
En la mística ecorregión del Gran Chaco boliviano, donde el bosque seco tropical aún respira con dignidad, Ciro Justiniano En la mística ecorregión del Gran Chaco boliviano, donde el bosque seco tropical aún respira con dignidad, Ciro Justiniano celebra tres décadas como guardaparque. Esta historia, contada en honor al Día Nacional del Guardaparque, no es solo la de un hombre, es la de una lucha ancestral, tejida por los pueblos guaraní, chiquitano y ayoreo, que lograron la creación del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Kaa-Iya del Gran Chaco. Esta joya verde, área protegida más extensa de Bolivia, es una muralla viva que resiste la deforestación, los asentamientos y las amenazas ilícitas.
Dentro de sus límites, casi medio millón de hectáreas conservan intactos los ciclos ecológicos, paisajes majestuosos y una biodiversidad que aún se despliega libre. Adentro, la vida encuentra refugio; afuera, los ecosistemas luchan por sobrevivir.
Ciro, guardián de la herencia isoseña
Desde la Comunidad Paraboca, Ciro heredó la vocación de su padre, cuyas palabras aún lo sostienen: “Lo que conservamos no es solo para nosotros, es para Bolivia entera. Si no cuidamos, no habrá espacio para vivir.”
Con el rostro iluminado por la convicción, Ciro afirma que la conservación no es tarea individual. Las comunidades del borde son guardianes con rostro colectivo, con manos que siembran esperanza y ojos que vigilan el equilibrio.

El monte como maestro
A pesar del sacrificio —la distancia de su familia, los riesgos del monte— Ciro se siente pleno. El aire puro, la calma del bosque y el canto de la fauna lo conectan con algo más grande. Como guaraní, cree en el respeto profundo por la naturaleza. Sabe que todo tiene dueño, que el Iya —el espíritu del monte— protege a quien lo honra.
Una experiencia lo marcó para siempre. Durante un patrullaje por el río Parapetí, un jaguar apareció a escasos cinco metros, en posición de alerta. Ciro, armado solo con un machete y una bolsa negra, se quedó inmóvil. El viento agitó la bolsa, el jaguar dudó… y retrocedió.
“¡El Iya me protegió!”, cuenta. Durante días, al cerrar los ojos, veía al animal frente a él. “El jaguar es sabio. Respeta si lo respetan”, reflexiona.
Un llamado a Bolivia y al mundo
“Cultivemos el espíritu de conservación. No maltratemos nuestras áreas protegidas. Son refugios, criaderos de vida, orgullo de nuestra nación.”
Ciro nos invita a unirnos. A apropiarnos del Kaa-Iya como símbolo de vida. Porque conservar no es resistir el cambio: es sembrar futuro.
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Sobre el autor
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Maria Katia Garrido Suarez
Maria Katia Garrido Suarez, es Relacionista Público para los Objetivos de Desarrollo (ODS), con especialidad en promover la conservación de la biodiversidad y medios de vida en comunidades en torno a las áreas protegidas. Con más de una década impulsando campañas urbanas ambientales y acciones rurales de revalorización, sensibilización y protección del medio ambiente y pueblos indígenas. Su principal interés es contribuir desde la comunicación, a una gestión eficiente de los territorios y a la justicia ambiental.



