La próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático global 2025 será patrocinada por el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y se celebrará en noviembre en Belém, Brasil. Además de negociar el financiamiento comprometido por los países del norte para enfrentar la crisis climática, su ubicación geográfica le dará un enfoque especial para Bolivia, debido a los impactos negativos de la sabanización y la deforestación caótica de la selva amazónica.
Estos fenómenos están provocando escasez de agua en la región andina, así como alteraciones en los patrones de temperatura y lluvias. Asimismo, tanto la desertificación como la deforestación tienen un impacto funesto y directo en los esfuerzos de los pueblos indígenas de las tierras bajas para conservar y proteger sus bosques y territorios.
Los bosques tropicales mundiales, especialmente en las tres grandes cuencas de la Amazonía, del Congo africano y del sudeste de Asia, tienen un impacto significativo en la vida cotidiana de las personas. Su destrucción está provocando desastres humanos derivados de incendios forestales interminables, deshielos de los casquetes polares, sequías en tierras agrícolas y violaciones de los derechos humanos de los pueblos indígenas.
El bosque de la cuenca amazónica es clave para mantener el clima estable, dentro de los límites de temperatura y humedad necesarios para la supervivencia humana. Tiene una extensión de siete millones de kilómetros cuadrados, lo que equivale a dos veces el tamaño de la India y 25 veces el tamaño de Gran Bretaña. Ocho países conforman la cuenca amazónica, donde 34 millones de personas habitan el bioma amazónico, y 300 millones viven en los países amazónicos.
En la selva amazónica, los bosques ubicados dentro de territorios indígenas históricamente han presentado las tasas de deforestación más bajas y han funcionado como los sumideros de carbono más efectivos, capturando y absorbiendo más carbono que las áreas fuera de estos territorios.
En toda la cuenca amazónica, cerca de 3,5 millones de indígenas protegen casi un tercio del bosque. Además, los bosques son gestionados también por comunidades afrodescendientes y otros pueblos rurales tradicionales.
Aproximadamente 385 etnias distintas habitan la selva amazónica. Estas comunidades no solo protegen el bosque, sino que dependen de él para su alimentación, agua limpia, salud, cultura y espiritualidad. En las áreas donde estas comunidades están organizadas, cuentan con seguridad de tenencia y tienen salvaguardas proporcionadas por los gobiernos, por ello, se observan menos incendios forestales y una mejor cobertura forestal.
La pérdida de cobertura arbórea tropical emite más dióxido de carbono anualmente que toda la Unión Europea. Entre 2002 y 2020, los cuatro países con mayor pérdida de bosques primarios tropicales incluían a Brasil, con 26,2 millones de hectáreas, y Bolivia, con 3 millones de hectáreas, ambos situados en la cuenca amazónica. Les siguen Indonesia, en el sudeste asiático, con 9,7 millones de hectáreas deforestadas, y la República Democrática del Congo, con 5,3 millones de hectáreas, según datos del Global Forest Watch del World Resources Institute (GFW/WRI).
La pérdida de bosques a escala industrial en la Amazonía está provocada principalmente por la ganadería destinada a la producción de carne de vacuno, por extensas plantaciones de soja utilizadas en la alimentación animal y para la producción de aceite de cocina, además de los daños causados por la minería.
En el sudeste asiático, la deforestación es impulsada por grandes plantaciones de palma africana, una especie no nativa de la región, que produce un aceite presente en productos como helados y budines. Además, este aceite es utilizado en la producción de gasolina, lo que también genera una notable acidificación y desecación del suelo.
Es sabido que la responsabilidad por la deforestación no recae únicamente en los países donde se encuentran los bosques tropicales, sino también en los países consumidores, como Europa y Estados Unidos. Estas naciones comparten la responsabilidad por las emisiones de carbono generadas por la deforestación tropical debido a su elevado consumo de enormes cantidades de celulosa y papel, carne, madera, soja y aceite de palma africana, productos exportados desde la Amazonía y el sudeste asiático.
No obstante, también hay buenas noticias. Los bosques tropicales representan la única tecnología efectiva de captura de carbono que opera a gran escala. Mediante la fotosíntesis, trillones de hojas en billones de árboles absorben el dióxido de carbono de la atmósfera, limpiando la contaminación carbónica del aire y almacenando el carbono en su madera, troncos y raíces bajo el suelo. Los bosques tropicales proporcionan aproximadamente un tercio de la limpieza de carbono necesaria para mantenernos por debajo de los 3°C de calentamiento global, es decir, contribuyen con cerca de 1°C de enfriamiento.
La ciencia demuestra que los bosques tropicales contribuyen a enfriar el aire no solo por su capacidad de absorción de carbono, sino también a través de otros cuatro mecanismos que brindan servicios de refrigeración.
En primer lugar, producen aerosoles, pequeñas partículas biológicas emitidas desde las hojas y troncos de los árboles, que se dispersan en el aire y siembran la lluvia en el cielo. Estos aerosoles biológicos también siembran partículas de hielo en el aire en lugares tan lejanos como los casquetes polares.
En segundo lugar, actúan mediante el efecto albedo, que se refiere a la capacidad del dosel oscuro del bosque para absorber calor, en contraste con la nieve, que refleja el calor debido a su color blanco. A través de este efecto, los bosques tropicales contribuyen a reducir el calentamiento.
En tercer lugar, la superficie del dosel de los bosques es más rugosa que, por ejemplo, la de los pastizales. Esta rugosidad genera un movimiento de aire más turbulento, lo que también ayuda a disminuir el calentamiento.
Finalmente, el cuarto mecanismo es la evapotranspiración, un proceso en el que los bosques liberan vapor de agua al aire, lo que contribuye a reducir las temperaturas.
En cuanto a la evapotranspiración, el bosque tropical, como la selva amazónica, no es solo el pulmón del mundo; también constituye un monumental acondicionador de aire que, a través de su efecto refrescante y humectante, genera lluvias y enormes estelas de vapor de agua en el cielo, conocidos como “ríos en el cielo”. Estos ríos crean lluvias a miles de kilómetros de distancia, allí donde los bosques permanecen en pie. Estas lluvias enfrían el clima y son esenciales para mitigar las sequías, las cuales han contribuido, por ejemplo, a los devastadores incendios en la zona metropolitana de Los Ángeles, en California.
Los incendios, en parte ocasionados por el calentamiento global derivado de la deforestación (incluidos los provocados y el avasallamiento impune de la propiedad privada por parte de grupos interculturales), no solo impactan directamente en los bosques, sino también en lugares lejanos donde ocurre la deforestación.
Es seguro que el presidente Lula destacará, durante la conferencia en Belém, cinco razones importantes por las cuales debemos preocuparnos por los derechos de los indígenas amazónicos, si realmente nos importa el cambio climático.
1. La destrucción acelerada de los bosques tropicales. Actualmente, los bosques están siendo destruidos a un ritmo equivalente a 50 canchas de fútbol por minuto. De continuar esta tendencia, las selvas tropicales del mundo podrían desaparecer en un plazo de 75 a 100 años.
2. El papel de los bosques en la reducción del dióxido de carbono. Los bosques ayudan a disminuir el dióxido de carbono en la atmósfera. Detener la deforestación e incrementar la reforestación podría reducir la contaminación por carbono en un 30 % durante los próximos 15 años, algo fundamental para estabilizar el clima. (Grace, J., 2014. Perturbación del balance de carbono en los trópicos. Global Change Biology).
3. La gestión indígena de los bosques. Los pueblos indígenas gestionan y protegen una gran parte de los bosques tropicales del mundo. En la Amazonía, la deforestación es dos o tres veces menor en las zonas donde estos pueblos tienen derechos sobre la tierra. Sin embargo, muchos de ellos carecen de derechos formales sobre estas tierras, lo que dificulta la protección frente a individuos y empresas que extraen recursos únicamente con fines de lucro.
4. Asegurar los derechos territoriales indígenas. Garantizar los derechos territoriales indígenas es una forma económica y eficaz de reducir las emisiones de carbono. Por ejemplo, proteger los territorios indígenas en los bosques tropicales de Bolivia, Brasil y Colombia podría evitar hasta 59 megatoneladas de dióxido de carbono al año, lo que equivale a retirar 12 millones de automóviles de las carreteras cada año. (Ding, H., et al., 2016. Beneficios climáticos: Costos de tenencia. World Resources Institute (WRI)).
En conjunto, estos cuatro efectos brindan entre medio grado y un grado adicional de enfriamiento global. (Seymour, F., et al., 2022. “Las políticas subestiman el efecto total de los bosques sobre el clima”. WRI)
La realidad es que, si no se reconocen y aseguran los derechos forestales y territoriales de los pueblos indígenas y de otras comunidades rurales tradicionales de las tierras bajas, que desempeñan un papel crucial en la protección de los bosques tropicales, se perdería una de las mayores oportunidades para salvaguardar el planeta. Estos grupos representan “flores de esperanza en los tiempos turbulentos” que estamos atravesando. (Tenure Facility, 2024)
La importancia de los bosques tropicales va mucho más allá de su papel como sumideros de carbono. Su conservación no solo ayuda a mitigar el cambio climático al capturar dióxido de carbono, sino que también contribuye a regular el clima global a través de mecanismos como la evapotranspiración, el efecto albedo, la producción de aerosoles y la generación de ríos en el cielo. Estos bosques son esenciales para la vida de millones de personas y representan la única tecnología natural capaz de capturar carbono a gran escala.
Sin embargo, la deforestación, impulsada por la ganadería, la agricultura intensiva, la minería y las plantaciones de palma africana, sigue amenazando estas áreas vitales. Gran parte de esta destrucción no solo afecta a las regiones locales, sino que también tiene consecuencias globales, como el incremento de incendios forestales y la pérdida de biodiversidad.
En este contexto, es urgente que los gobiernos y las instituciones internacionales reconozcan el papel fundamental de los pueblos indígenas y otras comunidades rurales tradicionales como guardianes de los bosques tropicales. Proteger sus derechos y fortalecer sus capacidades es una tarea prioritaria para asegurar un futuro sostenible para el planeta.
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Sobre el autor
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Juan Burgos Barrero
Juan Burgos Barrero nació en Santa Cruz, 1950. Es licenciado en periodismo por la universidad Complutense de Madrid. Máster en Didáctica y Tecnología Educativa por la universidad Nacional de Panamá. Consultor, corresponsal en el extranjero de diversos medios de comunicación y atesora una larga trayectoria periodística. Ha publicado cuentos, ensayos y reportajes periodísticos. Ha vivido en Europa, Asia, Estados Unidos y Centro América. Publicó su primer cuento Hay mucho pan que combatir, en el libro Premios Clarín y Buñuel, España. Su último libro Estudio de Caso, Metodología de la Investigación Científica.