21 de septiembre de 2024. Ascensión de Guarayos. Propiedad La Esperanza: “Si he logrado contener y salvar la vida de uno sólo de los animales silvestres que vienen huyendo del fuego, habré hecho algo más que lamentarme por ellos”.
23 de septiembre. El fuego está entrando por pequeños montes de la propiedad:
“¡Miles de aves y animalitos huyen!
Moveré cielo y tierra para combatir a esta alimaña.
¡Perverso fuego, como sus creadores!”
25 de septiembre. Hay silencio total.
En un cenizo profundo la luna teñida de un triste naranja viejo, se deshojaba llorosa, como si ya no tuviese de dónde asirse.
26 de septiembre. ·Nuevamente se reactivó la alimaña aquí…
aquí donde tendrían que estar durmiendo tranquilos todos los animalitos silvestres que confiaron en que era su lugar seguro. Las pavas gritan alejándose, los monos Titi chillan en un bejuco por el que pasamos raudos, bandadas de aves se marchan dibujando sus débiles siluetas en el sol, o en el fuego, ya es lo mismo…
30 de septiembre: “Monitoreamos todo el perímetro del monte que rodea el potrero hasta el Humedal… completamente quemado y sin vida”.
“Los siete pueblos indígenas de este territorio han sido brutalmente golpeados”.
“Es 1 de octubre, apenas puedo ver el camino, la casa fue invadida por un humo espeso con cenizas de árboles y animalitos calcinados”.
“Alguien llamó a mi puerta pidiendo remedios para las “gusaneras” de sus vacas. Pregunté si sabe por qué hoy tenemos un humo tan espeso”.
“El cerro se está quemando desde anoche”, respondió.
“Cerré la puerta,
me apoye en la misma,
grité desgarrada
y lloré amargamente”.
“Nunca se van a detener”.
“Me duele el alma”.
Los incendios en Bolivia no son solo llamas. Son llantos de animales que huyen desesperados, son lágrimas de comunidades que lo pierden todo…
Esta es la historia de mi abuela, Licy Tejada, que, hasta la fecha, se encuentra rodeada de llamas avasallantes y animalitos quebrantados en Ascensión de Guarayos.
Hasta el 3 de octubre, se habían quemado más de siete millones de hectáreas de bosques y pastizales en el país, de las cuáles, cinco millones de hectáreas, solo en Santa Cruz.
Los incendios en Bolivia no son solo llamas. Son llantos de animales que huyen desesperados, son lágrimas de comunidades que lo pierden todo…
Son el grito sordo de una naturaleza que pide auxilio.
Son nuestros sueños consumiéndose en cenizas. Es la esperanza de un futuro limpio, sano… devorado por la avaricia, por la indiferencia, por la mano devastadora del hombre.
¿Qué estamos haciendo?
¿En qué momento decidimos que era más importante destruir que proteger?
¿En qué momento decidimos que la vida de un árbol, de un jaguar, de una comunidad indígena, eran menos importante que el progreso económico y la expansión sin límites?
Nos acostumbramos a ver el humo en el horizonte, a escuchar sobre incendios como si fueran simples noticias… pero no.
¡No hay nadie más!, Somos nosotros los que debemos actuar…
¡Somos nosotros los que debemos cambiar!
Ya hemos perdido mucho… pero aún hay esperanza. Aún podemos salvar lo que queda de nuestra amada Bolivia, pero debemos hacerlo juntos.
Que el único fuego que quede encendido sea el de nuestros corazones, y que las cenizas derramadas se conviertan en nuevas semillas de esperanza.
Sobre el autor
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Elena Mendoza
Desde los cinco años, empezó a ser activista en el Colectivo Árbol, acompañando a su madre, Eliana Torrico, y a todos los miembros de la organización. También ha plantado algunos árboles en la ciudad. Escribe con frecuencia, estudia en la escuela de arte, donde cursa su tercer año, habla dos idiomas, toca la guitarra y siente un profundo rechazo hacia los depredadores de árboles y los que dañan a los animales.