Autor: Darwin Pinto Cascán
Editorial: 3600
Género: Novela
Ahora sé que en una sola novela puede anidar la historia contemporánea de la humanidad.
En Sayonara Honey, el amor y el odio no son energías opuestas que se miran de reojo como en las tramas fáciles de las historias mal contadas. En esta obra que he leído ya tres veces, lo blanco y oscuro, lo bueno y lo malo, la redención y el castigo, conviven en el mismo espejo y bajo el mismo techo de la narrativa potente de Darwin Pinto Cascán.
En ese escenario fantasmal provocado por el poder enfermo del Amado Líder —que convierte a su país en un escenario tormentoso de la guerra — Martín Ulises Drake emprende su viaje mayor —contra todos los vientos— para encontrar el amor que perdió y que ahora busca debajo de las piedras.
Éste es un periplo de espanto y locura, de laberintos y de coyunturas tan reales como los incendios forestales que son capaces de despertar a todo un país cansado de demagogos golosos con el poder.
La creación literaria lo puede todo.
Texto en contratapa escrito por: Roberto Navia Gabriel
**
Fragmento de la novela Sayonara Honey
Mientras duran las investigaciones me han dado vacaciones forzadas en el periódico que no quiere policías en la redacción, porque con el interventor estatal ya es suficiente humillación. Paso los días en el sofá de la sala leyendo una biografía de Bonaparte y otra de Germán Busch, escucho a Bach o a Soda Stereo. Para sentirme mejor pienso que ahora sí soy dueño de mi vida y de mi tiempo. ¿Acaso no era eso lo que quería? Sí, claro, pero resulta que no me siento mejor porque ya no sé qué hacer conmigo. Creo que desde que acepté mi confinamiento aquí me he rendido al sistema, al Estado y a Dios, para que hagan lo que quieran conmigo. Yo no soy así.
Kat se apiada de mí y viene cada noche después del trabajo con comida y noticias del mundo. Sube al dormitorio con su andar de gatita, se quita el vestido de una pieza y se queda en shorts, descalza y con una camiseta negra de Queen sin mangas, de las que usaba Honey. Tiende la cama, abre las ventanas, mete mi ropa sucia a la lavadora, asea los pisos, los platos. Lo limpia todo pese a que avergonzado le pido que por favor no lo haga. Qué pena Kat, venís del trabajo y te esperan en casa y vos aquí haciendo lo que no tenés por qué, no lo hagás, voy a contratar a alguien.
Es mentira y ella lo sabe, no voy a contratar a nadie, porque cada mes después de pagarle la casa al banco no me sobra casi nada. No estorbés Martín, de vez en cuando hay recordarte que sos una persona y no una bestia, como parece que querés que te vean los otros.
Me deja con la palabra en la boca, se da la vuelta y va descalza con su andar de gatita hasta el equipo de música, quita Bach y pone Queen con esa dulce violencia que es solo suya. Le sonrío agradecido en mis fachas de bandolero triste. Se vuelve hacia mí para decirme que apesto, que me quite la ropa para que ella se encargue, que me vendrá bien una ducha. En la claridad que se abre en ese silencio de ceniza me hipnotiza el candor de su hermosa boca de fruta y ella me ve un hilo de sangre que repta por la comisura de mis labios.
No lo había notado, porque la boca se me acostumbró al sabor ácido de la sangre que me queda después de vomitar sobre el retrete cada amanecer desde hace ya varios días. Esta casa me está matando y no me dejan ir a ninguna parte. Me pregunta qué pasa, por qué esa sangre, le digo que tengo unas punzadas en el vientre por tanta bilis, por tanta bronca, por tanto Honey que no está, por tanto León López hinchándome las pelotas, por mi degradación en el periódico, por este país que retrocede al periodo de las cavernas, por todo Kat, por todo. Me toma por el mentón, mira con detenimiento los detalles de mi rostro, me ordena que abra la boca como si supiera lo que está buscando. Lo hago, observa como si en ver- dad supiera, frunce el entrecejo y me dan ganas de reír. Dejá de moverte, carajo. Ok. Se da la vuelta y me vuelve a dejar con la palabra en la boca, hace una llamada desde su celular, corta y dice: Mañana vamos al médico y no te opongás o no te hablaré nunca más. Le digo que sí, que no hace falta la amenaza adolescente, que ella sabe que siempre le digo que sí a lo que quiera. Me mira con picardía, va a decir algo, pero mejor no. Me manda a sentar para que no estorbe, sube la música, suena “Love of my Life”, ordena unos discos, limpia, baila mientras lo hace como si bailara para mí, canta sosteniendo el mango de la escoba a modo de micrófono con gestos exagerados en un dramatismo interpretativo, melodramático, juvenil. Aplaudo como su único fan enloquecido y le pido oootra, oootra, oootra, una más y no jodemos más; pero me dice que no, que la cosa es pagando. Le digo que soy un fan pobre y me contesta que ni modos choquito, te va a tocar esperar.
Somos dos chicos otra vez, como cuando nos conocimos en la puerta del diario buscando trabajo y ella me preguntó: ¿Sos de aquí? y yo contesté con una auténtica sonrisa de bobo: No sé.
Kat suda reordenándome el mundo, termina; se ducha cantando “Bohemian Rapsody” con una voz no del todo bella, se cambia en el dormitorio y otra vez deja olvidado algo en el tocador, emerge de ahí renacida como la Venus del cuadro aquel, oliendo al perfume de hombre que ella me regaló, por- que le gusta tanto. Me besa la mejilla y sale nuevamente con su andar de gatita, esta vez rumbo a casa con su hermoso vestido de una sola pieza y sus elegantísimos zapatitos rojos de tacón del treinta y seis.
Con el Mishu comemos lo que nos trajo de lo del chino, porque he sido inflexible en la única condición que le he impuesto a Kat desde que nos conocemos: No le permito cocinarme.
Mishu come del plato conmigo y luego salta al piso y se frota en mis pantorrillas ronroneando, anunciando que mientras yo duerma él se apoderará de la casa como cada no- che, como cada día cuando no estoy, aunque esté.
A ratos hostiga a la serpiente en su frasco de cristal sobre la repisa del dormitorio. O salta a la otra repisa, la que hay sobre la tele en la sala, en donde está la foto de nuestra boda con Ho. Lo acaba de hacer otra vez. Mishu salta sobre ese espacio, encorva el lomito, brrr mbbrrr, ha crecido y por eso tumba la foto, lo puteo como a un amigo, levanto la foto, la miro por un momento perdiéndome en esa sonrisa de felicidad de Honey que salta de su rostro al mío, pero luego vuelve al suyo y se queda ahí.
Doy un suspiro que me trae de vuelta a esta realidad, pongo la foto en su lugar y noto con la mano eso sobre la repisa. Es un libro, sobre él estaba la imagen y yo no lo sabía. Esta es mi casa y yo no lo sabía. Es un libro que no es de los míos y no debería estar ahí. Lo levanto, lo escudriño y me sorprendo. Se trata de Tokio Blues, lo hojeo con curiosidad y desconcierto, lo leo con golpes de vista y noto lo imposible. El libro huele a ella, a su piel, a su pelo, a su cuerpo estimulado, huele a Honey profundamente. Puedes adquirir el libro en: Librerías Lectura o pedirlo al 771-63996