A veces pienso que los bolivianos y las bolivianas estamos corriendo ciegos hacia la auto destrucción, a pesar de las evidencias e investigaciones científicas frente a nuestros propios ojos. Los vientos y las épocas de sequias e inundaciones son más fuertes que nunca debido a la acelerada pérdida de los bosques, y ello afecta a los ambientes de viviendas con polvo y contaminación y reducen los niveles de productividad agropecuaria.
Según datos satelitales de Global Forest Watch (del 27/de junio de 2023), en 2022 la expansión de desmonte de bosques primarios en Bolivia había llegado a un nivel récord histórico, con un aumento del 32% con respecto a los niveles de 2021. Por tercer año consecutivo, el país ocupó el tercer lugar mundial detrás de Brasil y la República Democrática del Congo, como destructor de selvas tropicales, superando incluso a Indonesia.
Se conoce que los bosques intactos en el este de la Amazonia, generan las lluvias que caen en el oeste de la cuenca amazónica, por lo cual, la desforestación de la Amazonia brasileña y los desmontes por Robore, San Ignacio y Concepción perjudican y reducen la cantidad de humedad regular que recibimos en la ciudad de Santa Cruz y los valles. Esto es preocupante porque se sabe que los desmontes están contribuyendo al calentamiento y la subida de temperaturas a nivel mundial.
Es sabido que la mayoría de los desmontes son descontrolados e ilegales, con beneficios económicos efímeros, no sostenibles, que en poco tiempo resultan en costos mayores que los beneficios obtenidos. Supongo que esto se debe al temor a que salga a la luz la falta de legalidad y gobernanza en la frontera agrícola, con respecto a nuestros bosques, lo cual explicaría por qué Bolivia es uno de los pocos países que no firmó la Declaración Forestal de la Cumbre del Clima de Glasgow en noviembre de 2021.
Resulta irónico que el sector más afectado por los disturbios del clima, causados por la deforestación, sea también el mayor impulsor de la misma. La expansión del cutivo de soya ha resultado en casi un millón de hectáreas de deforestación, desde el comienzo del nuevo siglo y cerca de una cuarta parte de ello se atribuye a las colonias menonitas, las cuales se dedican a la agricultura y la ganadería.
El modelo de producción menonita que muchos quieren emular y reproducir, no es sostenible, debido a que los rendimientos promedios por hectárea son menores que en otros países. Además, las colonias son una frontera agrícola que va expandiéndose sin fin, se extiende hasta el Chaco Seco e invade el bello Valle de Tucabaca, e incluso desesperadamente se extiende a otros países como Surinam, donde aún quedan bosques en pie que pueden ser destruidos.
Aunque Bolivia tiene una producción de soya mucho menor que los países vecinos, a diferencia de ellos, la mayor parte de su expansión agrícola, ha ocurrido a expensas de los bosques, creando un círculo vicioso de impacto que pone en peligro la sostenibilidad del país. La caña de azúcar, el maíz, el sorgo y la ganadería también han contribuido a la deforestación.
La deforestación ocurre en diversas regiones debido a múltiples causas, entre ellas, el falso intento de “industrializar” el país. Ello implica ampliar la frontera agrícola a expensas de la desforestación para tener los biocombustibles, producir más “hoja sagrada” y exportar más carne. Hoy, la minería ilegal, los interculturales, el contrabando y el narcotráfico aportan significativamente a la deforestación. Todos estos actores generan un futuro incierto para la vida armónica y sostenible.
Los bosques generan lluvias, por lo cual, la desforestación de la Amazonia brasileña y los desmontes por Robore, San Ignacio y Concepción reducen la cantidad de humedad que recibimos en Santa Cruz y los valles.
Nuestros gobernantes apoyan el desarrollo de la agroindustria, con la intención de reducir las importaciones, implementar la producción de biocombustibles y aumentar la producción ganadera. No es casualidad que hayan implementado medidas que resultan en una despenalización de la deforestación ilegal y en un aumento de las autorizaciones de deforestación, otorgadas por las diferentes entidades.
En muchos casos, estos proyectos denominados “estratégicos”, aceleran el desmonte de bosques tropicales, son ineficientes y no logran producir resultados significativos. Además, se convierten en proyectos estancados —o “elefantes blancos” — que benefician a inversionistas dudosos y no al pueblo. Este modelo extractivista, aparte de generar riesgo económico y basarse en la deforestación no controlada, conlleva a una degradación irreversible del suelo y del sistema de drenaje acuático a escala mayor, lo cual provoca el aumento de temperaturas, sequias intensas, inundaciones y vientos más fuertes.
Según una publicación de Revista Nómadas, del 6 de mayo de 2023, “aunque no se tiene información de todos los sitios donde ocurre la deforestación, existe suficiente evidencia para acertar de que aquella ocurre en su mayoría en propiedades privadas a manos de empresas e individuos nacionales y extranjeros, destacadamente brasileros y argentinos y en colonias menonitas. Se trata de los actores que están excluidos de la dotación de tierra fiscal y, por lo tanto, para expandirse proceden entre otros a recomprar tierra en particular campesina o intercultural y/o avasallan tierra fiscal y/o despojan territorios indígenas.
La mayoría de los desmontes son descontrolados e ilegales, con beneficios económicos efímeros, no sostenibles, que en poco tiempo resultan en costos mayores que los beneficios obtenidos.
Los territorios indígenas rurales, rodeados por desmontes de grandes ganaderos y soyeros, que antes tenían sus pozos de agua, ahora se están secando. Una investigación reciente publicada por el Dr. Umberto Lombardo de la Universidad de Bern (mayo de 2023B), sobre nuestro legado precolombino y el uso moderno de la tierra en la Amazonia boliviana, describe, cómo las culturas baures y casarabe que se encontraban en los Llanos de Moxos, crearon un sistema de drenaje que les permitió cultivar las sabanas y humedales de manera sostenible, beneficiando a los primeros agricultores modernos en esta región y ahora, todo este sistema sofisticado de drenaje, está siendo destruido de forma caótica, sin plan ni propósito, y con el conocimiento del Estado, que parece olvidar una de sus funciones esenciales, Constitución Política del Estado, art.9, numeral 6 que es “…la conservación del medio ambiente, para el bienestar de las generaciones actuales y futuras”
Entonces, queridos lectores, una supuesta reactivación económica basada en un modelo extractivista y poco diversificado, que también genera un entorno hostil, es una reactivación frágil, de corto plazo y peligrosa para los que habitamos esta hermosa tierra. Además, esta perspectiva cierra las puertas a otras oportunidades que los demás países han perseguido con éxito, como el valorizar los entornos agradables y culturales, así como, preservar los territorios indígenas que forman el Gran Sistema de Eco-Reservas del Oriente y garantizan la oxigenación ambiental. En este caso, debemos confiar en que podemos desarrollar el sector turístico, en lugar de arrinconarlo, rodearlo y aniquilarlo, creando kilómetros y kilómetros de grandes desiertos pelados de monocultivo de potreros sin fin.
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Sobre el autor
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Juan Burgos Barrero
Juan Burgos Barrero nació en Santa Cruz, 1950. Es licenciado en periodismo por la universidad Complutense de Madrid. Máster en Didáctica y Tecnología Educativa por la universidad Nacional de Panamá. Consultor, corresponsal en el extranjero de diversos medios de comunicación y atesora una larga trayectoria periodística. Ha publicado cuentos, ensayos y reportajes periodísticos. Ha vivido en Europa, Asia, Estados Unidos y Centro América. Publicó su primer cuento Hay mucho pan que combatir, en el libro Premios Clarín y Buñuel, España. Su último libro Estudio de Caso, Metodología de la Investigación Científica.