
El Valle de Tucabaca, en Roboré (Santa Cruz, Bolivia), guarda una dualidad que corta el aliento. En su esencia más pura, es un refugio donde la naturaleza se despliega sin reservas. Pero esa pureza y belleza natural la están rompiendo en mil pedazos.
La primera fotografía de Steffen Reichle lo captura con precisión: un farallón profundo, envuelto en niebla, donde las paredes rocosas custodian un bosque verde que se extiende hasta donde la vista alcanza. La bruma abraza las copas de los árboles, y un arcoíris tímido se cuela entre las nubes, como un suspiro de esperanza sobre un paisaje que parece intocado. Este es el Tucabaca que ha resistido siglos, un santuario donde el agua fluye, las aves cantan y las comunidades locales, han tejido su vida en equilibrio con el bosque.
Pero esa imagen de plenitud choca con una realidad implacable. La segunda fotografía de Reichler (que se puede ver al final de este párrafo), revela las manchas macabras de la deforestación: un hermoso bosque interrumpido por parches rectangulares y cuadrados de tierra desolada, como heridas geométricas que rompen la continuidad del verde. Bajo un cielo cargado de nubes grises, el contraste es brutal: donde debería haber árboles, hay claros que gritan abandono. Desde 2016, 29.245 hectáreas de bosque han sido arrasadas en Roboré, un 10,6% dentro del propio valle, según el Movimiento en Defensa del Valle de Tucabaca. La ABT ha autorizado el desmonte de 36.000 hectáreas, 21.000 de ellas en áreas que debían ser protegidas para un manejo sostenible. En cambio, el 55% de los desmontes se concentran en el área de amortiguamiento del Refugio de Vida Silvestre Tucabaca, y un 4% invaden el área protegida misma.

El impacto es un eco que resuena en cada rincón del valle. Más de 10 millones de árboles han sido talados, dejando a la fauna sin refugio. Se han perdido 210 millones de litros de agua al año, afectando ríos que alimentan a comunidades. El bosque ya no captura 260 mil toneladas de CO₂ anuales, agravando el cambio climático. Los cuerpos de agua en Roboré, que en 1985 abarcaban 216 hectáreas, hoy son solo 11. Mientras la primera fotografía muestra un valle que aún respira, la segunda es un recordatorio de lo que se pierde: un ecosistema fracturado por una legalidad que prioriza el lucro sobre la vida.
Puedes leer el reportaje completo que Revista Nómadas publicó el pasado viernes 18 de abril, titulado: Firmado, sellado y devastado: 36.000 hectáreas entregadas al desmonte en el valle de Tucabaca. Haz clic aquí.
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