
El parabachi (Ara severa) no entendía lo que estaba sucediendo. El cielo, su hogar, se había convertido en un infierno de humo y cenizas por los macabros incendios forestales del 2024 que devoraron más de 12 millones de hectáreas de bosques y sistemas no boscosos de Bolivia. Voló sin rumbo, impulsado por el instinto de escapar de las llamas que devoraban los árboles donde nació, donde aprendió a extender sus alas. Pero el aire era denso, caliente, y los gritos de otras aves solo profundizaban su desesperación.
En su huida, sobrevoló una comunidad cerca del parque Ambue Ari, de la comunidad Inti Wara Yassi (CIWY), en el municipio de Guarayos (Santa Cruz, Bolivia). Allí, en medio del caos, ocurrió lo impensable. Unos jóvenes lo vieron y, sin pensarlo dos veces, levantaron sus hondas. Las piedras silbaron en el aire y alcanzaron con cruel precisión. Federico cayó. El mundo se volvió negro.
Cuando recuperó la conciencia, un dolor sordo le presionaba la cabeza. Intentó moverse, pero algo no estaba bien. Su cuerpo giraba sin control. Algo más había cambiado. Sus alas—su esencia, su libertad—le habían sido arrancadas. El frío metal de las tijeras, “tuc, tuc”. Con cada corte, le arrebataban su derecho a volar, a ser lo que era.
Lo dejaron tirado allí como si su vida no valiera nada. Pero alguien sí se preocupó. Un vecino había sido testigo de la crueldad y, en un acto de valentía, esperó el momento adecuado. Cuando los jóvenes se alejaron, tomó al parabachi (Ara severa) entre sus manos temblorosas, lo envolvió con cuidado y lo llevó a su taxi.
El hombre lo había encontrado al parabachi en la carretera, sufriendo una hemorragia nasal, probablemente debido al trauma craneal que había sufrido. Mostraba claros signos de una lesión grave—además del sangrado, presentaba un comportamiento de giro, dando vueltas sobre sí mismo.
El ángel de la guarda del animalito, atinó a llevarlo al parque Ambue Ari, refugio que fue fundado por Nena Balcazar. A su llegada, el 3 de octubre de 2024, lo llevaron a la clínica del parque, los veterinarios le administraron tratamiento inmediato: terapia de fluidos, medicamentos antiinflamatorios y remedios para controlar el mareo causado por su lesión.
El 5 de febrero, el día en que volvió a encontrarse con el cielo amplio.
Al día siguiente, mostró signos de mejoría, pero no estaba completamente recuperado. En los días siguientes, continuó recibiendo cuidados dedicados, y su condición mejoró significativamente. Sin embargo, quedaba otro desafío: sus plumas habían sido completamente cortadas. Una vez que su salud se estabilizó, se decidió sedarlo y retirar las plumas dañadas, permitiendo que crecieran nuevas más rápidamente.
Le pusieron el nombre de Federico y fue trasladado gradualmente a recintos más grandes para fomentar el movimiento y el vuelo. Desde el principio, nunca se vinculó emocionalmente con sus cuidadores, y se tomaron todas las medidas necesarias para asegurar que permaneciera salvaje y listo para ser liberado. La prueba crucial llegó cuando fue colocado en un recinto grande. ¿Sería capaz de volar?
Llegó el día de su libertad el 5 de febrero de este 2025. Le abrieron la jaula que había sido su casa-hospital y Federico se elevó hasta el punto más alto de un árbol espléndido y se negó a bajar. Estaba claro: su lugar estaba en las copas de la vegetación. Con una última mirada, extendió sus alas y emprendió el vuelo, elevándose cada vez más hasta el vientre de las nubes donde el hermoso parabachi volvió a sentir la brisa en su cuerpo.
***