Los callos de las manos las va diferenciando de otras mujeres. Estrecho sus manos y es como probar la experiencia de los mil oficios que ellas van organizando día tras día. El calor del cuerpo mientras en sus awayos envuelven sus wawas. Manos que han abrazado un hombre, desgranado el maíz y cosechado el fiel tubérculo. Doña Agustina recuerda cada gota de sudor de su vida, no ha olvidado lo que nosotros pudimos solo leer en las violentas páginas de ¡Hijo de opa! (1). Con una hoz ha cortado el alfa alfa para sus cuyes, es la proteína que aun alimenta una mente lúcida en un cuerpo ya cansado. Hay rebeldía en la insatisfacción que brota de un mundo que en su historia ha sufrido la traición; hay terquedad, terquedad a flor de piel, siempre la mas profunda. En el cambio generacional, esta gana de no repetir las mismas vidas y sin embargo reconocer su valor. El precio de la experiencia es como un cheque que nadie sabe cuándo cobrará.
Aida nos va hablando mientras sentados bajo la sombra de un molle disfrutamos de un papa wayku. En estos valles las mujeres y el maíz han sido de vital importancia, desde la semilla que penetrando en la tierra ha ido generando el fruto más querido y cotizado de esta región, hasta el proceso del néctar del valle, la mujer ha sido sustento económico y controladoras del ciclo de la vida. Las chicheras son figuras de extrema belleza, es la estética que inebria las voluptuosidades y encanta el runasimi de esta tierra. Doña Paulina, Doña Vicki, siguen conservando el porte de las chicheras de la época del gran auge de la chicha, femenina en el trato y en el control del negocio. Aida nos sigue narrando de las noches transcurridas muqueando, de los más viejos que se inventaban historias de terror para frenar las manos irrequietas de los jóvenes. El molino construido al borde del Jatun Mayu es el lugar de encuentro y de convivialidad de toda una comunidad, se acercan los de Cabrera y bajan los de Jatun Pampa, la chicha une en su mágico fluir de caleidoscópicas imágenes, pero a veces traiciona hasta el más experto y se arman trifulcas. Es siempre la mujer la que debe intervenir y enfriar el ambiente. Los cuentos se animan y el pasado viene brutalmente a flote, es la propiedad de la tierra, la falta del agua, un animal que se ha perdido, el rencor por una mujer que fue de uno y no de otro, el amargo y triste que deja el mal trago o los demonios de la chicha.
Cuando aparece al horizonte Doña Bárbara, detrás de ella hay siempre una procesión de personas, hijas, hijos, yernos, nueras, nietas, nietos y siempre alguien más que desde Cliza se ha ido pegando a la cola. Hay matriarcado adentro de violencias aun patriarcales. La mujer va tejiendo un hilo que Teseo aun no ve, deja que el hilo se suelte y observa al Minotauro, ella, en su campo visual no abandonará a Icaro, sugerirá a Teseo y salvará al Minotauro.
Comunaria de Aramasi, preparando el almuerzo. Foto: Maurizio Bagatin.
“Penélope se fue, se organizó; la habitación quedó vacía, solo Argos sigue esperando, con una mirada hacia el horizonte…” Estas son historias de vidas, historias que intentan transparentar el auténtico valor de vidas auténticas, la de las mujeres del campo, de las mujeres que se organizan y sonríen, luchan y lloran, sufren y logran conservar su dignidad. Ellas como las “niñas” que ayer en Cliza han jugado, compartiendo un momento con el deseo que este momento sea como todos los momentos. “…al retorno Odiseo encontró otro paisaje, el Edén que siempre había soñado era mucho más que sus aventuras.”
En la ruta hacia Villa Rivero, pasado el Cruce Aramasi, salen muchas mujeres de una reunión, llevan nombres que recuerdan el pasado de sus familias, Celia era el nombre de la abuela de doña Gertrudis, Estefanía tomó el nombre de su madre, también aquí el nombre es el nomen omen que la historia nos ofrece, a veces los nombres llevan realmente adentro también un destino escrito. Ahora sus hijos han crecido, ellas los han hecho estudiar en colegios con nombres que al paisaje adhieren como si fueran un árbol nativo, un surco de maíz, unos cuyes libres cruzando el desordenado patio. Han logrado ir a una universidad que le ha dado mucho mas que una ilustración, para las mujeres ha sido otro parto, aretes de oro, polleras de finísima tela, una sonrisa que da para una foto de la cual nunca se separarán.
Los callos de las manos las va diferenciando de otras mujeres. Estrecho sus manos y es como probar la experiencia de los mil oficios que ellas van organizando día tras día
. Miguelina reniega y sonríe, tiene aun efervescente su carita dulce de bribona. Pícara como pude serlo una mujer que ve y provee, cumple y se esconde, sabe y comparte, llega antes su pacificadora sonrisa que su fuerte carácter, aquí la timidez es desdeñosa y es acompañada por la dulzura del clima. Tierra donde las mujeres fatales se criaron. Hay aire de encholamiento en muchas de las comunidades, el dominio de las relaciones está basado en el padrinazgo, en la fiesta, nunca falta una Claudina que engatuse a mil Adolfo.
Eufrasia viajó con nosotros hasta El Alto, las semillas creo que fueron el pretexto para abordar un viaje, salir y respirar un aire nuevo. Ella es dirigente de Jatun Pampa y para su comunidad desea introducir cuanto otros dirigentes lograron implementar en las comunidades cercanas; al pasar por Jatun Pampa vemos muchos tanques de plásticos negros para almacenar agua, captarán el agua de las lluvias de unos techos demasiado chicos. También aquí, como en otras mil comunidades, el asistencialismo es una limosna grande de la cual pocos han desconfiado. Eufrasia quiere el bien para su comunidad, y un poco de protagonismo para ella también.
La champa guerra dividió familias, comunidades, pueblos enteros. La reconstrucción del tejido social fue tarea de mujeres valerosas.
“El 2 de agosto 1953 en Ucureña aparece Wayra, ha ido a comprar harina de maíz de los piqueros, llevará la carga con el camión recién estrenado a las muk’eras de Cliza, a las de Toco, a todas las comarcas que en su vientre siguen conservando sus nombres aimaras: Tarata, Tacachi, Jaramasi, Jarani, Paracaya, Huaricaya, Ttloata; muchas de las mujeres recuerdan los cuentos de sus abuelos, los quechuas entraron por El Paso, “esclavizaron a los aymaras y los secuestró a ellos mismos el dulce sonido de los arroyos, la brisa que hace cascabelear los molles cubiertos de pepitas rojas. No se fueron más” (2). Bailan una cueca con sus maridos, con otro hombre un wayño, el bailecito está reservado para los quince años de su hija, y ellas tampoco sabes con quien lo bailará”.
Luego de muchas penas, con hombres siempre borrachos y warmich’allpa, la sequía y la erosión de sus pocas tierras, muchas de ellas se han ido al Chapare. El Chacha-warmi está lejos de aquí, las mosquitas no pican a cualquiera, ellas saben administran buenos negocios .
Mamá Ricarda, de Bella Flor, de Pukará. Foto: Maurizio Bagatin.
En Tarata hay alguien que recuerda a Doña Juana, la pareja de Melgarejo. En Cliza recuerdan a las monjas clarisas. Hay muchas cruces y pocas delicias en todas estas historias, al oír hablar de estas historias muchas mujeres se sienten ofendidas, muchas reconocen que hasta sus hermanas de las Bartolina Sisa la han traicionada. Las de Epizana y de Totora recuerdan quién fue esta mujer y como algunas mujeres han violado la historia de esta mujer.
Van preparando el alimento para toda la familia, buscan leña donde ya no hay ni un árbol al horizonte, luego irán por el agua, cerca o lejos que se halle, meticulosas y simples acciones las reservan a la preparación del almuerzo, cocinar es probablemente el acto más amoroso que una mujer concede a sus familiares. Saberes y sabores son innatos en las mujeres de todo el mundo. También los secretos de una receta.
Doña Agustina recuerda cada gota de sudor de su vida, no ha olvidado lo que nosotros pudimos solo leer en las violentas páginas de ¡Hijo de opa!
. En el “pueblo de los violadores”, así como fue brutalmente bautizado Arani, las mujeres se han organizado, la Asociación de riego de productores agrícolas Pozo de Flores aglutina mujeres valientes y aun enamoradas de su tierra, de su gente, del choclo fresco y de la papa sabrosa de este valle y sus cerros. El pan hoy será elaborado con harina importada por contrabandistas, desde la vecina Argentina, ellas lo lamentan y miran el valle donde el trigo podría ser la salvación de una economía que vive del día a día. Al oír hablar de semillas levantan sus cabezas y van recordando las tradiciones agrícolas que en esta tierra aun ellas intentan conservar. Hablan de como la gestión de las semillas sigue cuanto heredaron de sus abuelas y sus abuelos, y “se centra en la adquisición de semillas de lugares distintos del nuestro. Nosotras, tanto mujeres como hombres de esta asociación, creemos en la importancia de renovar la tierra con semillas que provienen de otros rincones cercanos a nuestra región, asegurando así la calidad y la diversidad de nuestra próxima siempre” (3). Sabiduría que ha necesitado de años y años, generaciones y generaciones, según ellas “la razón detrás de esto radica en la convicción de que traer semillas de otros lugares, como Pocoata, Cliza y otros lugares, no solo enriquece nuestra tierra, sino que también mejora la calidad y productividad de los cultivos” (4).
Muchas mujeres siguen conservando en sus memorias las noches de la Masacre de Tolata y Epizana. En enero del 1974 muchas familias se quedaron huérfanas y el luto no fue sufragado. Cuando Doña Roberta me contaba de aquellas noches, lo hacia siempre llorando, a sus hijos no quiso contarles nunca de la violencia, de las atrocidades que los militares cometieron. Con rabia en cuerpo me dijo que “a pesar de las barbaridades sufridas, aquí Banzer ganó las elecciones, propio en este municipio fue donde obtuvo la mayoría de los votos”.
La memoria es frágil. En este almacén se conservan los frutos de muchas historias, el gen de muchas interpretaciones, las mujeres del Valle Alto de Cochabamba van recordando y de sus sonrisas sale todo el dolor y toda la alegría de esta tierra tan fértil.
Maurizio Bagatin, abril 2024.
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Notas:
- Gaby Vallejo Canedo, ¡Hijo de opa!
- Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Muerta ciudad viva.
- Clivia Lizeth Aguilar Flores, Rosa Flores Rodrigues (Coordinadoras), Sembrando la tierra, cosechando historias.
- Clivia Lizeth Aguilar Flores, Rosa Flores Rodrigues (Coordinadoras), Sembrando la tierra, cosechando historias.
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