Ésta es la historia de una monita capuchina que conoció el epicentro de la maldad humana. Logró escapar de los confines del dolor y dar con una casita llena de árboles donde recibe amor incondicional y el remedio a sus profundas heridas.
Ha muerto, por impacto de bala, un joven de 20 años en uno de los tantos asaltos violentos a propiedades del Estado, comunitarias indígenas o privadas, que han normalizado como práctica individuos de cuello blanco y/o de ojotas que se caracterizan por la violación a las normas vigentes y al Estado de Derecho y que, gradualmente han convertido el territorio indígena Gwarayu en un campo de batalla de traficantes de poderes de todo tipo y alcance económico.
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