Ser veterinaria en las profundidades de la selva puede sentirse como estar un campo de batalla, pero para Alejandra Crispín, es su zona de paz, un lugar que desde su primera visita en 2014 la atrapó, y se ha convertido en su hogar.
El mayor reto es hacer tomar conciencia a la población de no ser cómplices del crecimiento directo o indirecto del tráfico, como la comercialización de animales silvestres, compra de sus partes, consumo de carne de monte, imágenes que alimentan el morbo, o mascotismo.
– Cada vez que regresaba a la selva, lo hacía por más tiempo—, dice, feliz de haber elegido su destino, que por más de siete años la ha abrazado entre los árboles.
Los retos de cuidar y sanar animales silvestres heridos o maltratados son muchos, pero eso no paró a Alejandra, oriunda de Oruro, que luego de terminar su carrera de Médica Veterinaria y Zootecnia en La Paz, se lanzara a realizar sus prácticas en las profundidades de la selva de transición amazónica, ubicada en Guarayos (Santa Cruz), en el santuario de vida silvestre Ambue Ari, parte de la Comunidad Inti Wara Yassi (CIWY), ONG pionera en la rehabilitación de animales silvestres en Bolivia.
Hoy, Alejandra es directora del refugio Ambue Ari, uno de los tres centros de CIWY, que alberga más de 50 animales de diferentes especies y se especializa en el cuidado de felinos silvestres y monos aulladores. Aún así, acoge diversidad de víctimas del tráfico y mascotismo, desde imponente antas hasta pequeños jochis que necesitan una segunda oportunidad.
Cuando era más joven, veía jaguares seguido en los zoológicos, pero para ella su primer encuentro “real” fue con uno de los felinos rescatados en el santuario. Antes de conocer a Yaguarupi, cuenta que le habían explicado su historia clínica y de vida, pero ver tremendo animal imponente, y de gran porte, con una mirada serena pero penetrante de frente, fue una de las experiencias más profundas en su memoria.
– Sentí que, así como yo sabía parte de su vida, él ya sabía todo de mi con solo cruzar la mirada por unos segundos—, recuerda con lucidez aquel momento de conexión.
Yaguarupi fue un jaguar muy querido que vivió 16 años hasta sus últimos días en el santuario Ambue Ari / Foto: Luca Ridulfo.
Y es que los jaguares en cautiverio son así de hipnotizantes, sus ojos de un flechazo te inspiran, y en un segundo reconoces el dolor que han sufrido víctimas de su belleza.
Siete jaguares han pasado por el santuario, todos han vivido felices y con el mejor de los cuidados hasta sus últimos días. Cuatro de ellos aún siguen motivando a Alejandra y a todo el equipo a despertarse diariamente para darles la atención que necesitan.
La historia de Juancho, un jaguar que vivió sus últimos días en Ambue Ari, es la que más rabia y tristeza le ha causado. Fue recibido con 20 años por el refugio, luego de que tuvo la desdicha de haber vivido preso desde cachorro en una jaula minúscula, de cemento y con barrotes hasta hacerse adulto. Media vida sin tener lo mínimo que se merecía. Lo mantenían escondido en el zoológico porque tenía una displasia en la cadera y no era considerado “atractivo” para exhibición, para mayor desgracia, un día, con un soplete, uno de los trabajadores le quemó uno de sus ojos, mientras reparaba su celda. Fue luego de este suceso que fue rescatado y llevado al santuario, siendo un jaguar adulto con heridas de vida, miedos y traumas.
Alejandra cuenta que se le pudo construir un recinto con un espacio de selva, abrazado de vegetación. Pero para Juancho no fue fácil adaptarse, al principio tenía desconfianza de pisar la tierra, durante años no tuvo la oportunidad de sentir tierra en sus patas, ni olores, ni sonidos de la selva hasta ese día. Con mucho esfuerzo y paciencia por parte de las personas que trabajaron para ayudarle, Juancho entendió que nadie más le haría daño, y que su nuevo hogar era seguro.
Una cicatriz ahora marca la pérdida de su ojo izquierdo, y con los años perdió parcialmente la vista de ambos. Pero esto no impedía reconocer a quienes venían a cuidarlo diariamente, guiado por sus otros sentidos.
Juancho en su hogar en el santuario Ambue Ari. / Foto: Jenny Hooper.
—Yo conocí a un Juancho tranquilo, feliz con mucha gente que le dio el 200% de su esfuerzo y amor para que tenga la mejor calidad de vida posible—, recuerda con tranquilidad y nostalgia, al saber que Juancho vivió hasta sus últimos días sanando su cuerpo y alma en el santuario.
Alejandra reconoce que falta mucho para que estas historias no se sigan repitiendo, y que el principal problema es el poco o nulo conocimiento de la población sobre la importancia que tiene para todos el proteger el gran felino y su territorio. El mayor reto es hacer tomar conciencia a la población de no ser cómplices del crecimiento directo o indirecto del tráfico, como la comercialización de animales silvestres, compra de sus partes, consumo de carne de monte, imágenes que alimentan el morbo, o mascotismo.
A esto se suma que las condenas o castigos del sistema judicial boliviano, no son lo suficiente drásticos considerando el gran daño que produce perder una especie en un hábitat o territorio, a un ser vivo, un daño que en la mayoría de los casos será irreversible. Alejandra se cuestiona si el Estado conoce el peligro que representan los que cometen el crimen.
—El sufrimiento que hacen a los animales, al cometer estos delitos, tiene un daño colateral a los ecosistemas, y por consiguiente, a la población humana. Por lo tanto, debería tomarse con mucha más seriedad—, reclama Alejandra, frente a la impotencia e inacción de las autoridades para ponerle freno.
Sabe que si desde ahora no se exigen políticas claras para el uso consciente de nuestros recursos, y considerando que el jaguar está en peligro de extinción, el gran felino va a dejar de existir, y junto a él se irá el equilibrio en el ecosistema. Reflexiona que nosotros como población deberíamos no solo exigir un mejor manejo de los recursos, si no cambiar nuestros hábitos de vida, pensar en que se debe hacer uso y no abuso, de este modo no aportaríamos al extractivismo ni a la crisis climática.
Una placa de recordatorio en el santuario Ambue Ari. / Foto: Lisa Corti.
Cada día es un evento diferente en Ambue Ari, a pesar de todo los proyectos a largo plazo que planifican, todo puede pasar, cualquier imprevisto, o necesidades por resolver. Desde incendios que amenazan el santuario o una emergencia con los animales. Dependiendo de las circunstancias, su día termina cuando concluyen todas las personas sus labores diarias, y si hay una emergencia, su día concluye cuando la emergencia haya terminado.
Junto al equipo interdisciplinario que apoya en las emergencias y cuidado de los animales silvestres. / Foto: Archivo de CIWY.
Vivir en la selva es un desafío, las condiciones climáticas, los mosquitos, el poco acceso a diferentes herramientas de diagnóstico la ponen a ella y su equipo en prueba constante. Es una gran responsabilidad garantizar la continuidad del trabajo diario; pero todos los obstáculos y sacrificios se ven recompensados cuando lograr ver un animal feliz y recuperado.
Las sendas del santuario Ambue Ari en temporada de lluvia / Foto: Archivo de CIWY.
Todas las noches, al tirarse a la cama, las conversaciones de sus vecinos de la selva la cobijan, se duerme con el relajante sonido de los insectos, ranas croando, y los felinos bramando. Cierra los ojos, sueña y desea que los jaguares y todos los animales sean tratados y respetados con la importancia que se merecen.
Despierta con el sonido de los monos aulladores y las aves volando.
– Es como dormir con una composición musical, la música de la naturaleza, toda armoniosa.
Alejandra Crispín sabe que toda la responsabilidad de proteger la selva vale la pena.
***
Esta crónica forma parte del proyecto periodístico «Mujeres Jaguar: ellas entregan su vida para que el gran felino de América no desaparezca».
***