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El hombre que navega solo
Cuando casi todos los guarasu’wes decidieron migrar a Picaflor, Lorgio decidió quedarse. Dejar el río —su origen— sonaba inimaginable.
A pesar de la soledad, Lorgio siente una paz y tranquilidad cada vez que la vida le permite darse un tiempito para recoger su canoa, su remo escondido entre los árboles y pasear las aguas del Bajo Paraguá.
Lorgio sabe que —aunque parece que anda siempre solo— la naturaleza lo acompaña.
La lluvia, después de la lluvia
Después de la lluvia, el bosque guarda en su interior un misterio que pocos conocen. Las gotas de agua se deslizan con timidez por las hojas. El viento susurra secretos y la lluvia, lejos de cesar, parece encontrar su refugio en este rincón del mundo. Tras dejar de llover, las gotas siguen cayendo suavemente dentro de la selva, de rama en rama, de hoja en hoja, como una música suave que lo acaricia todo. Esto lo saben los animales silvestres, la rica vegetación y los indígenas Guarasu’wes que viven en el Área Protegida Municipal del Bajo Paraguá y en el Parque Nacional el Noel Kempff Mercado (Santa Cruz, Bolivia), quienes han mantenido una relación especial con este pedazo de planeta, donde la lluvia, después de la lluvia, no para de llover.
Bella Vista
En el corazón del Parque Nacional Noel Kempff Mercado (Santa Cruz, Bolivia), emerge como un rincón mágico y ancestral, Bella Vista, una isla donde los Guarasu’wes tejen su existencia con hilos de tradición y sabiduría. La comunidad indígena guarda como un tesoro la riqueza milenaria de la selva, siendo guardianes de un mundo donde la naturaleza dicta las leyes y los ciclos de vida son venerados con respeto profundo. En Bella Vista, el tiempo fluye al compás de las estaciones, y la conexión con la tierra y sus secretos es el motor que impulsa a los Guarasu’wes a mantener vivo un legado que trasciende generaciones, un canto silencioso en defensa de la riqueza ancestral del mundo.
Un árbol dentro del agua
En un lugar no tan remoto del río Paraguá, se alza majestuoso un árbol veterano. Sus ramas alborotadas —algunas de ellas— se inclinan hacia el agua cristalina que zigzaguea desde el otro lado del horizonte. En su reflejo, se crea un espejo de serenidad que invita a quedarse, a volver. En este santuario natural, anidan las aves más bellas de este mundo que cantan como nunca, que bailan como siempre. La sombra de este árbol es el refugio de innumerables seres vivos durante los ardientes días de sol. Cuando la noche se cierne sobre el río, las estrellas asumen su papel como guardianes del misterio que envuelve este rincón mágico de la Bolivia.
La selva y el asaí
En la exuberante selva amazónica de Bolivia, los cosechadores de asaí se adentran en un mundo mágico y ancestral. Se deslizan entre las palmeras gigantes y la densa vegetación en busca de los preciados frutos morados. Con habilidad y respeto por la naturaleza, las trepan y recolectan las bayas con destreza. El asaí —fruto de la vida— es más que un alimento, es un rito de conexión con la tierra, una tradición que se teje con el palpitar de la selva misma, y un legado que se transmite de generación en generación. Cada cosecha es un canto a la vida, una danza entre el hombre y la naturaleza, un tributo a la riqueza natural y a la sabiduría de quienes la protegen.
El jaguar en su reino
No fue como un relámpago. No se lo vio a la velocidad de un rayo. El jaguar mecía su cola con la paciencia de un viento lento, mientras caminaba por la ruta de tierra, en una de las pocas espesuras que todavía queda en el bosque cruceño, en pleno territorio de los Guarasu’wes. El gran felino de América avanzaba lento, en plena tarde sin sol porque el sol, dentro del bosque, es una lluvia de luces que crea la temperatura perfecta. En algún momento, se dio la vuelta para mirar quién lo miraba. En otro momento, se paró para olfatear el aire por sus costados. Después se fundió con la selva y la noche cayó en su reino.