
Ha sido difícil seguirle el paso al presidente Donald Trump desde su regreso a la Casa Blanca el 20 de enero. En tiempo récord, ha firmado tantas órdenes ejecutivas y proclamado tantos planes grandiosos como amenazas, que los periodistas, comentaristas y opinadores han descrito el inicio de su mandato como un blitz, un bombardeo, un terremoto, una tormenta o una avalancha.
El caos suscitado no es el resultado de una improvisación. Todo lo contrario. El exestratega de Trump, Steve Bannon, lo advirtió en 2019 con otra metáfora que también aludía a la catástrofe: había que “inundar la zona” a toda velocidad. Así, los periodistas y los medios (considerados opositores por Trump y Bannon) estarían tan abrumados que no podrían reaccionar a tiempo. Sin información oportuna y de calidad, los ciudadanos y los otros poderes quedarían desarmados.
El plan ha funcionado solo a medias. Los periodistas han trabajado sin descanso y varias de estas órdenes ejecutivas en torrente ya han sido demandadas por su dudosa legalidad. Pero, mientras se dirime el asunto en los tribunales estadounidenses las decisiones de Trump ya han afectado a millones de personas en todo el mundo: miles de migrantes han sido deportados, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) está siendo desmantelada, se han roto compromisos internacionales y ha comenzado la guerra comercial con la imposición selectiva de aranceles.
Las decisiones de los últimos días no solo afectan al presente, sino también al futuro del planeta y de sus habitantes. Una de las primeras órdenes que Trump firmó fue la retirada del Acuerdo de París. Esta decisión se produce justo cuando la temperatura global ya superó el umbral de los 1,5 grados adicionales, el límite establecido en el acuerdo. Los datos y la ciencia, sin embargo, parecen no preocuparle al presidente del país más contaminante ni a los lobistas del petróleo que ha nombrado en la Agencia de Protección Ambiental (EPA), quienes niegan que la quema de combustibles fósiles tenga algún efecto en la crisis climática.
En cuanto a América Latina y el Caribe, una de las regiones más vulnerables a la emergencia climática, el presidente dejó clara su posición en su segundo día en el cargo: “Ellos nos necesitan mucho más de lo que nosotros los necesitamos. No los necesitamos”. El lema, “Estados Unidos primero”, ha reemplazado conceptos como responsabilidad compartida y multilateralismo. El cambio de términos, tono y actitud en la Casa Blanca y el Departamento de Estado refleja la idea de que los países harán lo que Trump quiera, por las buenas o por las malas.
Esto ha quedado claro con el trato dado a los migrantes, cuya gran mayoría son de origen latinoamericano, y la escasa efectividad de las protestas diplomáticas de algunos pocos países ante la nueva política antiinmigrante de Washington. Tras capturar a más de 14.000 personas en redadas, la mayoría han sido deportadas hacia México, Guatemala, Colombia, Brasil, Perú, Ecuador y Venezuela, tras negociar un acuerdo pragmático con Nicolás Maduro. Se espera que en los próximos meses aumente el número de deportados hacia este país, ya que Trump canceló el Estatuto de Protección Temporal (TPS) para más de 300.000 venezolanos que creían que estaban a salvo. Estas medidas violan los derechos de estas personas al asilo y la protección, al debido proceso, y a la no separación de las familias, entre otros.
Los países de la región tendrán que responder a esta situación con sus propios recursos, ya que no contarán con la ayuda humanitaria que antes financiaba el gobierno estadounidense. También destinaba millones de dólares a otras causas, entre ellas la protección del territorio amazónico que comparten Brasil, Colombia, Ecuador, Guayana, Perú y Surinam. No es un asunto menor: la Amazonía es un lugar estratégico para la regulación del clima y el equilibrio biológico por sus ríos voladores, donde se concentra el 20% del carbono global, alberga al 10% de todas las especies conocidas y es el hogar de 308 pueblos indígenas que hablan más de 200 lenguas.
Este ecosistema ya está sometido a la presión de la deforestación causada por la minería ilegal del oro y el narcotráfico, que promueve la invasión de tierras y tala de árboles para sembrar coca. Si bien Trump ha prometido mano dura contra el narcotráfico y el crimen organizado, a juzgar por algunos de sus discursos y pronunciamientos en estas primeras semanas, espera que los países de la región se encarguen de combatirlo y demuestren resultados, sin necesariamente recibir la misma cantidad de apoyo económico que Washington les ha otorgado en el pasado.
Aunque aún no está claro cuántos recursos terminarán aportando o recortando para la región, la nueva política exterior de Washington y la respuesta de Moscú y Pekín en este nuevo orden geopolítico serán un factor importante en las próximas elecciones presidenciales de Ecuador (la segunda vuelta se realizará en abril), Bolivia, Chile y Honduras y Haití –si la situación interna lo permite este año— y en las de Colombia, Perú, Brasil y Costa Rica, que se celebrarán en 2026.
Pase lo que pase en los próximos años, los periodistas de esta red de medios independientes en América Latina estamos obligados a tratar de explicar cómo las decisiones de un solo hombre, o de dos —no podemos dejar de lado a Elon Musk— desde el Despacho Oval pueden afectar de manera transversal no solo a la política regional sino también a las comunidades más vulnerables del continente. Para lograrlo, debemos fortalecer nuestras redes de trabajo colaborativo, tanto transnacionales como hiperlocales, y no perder de vista lo que suceda en lugares de difícil acceso, como la Amazonía, ni los temas que otros medios pueden pasar por alto y quedar así subrepresentados en la discusión pública.
Son tiempos desafiantes y exigentes para esta profesión, por distintas razones: los ataques sistemáticos desde los gobernantes y el crimen organizado, la polarización y la desinformación, que a menudo también buscan socavar la credibilidad de los medios y los periodistas, y la fatiga informativa de las audiencias y lectores, saturados por la acumulación de malas noticias.
Nos hemos propuesto incentivar un periodismo que escape a la reactividad y al catastrofismo, que no se deje abrumar por el caudal de ruido informativo y mentiras en las redes sociales, sino que se ancle con un compromiso genuino en la realidad, que siempre será más compleja y llena de matices. Por eso mismo debemos esforzarnos por documentar también la capacidad de resiliencia, adaptación y resistencia de la sociedad, las instituciones y los liderazgos, sin dejar de investigar los abusos de poder y la corrupción dentro de una práctica rigurosa del oficio.
En medio de la inundación y el caos que ha provocado Trump, no tenemos otra opción que seguir colaborando y extendiendo nuestras raíces entre el barro. Después de todo, la victoria regia, el nenúfar más grande del mundo y emblema de nuestra región amazónica, florece entre el fango y al anochecer.
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