Sigo con Diario del divorcio, cuaderno de viaje. Catarsis después de 30 años de odisea alegre y de gris zozobra. El texto de hoy está entre Madrid y Roma; me alejo un tanto de las estepas del este, de sus mujeres ojos de tártaro azules y retorno a occidente, supuestamente menos salvaje o mejor mimetizado. Divorcio de mí mismo, que esas santas que fueron mis esposas no merecen martirologio. No son ni Jan Hus ni Gonzalo Pizarro, aunque de profetas y guerrilleras tenían al menos un poco.
De Michale Boganim, vi anoche el documental Odessa… ¡Odessa! Un protagonista dice: “en Rusia hay una palabra: nostalgia”. Así arranca Claudio Ferrufino-Coqueugniot su nueva crónica de viajes que Revista Nómadas publica de forma inédita. Un nuevo viaje que transporta no solo por una ciudad, sino, por todo un mapa de aventuras cargado de libros y varios caminos.
Decía a Eliana Suárez, en Chañar ladeado, villa de la pampa húmeda argentina, provincia de Santa Fe, que el sonido del despertador de mi teléfono me recuerda Kiev. No me explico, porque nada obligatorio tenía que hacer allí, ni trabajo ni horario.
Mientras preparaba, en el camión de comida, milanesas y chorrillanas, mientras el infierno de la plancha quemaba mis manos detrás del plástico que las protegía, Ligia alistaba maletas y viajaba hacia el sueño de los nietos. Pienso ahora en hombres y mujeres, en doña Irma que me decía, muchísimo atrás en el tiempo y para secar mis lágrimas, que el hombre era “poncho al viento”. Se refería a las ataduras que suele traer la maternidad y de las que el hombre carece.
“Los trenes no suenan sus bocinas tan bello como los barcos. Sin embargo, tierra adentro, no hay aguas suficientes para acercar semejantes distancias. Vamos, dilo, y asomaré en tranvía al café de aquella calle de Vinnytsia y programaremos un viaje al fin del mundo”.
Braga era una fiesta —dice Claudio— parafraseando a Hemingway. Caminó por la ciudad histórica que se encuentra al Norte de Portugal. La sintió como sienten los escritores algo que va más allá de las palabras. Y ahora que buena parte del mundo está metido en sus hogares, la recuerda y la comparte.
Abro un mapa que queda corto para Kharkiv, llega hasta Sumy y Kremenchuk. Trato de trazar a lápiz aquel viaje que hice en octubre de 2018 entre una ciudad y otra, entre Odessa y Jarkov, la antigua capital. Del Mar Negro a la casi frontera rusa, medio país hacia oriente. Entonces no usé un mapa y lo desecho hoy, no por inservible, sino porque aparte de unas cuantas referencias geográficas hablaré de gente, impresiones, recuerdo y memoria. El boleto costó 11 dólares.
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