
La relación del ser humano con la Madre Tierra y sus seres vivos es de una permanente dinámica, basada en la reciprocidad, el respeto, el equilibrio. Porque en ese ámbito no hay derechos privados o derechos a destruir, quemar o violar lo que esa Madre tiene en sus entrañas. Nos afecta, nos interesa, nos involucra y dependemos que si al Planeta Tierra le va bien, a la humanidad le irá bien.
“El ambientalismo volvió a recordarnos que la frontera entre lo propio y lo ajeno, entre el bien privado y el común, es una convención humana que la naturaleza desconoce”, señala desde la filosofía Dardo Scavino en su libro “Máquinas filosóficas”.
Precisamente cuando hay un incendio o queman bosques en una hacienda, en una finca o en una estancia o un potrero no están ejerciendo su derecho privado de disponer de sus espacios por sí solos y encenderles la mecha. Sino que todo lo que pasa al medio ambiente nos afecta y nos llega a todos. El humo de ese fuego alza vuelo y va trasladándose de un lugar a otro, afectando la salud de miles de personas.
Por ello los constituyentes definieron claramente en los “Artículo 33. Las personas tienen derecho a un medio ambiente saludable, protegido y equilibrado. El ejercicio de este
derecho debe permitir a los individuos y colectividades de las presentes y futuras generaciones, además de otros seres vivos, desarrollarse de manera normal y permanente. Y el Artículo 34. Cualquier persona, a título individual o en representación de una colectividad, está facultada para ejercitar las acciones legales en defensa del derecho al medio ambiente, sin perjuicio de la obligación de las instituciones públicas de actuar de oficio frente a los atentados contra el medio ambiente”.
Un mandato claro y contundente: tenemos derecho sin ninguna exclusión ni privilegios a un ambiente sano, protegido, un derecho humano y natural colectivo y que es transversal al conjunto de los hombres y mujeres que vivimos en 1.098.581 Km2 de este hermoso, rico, enorme y diverso país. El gobierno de la naturaleza y políticas ecológicas, es el paradigma en estos tiempos convulsionados y también de esperanzas. Para ello hay que luchar de forma conjunta y valiente entre los que aman, protegen y quieren a la Tierra como nuestro espacio de vida y de sobrevivencia y entre aquellos que no están teniendo contemplación alguna para depredar, destruir y romper el equilibrio ecológico y terrenal.
En estos tiempos electorales nos viene muy bien el planteamiento que nos hace el filósofo y sociólogo francés, Jean Francois Lyotard: volver visible los daños invisibles y audibles los reclamos inaudibles, denunciar una injusticia que las leyes de un Estado no llegan a tomar en cuenta, es la tarea política por excelencia.
Ojo que la palabra ecología proviene del griego oikos, que básicamente significa hora, o sea que la Tierra es nuestro hogar, nuestro espacio único, que se va achicando y apretando, es nuestra casa grande, pero que la misma debe ser organizada cuidada, protegida y amada. Así como lo hacemos con nuestros hogares, donde limpiamos cada día, arrojamos a basura a sus contenedores, así tendremos que hacer con el lugar natural donde nos desenvolvemos.

Nuestras vidas dependen de organismos exteriores a nosotros, la salud depende de que no nos enfermemos y que tomemos los medicamentos; el bienestar depende no solo de las caricias y del comer bien todos los días, sino también del equilibrio de nuestra casa grande, pero nosotros nos damos el lujo de maltratar irresponsablemente a todo lo que sea árboles, animales, ríos, lagunas, que debemos asumirlos como parte indisoluble de nuestras humanidades. No es algo exterior que si le pasa algo no nos afecta, que si incendian los bosques a 100 o 500 kms de distancia no es conmigo el fuego. Nos llega no solo el humo, si no las consecuencias a mediano plazo de esa destrucción, así como la hemos afrontado en el 2024 y lo haremos en esta primavera y verano del 2025, con claras señales que el cambio climático es una realidad, golpeándonos con tremendas y calientes olas de calor. Descartes el filósofo francés del método de la duda ya nos decía hace 400 años, hay “los cuerpos que nos rodean”.
Grandes filósofos como Hegel y Marx hablaban de una humanización de la naturaleza, que se referían a la transformación de los recursos naturales en productos artificiales o culturales por la intervención de la acción humana. ¿Predecían la catástrofe que hoy vivimos con la explotación ilegal de la minería con grandes maquinarias dragas, o las grandes fábricas y compañías petroleras que incluso sacan petróleo desde el fondo del mar?
Lo que no puede hacer la obra humana o la mano e inteligencia del ser humano es crear, producir naturaleza y sus recursos naturales. No hará petróleo, ni oro, ni cobre, ni árboles ni animales, pero en su estado puro y natural, claro que hoy nos han inundado los robots y las maravillas de la Inteligencia Artificial, que son simples imitaciones. Un árbol artificial no podrá generar oxígeno, sombras ni otros beneficios que proporciona un roble, un ciprés, un toborochi, un mango.
Nos preguntamos ¿la humanidad tiene derecho a ampararse en los animales y vegetales para obtener sus propósitos? En la realidad se dan estos hechos y se recurre a estos recursos naturales para que el ser humano se alimente, se vista, se emborrache, se corrompa, se transporte; pero en muchos casos lo hacen de forma irracional e incontrolable, lo que constituye una afrenta generándose desequilibrios naturales, como lo hemos vivido en estos últimos meses con terremotos, huracanes, inundaciones, sequías, tornados y tantos otros golpes que son provocados por esa ambición irracional del ser humano.
No son desastres naturales esos fenómenos naturales. Porque la naturaleza tiene el derecho de vivir a su propio ritmo, de expresarse cada vez que se sienta violentada, de mostrar su enojo con los humanos en la erupción de un volcán, en un movimiento de las capas del subsuelo, de levantar el mar en enormes olas, de inundarnos a pueblos, comunidades y ciudades. Son sus ciclos, no son profecías religiosas que vienen alentando los falsos pastores y los extremistas ecologistas: que el apocalipsis está cerca, que la tierra arderá porque el Señor, el Tododeroso, Yavhe, Jehova está enojado con la humanidad y llegará para pedirnos cuentas y que hay que estar preparados. No son hechos religiosos las expresiones de la Madre Tierra, lo que sí son hechos humanos los incendios forestales, la destrucción de los árboles, las matanzas de la fauna, las contaminaciones de los ríos, mares, lagunas y el rosario puede continuar.
Así es señores candidatos de la segunda vuelta electoral: tienen ese gran reto que debe ser traducido en una gestión de urgencia y prioritaria para la salud de la Pachamama, Madre Tierra, Planeta Tierra o simplemente la Tierra. No tendrán mucho trabajo en elaborar un plan de trabajo, ya todo casi está planteado.
¿Qué hacer? Hay un montón de respuestas, porque en Bolivia hay instituciones especializadas que han publicado informes académicos y de alta calidad sobre el estado de los derechos de la Madre Tierra y sus constantes peligros; hay medios de prensa como la Revista Nómadas que denuncia, investiga y plantea alternativas; hay ciudadanos preocupados que escriben y lanzan propuestas. Hay una ciudadanía activa que debe preocuparse por ser más amable con su entorno natural.
No hay secreto en esta materia ni mucho que indagar, ya que casi todo está plasmado en informes, documentos, estudios e inquietudes, que lo único que deben hacer los nuevos gobernantes -demostrando voluntad suprema- es plasmar claramente sus políticas, acciones y planes centrados en proteger y cuidar nuestra Casa Grande en un sano equilibrio y respeto recíproco entre la humanidad y la naturaleza.
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Sobre el autor
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Hernán Cabrera M.
Licenciado en Filosofía y periodista. Ciudadano de la democracia y activista de derechos humanos, de la Madre Tierra y sus seres vivos.