Beatriz tiene la dicha de despertar con una sonrisa en la cara y poder respirar aire puro, rodeada de un paisaje de ensueño. Está en el corazón del Parque Nacional Madidi, el área protegida más biodiversa del mundo. Es el lugar donde los Andes se encuentran con la Amazonia: se observan, se fusionan, se abrazan con todas las fuerzas de su vegetación diversa, enorme como el tamaño de los bosques y la grandeza de sus montañas. Es el lugar donde habitan más de 12.000 especies de plantas vasculares, 1.100 especies de aves y cerca de 300 especies de mamíferos. Además, el Madidi reúne bosques nubosos que besan las nubes de vientre anaranjado, selva de tierras bajas, ríos y arroyos musicales, pantanos y hasta glaciares que, como al coronel Aureliano Buendía, de Cien Años de Soledad, invitan a conocer el hielo.
El Parque Nacional Madidi, joya natural de Bolivia, resplandece como un santuario de biodiversidad que acoge en su regazo el 50% de las especies de plantas y animales del país.
En medio de esa maravilla natural se encuentra San José de Uchupiamonas, una comunidad ubicada en el departamento de La Paz (Bolivia), en el vientre del Madidi, que forja su desarrollo impulsando el ecoturismo, y avanza en su proceso de gobernanza para aprovechar mejor y de manera sostenible sus recursos económicos y luchar —bajo la fuerza de la unidad—contra varias amenazas, como la minería ilegal y otras acciones humanas que no duermen ni descansan.
En el Madidi se puede alcanzar montañas que llegan a los 6.100 metros de altura sobre el nivel del mar, pero también tierras bajas con selvas vírgenes. El Parque Nacional Madidi es una de las 22 áreas protegidas que tiene Bolivia. Se encuentra en el norte de La Paz y en 1.895.750 de hectáreas, alberga a más especies que toda la Amazonia: al 11% de las aves del mundo, a 6,8% de mariposas, al 4% de mamíferos y al 3% de las plantas del planeta. Además, se encuentran especies que no existen en otras partes del mundo y otras que están amenazadas.
El Parque Nacional Madidi, joya natural de Bolivia, resplandece como un santuario de biodiversidad que acoge en su regazo el 50% de las especies de plantas y animales del país. Entre sus frondosos bosques, alberga el 50% de las majestuosas palmeras que dan vida a la selva. Sus dominios son el hogar del 71% de las aves bolivianas, asombrando al mundo con un 11% de todas las especies avícolas conocidas. Solo un puñado de naciones en el planeta superan su riqueza ornitológica. Además, el Madidi acoge a las siete especies de venados que pisan suelo boliviano, y ocho de los nueve felinos nativos encuentran refugio en sus rincones, como si el parque fuese su reino secreto. La cifra asombra también en el mundo de los murciélagos, ya que el 62% de estas criaturas aladas encuentran protección en sus nocturnos dominios. Pero su papel trasciende el mero resplandor numérico, ya que el Madidi se convierte en guardián de especies amenazadas a nivel continental. Aquí, el esquivo taruka, el imponente oso andino, el enigmático jaguar, la escurridiza londra, el mono rosillo, el escurridizo ciervo de los pantanos, el misterioso borochi, el majestuoso cóndor, el águila harpía, el sigiloso caimán negro y las apacibles tortugas de tierra y agua hallan refugio en un edén que es, ante todo, un faro de conservación y esperanza.
El Madidi es una casa grande donde las muchas vidas que ahí anidan, disfrutan de las caídas de sol que el cielo, casi siempre azul, regala atardeceres que llegan abrazados de una noche serena y estrellada.
Aquí, en este epicentro de la naturaleza mundial, la noche navega en un océano azul de estrellas que, desde su ventana, Beatriz Amutari Cartagena contempla con un asombro descomunal que pareciera que cada vez fuera la primera vez que descubre tremenda maravilla.
Beatriz, una mujer de 65 años que nació en la comunidad de Tumupasa y que radica en San José de Uchupiamonas, asegura ser una bendecida por vivir en plena Amazonia. Ella, de alguna forma, vive del ecoturismo. Alquila un par de habitaciones que tiene en su casa a los visitantes y también cocina platos típicos que provocan que los comensales terminen chupándose los dedos de las manos, debido al sabor de la comida que es preparada con los insumos y los condimentos que regala el Madidi. Beatriz se levanta todos los días a las 05.00 y su jornada termina un poco antes de la media noche. Su esposo está en el municipio de Rurrenabaque dedicándose a la agricultura.
“Nosotros somos agricultores. Él (su esposo) está haciendo su chaquito y yo siembro arroz, maíz, platanito, la walusa, que es como la papa”, relata a Revista Nómadas, desde su hogar, un hogar en medio de la majestuosidad del Madidi.
Su casa tiene el cálido aroma que la leña deja impregnada en el ambiente: en las paredes de su casa de madera, en la comida que se disfruta con todos los sentidos, en las sendas que paso a paso invitan a conocer el bosque que abraza con la fuerza de sus árboles.
Beatriz no deja su preocupación a un lado por el tema de las amenazas que tiene el parque Madidi. Una de ellas es la minería ilegal. Lamenta que ahora el río Tuichi está contaminado y llega muy cerca de su comunidad con aguas turbias. Ella relata que este afluente, los sábados y domingos, baja con aguas claras, pero a partir de los lunes ya son aguas sucias, producto del trabajo minero, que remueve tierra y contamina el río con mercurio.
Un río montañoso que cambia de color.
A veces, transparente como la cara de una luna nueva.
A veces, oscuro como la boca de una cueva profunda.
Beatriz también se siente orgullosa de ser una de las mujeres que evitó que los mineros se asienten en San José de Uchupiamonas. El año pasado se puso en frente de ellos cuando intentaron pasar por el pueblo con destino al río Tuichi. “Los (mineros) colombianos han venido y yo les dije: Yo voy a entrar a su país a explotar su riqueza y ustedes de inmediato me paran. Así que ustedes de inmediato desocupen, retornen”, relata, con notoria molestia. En este recóndito rincón de la tierra, Iris Mamani se alza como una voz de San José de Uchupiamonas. Nacida en este mismo suelo, su educación la llevó a distantes horizontes, pero hace tres años regresó a su hogar con un propósito claro. A sus 37 años, Iris se despierta con la bendición de respirar aire puro, aunque sus pensamientos también se teñirán de preocupación. En el fondo de su mirada se reflejan dos desafíos que agitan su comunidad: la falta de unidad interna y la amenaza que acecha en forma de minería a gran escala en contraposición a los proyectos turísticos.
El parque nacional Madidi es un lugar único y muy poco explorado. Tiene zonas vírgenes solitarias con selvas y valles que son atravesadas casi exclusivamente por ríos salvajes. Ahí, el reino animal goza de la presencia de nutrias y tapires, caimanes y chigüiros, que son los roedores más grandes del mundo. Pero también, hay cientos de especies que hasta el momento son desconocidas.
El Madidi es un mundo desconocido.
Un mundo que Beatriz lucha por proteger.
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Beatriz Amutari Cartagena está entre la multitud de vecinos que ha llegado hasta la Casa Grande, un lugar emblemático donde se reúnen para tratar temas que son de vital importancia.
El salón está construido con cortezas de madera recolectada de manera sostenible. Por los ventanales grandes entra el viento que baja a tropel desde las montañas del Madidi y quienes están adentro disfrutan de un clima perfecto, como si estuvieran bajo la sombra de muchos árboles.
Es mediados de mayo, Beatriz y sus vecinos están reunidos junto a representantes de la Fundación Nativa y Conservación Internacional (CI), dos instituciones que ingresaron al Madidi para trabajar con ellos en la implementación de planes de conservación, pero también para asesorar a sus habitantes para que puedan ejecutar proyectos sostenibles, como el ecoturismo.
Iván Arnold, de la Fundación Nativa, no deja a un lado los elogios para el Madidi. Dice que solo en animales vertebrados se puede hablar de unas 2.000 especies. El número de aves, afirma con orgullo, son más de 1.000 especies, lo que significa un 11% de la cantidad de especies de aves que hay en el ancho mundo.
Iván Arnold —grande como es, como el tamaño de sus sueños— también asegura que la cantidad de mamíferos es impresionante: casi 300 especies. Y con reptiles y anfibios hay más de 100 especies. Estos números son impresionantes y por eso catalogan al Madidi como el parque más biodiverso del mundo. Él sabe que toda esta riqueza natural merece ser cuidada por los bolivianos y por el mundo entero, ya que es de los pocos lugares que quedan en el Planeta con estas características y con tanta belleza.
Por donde se mire, por donde se vaya, la naturaleza regala el canto de algún ave y también el sonido de los silencios cuando uno está metido en las profundidades de un bosque.
“Nativa empieza a trabajar en esta región de la Amazonía por un acuerdo con Conservación Internacional que tenemos desde el año pasado. El principal objetivo de esta propuesta es apoyar en la gobernanza de San José de Uchupiamonas. Ellos tienen 210 mil hectáreas de tierras y muchas necesidades. Entonces, hay que apoyar en la gobernanza para entender de qué manera pueden aprovechar sus recursos naturales de manera sostenible para tener sus chacos, su producción de yuca, de plátano, de arroz, pero sin que eso afecta el otro tema importante, que es el tema turístico y ambiental. Hay que entender que las mujeres están con otra visión, por suerte, aquí ya no se habla de centros de madres en la estructura clásica, sino, son emprendedoras, quieren generar empresas y de esa manera Nativa apoya a que tengan su personería jurídica”, destacó Arnold.
Y uno de los proyectos que apoya Nativa y Conservación Internacional es la consolidación del ecoturismo en zonas del Madidi. Una de ellas está en la comunidad de San José de Uchupiamonas, una Tierra Comunitaria de Origen (TCO) que, en comparaciones, es tan extensa como el área protegida de Tariquía, en el sur de Bolivia. En esta población se instalaron varias iniciativas de proyectos comunitarios enfocados en el turismo. Hay cabañas para disfrutar la majestuosidad de la naturaleza, paseos en lanchas labradas por los indígenas, por los ríos amazónicos, caminatas por selvas únicas y vistas de animales silvestres que aparecen por el horizonte el rato menos pensado. También hay hamacas abrazadas a los árboles, camping desde donde se pueden ver las estrellas y caminos de leyenda a cuyos costados hay hongos multicolores y conectan a San José con su laguna que desde arriba parece un ojo que siempre mira y también hacia el indomable río Tuichi. Iván Arnold describe a San José de Uchupiamonas como el cálido lugar donde hay casas sencillas en el campo, pero totalmente dignas. Dice que los comunarios que están en la zona pueden recibir a cualquier turista con condiciones de primer nivel, con mucha limpieza, con alimentos frescos y con un trato amable a los turistas.
“A veces, en el campo, la gente es muy tímida, se esconde, no quiere salir, aquí más bien dan charla, pueden contar las historias y creo que todo eso es también, de alguna forma, el aporte que generó el Chalalán, el primer eco albergue manejado por los propios comunarios de San José de Uchupiamonas”, relata Iván, que está contemplando los árboles frondosos del Madidi. Los mira con admiración, con un asombro descomunal, porque sabe que aquí, en este punto del planeta, se encuentra uno de los mayores pulmones que regala aire puro y sereno.
Chalalán es el orgullo de San José de Uchupiamonas. Es el buque insignia que navega en las aguas del turismo sostenible en el Madidi. Es una empresa comunitaria que se dedica al ecoturismo desde hace 23 años y que ahora se mantiene por el trabajo de sus comunarios. Yorlan Laura Queteguari es parte del proyecto turístico en la comunidad. Su padre fue uno de los fundadores de la agencia Chalalán y ahora Yorlan es un socio y el gerente. Está feliz por el trabajo que hace y por los esfuerzos que están empujando el incremento de los turistas, cuyo flujo había caído a causa de la bofetada que dio la pandemia del Covid a la economía mundial.
Jorlan, con el reto de fortalecer Chalalán.
“Chalalán representa muchas cosas, tanto para el pueblo de San José, como también para Bolivia y el mundo. Para el pueblo San José de Uchupiamonas específicamente significa progreso, también mejores condiciones de vida, mayor atención en salud y educación, fuentes de trabajo para que la gente no emigre del pueblo. Chalalán ha venido cubriendo también apoyo en tema de territorio, porque ayuda a conservarlo”, enfatiza Yorlan, mientras entrega su mirada al universo verde que se puede observar desde el puerto de la laguna donde el canto de las aves regala un concierto musical que no parece de este mundo.
Aquí, en este epicentro de la naturaleza mundial, la noche navega en un océano azul de estrellas que se hace imposible olvidar tremendo espectáculo de la naturaleza.
Chalalán también reforzó el sentido de solidaridad en las comunidades del Madidi. Beatriz Amutari recuerda aquel día difícil cuando cayó enferma. Para luchar por su vida, la única posibilidad que quedaba era acudir hasta el hospital de San Buenaventura (La Paz) o Rurrenabaque (Beni), dos pueblos hermanos que están frente a frente, apenas separados por el río Beni. Fue en una lancha del Chalalán, en la que fue socorrida y pudo llegar a las manos de un médico antes de que sea tarde.
Pero el Chalalán es el único proyecto turístico en San José de Uchupiamonas ni a lo largo del empinado río Tuichi. Hay otras siete iniciativas que fueron levantadas por vecinos de San José y, una de ellas, fue concebida en España.
Pedro Macuapa Quetegari tiene 48 años y entre 1995 y 1996 radicó en el país ibérico por invitación de un amigo, y en 1997 regresó a su comunidad para fundar El Berraco del Madidi, un emprendimiento ecoturístico que nació con equipos traídos desde España.
El Berraco del Madidi está entre San José y Rurrenaque, a un costado del Tuichi. Quienes llegan hasta este centro ecológico, lo hacen atraídos porque pueden dormir en camping abrazados por árboles centenarios, por el murmullo del río y por los aleteos parsimoniosos de las aves que sobrevuelan un cielo puro, bañado por los rayos de un sol redondo que caen despacio, como si fueran gotas de lluvia.
César Mamani Capiona es el presidente de la TCO San José de Uchupiamonas. El dirigente relata que el pueblo está atravesando proyecciones en base a la temática de tierra y territorio para poder avanzar en su desarrollo, tanto agropecuario como turístico, pero también existen otros ingresos económicos, como el pecuario y lácteos.
El director de Conservación Internacional, Eduardo Forno, con su voz transparente, tranquila como el agua de un manantial, pero profunda como los conocimientos que tiene sobre los beneficios que genera la Amazonia, enumera tres razones detrás de la importancia el Madidi. La primera y la más obvia —dice— es la rica biodiversidad que alberga esta reserva natural. En este punto, el experto menciona que antes de que el Madidi sea declarado como parque nacional, Conservación Internacional ya había descubierto las bondades ecológicas y biodiversas del Madidi con una evaluación rápida. La segunda razón —enfatiza— es la condición geográfica donde se encuentra la reserva y, por último, la parte humana que vive en esta importante área del país.
“Es un orgullo para Bolivia tener al Madidi, es un orgullo para los municipios, es un orgullo para el departamento (de La Paz), es un orgullo para el país, para todos los bolivianos”, resume Forno la gran importancia que tiene este pulmón verde que abriga a un sinnúmero de vidas y es el generador de aire puro y de lluvias que traspasa las fronteras del país.
Las lluvias que caen al otro lado de la cordillera de Los Andes, en las otras orillas del Pacífico y del Atlántico, viajan, desde el corazón del Madidi, montadas en los ríos voladores y allá, en tierras lejanas, caen para la vida siga su cauce.
El director de Conservación Internacional, detalla que, un sinnúmero de instituciones trabajó y trabajan para preservar la intangibilidad del Madidi. Pero, como Conservación Internacional —el lazo que los une con la reserva natural— recuerda que el trabajo viene de años atrás, especialmente con los pueblos indígenas de los Tacanas.
Forno también resalta el trabajo que se realizó para que nazca Chalalán, la empresa comunitaria de ecoturismo dirigido por la comunidad de San José de Uchupiamonas y que día tras día busca preservar el bosque del Madidi.
Los vecinos de San José, en una reunión por el presente y futuro.
“Chalalán viene como una coincidencia de la vida y es un caso fortuito donde tres personas aventureras se accidentan y donde solo sobrevive Joseph Ginsgber (ciudadano israelita), quien es rescatado por la gente de San José de Uchupiamonas y él en devolución les busca un proyecto para apoyarles en turismo. Cuando consigue el proyecto, que es un proyecto del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el BID le dice ‘maravilloso’, pero quién le ayuda a ejecutar, y así es como se acercan a Conservación Internacional y apoyan la creación”, relata Forno.
Así, en los verdes dominios de San José, un rincón encantado de Bolivia, se entreteje una historia de desafíos y esperanzas. Eduardo Forno, narra con pasión la travesía que ha llevado a este lugar a enfrentar su destino en un camino de recursos naturales y desarrollo sostenible.
“Es fundamental contar con un sólido proyecto turístico, como l el de Chalalán, que resultó tan exitoso, al punto de posibilitar que ellos mismos financiaran la titulación de su TCO, siendo la única TCO en Bolivia que logró autofinanciarse de esta manera. Esto es verdaderamente impresionante y contribuyó enormemente. No obstante, se suscitó un desafío interno en términos de gobernanza, el cual hemos estado abordando durante muchos años”, relata Forno, destacando los triunfos y desafíos de este paraíso enclavado en la naturaleza.
Las raíces de la problemática, según explica Forno, se anidan en la diversidad de visiones respecto a la utilización de los recursos de la tierra. “Ese problema de gobernanza, especifica Forno, se debe a que hay quienes desean llevar a cabo actividades mineras, mientras que otros prefieren la extracción de madera o incluso la introducción de ganado en medio del parque”.
“Nos dimos cuenta de que el problema residía en el individualismo. Ante esta situación, nos planteamos: ¿con quién podemos colaborar? Si bien podríamos haber contratado consultores, ¿por qué no asociarnos con alguien que ya tenga una experiencia exitosa en otro lugar? Así fue como nos aproximamos a Nativa, que ya había tenido éxito en la implementación de proyectos en vivo y en actividades en Charagua”, narra Forno, describiendo el punto de inflexión en la búsqueda de soluciones.
La mirada se amplía, traspasa las fronteras de San José y se posa en la perspectiva de las políticas públicas en el país. Forno expone con fervor su preocupación: “Esta es la principal preocupación, ya que la minería, el tráfico de tierras y la cuestión de los hidrocarburos, cuando no son abordados de manera adecuada, son consecuencias de una visión de desarrollo que no solo se encuentra arraigada en el gobierno de turno, sino que también permea en la sociedad en su conjunto. Esto es lo que me genera inquietud, y es por esta razón que considero esencial la labor de los periodistas, ya que esto es algo que está presente en todas partes”.
Líderes en importación de mercurio y protagonistas de una minería que contamina ríos, el país parece enfrentar un conflicto entre sus recursos y la calidad de vida de sus habitantes.
La raíz de estas problemáticas, sugiere Forno, se encuentra en la mentalidad arraigada en la estructura estatal: “Históricamente, hemos dependido del litio, del estaño y de la plata en diferentes momentos, lo cual ha creado problemas fundamentales para nuestro potencial creativo como país”.
El camino hacia la solución se vislumbra, no sin dificultades. “Esta visión de desarrollo, que abarca la minería y se entrelaza con leyes como la ‘ley del oro’, la falta de regulación en la importación de mercurio y la insuficiente gobernanza y capacidad local para controlar estos aspectos, contribuye al problema”, reconoce Forno, señalando las causas profundas que deben ser debatidas y a las que se debe buscar soluciones-
Sin embargo, el director de Conservación Internacional no cede ante el desaliento. Su esperanza reside en ejemplos como los que se están dando en Alto Beni y Palos Blancos, donde se erigen fortalezas contra la voracidad de la minería. “Aquí, han implementado sistemas agroforestales y han establecido un área protegida que abarca el 30% de su territorio. Lo más destacable es que han promulgado una ley municipal que prohíbe la minería y la contaminación minera”, narra Forno, reluciendo el resplandor de la resistencia y la innovación.
En el corazón de San José, en medio de desafío, Eduardo Forno hilvana palabras de lucha y esperanza. Su voz resuena como una guía, invitando a repensar la relación entre el hombre y la naturaleza, entre los recursos y la responsabilidad.
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Una vista panorámica del puerto de la laguna Chalalán.
El fascinante escenario del parque nacional Madidi se erige como uno de los custodios de esta maravilla natural. Con más de dos décadas de dedicación al servicio, El guardaparque Francisco Pana expone con pasión la riqueza biodiversa del Madidi, donde florecen 5.515 especies de plantas en una danza vibrante que abarca desde los 6.000 metros de altitud hasta los de la exuberante selva. Su labor de control y vigilancia es un testimonio vivo de su compromiso, como lo demuestra la reciente instalación de una barrera junto a la comunidad de San José de Uchupiamonas, para resguardar el parque de la entrada de mineros. Sin embargo, Pana expone que esta medida no es suficiente, y clama por un mayor contingente de guardaparques, dado que el Madidi solo cuenta con 12 de ellos en la zona A, y un total de 26 para toda la extensión del área.
Pese a las incertidumbres, un hilo de esperanza recorre San José de Uchupiamonas. La paz que impera en la actualidad se yergue con la vista puesta en el futuro, con la comunidad en alerta ante la posibilidad de incursión minera, pero organizada y dispuesta a defender su territorio. Mientras los desafíos persisten, las soluciones germinan, y entre estas brilla con intensidad el ecoturismo y la buena gobernanza en San José. Para este empeño, encuentran apoyo en instituciones como la Fundación Nativa y Conservación Internacional (CI), conscientes de que solo mediante la unión de fuerzas podrán alcanzar sus anheladas metas.
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DIRECTOR: Roberto Navia. PERIODISTA: Iván Paredes. JEFA DE PRODUCCIÓN: Karina Segovia. FOTOGRAFÍAS: Karina Segovia, Lisa Mirella Corti. EDITORA DE REDES SOCIALES: Lisa Mirella Corti. DISEÑO Y DESARROLLO WEB: Richard Osinaga.