
El tráfico de especies silvestres es una de las actividades criminales más opacas del planeta. Como advierte Naciones Unidas en su principal informe sobre el tema, no hay cifras exactas del tamaño real del mercado o la cantidad de animales silvestres extraídos de sus ecosistemas y vendidos al otro lado del mundo como mascotas, objetos de colección, alimentos esotéricos o ingredientes supuestamente medicinales.
Hay, sin embargo, algunas estimaciones. De acuerdo con varios estudios, cada año, el tráfico de fauna silvestre mueve entre 7 mil y 23 mil millones de dólares. En su límite superior, esto quiere decir que es casi 1,75 veces el tamaño anual del mercado de cocaína en Europa. En su límite inferior —el mejor de los casos más allá de que no ocurriera—, es casi equivalente a dos veces el producto interno bruto de un país como Belice.
Un análisis calculó que, entre 2015 y 2021, cerca de 13 millones de animales, aproximadamente 1,84 millones por año, alimentaron este comercio ilegal, el cuarto más grande del mundo, detrás de las drogas, el tráfico de personas y los productos falsificados, según el gobierno estadounidense.
De acuerdo con organizaciones como TRAFFIC y Wildlife Conservation Society, una parte significativa de la fauna que compone el mercado ilegal se captura y saca de la Amazonía, la mayor selva tropical del mundo y el hogar de cerca del 10% de todas las especies de seres vivos del planeta. En parte debido a su geografía fragmentada, a la extensión del bioma y a la porosidad de las fronteras de los nueve países donde aún perduran sus bosques, no existen estudios ni estimaciones recientes que den cuenta del alcance real del tráfico de especies en la región. Esto ha impedido que la problemática reciba la atención que merece y que las autoridades le dediquen los recursos necesarios para combatirla.

Ante esta situación, periodistas de CasaMacondo, en Colombia; Revista Vistazo y Código Vidrio, en Ecuador; OjoPúblico, en Perú; Revista Nómadas, en Bolivia; y Amazônia Latitude, en Brasil, dedicamos cerca de un año a intentar descifrar el comercio ilegal de animales en la Amazonía. Para ello, buscamos unificar y analizar los datos existentes sobre incautaciones de fauna en cada uno de los cinco países.
No fue sencillo. En Colombia, por ejemplo, tuvimos que enviar 45 solicitudes de información a diferentes autoridades ambientales y demandar a una docena de ellas para que compartieran sus datos. En el caso del Ministerio de Ambiente, un juez amenazó con un incidente de desacato a una funcionaria para que la entidad entregara la información (e incluso después de la amenaza la pasó incompleta). En Ecuador, las autoridades no tenían los datos discriminados al nivel de especies, lo que nos impidió hacer un análisis detallado. Algo similar sucedió en Bolivia.
A pesar de todo, los datos obtenidos y reunidos en el especial Autopistas de depredación muestran que el tráfico de especies en la Amazonía y el resto del mundo es mucho mayor de lo que insinúan los informes publicados por oenegés, otros periodistas y organismos multilaterales como Naciones Unidas. El análisis de la información consolidada —con sus fallas, omisiones y salvedades— halló que, entre 2010 y 2025, se incautaron o entregaron a las autoridades de Colombia, Brasil, Bolivia, Ecuador y Perú más de 46 millones de animales, en promedio casi 3 millones por año, más de una y media veces los registros con los que cuentan las Naciones Unidas para todo el mundo. (El número, de hecho, podría ser casi el doble, pues durante el estudio se descartaron cifras que parecían infladas o producto de un error).

Los datos incluyen la incautación de decenas de millones de peces ornamentales, la categoría de animales más traficada de la Amazonía, principalmente debido a los volúmenes de captura y facilidad de transporte, como cuenta la historia de Colombia; más de un 1.200.000 aves, incluidos canarios, diferentes especies de loras y guacamayas, como narra el reportaje de Brasil; decenas de miles de tortugas, como hallaron en Bolivia; y cientos de tiburones y mamíferos, como jaguares, ocelotes y lobos de páramo, que hoy sirven de mascotas, emblema y fuente de financiación de los grupos criminales en Ecuador. Los datos no incluyen los miles de animales que, por ejemplo, se «lavan» o «blanquean» a través de zoocriaderos o acuarios en países como Perú, el principal exportador de animales silvestres extraídos de su medio a nivel mundial. Tampoco toman en cuenta los cientos de miles de animales que las propias comunidades ribereñas de la Amazonía capturan y venden ilegalmente ante la falta de alternativas económicas viables.
El tráfico de fauna prolifera de la mano de otros crímenes. Organizaciones no gubernamentales como Earth League International y Traffic señalan que existe una interconexión con otros delitos —narcotráfico, contrabando, tráfico de armas o personas, minería ilegal, lavado de activos y tala ilegal—. Nuestra investigación encontró que, en varios casos, los grupos criminales venden fauna para financiar sus operaciones o lavar el dinero de otras actividades. En otros, los transportan en las mismas rutas que usan para transportar drogas, armas u otros productos a Asia, Estados Unidos y Europa.
La información obtenida por este grupo de periodistas señala la existencia de decenas de millones de historias y vidas truncadas de toda clase de animales. Autopistas de depredación toca solo algunas, pero nuestra intención es compartir los datos con las autoridades, periodistas e investigadores que las deseen, para que así puedan revisarlos, corregirlos, en caso de que sea necesario, trabajar con ellos y —ojalá— profundizar en las historias de más especies e individuos. (Un archivo parcial puede encontrarse y descargarse aquí. Cualquier uso debe incluir el respectivo crédito al proyecto).
Desde el lunes 18, las crónicas que componen este proyecto se publicarán en Revista Nómadas y también estarán en esta página. Si pueden, compártanlas.
Este proyecto se realizó con el apoyo del Centro Pulitzer.
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