
Héroes anónimos enfrentan valientemente los incendios en el Bosque Seco Chiquitano y el Pantanal boliviano, a pesar de las limitaciones. Un informe revela que, solo en el ANMI San Matías, más de 197.000 hectáreas han sido devastadas, evidenciando una tragedia ecológica de gran escala. Las fotografías tomadas por Steffen Reichle capturan la intensa lucha de quienes protegen la naturaleza frente a un nuevo desastre ecológico.
La novela Derrotero del escritor español Antonio Sánchez, fue publicada en Bolivia, abordando temas urgentes como el extractivismo y la defensa del medio ambiente en América Latina.
En la región oriental de Bolivia se despliega uno de los ecosistemas más amenazados en el país. Ahí también habita el copaibo, un árbol cuya resina ha probado su eficacia en el alivio de varias dolencias.
En el corazón del municipio de Sena, en la provincia Madre de Dios, departamento de Pando, se encuentra el Área Natural de Manejo Integrado El Gran Manupare. Este impresionante territorio, que abarca 452.639 hectáreas y fue creado en enero de 2024, ofrece un refugio casi desconocido lleno de vida silvestre y paisajes de ensueño. Aquí, las comunidades locales han logrado que el 97% de su bosque se encuentre en buen estado de conservación, testimonio de su compromiso con la protección y la sostenibilidad de este valioso ecosistema.
Patricia Nagashiro, ilustradora científica boliviana, encontró su vocación en el colegio y la cultivó en un postgrado en Ilustración Científica en la Universidad del País Vasco, donde se formó en disciplinas como microbiología y medicina con destacados profesores. Su obra más reciente, la ilustración del guacamayo o paraba Barba Azul, surgió de una profunda investigación y observación en su hábitat natural en Bolivia, en colaboración con biólogos y conservacionistas.
Revista Nómadas llegó a la comunidad Eyiyoquibo, en el norte de La Paz (Bolivia), donde los indígenas Ese Ejja, sufren las consecuencias de la minería que contaminas sus ríos y los peces con los que se alimentan.
Gonzalo Colque, investigador de Fundación TIERRA, responde a preguntas latentes sobre la crisis ambiental en Santa Cruz (Bolivia). Con conocimientos de causa, confirma que el preocupante aumento de la temperatura no es culpa 100% del cambio climático, sino, principalmente de la deforestación.
Querido Stasiek Czaplicki, doy fe que sos un gran ser humano y un enorme profesional. Que has hecho de la investigación, la mejor de tus herramientas para dar luces a la sociedad boliviana y revelar lo que los poderes y los poderosos quieren ocultar. Como muy pocos —con fundamentos en las manos— estás desmontando narrativas que hasta hace poco eran intocables, porque ser cruceño significaba aguantar y socapar todo lo que ellos decían que era ley en esta tierra que cada día se queda sin bosques, sin agua, sin vida.
Luchar para evitar que la actividad petrolera consolide su ingreso en la Reserva Nacional de Flora y Fauna de Tariquía, en el departamento de Tarija (Bolivia), tiene un alto precio. Las defensoras y defensores de este vergel importante para el mundo, que es fuente de agua para seres humanos y especies incontables de animales silvestres, sufren ataques que van desde “ofertas indecentes” hasta agresiones físicas y desprestigios personales. Pero ningún hostigamiento puede más que la convicción de defender esta casa vital que le pertenece al planeta.
Más de 100 personas trabajan incansablemente para aplacar el fuego en la primera área protegida indígena en Bolivia, el Área de Conservación e Importancia Ecológica Ñembi Guasu, y prevenir un desastre mayor. Se hace un llamado a la ciudadanía para apoyar con donaciones.
La investigación de la Fundación TIERRA revela que el cambio climático en suelo cruceño es una consecuencia y —al mismo tiempo— una causa de la expansión acelerada y descontrolada de la agricultura y la deforestación. Desde hace 40 años, el calentamiento global aumentó la temperatura del mundo en 0,6°C, sin embargo, Santa Cruz ha sufrido una subida de 1,1°C. En el territorio—además— llueve un 27% menos que hace cuatro décadas.
El desarrollo llega con sangre. Es la sangre de los animales silvestres de la Amazonia boliviana la que se está derramando silenciosamente en la ruta que va conociendo el asfalto, cuya construcción avanza en el norte del país, abre las puertas a nuevos asentamientos humanos y acelera la expansión agrícola hambrienta de bosques.
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