Bolivia se queda sin árboles y sin sombras
Bolivia come su bosque con un apetito voraz y no existe poder humano ni autoridad que detenga este nivel de destrucción. Cada día caen extensiones de selva comparable a 1.057 canchas de fútbol. Solo el 2022, el país se deshizo de 386.000 hectáreas, (3.860 km2), un aumento del 32% en comparación al 2021, lo que ubica a Bolivia entre los tres países del mundo con mayor pérdida de su bosque primario tropical. Los desmontes perpetrados por la agricultura a gran escala, que no respeta los lechos de ríos ni la naturaleza del suelo, ingresan, incluso en lugares que solo son de vocación forestal, sabiendo que en menos de cinco años convertirá la tierra en desiertos inútiles y solitarios.
Los avasallamientos también meten el puñal a la naturaleza
Los desmontes en Bolivia también son producto de los avasallamientos de colonos que se hacen llamar “sin tierras”, que toman pedazos de naturaleza, incluso en áreas protegidas, para hacerse de ellas por encima de las leyes y normas que solo existen en papel. Acuden en grupos numerosos y entran en silencio o por la fuerza, en lugares que —muchas veces— son tierras fiscales no disponibles. Pero sacar a los colonos es casi imposible. Las autoridades llamadas por ley —por lo general— no mueven un dedo ni utilizan las herramientas jurídicas para hacer respetar los bosques de Bolivia.
El veneno de la minería circula por los ríos y venas de inocentes
La minería ilegal se abre paso por los ríos amazónicos de Bolivia. Avanza con sus dragas temerarias, con su ejército de hombres que no respetan áreas protegidas ni la casa de comunidades indígenas, ni la de los animales silvestres. Están formando estados dentro del Estado, donde se dan licencia para armar sus campamentos y dar rienda suelta a sus maquinarias extractivistas de los recursos naturales. Los capitales de estos negocios de destrucción, ya inyectaron el mercurio en las corrientes de agua y en los cuerpos de los habitantes ancestrales que se alimentan de los pescados también envenenados.
Las represas y el panteón de la vida silvestre
La amenaza de construir dos mega represas sobre el río Beni, pende como una espada sobre el cuerpo del norte amazónico de Bolivia. De concretarse ambos proyectos, los expertos en temas medioambientales estiman que ambas represas inundarán 773 km2 de vegetación, una extensión que supera cinco veces la mancha urbana de la ciudad de La Paz. Pero eso no será todo: también afectarán el Parque Nacional Madidi y el Pilón Lajas. Varias comunidades indígenas se quedarán sin territorio, desaparecerán las playas donde anidan muchas especies de aves, la reproducción de los peces será golpeada y una cantidad inimaginable de animales morirá por efectos de la inundación y cambios bruscos en el ecosistema.
Las cruces que va dejando la carretera
El cuerpo de una serpiente está inmóvil en la vía. Seguro que estaba intentando cruzar al otro lado de la carretera en construcción entre Rurrenabaque y Riberalta (Beni—Bolivia). O quizá estaba tomando el último sol de la tarde que a esa hora se pone mezquino dentro del bosque. Pero el tráfico de vehículos que circula por aquí, sin señalizaciones competentes, la mataron como también lo hicieron con capibaras y tejones y hasta con algún ave de vuelo lento que baja a buscar agua en los últimos humedales que el asfalto ha cortado como un cuchillo certero.
Pulmones verdes en llamas
Durante los meses de incendios en la Amazonia boliviana, que cada año se extienden por más tiempo, no solo caen rendidos los árboles ni tampoco escapan solo los seres humanos que habitan la selva desde tiempos inmemoriales. Mientras corren por sus vidas, los indígenas se encuentran con animales convertidos en espectros, envueltos en llamas, corriendo de tumbo en tumbo. Ven hurinas y chanchos troperos, serpientes, felinos y bandadas de aves que vuelan a ciegas entre las bocas de fuego que cada año se comen entre tres y seis millones de hectáreas de bosques tropicales, pampas y pantanales que arden como antorchas medievales.
Estas microcrónicas con ilustraciones son parte del Especial: La Amazonia invisible y sus guardianes que no se rinden, que llevó a cabo Revista Nómadas, con el apoyo del Amazon Rainforest Journalism Fund en alianza con el Pulitzer Center.
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DIRECTOR: Roberto Navia. JEFA DE PRODUCCIÓN: Karina Segovia. FOTOGRAFÍAS: Karina Segovia, Lisa Mirella Corti. PRODUCCIÓN Y POSTPRODUCCIÓN DE SONIDO: Andrés Navia. ILUSTRACIONES E INFOGRAFÍAS: Brocha Silvestre. EDITORA DE REDES SOCIALES: Lisa Mirella Corti. DISEÑO Y DESARROLLO WEB: Richard Osinaga. COLABORACIÓN: Manuel Seoane, Diego Adriázola y Daniel Coimbra.
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