Ramón Catari Cahuaya, un pilar de la comunidad de Chilaya Chico, en el municipio de Huatajata, es un vivo ejemplo de cómo el conocimiento ancestral puede enriquecer la ciencia moderna. A sus 74 años, este nativo de la región ha dedicado su vida al Lago Titicaca, cuyo entorno conoce a la perfección. Heredando la sabiduría de sus padres, don Dionisio Catari Chura y doña Lucía Cahuaya, Ramón posee un conocimiento profundo sobre los recursos naturales de la zona, a pesar de no haber completado sus estudios formales. Durante décadas, ha aprendido a identificar especies nativas como el Umanto (Orestias cuvieri), un pez que lamentablemente se encuentra extinto en la actualidad. Su invaluable experiencia como guía local ha sido fundamental para numerosos estudios científicos, demostrando que la investigación más rigurosa se enriquece con el diálogo intercultural y la valorización de los saberes ancestrales, especialmente en temas como la conservación de la biodiversidad.
Ramón Catari Cahuaya, un verdadero hombre de agua, guarda en su memoria numerosas anécdotas. Una de las que más lo llena de orgullo es esta: “En los años 60, participé en el cruce a nado del estrecho de Tiquina. Muchos de los competidores usaban vestimenta especial, pero yo solo llevaba mi corto, y así competí. Recuerdo que ese día las olas superaban los dos metros, pero fui el único que supo nadar por debajo de ellas y gané. Sin embargo, el premio se lo tenían que otorgar a un militar,” comenta entre risas.
Esta hazaña le permitió, años más tarde, ser recomendado por el alférez Daza —a quien recuerda con gratitud— para formar parte del equipo que acompañaría al renombrado científico francés Jacques Cousteau. “Fuimos a las islas del Sol y de la Luna. En las expediciones había buzos franceses, peruanos y chilenos. Pero yo fui el que señaló los lugares donde podrían filmar a la rana gigante (Telmatobius culeus), porque ellos no la podían encontrar ni ver,” relata Ramón con una sonrisa de nostalgia y de orgullo.
Pero, ¿cómo logró Ramón observar a las ranas cuando ni el equipo profesional podía? Es algo difícil de explicar, pero sin duda refleja su profundo conocimiento, conexión y pertenencia a la naturaleza de su entorno.
A lo largo de los años, Ramón Catari ha participado en numerosos proyectos científicos, entre ellos el convenio entre la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y el Instituto Francés de Investigación Científica para el Desarrollo en Cooperación (IRD) proyecto ORSTOM y una gran cantidad de trabajos con la primera generación de biólogos nacionales destacados, como Jaime Sarmiento y Francisco Osorio. Además, trabajó entre 16 y 18 años en el Laboratorio de Limnología de la UMSA, dejando una huella invaluable en la investigación del Lago Titicaca y sus ecosistemas.
“En los años 60, participé en el cruce a nado del estrecho de Tiquina. Muchos de los competidores usaban vestimenta especial, pero yo solo llevaba mi corto, y así competí.”
El legado de Ramón Catari: Reflexiones de sus colegas
El destacado ictiólogo Jaime Sarmiento, quien conoce a Ramón Catari desde hace aproximadamente 50 años, recuerda con claridad los años de trabajo conjunto. Desde 1978 hasta mediados de la década de 1980, Sarmiento y Catari trabajaron de manera continua en el Lago Titicaca. En palabras de Sarmiento: “Ramón era, en realidad, el responsable logístico de los trabajos en el lago. Era el piloto y el encargado del mantenimiento de la Yatiña, la lancha que se usaba para los trabajos de muestreo. Un aspecto que destaco de su personalidad es que, más que una obligación, su participación en estos trabajos se convertía en un gran compromiso e involucramiento con los proyectos y las personas con las que trabajaba.”
Sarmiento subraya “Ramón fue un apoyo imprescindible” durante nuestra primera temporada de trabajo en el lago, y desde algunos años antes, para los desplazamientos por el lago y para todas las misiones científicas, ya fueran geólogos, químicos, biólogos, entre otros. Su experiencia y compromiso fueron clave para el éxito de cada expedición.
Por su parte, Francisco Osorio, ictiólogo y colega de Sarmiento, recuerda a Ramón con admiración como su verdadero “maestro del Titicaca”. Osorio destaca la destreza de Ramón para guiar las expediciones científicas con una precisión excepcional “Cuando algún investigador necesitaba una muestra a 50 metros de profundidad, Ramón detenía la lancha exactamente en ese punto. Lanzaban el cable sonda y, efectivamente, marcaba la profundidad exacta. Además, su conocimiento del entorno no se limitaba a las profundidades del lago. Conocía de manera impresionante el cambio de los vientos a lo largo del día, así como sus variaciones durante las estaciones secas y húmedas,” explica Osorio. Esta afirmación también es compartida por Sarmiento.
Para Osorio, Ramón fue mucho más que un colega: “Ramón se convirtió en un verdadero profesor para el equipo”. Jaime Sarmiento y yo aprendimos mucho de él, especialmente sobre la ubicación de las profundidades adecuadas para el armado de redes de fondo, la distribución de la vegetación, los sitios óptimos para la pesca y la localización de aves e invertebrados. Su apoyo y su opinión a bordo de la lancha eran invaluables y siempre muy escuchados. Lo extraño mucho,” concluye Osorio.
Jaime Sarmiento también resalta la importancia del vínculo entre Ramón Catari y las comunidades locales, un nexo clave para garantizar el éxito de las expediciones científicas. Según Sarmiento, este vínculo no solo facilitaba el trabajo de los investigadores, sino que también ayudaba a que los pobladores no se sintieran celosos de su territorio: “Por otro lado, en muchas ocasiones, Ramón fue un intermediario irreemplazable con los pobladores del lago. Principalmente durante las primeras campañas, se convirtió en un intérprete clave de las actividades de investigación, ayudando a difundirlas entre los pobladores y consiguiendo, en muchas ocasiones, que pudiéramos realizar nuestro trabajo,” destaca Sarmiento.
Lo sorprendente, según Sarmiento, era la forma en que Ramón lograba involucrar a las personas en el proceso: “era la ocasión perfecta para que los pobladores pudieran hacer consultas y recibir apoyo”.
El biólogo destaca que, en su caso, tuvo la oportunidad de realizar varias campañas por todo el lago, explicando el trabajo a pescadores y comunidades locales: “La gran habilidad de Ramón para relacionarse con la gente y la confianza que generaba fue un apoyo verdaderamente fundamental,” concluye Sarmiento.
“Fuimos a las islas del Sol y de la Luna. En las expediciones había buzos franceses, peruanos y chilenos. Pero yo fui el que señaló los lugares donde podrían filmar a la rana gigante (Telmatobius culeus), porque ellos no la podían encontrar ni ver.”
Ramón Catari: Un legado que trasciende generaciones
Simar Catari, uno de los seis hijos de Ramón, recuerda con profunda admiración la figura de su padre, un hombre cuya sabiduría empírica dejó una huella imborrable en su vida. “El conocimiento de mi padre fue una fuente de inspiración constante.” Desde niño, observé cómo trabajaba en el campo de la piscicultura y las prácticas agrícolas, especialmente aquellas de origen ancestral. Esto me motivó a especializarme en el campo, integrando lo ancestral con la ciencia moderna,” comenta Simar, quien hoy es ingeniero agrónomo y docente en la Universidad Pública de El Alto.
Para Simar, el impacto de su padre no solo radica en los conocimientos técnicos adquiridos, sino también en los valores que guían su práctica profesional: responsabilidad, disciplina y, sobre todo, armonía con la naturaleza. Según explica, la visión holística de su padre lo llevó a valorar el conocimiento tradicional como un complemento esencial de la ciencia moderna. “Mi padre siempre mostró que ambos enfoques podían convivir y enriquecerse mutuamente,” dice Simar.
Como docente universitario, Simar ha hecho de este legado una parte fundamental de su enseñanza. “Incorporo las prácticas ancestrales de mi padre en el plan de estudios, contrastándolas con técnicas científicas. Así, los estudiantes aprenden a valorar y analizar ambos enfoques, promoviendo un manejo sostenible a largo plazo,” explica. Su objetivo es claro: lograr que las nuevas generaciones comprendan que el saber ancestral no solo debe preservarse, sino que se enriquece y evoluciona cuando se integra con la ciencia contemporánea.
Ramón fue un apoyo imprescindible para los desplazamientos por el lago y para todas las misiones científicas, ya fueran geólogos, químicos, biólogos, entre otros.
El guardián del saber ancestral que Bolivia olvidó reconocer
Ramón Catari representa una paradoja dolorosa: un hombre cuya sabiduría profunda, forjada en la interacción con su entorno y con su gente, fue invaluable para la ciencia, pero cuya contribución nunca fue realmente reconocida en su tierra. A pesar de haber dedicado décadas a ser el puente entre el conocimiento académico y el saber ancestral del Lago Titicaca, su jubilación de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) ocurrió en un silencio que simboliza el olvido.
Mientras que instituciones extranjeras, como los estudios del biólogo francés Dr. Xavier Lazzaro resaltan su impacto, en Bolivia su legado se reduce a un acto simbólico de agradecimiento vacío. Este contraste evidencia un problema estructural: la invisibilización de los sabios locales. Ramón no fue solo un piloto o un técnico, fue un maestro de la vida que transformó las expediciones científicas en aprendizajes significativos, tanto para los académicos como para las comunidades que tocó.
Su caso nos invita a preguntarnos: ¿cuántos Ramónes Catari hay en Bolivia, esperando en las sombras un reconocimiento que probablemente nunca llegue? En un país tan rico en diversidad cultural y natural, se vuelve imperativo valorar a quienes encarnan la memoria viva de nuestra identidad.
La frase de Francisco Osorio es un testimonio conmovedor de este legado: “La participación de Ramón no fue ‘técnica’, fue de la vida, esa que mal llamamos empírica”.
En sus gestos, conocimientos y compromiso con su gente, Catari trascendió las categorías académicas para recordarnos que hay formas de saber que solo nacen del contacto directo con la realidad, formas que deberíamos cuidar y proteger con tanto celo como protegemos nuestra historia.
El olvido de figuras como Ramón Catari es, en última instancia, un olvido de nosotros mismos. Su historia nos desafía a cambiar,a honrar y preservar los pilares culturales que han sostenido nuestra identidad frente al paso del tiempo…
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Esta crónica fue escriba por Cecilia Martínez en el marco del Programa de Periodismo Indígena Ambiental de la Fundación ORE – UPSA.
Sobre el autor
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Cecilia L. Martínez Gutiérrez
Cecilia Martínez Gutiérrez, periodista del Programa de Periodismo Indígena Ambiental de la Fundación ORE - UPSA. Vive en La Paz y dedica su labor independiente a explorar los vínculos entre el medio ambiente y los pueblos indígenas. Encuentra inspiración en el contacto con la naturaleza y en las voces de los pobladores locales o ancestrales, cuyas historias nutren la esencia de la suya y le permiten llevar su legado a otros, tejiendo puentes de empatía y entendimiento.