La historia primigenia de la familia Centenaro corre en paralelo al curso del Río San Nicolás y su Cabecera, que da origen, como su nombre lo indica, a una fuente casi redonda de agua termal dulce, de tono turquesa, resguardada por una vegetación tropical pantanosa de ensueño, llena de burbujas cristalinas y arena blanca , salpicada de amatistas purpúreas y minerales preciosos en el fondo, como si la mano de la naturaleza se haya esmerado en crearla a la perfección con algún propósito prodigioso, semejante al paraíso del Edén Bíblico.
Ciento treinta y dos años después, ese espejo cristalino de agua turquesa, que arrulla la selva, sigue de pie, en su primitivo estado de pureza, constituyéndose en una de las maravillas naturales de Santa Cruz, Bolivia.
Un conjunto de árboles risueños de proverbial follaje y esbelta altura le rinden tributo los 365 días del año.
Ahí están, de pie, como los mejores guardaparques del Universo, los bibosis, chaacos y para todo, los ambaibos, copaibos y los tajibos, los cuchis, sininis, almendros, paquíos y palmeras de diversas especies, incluyendo los helechos, las chirimoyas silvestres aromáticas, las guayabillas y güembés, prodigándole sombra y magia a esta espléndida naciente de agua.
Ella, como una sirena, cautiva y sorprende a todo aquel que la contempla y se zambulle por primera vez, luego de una maratónica y extenuante travesía por la indómita selva pantanosa con influencia amazónica.
Fue el embrujo de esta joya preciosa de agua serena con sus tibios y curativos hervores que arrulló y atrapó para siempre al ítalo argentino Nicola Centanaro Lertora, (el Río San Nicolás se llama así en su honor y el apellido con los años se distorsionó de Centanaro a Centenaro), en sus viajes de aventura por el exótico pantanal boliviano.
Tras desencantar La Cabecera (y su fascinante ojo de agua abierto por algún volcán caprichoso de la era precámbrica, que cruza las capas rocosas y freáticas de la zona), supo que éste era el hogar ideal para echar raíces y criar a su decena de hijos, junto a su compañera de vida, Josefa Mercado, una indígena chiquitana de pura cepa.
La casona de anchos alares de cuchi y palo a pique, de la que todavía quedan vestigios, en la maraña de la espesa arboleda, —aún hoy es visitada con frecuencia por coloridas y audaces parabas que se posan en sus horcones y llaman entre ruidos bullangueros, murmullos y silbidos a sus crías perdidas en lontananza— fue construida lejos de la cándida y tibia fuente de agua termal para protegerla de la contaminación ambiental y de los depredadores de la naturaleza.
Las aguas termales de La Cabecera susurran arropadas por el canto de las aves.
Foto: Karina Segovia
Ciento treinta y dos años después, ese espejo cristalino de agua turquesa, que arrulla la selva, sigue de pie, en su primitivo estado de pureza, constituyéndose en una de las maravillas naturales del departamento de Santa Cruz, de Bolivia y de América del Sur.
Ella, como una sirena, cautiva y sorprende a todo aquel que la contempla y se zambulle por primera vez, luego de una maratónica y extenuante travesía por la indómita selva pantanosa con influencia amazónica.
Tras el fallecimiento del patriarca Nicola, La Cabecera fue heredada por el hijo mayor, Nicolás, excombatiente de la Guerra del Chaco, lisiado en combate, y allí también nacieron los hijos procreados con su esposa Josefa Yamamoto.
El padre de Josefa, un talentoso ciudadano japonés, hizo una verdadera obra de ingeniería en las riberas del Río San Nicolás, construyendo diques hasta convertir el sitio en un vergel de verduras y hortalizas.
Con los años, el árbol genealógico en Bolivia de Nicola Centenaro Lertora, (argentino por nacimiento y genovés por sangre), se hizo fecundamente frondoso y hasta ahora muchos Centenaro siguen naciendo en San Nicolás y su zona de influencia. Actualmente, La Cabecera se encuentra dentro de la propiedad privada (con título ejecutorial del INRA dentro del Proyecto de Saneamiento, financiado por el BID) de la señora Mercedes Cardozo de Centenaro, viuda de Cristóbal Centenaro, padre de quien escribe estas letras.
La Cabecera se encuentra ubicada a 590 de la ciudad de Santa Cruz, a 90 Kilómetros de El Carmen Rivero Torrez, provincia Germán Busch, departamento de Santa Cruz.
El compromiso, como familia, es el de seguir salvaguardando esta preciosa naciente, como se lo ha hecho a lo largo de la historia, desde su génesis hasta el presente, como una fuente de agua, de vida y esperanza para las nuevas generaciones, por eso, a los visitantes, además que realizarles un cobro simbólico, se les exige que respeten a la vegetación que rodea el lugar, no talar su flora, evitar cualquier tipo de incendios y recoger la basura generada en un recipiente propio para evitar la contaminación con plásticos, botellas y otros residuos tóxicos.
La Cabecera, es una joya del Planeta y cuidarla, es una obligación porque de ella dependen un sinnúmero de animales y plantas y sus aguas alimentan la vida silenciosamente.