Sandra Taceó solo desea que llueva, que llueva tan fuerte que apague los incendios que hace meses azotan Bolivia, ese país sudamericano invisible para el mundo y que lleva meses gritando auxilio bajo humo. Sandra solo quiere que llueva pronto, y que llueva fuerte para que los animalitos del bosque no tengan sed, para que los árboles arrugados con hojas marrones vuelvan a sus tonos verdosos, y para que los ríos de su pueblo Santiago de Chiquitos, del departamento de Santa Cruz, que ahora parecen serpientes de arena, vuelvan a fluir con el agua virgen que les da de beber. Quiere que llueva para que, aunque sea por un ratito, su gente pare de sufrir la sequía más larga que ella en sus 41 años de vida, ha sentido.
Cuando una tarde de agosto de 2023, la cooperativa de agua de su pueblo anunció a través de un mensaje de WhatsApp que implementaría racionamiento de aquel líquido preciado a dos horas al día, Sandra sabía que las cosas no iban bien en el bosque. La ausencia de lluvias se había alargado y no había pronóstico de su retorno. No solo el agua para ella, su familia y su gente era escasa, sino que su trabajo en el rubro turístico no podría continuar.
Ahora que no hay turistas por los incendios, debe buscárselas para seguir ganando unos pesitos.
Sandra –de ojos grandes, sonrisa amable y pelo largo ceniza– ahora que tiene tiempo, camina todos los días unas cuadras para almorzar en la casa de su madre. Algunas tardes aprovecha para hacer empanadas fritas con queso para vender junto a sus hermanas, otras noches vende pacumutos en la calle con su esposo Tatín. Pero como nadie en el pueblo tiene ingresos por falta de turistas, todos venden comida, y la competencia termina siendo feroz.
Sandra recuerda con nostalgia estar ocupada todo el día en el celular respondiendo llamadas y mensajes con las reservas del hotel donde trabaja. Pero, no pierde la fe de que llueva pronto y que la vida retorne a su normalidad.
Ella no necesita leer artículos científicos para saber que el clima anda loco por la malicia del hombre que tumba los árboles y que prende en fuego el hogar de los animales que tanto ama. Sabe que el río donde lavaba ropa y las cachuelas donde iba después de la escuela hace 30 años, no son un desierto solo porque sí. Sandra hace sus propios cálculos, y nota que desde 2019, cuando se empezaron a quemar árboles por todos lados y ardieron más de 3 millones de hectáreas, solo en su departamento de Santa Cruz, la falta de agua se siente de otra manera.
Lo que no sabe es que varios de los incendios de 2019 impulsados por un paquete de políticas públicas a favor de la expansión agrícola y que se salieron de control luego de que algún irresponsable prendiera en fuego el bosque, han sido catalogados como “Mega Incendios Forestales” o de sexta generación.
Estos monstruos de fuego liberan tanta energía que podrían modificar la meteorología de su alrededor y hasta crear tormentas de fuego. Navegan como una línea de extensos kilómetros de llamas naranjas y feroces que pueden alcanzar hasta 30 metros de alto y unas columnas de humo que cruzan países por el cielo, cargando el olor de los animales y árboles calcinados y dejando una lluvia de ceniza en el continente. Esta no era la lluvia que Sandra anhelaba.
Existe una relación tóxica entre la sequía, los incendios y la deforestación. De esas relaciones de las cuales no puedes escapar. Una influye en la otra, y si se pierde el control de una, se produce un desastre en la otra.
Un estudio del Observatorio del Bosque Seco Chiquitano concluye que como resultado de esta relación entre sequía e incendios, la extensión de áreas quemadas en 2019 fue tres veces mayor que en 2018 y 51% más alta que el promedio para el periodo 2001-2018. También menciona que el Bosque Seco Chiquitano, el bosque seco mejor conservado y uno de los ecosistemas más frágiles del mundo, fue el mayor impactado por los incendios forestales de 2019, que parecían ser los más devastadores en la historia del país, pero que hoy en 2024 ha vuelto a romper otro récord por quemar el bosque.
Lo que no sabe es que varios de los incendios de 2019 impulsados por un paquete de políticas públicas a favor de la expansión agrícola y que se salieron de control luego de que algún irresponsable prendiera en fuego el bosque, han sido catalogados como “Mega Incendios Forestales” o de sexta generación.
Bolivia no gana en el fútbol, por más que intente, por más que ore y que ruegue. Pero sí gana a muchos otros países en biodiversidad, su territorio de 1 millón 99 mil kilómetros cuadrados, lo pone en el top cinco de países más grandes de Sudamérica, y cuenta con cuatro de las siete regiones biogeográficas importantes del bloque sudamericano: la Amazónica, la Brasileña, la Paranense-Chaqueña y la Andina. Creando un mosaico diverso no solo de naturaleza, sino de climas.
El país también gana entre los más deforestadores del mundo de acuerdo a Global Forest Watch, una plataforma que usa tecnología para monitorear y alertarnos de que diablos pasa con los bosques. En su último informe de pérdida de bosques, por tercer año consecutivo, Bolivia sigue en el tercer lugar mundial, con un total de 696 mil hectáreas de bosque primario perdido en 2023 y donde los incendios que suceden desde 2001 son responsables del 20% de la pérdida de bosque.
Entre la deforestación y los incendios, Sandra ya no sabe qué futuro le depara, porque cada temporada seca se alarga y parece no tener fin.
– Si no hay agua en el cerro, si hay tanta deforestación, ¿de dónde va a salir el agua? Si eso es lo triste, ¿no? – lamenta Sandra con ojos caídos y pierde su sonrisa contagiosa que la destaca y con la que antes recibía a todos los turistas que pisaban el Hotel Boutique Churapa, donde trabaja hace más de 10 años y que es el sustento para su familia.
Santiago de Chiquitos, no es cualquier pueblo, es un paraíso que combina su pasado religioso Jesuita, su cultura indígena chiquitana y su amor por la naturaleza. Un paraíso abrazado por el Bosque Seco Chiquitano en el Sudeste de Bolivia. Con un poco más de 2 mil habitantes, se encuentra dentro de la Reserva Municipal de vida silvestre de Tucabaca, la misma que su propia gente impulsó crear. Tiene casitas modestas construidas con adobe con paredes blancas por fuera, un sinfín de palmeras endémicas en las que habitan loros que gritan sin parar, y cada casa tiene la bendición de un árbol de mango gigante y pomposo que les provee sombra en los días de calor.
El pueblo solo tiene una carretera asfaltada hasta plaza principal, y luego pasillos de tierra roja que cuando corre un auto levantan el polvo tiñendo, con el pasar del tiempo, sus casas con un degradé rojizo del piso para arriba.
La reserva municipal donde se refugia Santiago no fue creada al azar, fue justamente socializada y propuesta por los chiquitanos con apoyo de organizaciones no gubernamentales para proteger sus serranías, donde están sus fuentes de agua que regulan el sistema hídrico regional.
Su fin es protegerlas de todos los enemigos que les acechan, y reconociendo que el bosque particular que llaman hogar tiene sequías estacionales naturales, pero que cada año son más severas, y que, si no se cuida el agua, muy pronto llegará una tragedia.
Esa tragedia ya fue anunciada por la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN), quienes, realizando una estimación del escenario de 2030 de las fluctuaciones de lluvia y temperatura en todo el país, predicen que para la época seca más crítica (junio, julio, agosto) la lluvia disminuiría hasta un 27,6%, principalmente en las cuencas de San Julián y Tucabaca, justo la que provee de agua a Santiago de Chiquitos y sus alrededores.
La reserva municipal donde se refugia Santiago no fue creada al azar, fue justamente socializada y propuesta por los chiquitanos con apoyo de organizaciones no gubernamentales para proteger sus serranías, donde están sus fuentes de agua que regulan el sistema hídrico regional.
La estación seca en la Chiquitania corre de mayo a septiembre, coincidiendo con la época de otoño a invierno. La lluvia disminuye, llegan los surazos —una masa de aire frío con bajadas bruscas de temperatura— el ambiente se vuelve seco, y el 50% de las hojas de los árboles del bosque caen, creando una manta crocante de tonos marrones que con una chispa podría generar incendios monumentales.
Esta fragilidad en la temporada seca es un factor determinante para los ecosistemas. Hoy, la suma de las manos dañinas del hombre, combinada con sequía que aumenta la probabilidad de incendios más intensos, están generando desastres ambientales. Un círculo vicioso y una maldición que ha puesto en jaque mate el mayor motor económico de la región: el turismo de naturaleza.
Bolivia ha sido reconocido mundialmente por sus montañas andinas cubiertas de nieve, el salar de Uyuni y paisajes occidentales, pero el oriente boliviano, en su zona chiquitana, carga una particularidad que combina caminatas por los bosques, fuentes de agua para refrescarse, serranías precámbricas monumentales de la época de las primeras formas de vida de la historia y la cultura de su pasado indígena, fusionado con el legado de las misiones jesuitas. Este macizo de formaciones rocosas monumentales y suelos rojizos, actúan como interceptores de las masas de humedad que navegan el cielo, captando la lluvia y filtrándose en el suelo, recargando los acuíferos subterráneos. Santiago de Chiquitos tiene la fortuna de contar con su propia serranía que no solo le provee de agua, sino que también es un punto turístico infaltable para visitantes de todo el mundo que quieren venir a admirar el bosque desde arriba.
La Chiquitania, en especial Santiago de Chiquitos, apostó por el turismo como estrategia de motor económico y de conservación hace más de 20 años, antes de eso vivían de la agricultura de subsistencia y muchos emigran a la ciudad por falta de oportunidades laborales.
Sandra Taceó fue una de las que decidió migrar para ayudar a sus padres. Desde pequeña, tenía arraigada la idea de que su deber era cooperar en la crianza de sus siete hermanos, siendo ella la segunda mayor. Esa era su pena
Estuvo unos cincos años, luego del colegio, trabajando de niñera en Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más grande del departamento, y con su mensualidad de pago ella enviaba dinero a su mamá para sus hermanitos, para ropa, comida o lo que necesitaban. Le llenaba de felicidad ayudar a sus padres. Unos meses después le acompañó su enamorado Tatín, y tuvieron una niña llamada Thais. A ninguno de los dos les convencía la ciudad, el plan era ahorrar para volver a su pueblo.
– El modo de vida de la ciudad me estresa, es solo trabajar, trabajar y trabajar. En cambio, acá uno sale de su trabajo y ya descansa en su casita, tranquilo y no es peligroso digamos, es un pueblo seguro y todos nos conocemos, los santiagueños – ríe Sandra a carcajadas cuando le pregunto cuántos de apellido Taceó hay en el pueblo y dice que todos son parientes.
Roxana Moreno, la hermana mayor de Sandra, duerme con un ojo abierto y los oídos atentos, esperando que un chorro de agua baje por su ducha. Y es que, en su barrio Santa Rosa, en la temporada de sequía, el agua es un dilema. De carácter fuerte y sonrisa cerrada, ser madre soltera la ha convertido en una mujer de acero.
Para su barrio, los horarios de agua son de 11 de la noche hasta las 5 de la mañana, y si no se levantan a tiempo para rellenar todos los baldes que encuentren para ducharse, para el inodoro, o para tomar, deben esperar hasta la noche y si tienen suerte llega antes. Pero este año la suerte se ha escapado.
Desde chica ya sabía que estaba destinada a trabajar y no a estudiar. No había dinero en su casa y sus abuelos, quienes la criaron, estaban necesitados. Por ello, a los 13 años partió a Santa Cruz de la Sierra con la promesa de ser niñera en una casa; sus jefes le dijeron que era solo para cuidar a los niños y que podría seguir sus estudios, pero los planes cambiaron, terminó cocinando y limpiando, y un poco de todo. En su corta edad aprendió a cocinar a la fuerza. Por 20 años estuvo yendo y volviendo de la ciudad, para generar ingresos. En ese tiempo tuvo una niña a la que le puso el nombre de Mayerline que ahora tiene 27 años, también a Fabricio, de nueve años y a Fabian, de ocho. Dice que los hombres prometen las estrellas, que uno cae y que luego se van, inclusive sus niños lo saben cuándo a veces Fabian le comenta que no se preocupe, que él va a trabajar para sacarla adelante. Sus niños saben que tienen una madre que trabaja duro por ellos.
En su casa de adobe viven once personas, sus hijos, su madre y su hermana menor Daniela. Las tres mujeres de su casa deben estar atentas a que llegue el agua de madrugada y la que gane la lavandería empieza a lavar su montaña de ropa sucia acumulada.
Para su barrio, los horarios de agua son de 11 de la noche hasta las 5 de la mañana, y si no se levantan a tiempo para rellenar todos los baldes que encuentren para ducharse, para el inodoro, o para tomar, deben esperar hasta la noche y si tienen suerte llega antes. Pero este año la suerte se ha escapado.
Roxana también depende del turismo para su sustento, empezó trabajando en el mismo hotel que Sandra para reemplazarla, y luego de que el turismo creció la llamaron más seguido porque necesitaban más personal. Lleva ocho años trabajando ahí, preparando el desayuno para los clientes, limpiando habitaciones, lavando sábanas, planchando, todo lo que se necesite.
A pesar de que no es un trabajo fijo, y que ahora con la crisis de los incendios nadie viene, no tiene otra alternativa. Debe esperar que la lluvia haga su magia y que apague los incendios que el Gobierno nunca pudo prevenir ni aplacar.
Sandra nunca estudió nada de turismo, pero cuando una tarde de 2014, mientras paseaba por el pueblo y con una bebé de ocho meses en brazos, vio un anuncio en el Hotel Churapa que se “buscaba personal de limpieza”, se animó a ir a la entrevista, comentando que necesitaba el trabajo pero que no tenía experiencia. Le dijeron que sí, empezó en limpieza, limpiando habitaciones, lavando sábanas y con los años la fueron capacitando con cursos de atención al cliente.
Pero fue su amabilidad y genuina hospitalidad que la llevó a construir amistades profundas con los turistas y grupos de fundaciones que iban a Santiago de Chiquitos y se enamoraban del pueblo.
Sandra se convirtió, sin pensarlo, en la casera y alma del hotel. Hoy en día, muchos huéspedes disfrutan más que todo, tener tiempo en su visita para un café con Sandra, la nueva confidente de confianza de los visitantes. Coordinar que no falte agua para los turistas y las doce habitaciones del hotel en temporada seca es una ansiedad que solo Sandra conoce. Ella vive en una casa modesta en el centro del hotel, junto a su esposo Tatin y su hija Thais que ahora tiene 13 años. Junto a Tatín, coordinan que los dos tanques de emergencia tengan agua para los servicios básicos de los huéspedes. Pero a veces, los tanques no abastecen, y es vergonzoso para ella explicarles que no ha sido un error del hotel, ni de las tuberías. Sino de la sequía prolongada que ha ido de a poquito secando sus ríos y dejando sed en el camino.
Y es que el agua que llega de la serranía no es solo para sus servicios básicos, es agua pura, lista para tomar. Esta cadena larga de serranías chiquitanas son literalmente fábricas de agua, estas moles rocosas y rojizas cubiertas de una manta de árboles son responsables de la generación de agua que influyen en los patrones de precipitación que marcan las características del territorio.
En el techo de las serranías del Sudeste Chiquitano se esconden redes de agua cristalina que navegan por las planicies, se dividen en cientos de ríos delgados a la izquierda y la derecha, para luego bajar por las faldas de la serranía, creando en su piso un mar verde de árboles llamado Valle de Tucabaca.
En un estudio del Plan de Conservación de Desarrollo Sostenible para el Bosque Seco Chiquitano, Cerrado y Pantanal Boliviano, la serranía de Santiago presentaba una particularidad, la precipitación de lluvia era mayor respecto a la región: más de 1.100 milímetros de agua al año de diferencia. Esto se debe a que la serranía es una muralla natural que intercepta las masas de humedad produciendo nubes que se estancan arriba y que luego bajan como una cascada de neblina hasta el pueblo, cubriendo de rocío cada hoja en su camino. Todos los chiquitanos saben que el agua llega desde arriba.
Ese rocío tan particular en las mañanas está cada vez más escaso, creando una sutil advertencia a la gente de que algo anda mal ahí arriba y abajo en el bosque. Esta agonía por el agua no solo ha golpeado Santiago de Chiquitos, la sequía también ha llegado como plaga a 23 comunidades del municipio, 16 de ellas indígenas.
Un informe técnico del municipio de mayo 2024 establece que la sequía prolongada ha afectado a 670 familias, llevándolos a pedir ayuda con tanques de agua para su gente, su ganado y sus plantas antes de que las cosas empeoren. Seis días después, el Consejo Municipal declaró estado de “desastre municipal” por déficit de precipitación y sequía. La temporada seca recién empezaba y ya era un desastre. Para las 16 comunidades indígenas, la emergencia empezó antes de lo programado por el clima, en abril de ese año ya todo su sembradío se había perdido.
En el techo de las serranías del Sudeste Chiquitano se esconden redes de agua cristalina que navegan por las planicies, se dividen en cientos de ríos delgados a la izquierda y la derecha, para luego bajar por las faldas de la serranía, creando en su piso un mar verde de árboles llamado Valle de Tucabaca.
– Es increíble, todo lo que se ha sembrado, todo se ha muerto, dice Nardy Velasco. Ella es la cacique mayor de la Central Indígena Chiquitana Amanecer-Roboré (CICHAR), y su rol principal es ser portavoz de los derechos y demandas de los indígenas chiquitanos de la zona.
De ojos almendrados, mirada intensa y voz firme pero amable, es la primera cacique mujer en la historia de su municipio y conoce de primera mano la realidad de la gente que la eligió para defender sus derechos.
En su gestión, ha logrado consolidar un club de 25 mujeres defensoras ambientales dentro de sus comunidades. Durante sus visitas para conocer las demandas locales, aprovecha para reunirse con las mujeres, tomar un café y compartir ideas sobre el presente y el futuro de sus territorios.
Reconoce que hay mujeres con ideas brillantes por todas partes y que las chiquitanas son como un ciempiés: tienen que levantarse temprano para que el tiempo les alcance. Todo el día, todos los días, cumplen los roles de madre, ama de casa, mujer trabajadora y se aseguran de que el agua alcance para todos.
En un árido parche sin árboles del Valle de Tucabaca se encuentra la comunidad de Aguas Negras, un nombre que ya no hace justicia a su realidad, porque en Aguas Negras ya no hay agua de ningún color. Sus vertientes que descendían de la serranía se han secado y sus pozos ya no tienen agua para bombear. Ahora deben pedir constantemente auxilio a la central indígena para que les traiga, aunque sea, unos bidones para subsistir.
Nardy comenta que el río no se ha secado por arte de magia; nuevos habitantes han ido colonizando el valle y deforestando todo el camino que baja de la serranía hasta Aguas Negras, tanto para ampliar la frontera agrícola como para traficar madera. Ha visto de primera mano cómo familias han tenido que emigrar de sus comunidades debido a que toda su siembra ha muerto o porque el turismo ha disminuido tanto que ya no hay trabajos.
No solo el río que cruzaba Aguas Negras se ha secado; también muchos de los riachuelos que bajan de la serranía hacia los pueblos, incluyendo el río de Santiago de Chiquitos donde Sandra y Roxana acostumbraban a ir de niñas, han disminuido sus caudales.
– Decimos que vivimos del turismo, pero si no hacemos algo contra esto, contra los avasallamientos, los incendios, la venta y tráfico de tierras, vamos a quedar en un desierto -, asegura Nardy con firmeza.
Paradójicamente, el municipio de Roboré, que ha invertido en una campaña para promocionarse como destino turístico bajo el eslogan de “El paraíso está aquí”, que grita en todas sus vallas publicitarias su diversidad de atractivos turísticos desde aguas termales, balnearios, cascadas y chorros, ahora no puede vender un paraíso seco donde por más de medio año no hay agua ni para su gente y las temperaturas del sol ardiente de medio día están llegando a nuevos niveles.
Un estudio de la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano midió las temperaturas desde 1986 hasta el 2000 en diversas estaciones meteorológicas de la Chiquitania y reveló una temperatura máxima de 34 grados Celsius, con una temperatura promedio en todo el bosque de 25,3 grados C. Pero veintitrés años después, este paraíso vive un infierno, rompiendo récords de mega incendios y temperaturas de hasta 42,6 grados en Roboré en 2023, y en otros puntos de la Chiquitania hasta 44 grados. Ese mismo mes de noviembre, el Ministerio de Salud de Bolivia confirmó 10 fallecidos en el municipio de Roboré por golpe de calor y deshidratación. La relación tóxica entre sequía, incendios y deforestación está dejando heridas de dolor y muerte donde camina.
A pesar del esfuerzo de comunidades como Santiago de Chiquitos por impulsar el turismo de naturaleza para conservar su bosque y su agua, los enemigos son más ágiles y rápidos. Entre incendios, sequías prolongadas, bloqueos en las carreteras y la crisis económica, su futuro se encuentra incierto, pero los Santiagueños saben que el turismo de conservación es la solución. Hoy en día, los chiquitanos que antes miraban al cielo esperando la llegada de las nubes, ahora consultan constantemente el pronóstico del clima en sus celulares, rogando que la lluvia llegue para apagarlo todo.
Sandra y Roxana debaten qué hacer si el turismo no vuelve a florecer, pero más que todo, si el agua se va un día y no regresa. ¿Vale la pena migrar? Para Sandra, quizás sí; piensa que su esposo o ella tendrían que irse a la ciudad para que su hija Thais tenga un mejor futuro y pueda estudiar. Para Roxana, irse de Santiago no es una opción, porque a pesar de que tal vez no tendrá agua, cree que allá, más lejos, en un lugar desconocido, todo será más duro y “más peor”.
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Esta investigación fue realizada en el marco del Fondo de apoyo periodístico “Crisis climática 2024”, que impulsan la Plataforma Boliviana Frente al Cambio Climático (PBFCC) y la Fundación Para el Periodismo (FPP).
Sobre el autor
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Lisa Mirella Corti
Periodista, licenciada en Relaciones Internacionales con especialización en Resolución de Conflictos de la Universidad NUR de Bolivia. Investigadora independiente y conservacionista con experiencia en proyectos de derechos humanos y arteterapia en cárceles, cultura del jaguar, tráfico de especies y sustentabilidad. Asistente de producción del premiado documental Tribus de la Inquisición. Colabora con Revista Nómadas.