Para Vicky Ossio, los animales silvestres son su familia y sus maestros. Despierta todos los días para cuidar más de 1000 animales silvestres en Senda Verde, un refugio que con orgullo ha fundado y que, junto a un equipo comprometido, trabaja día y noche para sanar el alma de grandes jaguares y pequeños loros que han sido víctimas del tráfico de fauna y de la mano dañina del hombre. Vicky Ossio vive en el bosque yungueño de La Paz y, aunque ha perdido la fe en la humanidad al ver destrucción por doquier, no piensa dejar de luchar por la naturaleza.
En un mundo ideal, los refugios de vida silvestre no deberían existir, pero realísticamente, sin ellos, miles de animales quedarían sin futuro alguno. Es por eso que mujeres nobles, como Vicky, dedican su vida para crear estos santuarios, espacios seguros para animales traumados, huérfanos y heridos.
Hace más de 19 años, Vicky se mudó con su pareja Marcelo, a la localidad de Yolosa, Nor Yungas en el Municipio de Coroico del departamento de La Paz, con el sueño de tener un espacio donde familias y niños puedan compartir con la naturaleza, amarla y cuidarla. Años más tarde, en 2007, llegó Aruma, un majestuoso oso andino, con quien iniciaron su proyecto de vida, dar una segunda oportunidad a animales víctimas de tráfico y de la perdida de hábitat. Para 2012, recibió una llamada de ayuda: un jaguar se había escapado de una casa de biólogos, los cuales hace años lo habían rescatado de un cazador que mató a su madre.
—Me conmovió hasta lo más profundo de mi ser, verlo hermoso e imponente, a Cubai, un jaguar grande y bien cuidado— recuerda Vicky, pero también recuerda que ella y su equipo también se sintieron asustados de recibir a su primer gran felino en el refugio.
A pesar de la incertidumbre, Cubai cautivó a todos.
Vicky, con un nudo en la garganta, enfatiza:
—Si la gente comprendiera que los animales no son objetos, que son seres inteligentes con sentimiento, todo sería diferente.
Revive el momento que vio tremendo animal, al felino más grande del continente, al rey de la selva americana, asustado, sin ganas de vivir porque le quebraron el alma.
Cubai, el primer jaguar rescatado por Senda Verde. / Foto: Senda Verde.
En un mundo ideal, los refugios de vida silvestre no deberían existir, pero realísticamente, sin ellos, miles de animales quedarían moribundos en el bosque, sin futuro alguno. Es por eso que mujeres nobles, como Vicky, dedican su vida para crear estos santuarios, espacios seguros para animales traumados, huérfanos y heridos por la dominación sin frenos de la especie humana sobre la naturaleza.
Vicky conoce de primera mano las consecuencias del tráfico de jaguares en Bolivia. En el refugio albergan cuatro jaguares; Cubai, Hernán, Mi Jungla y Misha, todos fueron abandonados cuando eran cachorros, con historias desgarradoras, luego de que cazadores asesinaran a sus madres para partirla en pedazos y venderla al mercado ilegal de tráfico de fauna.
Mi Jungla, jaguara rescatada con solo unos meses, ahora vive segura en Senda Verde. / Foto: Lisa Corti.
Desgraciadamente, devolver un animal a su hábitat es un trabajo muy difícil, con poquísimas probabilidades de éxito. Y para un refugio como Senda Verde que vive del día a día, sin recursos fijos, ni las capacidades técnicas, es una tarea imposible. Vicky cuenta que dos tercios de los mamíferos devueltos a su hábitat mueren, y las estadísticas son aún más bajas en felinos. Y es que los jaguares tienen un vínculo muy especial con sus madres, cuando son crías, dependen de ellas para aprender habilidades claves para sobrevivir, pero cuando sus madres son arrebatadas de su lado, quedan huérfanos de estos aprendizajes.
Vicky conoce de primera mano las consecuencias del tráfico de jaguares en Bolivia. En el refugio albergan cuatro jaguares; Cubai, Hernán, Mi Jungla y Misha, todos fueron abandonados cuando eran cachorros, con historias desgarradoras.
A pesar del pasado traumante de cada felino, el cual le deja marcas físicas y psicológicas, Senda Verde busca darle la mejor calidad de vida a los jaguares en cautiverio: construyendo sus recintos en los cerros, en los que una pared colinda con la exuberante vegetación del bosque yungueño, creando un ambiente lo más natural posible y asegurando de darle estímulos sensoriales para su desarrollo.
Cuidar y alimentar más de 1000 animales silvestres es un trabajo monumental, que luego de la pandemia del COVID-19 se ha vuelto cada vez más complejo, una época donde atravesaron su peor crisis hasta ahora. Es que el santuario no recibe un peso del Gobierno para cuidar los animales, y una de sus mayores fuentes de ingreso son las visitas turísticas, las mismas que dejaron de existir luego que llegara el coronavirus a Bolivia. Tuvieron que disminuir personal, bajar sueldos, rebajar la dieta en un 10 por ciento, decisiones dolorosas para el refugio. Sobrevivieron la pandemia con donaciones, pero Vicky reconoce que estos años la gente ya no dona, o menos que antes, algo que para ella es comprensible dada la inestabilidad y crisis por la que atraviesa el país.
Vicky despierta angustiada por la situación que viven, sin poder dejar de pensar qué más pueden hacer para mantener a los animales, y cada día está en campaña para mantener el santuario a flote. Se duerme cada noche bajo las estrellas del bosque con pena, pensando en el fuego, en las tragedias ambientales constantes, y piensa en cómo se puede parar el tráfico y el mascotismo.
Mi Jungla recibe una segunda oportunidad en el refugio. / Foto: Lisa Corti.
Su experiencia le ha demostrado que no hay voluntad política, y que, si continúan las prácticas de la deforestación, de los ingresos de mineros en áreas protegidas, de la expansión de la coca y del agronegocio; no habrá futuro ni para el jaguar, ni para ningún otro animal.
—No olvidemos la cadena alimenticia, qué rol cumple cada especie en la naturaleza— dice Vicky, consciente de que nos queda mucho por aprender.
A pesar de todo, Vicky sabe que el cambio y la acción está en cada uno de nosotros, en los ciudadanos de a pie, en los activistas y en la educación ambiental. Vicky sueña con que Bolivia priorice la vida frente al dinero, sueña que se valore el decrecimiento y el vivir mejor frente al acelerado crecimiento, algo que —no le queda duda— beneficiará al jaguar, y a todo lo que el jaguar representa.
Vicky Ossio (antepenúltima de la derecha), junto a activistas en defensa del jaguar fuera de la audiencia del caso “Colmillos de Jaguar” en 2018. / Foto: Rodrigo Herrera.
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Esta crónica forma parte del proyecto periodístico «Mujeres Jaguar: ellas entregan su vida para que el gran felino de América no desaparezca»
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