No se trata sólo de lamentarnos profundamente por la pérdida de más de 7 millones de hectáreas de bosques, más de 10 millones de animales silvestres que fueron incinerados por las lenguas del fuego infernal que nos viene azotando hace más de 5 meses en el departamento de Santa Cruz. Ahí están los hechos que nos duele.
No se trata de lanzarnos acusaciones de unos contra los otros, de lavarse las manos y acusar al otro de negligente, ineficaz, cómplice y encubridor de los que provocaron los incendios forestales. No se trata de actuar como Pilatos a estas alturas de persistencia de los incendios, que nos desnudó que como Estado y sociedad no estamos preparados para asumir estos grandes riesgos que cada año soportamos y sufrimos en todos los estratos sociales.
No se trata de que la justicia haga su show anunciando que tiene más de 15 incendiarios detenidos, acusados de ser los causantes de algunos incendios y son mostrados a los periodistas, como si eso, irá a paliar en algo esta tremenda crisis ambiental y económica que ya estamos viviendo y enfrentando. La detención de incendiarios no paliará la tremenda crisis ambiental y económica que enfrentamos.
“La detención de incendiarios no paliará la tremenda crisis ambiental y económica que enfrentamos”.
No se trata de que el gobierno -luego de tantos meses de fuego y destrucción- declare desastre nacional, a fuerza de presiones sociales y lo haga con pompas y platillos, como si eso acabará con las lenguas de fuego que siguen su curso en Ascensión de Guarayos, Concepción, Vallegrande, San Rafael y tantos otros municipios.
No se trata de que los diputados y senadores se muestren compungidos y hagan un tour por las zonas incendiadas, cuando no fueron capaces de hacer aplicar lo que establece la Constitución Política: el Estado debe contemplar en su presupuesto anual un 1% para afrontar los riesgos o desastres que se puedan presentar en el país y sin duda, los incendios forestales es algo más que un desastre que tenemos que pagar bien caro el conjunto de la sociedad boliviana.
El profesor guaraní, Herlan Ayreyu, cada amanecer le da gracias y le pide a seres imaginarios, que cuiden los bosques. Esos se llaman IYA, dioses que son los cuidantes y vigilantes del pueblo guaraní y su hábitat natural. Hoy esos IYA están escondidos, protegiéndose de no ser quemados. “Que nuestros IYA nos sigan mandando agüita para apagar los incendios y la sed de todos los animalitos”, es la plegaria de Herlan, que sabe que los dioses guaraníes están en peligro.
Precisamente estos incendios eternos vienen matando a los dioses y a los centinelas de los bosques chiquitanos, que guardan en sus entrañas mitos, leyendas, tradiciones y ante todo, son depositarios de la esencia de la vida presente en la Madre Tierra y sus seres, como los árboles, los insectos, las aves, los mamíferos, los peces.
“Los incendios forestales nos han socavado los cimientos de la gestión pública y de la responsabilidad ciudadana”.
Dino Buzati, escritor italiano, nos cuenta que ciertos genios “conocían perfectamente el riesgo de ser aniquilados por los hombres si éstos decidían a talar árboles”, y esos genios tenían que ir creando realidades para la resistencia y evitar la muerte de sus espacios naturales.
En Bolivia y en sus bosques esos genios, dioses, IYA volverán a aparecer para insuflar de vida a los millones de hectáreas de bosques carbonizados. Es el circuito natural de la sapiencia de la Madre Tierra, que ha tenido que soportar a lo largo de su historia toda clase de calamidades, como los incendios que se repiten año tras año.
Se trata de la vida, del futuro, del equilibrio ecológico, de construir las mínimas garantías de seguridad para las futuras generaciones.
Se trata de que los incendiarios y las autoridades competentes han puesto en riesgo al equilibrio ambiental, han atentado contra la vida y contra la Madre Tierra, han provocado una enorme crisis ambiental, cuyas facturas las pagarán nuestros nietos y bisnietos, se han hecho la burla de su espacio natural donde viven, se desarrollan, producen y quizás morir y ese espacio es el planeta Tierra, el único en el que podemos vivir, no hay otro, pero ahora este espacio está herido de muerte y eso no lo quieren ni pueden entender a quienes solo les mueve la ambición y el afán de destruir.
Es que todo en la naturaleza está enlazado y coordinado. Lo que le pasa a un ser vivo de la madre tierra le afecta al conjunto. Lo que existe es más bien una superposición de condicionamientos mutuos que recompone todas las acciones, se anota en el libro “Dónde aterrizar”.
Se trata de algo más que millones de hectáreas de bosques quemados, algo más que la muerte de millones de aves y mamíferos. Se trata de que estos incendios dieron un golpe mortal a la vida y al ecosistema que es propio del ciclo de la Madre Tierra.
No hay que creer un ápice a quienes predican la llamada del mar abierto, el afrontar riesgos y abandonar todas las protecciones mientras siguen apuntando con el dedo al horizonte infinito de la modernización para todos. Esos fariseos solo aceptan riesgos cuando su confort está garantizado.
El derecho más elemental es sentirse aliviado y protegido, sobre todo en momentos en que las antiguas protecciones están en vía de desaparición, señala Bruno Latour en su libro “Dónde aterrizar”, muy recomendable para estos tiempos furiosos y calientes.
Se trata que a partir de esta tragedia nacional respondamos a la gran pregunta ¿Qué hacer?, si qué tenemos que hacer entre todos para que el 2025 no se repitan estos hechos vergonzosos.
Antonio Gramsci, un intelectual enorme, manda este consejo al poder: “Un hombre político es grande en la medida de su poder de predicción”. Precisamente, eso no lo hicieron nunca, fue lo contrario y cuando llegó el lobo, todos se asustaron y corrieron a protegerse, mientras ese lobo hacía de las suyas con todo lo que encontraba a su paso.
Latour, filósofo francés, también se preguntó ¿Qué hacer? Señala que el suspenso es total y la falta de inteligencia en el poder mundial para responder al cambio climático:
“Habrá que volver atrás? ¿Recuperar las viejas recetas? ¿Apreciar las sabidurías milenarias? ¿Aprender de las culturas que no han sido modernizadas?”
Por sabia, sutil, prudente o cauta que sea, ninguna sociedad humana ha debido enfrentar las reacciones del sistema tierra ante la acción de ocho o nueve mil millones de humanos. La sabiduría acumulada durante diez mil años solo sería efectiva para unas centenas, miles, millones de seres humanos en un escenario bastante estable.
¿Qué mierdas están haciendo las autoridades para acabar con los incendios y evitarlos en el futuro?, preguntaba María Galindo a los ejecutivos de la ABT en Santa Cruz.
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Sobre el autor
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Hernán Cabrera M.
Licenciado en Filosofía y periodista. Ciudadano de la democracia y activista de derechos humanos, de la Madre Tierra y sus seres vivos.