Una estructura de metal se impone en el patio trasero de la casa de Inés Tola (39). Es un esqueleto erguido sobre la tierra amarillenta característica de la zona. Pronto será un vivero. Esta vez, Inés no estará sola para el armado como hace 8 años cuando plantaba dos variedades de verduras a cielo abierto. Esta vez, tiene compañeras organizadas y decididas a terminar el vivero que dio esperanzas a esta zona castigada por la sequía, granizadas y heladas.
Limbania Villagomez (26) es la lidereza del grupo. Ella las reúne cada semana en una casa, donde pesan la verdura, llenan planillas de control, hacen seguimiento a sus ganancias particulares y programan sus cosechas futuras.
– Nos fortalecieron nuestros encuentros, reuniones para poder apoyarnos, eso ha sido lo que más nos ha dado fuerza para seguir adelante, dice Inés Tola agricultora asociada. El comienzo no fue fácil para todas, nos cuenta Inés, “a mi me gustaban las plantas desde chica, pero hay otras compañeras a las que les costó. A veces cuando hay enfermedades en el cultivo no se puede controlar, y combatimos con cosas que preparamos orgánicamente. Las enfermedades son dificiles de manejar, entonces ellas se frustraban cuando era más trabajo y se enfermaban sus plantas; así varias compañeras se han rendido, porque era mucho trabajo y no podían progresar, para contrarestar nos fortalecieron nuestros encuentros, reuniones para poder apoyarnos, eso ha sido lo que más nos ha dado fuerza para seguir adelante”.
La Organización social de mujeres en progreso de complejo Carcaje- Azirumani “Bartolina Sisa”, está a 20 kilómetros de la ciudad de Cochabamba, ubicada en pleno corazón de Bolivia. Compone a 25 de las cuales 11 se dedican, desde el 2014, íntegramente a cultivar hortalizas, en una región conocida como el granero del país; y que actualmente sufre por el Cambio Climático. – En Carcaje, la temperatura aumentó de 1,5 a 2 grados centígrados, en los últimos 20 años, informa la Investigadora de la UMSS Dora Ponce Según la Universidad Mayor de San Simón, en Carcaje, la temperatura aumentó de 1,5 a 2 grados centígrados, en los últimos 20 años. La Investigadora de la Facultad de Agronomía Dora Ponce Camacho explicó que en esta zona “la humedad desaparece rápido, no solo por radiación solar, y el viento que hace que sus suelos estén mucho más secos, si no que tiene tendencia a ser desértico”.
Se sienten orgullosas de los resultados de su trabajo y dedicación con los productos en sus manos, directo a los mercados de verduras orgánicas.
Por ello, esta comunidad, situada en la región conocida como el Valle Alto, acostumbra a producir maíz, trigo, papa; y utilizar fertilizantes y químicos, lo que bajó los niveles de producción. “Desde el auge de la revolución verde de los años 70’s y 80’s, esta mancha agrícola de producción convencional bajó su producción entre el 70 y 60%. Varias familias han tenido que ingresar a la técnica de huertos y agroecología”, explica la investigadora.
En ese marco desfavorable, “ellas han logrado rescatar prácticas de la agricultura ecológica, recuperar la semilla y los fertilizantes naturales”, comentó la responsable técnica de la Coordinadora de Integración de Organizaciones Económicas de Cochabamba (CIOEC), María Eugenia Flores.
Indicó que el cultivo es a pequeña escala y de la manera más sostenible posible. Por ello –dijo- hay apropiación de técnicas agrícolas como la cosecha de agua, sistema de riego por goteo y aprovechamiento diferente del espacio.
La adversidad climática fortaleció y tecnificó la producción en la zona. Hace unos 8 años, los pobladores sembraban a cielo abierto y recibían agua por inundación y en tiempo breve. Entonces, al ser una zona maicera primó el monocultivo y dio pocas ganancias. – Lo difícil no fue empezar, sino hacerse sostenibles, productivas y de autogestión. Una vez organizadas las mujeres, lo difícil no fue empezar, sino hacerse sostenibles, productivas y de autogestión. Las inconveniencias para producir y mejorar su economía de la forma tradicional las obligó a virar en su visión agrícola y a proyectarse solas porque, incluso, sus esposos se alejaron del trabajo de la tierra.
De la transformación a la producción de hortalizas
En una primera nueva etapa, transformaban el maíz y el trigo en galletas, fideos y panes. No era suficiente. Luego, decidieron arriesgarse en la producción de hortalizas.
“El cambio era poder incrementar y diversificar la producción; y buscar una buena comercialización para mejorar su economía. Hoy producen pepinos, tomates, pimentones, lechugas, apios, cebollas con calidad organoléptica, de mejor sabor, textura, olor y color”, dijo Freddy Elías Carvajal, ingeniero del CIOEC que supervisa a las mujeres en Carcaje.
La guía técnica ayudó a las mujeres a garantizar el autoconsumo como prioridad y a aplicar un sistema renovable, variado y con plantas que revitalizan el suelo. Por ejemplo, las leguminosas captan el nitrógeno de la atmosfera y lo dejan en el suelo para las hortalizas. – El trabajo disciplinado de las combatientes agroecológicas cambió la faz de Carcaje. Una vez visto los resultados en una casa, el ejemplo proliferó en otras. El trabajo disciplinado de las combatientes agroecológicas cambió la faz de Carcaje. Una vez visto los resultados en una casa, el ejemplo proliferó en otras. Las asociadas son invitadas a enseñar a armar viveros artesanales, y a compartir sus conocimientos y experiencias con vecinos.
Las socias de la Organización social de mujeres en progreso de complejo Carcaje- Azirumani “Bartolina Sisa”, delante de los tanques para la cosecha de lluvia.
Una mano internacional para abrir mercados
Stefano Archidiacono, del Centro de Voluntariado Internacional de Italia, encontró a estas mujeres organizadas, eran parte de la Coordinadora de la Coordinadora de mujeres en el Valle Alto COMUVA desde el 2008, resilientes y dispuestas a experimentar cambios dentro sus concepciones ancestrales, facilitando el apoyo a esta iniciativa productiva con un gran potencial que articula conceptos de economía y territorio, dentro su rol en la economía familiar.
La Fundación Abril les enseñó a cosechar agua de lluvia, dentro el Proyecto Pachamama, el cual busca relevar el protagonismo femenino rural, dentro la soberanía alimentaria en Bolivia.
Uno de los principales problemas es la falta de espacios físicos para ofertar sus productos, ahí coadyuva la CIOEC con una propuesta de comercialización asociativa, abordando elementos de manera integral, como tecnología, capacitaciones, calidad de producto, acceso a la información y fomento de redes de intermediación. De esa forma se abren mercados para vender sus productos cada semana, a través de Kampesino, una tienda agroecológica especializada.
La Fundación Abril les enseñó a cosechar agua de lluvia, dentro el Proyecto Pachamama, el cual busca relevar el protagonismo femenino rural, dentro la soberanía alimentaria en Bolivia, para un acceso equitativo y eficiente al agua para el riego y uso doméstico.
Bajo este paraguas, estas mujeres desarrollaron competencias blandas, entre ellas: toma de decisiones, manejo de conflictos, planteamiento de objetivos estratégicos a largo plazo. Planifican sus cultivos por temporadas para su consumo y venta. Es más, ellas aprendieron a producir con amor, para su casa y para el mercado.
Un claro ejemplo sale de la voz de Inés Tola, quien narra que ve a las plantas como si fueran sus segundos hijos. “Las reviso hoja por hoja, (veo) si tienen bichitos, mosca blanca para reaccionar en el momento como cuando se enferman los niños. Tratamos de curar a las plantas con nuestra medicina propia (fertilizantes naturales) para que se curen”.
Las mujeres en el área rural se enfrentan a unas políticas de estado en la producción de alimentos, agresiva e insostenible. Con este cúmulo de conocimientos y pasión se certifican y nacen con la marca de ‘EcoMujer’ como agricultoras, cuidadoras de la salud, transformadoras y comercializadoras, para dejar de ser invisibilizadas, desconocidas y subvaloradas.
Las verduras con calidad organoléptica son el resultado de un esfuerzo conjunto de esta iniciativa en Carcaje.
La lidereza
Limbania Villagomez (26) es la lidereza del grupo. Ella las reúne cada semana en una casa, donde pesan la verdura, llenan planillas de control, hacen seguimiento a sus ganancias particulares y programan sus cosechas futuras, de acuerdo con la temporada y demanda del mercado.
“Comenzamos solo tres productoras. Entregábamos verduras por amarros y precio: Bs2 ($us0,29). Ahora, vendemos por peso y nuestras ganancias mejoraron. Por ejemplo, el tomate se vendía en chipitas (bolsas pequeñas) a Bs5 (Sus0,72). Entregaban al tanteo, dependía de la mano de cada una. Ahora, ya sacamos un precio seguro y tenemos un mercado para vender”, dijo Limbania.
Emiliana, Inés, Limbania, Placida sonríen y bromean mientras terminan de armar el vivero. El ingeniero y uno de los esposos de las asociadas les ayudan, entre música, niños jugando y la olla común de comida preparada para celebrar esta reunión.
Estas mujeres se organizaron y buscaron futuro sin ayuda de autoridades. Absorbieron conocimientos. Descubrieron nuevas herramientas y lograron resultados de largo plazo. Hoy, luchan por competir en el mercado.
Esta investigación fue apoyada por la Iniciativa Transformative Cities.
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