El verde intenso del Bosque Seco Chiquitano, del Chaco y del Pantanal boliviano contrastan con las manchas grises que ha dejado la furia de los incendios que cada año llegan con toda su caballería de destrucción.
A veces, la vista engaña y uno cree que nada malo ha pasado aquí, que las manos crueles de la humanidad no han abofeteado estos epicentros de vida de la naturaleza. Pero si uno camina por aquí y por allá, si uno aparta con la punta de los dedos las ramas espléndidas de los árboles y espía por las rendijas de la realidad, es posible ver los zarpazos de los incendios que han dejado muerte a su paso y que, con el paso de las semanas, de los meses, de los años, las huellas no se han borrado. Están aquí y por más allá, como una memoria viva de que la muerte orquestada por las llamas, cada año tiene carta blanca para hincar sus uñas afiladas en la fauna, en la flora y en los mismísimos humanos que habitan la selva desde tiempos inmemoriales.
Pero todo ocurre en una región donde la vida danza por todos los rincones:
En el corazón de la tierra, donde las melenas de las palmeras se mueven con el viento y el rugido manso de los ríos viajan sin frenos ni fronteras, se despliega majestuoso el Gran Paisaje de Conservación Binacional Chaco-Pantanal. Como una epopeya natural, este vasto territorio, compuesto por dos decenas de áreas protegidas de Bolivia, se erige como un titánico cuerpo de 20 millones de hectáreas, un coloso verde que desafía las fronteras y abraza la inmensidad del horizonte que se abren paso por Santa Cruz y más allá de un territorio que no se niega a tener límites.
El verde exuberante se ve amenazado por las manchas grises dejadas por los incendios, creando un contraste visual impactante que revela la devastación anual.
Este escenario magistral de vida —de muchas vidas—, supera al territorio de Uruguay y se levanta con la grandeza de una tierra donde conviven paisajes inexplorados —algunos— y otros ocupados y atormentados por las manos del hombre. En este corredor ecológico, bautizado como el Gran Paisaje Chaco-Pantanal, es más que un rincón de la geografía que traspasa las líneas fronterizas de Bolivia, se despliega un espectáculo único. Este corazón verde, se revela con su latir vigoroso en el pecho de numerosos bosques, abrazando con fuerza al Pantanal boliviano y extendiéndose a lo largo del Bosque Seco Chiquitano, entre los enigmáticos bosques del chaco, para converger finalmente como un solo ser vivo en las tierras de Paraguay.
Sin embargo, una preocupante transformación afecta la salud de esta joya natural. El paraíso que conforma el Gran Paisaje se ve constantemente amenazado por un enemigo implacable: los incendios forestales.
Las llamas, cual dragones furiosos y devoradores, acechan anualmente durante meses la exuberante vegetación, poniendo en riesgo este universo mágico. De los 20 millones de hectáreas que dan vida al Gran Paisaje de Conservación Binacional Chaco-Pantanal, 12 millones se extienden sobre suelo boliviano. De esta improtante extensión, 9,5 millones están dentro de los límites de los Parques Nacionales San Matías, Kaa-lya y Otuquis, así como en zonas protegidas municipales y departamentales de relevancia, como el Área de Conservación e Importancia Ecológica Ñembi Guasu, que en guaraní significa El gran refugio. La amenaza persistente de los incendios pone en peligro no solo la exquisita biodiversidad de la región, sino también la integridad misma de este santuario natural, clamando por acciones que salvaguarden la magia que encierra cada rincón de este edén terrenal.
En el turbulento año del 2019, los incendios arrojaron su furia sobre cerca de 5 millones de hectáreas en Bolivia. Lo que marcó un hito siniestro fue el surgimiento de mega incendios, bautizados como de sexta generación, una pesadilla ardiente de alta intensidad que encontró su escenario principal en el departamento de Santa Cruz, predominando en el cuerpo del Gran Paisaje Chaco-Pantanal.
La furia de las llamas dejó a su paso un rastro de desolación, infligiendo heridas profundas en la biodiversidad, perturbando ecosistemas delicadamente equilibrados, comprometiendo los preciados recursos hídricos y desgarrando los medios de vida de las comunidades locales.
En el tejido fracturado de la tierra calcinada, las llamas del 2019 todavía resuenan como un eco lúgubre dentro del Gran Paisaje Chaco Pantanal, porque los años siguientes al 2019, los incendios retornaron puntuales y con su fuerza depredadora.
Para el biólogo Juan Carlos Catari, si bien podemos ver que la vegetación está volviendo a crecer en la región, eso no significa que se esté restaurando, ya que un ecosistema que es afectado por un evento, normalmente se recupera y se encamina hacia un ecosistema maduro (etapa clímax), con unas características ya conocidas. Sin embargo, cuando los factores degradantes continúan sucesivamente en un mismo lugar, el ecosistema puede llegar al “disclimax pirógeno”, es decir, en una fase regresiva, o detenida, debido a los eventos repetidos de los incendios, y esto podría llevar paulatinamente hacia una zona desértica o muy degradada. Al momento —afirma Juan Carlos Catari— hemos podido ver que la afectación al suelo del Gran Paisaje, ha sido un factor que no se ha evaluado de manera consistente y con la misma importancia que otros factores, ya que las organizaciones y los gobiernos se están centrando en el componente más visible de los ecosistemas (flora y fauna), sin embargo, es necesario conocer el estado del factor que sustenta la biodiversidad: El Suelo.
“Los pocos datos que se tienen, indican que los incendios han afectado de distintas maneras la materia orgánica del suelo, disminuyéndola en los sitios más impactados. Este elemento es un indicador de la salud del mismo, y la vegetación que se regenerara hacia una etapa madura o “Climax” dependerá del grado de afectación que este tenga. Los incendios sucesivos en las mismas regiones, están impactando al suelo de forma constantemente y sus impactos son acumulativos, y esto precisamente es lo que conlleva a un ecosistema hacia el “disclimax”, enfatizó Catari.
Por otro lado —explica el biólogo— tenemos que tener en cuenta que en el Abayoy del Área Protegida Nembiguasu (que se encuentra dentro del Gran Paisaje), el único cuerpo de agua permanente es el Rio San Miguel, y éste es el que recibe todas las cenizas producto de los incendios.
“Es así que luego de muchos eventos de incendios, hasta ahora no conocemos el impacto acumulado que ha tenido. El Rio San Miguel tiene una gran cantidad de estancias que hace uso de sus aguas, por ende, tomar medidas de conservación es imperativo para la manutención de la economía de la zona, en especial si consideramos que la mayoría son haciendas ganaderas”, recomienda.
También, en el Bosque Chiquitano transicional Chaqueño, donde los árboles alzan sus ramas en un baile silencioso, se revela una historia trágica escrita en las cicatrices de sus troncos. Aquí, la vegetación, con su dosel arbóreo que se eleva hasta los 14 metros, guarda un secreto oscuro. Las marcas de quemaduras, como lágrimas impregnadas en la piel de los árboles, cuentan la cruel historia de un incendio que arrasó con todo a su paso.
Los incendios anuales no solo se comen los colchones de hojas en el suelo, sino también a los árboles abuelos que tienen edades centenarias. Los hechos han venido demostrando que en varias zonas afectadas, se registró la pérdida alarmante del 90% de la exuberante vegetación, llevándose consigo la riqueza y diversidad que una vez habitó este reino verde.
Para Iván Arnold, director de la Fundación Naturaleza, Tierra y Vida (NATIVA), el Gran Paisaje Chaco Pantanal, sin duda, significa una de las ultimas opciones en nuestro planeta, que tienen especies como el jaguar, el tatú carreta o armadillo gigante y el oso bandera, para asegurar su sobrevivencia a largo plazo como especies claves para los ecosistemas en los que habitan; además en este paisaje se encuentra la totalidad del Pantanal boliviano, con una gran riqueza de especies de fauna y flora, pero también de importancia fundamental para la economía regional por los servicios ambientales que ofrece: como el mantenimiento de la hidrobia comercial más grande del continente, protección de los recursos del suelo, hábitat de plantas y animales de valor comercial, control biológico, la recarga de acuíferos, la regulación climática local y la purificación del fuentes del agua y que lamentablemente se encuentran subvalorados. También es muy importante mencionar que estos bosques, son habitados por el pueblo ayoreo que aún vive en aislamiento voluntario.
Este territorio de 20 millones de hectáreas, compuesto por áreas protegidas en Bolivia, es un coloso verde que desafía fronteras y abraza la inmensidad del horizonte.
– ¿Como afectan los incendios al Gran Paisaje?
Iván Árnold no duda en su respuesta: Lamentablemente, una de las grandes amenazas que tiene esta magnífica región, son los incendios que año a año se repiten en la zona, afectando millones de hectáreas, destrozando completamente, en muchos casos, el hábitat natural y toda su riqueza, biodiversidad y emitiendo millones de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmosfera, constituyéndose en nuestro principal y lamentable aporte al cambio climático.
Si bien no todo está perdido y aún queda tiempo para actuar, el tic-tac constante recuerda la urgencia de acciones para proteger al Gran Paisaje Chaco Pantanal. Cada esfuerzo por preservar esta joya natural es una resistencia viva. El verde, aún respira, y en cada paso de la humanidad para proteger este tesoro, desafía a los incendios y a todas las amenazas que intentan apagar su resplandor.
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Crónica producida por NÓMADAS, en colaboración con NATIVA, en el marco del proyecto ganador de Fondos Concursables de PIENSA VERDE 2024.