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Ignacia Montero Tomichá contempla el espejo del río Itenez, desde Bella Vista, la comunidad indígena Guarasugwe que la vio crecer. Los reflejos del atardecer se mezclan con el sonido de las balsas que son empujadas por un motorcito hablador que pareciera que no se cansa nunca. Junto a ella, su esposo, Luis Carlos Rocha Frey, con quien ha construido no sólo una casa de madera entre la espesura del bosque, sino también un legado. Ignacia, con sus dedos ágiles, anota palabras en un cuaderno, palabras que llevan la esencia de su gente, palabras que los ancianos murmuran con nostalgia. Está decidida: la lengua Guarasugwe no se extinguirá mientras ella pueda aportar con su granito de arena para hacer algo al respecto.
Luis Carlos, con su mirada firme, es el cacique primero de Bella Vista. Aunque nació en tierras brasileñas, su corazón late al ritmo de la selva boliviana. Describe Bella Vista como un paraíso, donde el aire fresco y la vida serena se entrelazan. En este edén, ocho familias comparten historias alrededor del fuego, lanzan redes al río al caer el sol y se deleitan con los espectáculos que la naturaleza brinda cada atardecer.
Por otro lado, Benedicto Durán, un hombre de 59 años, ha recorrido cada rincón de este bosque. Nacido en Piso Firme, conoce los secretos que la selva guarda entre sus sombras. Junto a su esposa Manuela Frey, del pueblo Guarasugwe, han hecho del chaco su hogar, cultivando plátano, yuca, arroz y maíz. Sus pies conocen la textura del suelo, pues siempre están viajando, recogiendo los frutos que la selva ofrece y esperando la época de pesca.
Dentro del Parque Nacional Noel Kempff Mercado, ríos como el Itenez y el Paraguá serpentean por tierras habitadas por habitantes indígenas ancestrales.
La Amazonia boliviana es mucho más que ríos y bosques; es el hogar de culturas milenarias, de guardianes como Ignacia, Luis Carlos y Benedicto, quienes, con su vida y acciones, reafirman al mundo la importancia de conservar no solo los pulmones del planeta, sino también las raíces y tradiciones que los han sostenido durante generaciones. Es un llamado a valorar la riqueza lingüística, cultural y natural que Bolivia y su gente ofrecen al mundo.
Los indígenas Guarasugwe de Bella Vista, están dentro del Parque Nacional Noel Kempff Mercado, en el corazón de la Amazonia boliviana, es un santuario de vida donde el río Itenez, el Paraguá y el Paucerna cantan con sus corrientes mientras atraviesan una tierra mística, habitada por un pueblo indígena ancestral que se niega a que la cruz de la extinción marque su futuro.
En el corazón de Bolivia se extiende un vasto espacio de riqueza ecológica y belleza inigualable. El Parque Nacional Noel Kempff Mercado se ha convertido en una joya que el mundo admira, y es descrito con pasión por su director, Ramiro Claros, como “un universo maravilloso”. No es solo el aire puro y el agua lo que este parque ofrece al planeta. En su vastedad, se despliegan cataratas como las de Arcoíris y Federico Ahlfeld, paisajes que parecen sacados de postales.
Ignacia Montero Tomichá, custodiada por la bahía del Itenez.
Anidado en el noreste de Bolivia, este santuario de la naturaleza se despliega como un lienzo vivo que abarca la grandeza del escenario amazónico. El parque se extiende, indómito, a lo largo de más de 15,000 kilómetros cuadrados, besando los límites de Brasil, y guardando en su seno ecosistemas que varían desde exuberantes selvas tropicales hasta sabanas que se pierden en el horizonte.
Los ríos serpenteantes, como arterias de este organismo vivo, reflejan el cielo azul y las nubes que navegan sin prisa. Aquí y allá, las cascadas interrumpen el silencio, llevando agua pura y fresca.
No es solo un paraje de Bolivia; es un trozo de paraíso terrenal, un lugar donde la tierra susurra historias antiguas y donde cada amanecer parece ser el primero. El Parque Nacional Noel Kempff Mercado no es simplemente un lugar en el mapa, es un testamento viviente de lo que la naturaleza puede ser cuando se le permite florecer sin cadenas.
Entre las joyas naturales de este parque, hay otro tesoro que a menudo queda fuera del foco principal: los Guarasugwe. Estos guardianes ancestrales, que han llamado hogar a estos bosques por generaciones, se convierten en los custodios de una biodiversidad que resplandece durante las largas jornadas. Ellos protegen la vida silvestre y la vegetación exuberante, no solo porque es su deber, sino porque es parte intrínseca de su identidad.
Ignacia Montero Tomichá, Luis Carlos Rocha y Benedicto Durán, en sus recorridos por el majestuoso Parque, no dejan de asombrarse ante la gran biodiversidad que alberga este ecosistema. Recuerdan que aquí, en esta verde extensión, habitan más de 2.700 especies de plantas superiores, entre los que se encuentran árboles centenarios. En sus caminatas, pueden apreciar las robustas maderas de la mara y el cedro, pasando, hasta llegar a un manto de palmas que se dispersan con gracia y diversidad; desde el asaí hasta la imponente palma real. Sin embargo, no es sólo la flora lo que atrapa sus miradas y el interés. Con más de 1.100 especies de vertebrados registrados, el parque es un auténtico museo vivo. De este número, por lo menos 130 son mamíferos, donde los murciélagos y roedores toman protagonismo en sus noches estrelladas. Y para los amantes de las aves, el lugar es simplemente un paraíso terrenal. Aquí conviven unas 600 especies que representan más del 20% de las aves de Sud América. Un canto continuo, en su mayoría con notas amazónicas, que se escucha desde el amanecer hasta el ocaso.
“Vienen muchos investigadores y visitantes amantes de las aves”, dice Ignacia, que después de saluda, siempre dice, con mucha alegría: “Usted puede llamarme Nachita.
La iglesia de Bella Vista.
El esposo de Nachita, Luis Carlos Rocha, amante de los ríos y la navegación, enfatiza en que no se debe olvidar el mundo acuático donde conviven peces y anfibios que dan vida a las aguas y suelos del parque.
Guillermo Lino y Nelio Rocha son dos nombres esenciales para el Noel Kempff Mercado. Estos guardaparques, con la destreza que solo los años y la pasión pueden dar, pilotean lanchas con motor fuera de borda por los ríos, salvaguardando el territorio de amenazas constantes como incendios forestales y custodiando la riqueza natural. En su labor diaria, la conexión con los Guarasugwe es fundamental. Estos últimos, con su conocimiento ancestral, proporcionan guía y sabiduría.
Uno puede sentir la tranquilidad de Bella Vista, donde se ubica uno de los campamentos de los guardaparques. En este lugar, ellos comparten anécdotas, conocimientos y responsabilidades. Los Guarasugwe, con una generosidad sin límites, revelan los secretos del bosque y las técnicas ancestrales para protegerlo.
A pesar de amenazas como incendios forestales y caza indiscriminada, los Guarasugwe mantienen una resistencia y deseo de preservación milenarios.
Los ríos de la Amazonia boliviana no son solo cuerpos de agua que se desplazan con vigor y esplendor; son entidades vivas que entonan melodías en un canto eterno de coexistencia y armonía. Estas corrientes cuentan historias de civilizaciones pasadas y presentes, de resistencias y luchas, y de esperanzas y sueños. Como venas de la Madre Tierra, alimentan y sustentan a las comunidades que, a pesar de las adversidades, persisten con determinación, fortalecidos por su arraigado amor por su tierra natal y su deseo de preservarla para las futuras generaciones.
La indomable esperanza en la Amazonia boliviana se manifiesta en cada rostro, en cada gesto y en cada palabra pronunciada por el pueblo Guarasugwe. Ignacia, Luis Carlos, Benedicto y tantos otros como ellos son los portadores de esa llama eterna de resistencia y preservación. Con los ríos como testigo y aliado, ellos desafían el paso del tiempo, enfrentando amenazas, como los incendios forestales, la pesca y la caza indiscriminada que están haciendo que haya especies, entre las que se incluyen tortugas y reptiles, que se encuentran en peligro de extinción.
En el ocaso, el río Itenez se tiñe de dorado, reflejando los últimos rayos del sol. Las voces del bosque empiezan a elevarse. Ignacia cierra su cuaderno, dejando selladas las palabras ancestrales que ha registrado. Su mirada se encuentra con la de Luis Carlos, y en un silencio cómplice, ambos sienten la magnitud de su misión.
Benedicto, con una sonrisa sabia, se une a ellos, compartiendo la luz de la luna que ilumina los rostros esperanzados de las familias Guarasugwes. Historias, risas y canciones se entretejen bajo un manto estrellado, mientras una balsa sigue su danza al ritmo del motorcito incesante en la distancia.
Un susurro de los ancestros parece elevarse desde las profundidades del bosque, agradeciendo a aquellos que mantienen viva la esencia del Parque Nacional Noel Kempff Mercado. En este rincón de Bolivia, donde la naturaleza y la cultura se fusionan en una danza eterna, la promesa de los Guarasugwe resuena: su legado, su lengua y sus tradiciones jamás se perderán en el olvido.
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