
Alejandro Fuentes recuerda con la serenidad de quien ha visto crecer un sueño. Hace más de dos décadas, cuando el país aún no hablaba de festivales internacionales de cine, nació FENAVID. Primero como un pequeño certamen universitario de video, y hoy como el encuentro cinematográfico más importante de Bolivia. “En 2001 empezamos como festival nacional de video universitario. Así fue durante cuatro años. A pedido de los mismos participantes ampliamos la convocatoria a cortometrajes. Con la llegada del internet comenzaron a llegarnos películas de Argentina y Brasil, sin que siquiera las pidiéramos. Eran estudiantes, jóvenes, soñadores. Así dimos el salto y, en 2011, nos convertimos en un festival competitivo de
Desde entonces, FENAVID, que este año se celebra del 6 al 12 de octubre en la ciudad de Santa Cruz,Bolivia, se ha consolidado como una plataforma abierta a todas las temáticas, pero fiel a una misión que atraviesa sus raíces: promover el cine que defienda la vida, los valores humanos y la naturaleza. En su edición más reciente participan obras de 25 países en distintas categorías competitivas y talleres de formación impartidos por cineastas y docentes internacionales.
“Cada versión es un renacimiento”, confiesa Fuentes. “El festival ha sobrevivido gracias al compromiso de los jóvenes que trabajan como voluntarios, a los amigos, artistas y colaboradores que aportan su talento. Juan Bustillos, por ejemplo, nos regala los trofeos. Cada año es una batalla: reunir los centavos, pagar los pasajes, conseguir los espacios… Pero la fe, las ganas de seguir, nos impulsan. Así volvemos a nacer.”
Ese espíritu ha rendido frutos visibles. Muchos de los cineastas que se conocieron en el FENAVID hoy producen juntos largometrajes y comparten proyectos en distintos países. “Una de ellas me dijo: ‘; aquí encontramos la esperanza’. Incluso el joven actor de Ciudad de Dios declaró que de todos los festivales en los que participó, este fue el que más lo marcó, porque —dijo— ‘aquí me sentí persona, no un divo’”, cuenta Fuentes, con el brillo orgulloso del maestro universitario que ve florecer a sus alumnos.

Uno de los espacios más entrañables del FENAVID es el concurso Santa Cruz 100×100, donde jóvenes de diferentes países se unen para crear un corto en apenas cien horas. De ese cruce de talentos han surgido amistades y colaboraciones duraderas. “Machado, un cineasta brasileño que se conoció aquí con sus compañeros, ya filmó tres largometrajes junto a ellos. Y David, de Colombia, me dijo que no quiere volver a participar porque no desea perder la magia de la primera vez”, relata sonriendo.
La naturaleza también tiene un papel central en la identidad del festival. “La temática ambiental está siempre presente —explica Fuentes—, porque al ser un festival independiente y de autor, los realizadores abordan las realidades que los conmueven: la tierra, los derechos humanos, la violencia, el desarraigo. Hay películas que hablan de la pérdida del territorio, de los que se van y de los que luchan por volver.”
Recuerda, por ejemplo, el documental peruano Wiñay, cuya reciente muerte de su director ha dejado una huella profunda. “Es una obra que te hace pensar: ¿qué estoy haciendo contra el medio ambiente? Muestra personajes que caminan solos por un mundo hermoso, pero abandonado. Es la preocupación de una generación que no quiere ser espectadora del desastre.”
En los últimos años, varias producciones bolivianas han destacado en el FENAVID. Utama —el drama de un anciano que resiste dejar su tierra pese a la sequía— y Los de abajo —que aborda el vínculo con la naturaleza— son dos ejemplos. También se presentaron documentales sobre pueblos indígenas y la vida rural, como el de una mujer cochabambina que descubre, en su cosecha, la metáfora del deterioro de la tierra.
Este año participan películas como Cielo, centrada en la conexión entre el cosmos y la humanidad; Mano Propia, dirigida por Gory Patiño, una historia basada en la premiada crónica Tribus de la inquisición, de Roberto Navia; Puka Urpi, que retrata la relación espiritual entre madre naturaleza y abuela; y El Agrónomo, una historia sobre el conflicto entre la ambición y la tradición. En la sección documental destacan Yaqui, de Diego Revollo, e Inocencia, producción colombiana que aborda el alma y la memoria.
Fuentes también menciona con aprecio el proyecto Nómadas, del realizador boliviano Roberto, “quien ha marcado una línea de investigación poderosa que nutre al documental nacional”. Sus obras sobre mujeres chiquitanas, los incendios y la identidad de los pueblos originarios —
Alejandro sostiene entre sus manos el trofeo del festival, el Kaa Iya, y lo observa como quien contempla un símbolo de resistencia. “Nos lo regaló el escultor Juan Bustillos. Representa la fuerza de la naturaleza, la robustez del bosque y la belleza del cine. Es un tronco que se transforma en cinta de película, de donde brota una mujer: la guardiana de la vida. En su cabellera lleva una semilla, símbolo de fertilidad y de esperanza. El Kaa Iya es el cuidador del monte, el amo que nunca deja de protegerlo. Así también el festival: cuando parece decaer, vuelve a brotar. Siempre renace”.
***

Sobre el autor
-
Fernando Pérez Cautín
Realizador Cinematográfico. Egresado del INCAA, Instituto Nacional de la Cinematografía Argentina. Docente universitario, con post grado en educación superior en Escuela de Psicología Social del Sur, Buenos Aires. Director de la radio educativa Tarija. Director del programa radial de educación básica de la Fundación IRFA.