo hemos aprendido, es que solo nosotros podemos cuidar lo que queda.”
Sus voces son un grito que atraviesa el abandono y el olvido. Un llamado a quienes tienen el poder de actuar antes de que el humo y las llamas lo consuman todo. “Esto no puede volver a pasar,” exige Miriam.
Porque si algo queda claro entre los paisajes calcinados y los corazones heridos, es que el fuego puede consumir árboles, hogares y sueños, pero no la determinación de quienes luchan por proteger lo que aman.
Este documental es un espejo de una realidad que nos interpela a todos. “Cuando el bosque arde: voces que claman desde las cenizas” nos invita a escuchar, a reflexionar y, sobre todo, a actuar. Porque el tiempo se agota, y el bosque, junto con quienes lo habitan, no puede esperar más.
Te invitamos a ver y compartir el documental que Bolivia y el mundo necesitan saber.
***