1. Un paisaje grande y sin fronteras
Más de mil especies de aves extienden sus alas sobre el Gran Paisaje de Conservación Chaco-Pantanal. Vuelan sobre esa alfombra todavía verde que une las áreas protegidas de Bolivia y de Paraguay para que la vida no se detenga, para que las amenazas latentes orquestadas por algunos seres humanos, no impidan que los bosques y los pantanales se conviertan en un solo corredor biológico y natural de casi 20 millones de hectáreas. Las aves transportan no solo su canto, sino también, desde las alturas, muestran al mundo la grandeza de un paisaje que, unido, se hace grande y sin fronteras.
2. La casa de los ayoreos no contactados
Algunos grupos de ayoreos en aislamiento voluntario viven en el Chaco sudamericano, entre Bolivia y Paraguay. No se trata de una especulación. Se han encontrado registros que evidencian su presencia, tales como marcas en árboles; utensilios dejados entre los árboles, chozas construidas con sus manos donde vivieron algún tiempo, antes de que sus pasos nómadas los lleven a otros rincones de la selva. La consolidación del Gran Paisaje, como un corredor natural sin interrupciones les garantizará un buen estado de salud de la única casa que ellos tienen y donde no solo encuentran un techo seguro y los alimentos para afrontar cada una de sus jornadas.
3. Los brazos de los árboles forman un solo cuerpo
Los cuerpos verdes de los árboles y los humedales pintados de celestes y anaranjado encierran uno de los lugares más biodiversos del planeta. Así es la tierra del Chaco y del Pantanal en América del Sur. Afuera de esta extensa vegetación compartida por Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil, los dientes de las orugas amenazan día y noche en morder a los árboles y arrancarlos de la tierra. La estrategia de consolidar, en una primera instancia, a Bolivia y a Paraguay para que los montes chaqueños y otros bosques que también habitan en la zona, es una luz de esperanza para que la deforestación no convierta estos escenarios de postal en completos desiertos.
4. Las llamas dentro de casa
La deforestación está afectando a los seres humanos y sus efectos no se queda en las zonas rurales. Ha llegado ya a las ciudades. Muchos no lo saben. Otros, no lo quieren entender. La temperatura en el planeta aumentó, en promedio, un grado centígrado en los últimos años, y eso, es ya un verdadero infierno. El Chaco sudamericano sufre incendios forestales cada año, como también lo sufre el Pantanal y el Bosque Seco Chiquitano. El 2019, cuando en Bolivia se quemaron más de cinco millones de hectáreas, no ha sido el último año de desastres. Ni siquiera en pandemia ha cesado el fuego. El propio ser humano está atizando las llamas.
5. El milagro de los bomberos
Una persona buena camina por entre el bosque que escupe fuego. Lleva en sus brazos a un animal que ha caído en los tentáculos de los incendios forestales. Ese ser humano lleva ropa de color amarillo cubierta con cenizas y tierra seca. Es parte de los cuerpos de bomberos voluntarios que varias fundaciones han equipado y capacitado a lo largo del año, de éste y de los anteriores. El Chaco sudamericano, cada año pierde por los incendios, una cobertura boscosa del tamaño de una enorme ciudad sudamericana, como Buenos Aires, o de un país europeo como Suiza. Millones de hectáreas aniquiladas, convertidas en cementerios de árboles, de animales que ya no esperarán futuras lluvias porque ni ellos y las nubes negras volverán a estar ahí.
Esta crónica periodística ha sido elaborada en alianza entre la Fundación Nativa y Revista Nómadas.