1. Más del 97% de las coberturas actuales de los Bosques Secos Tropicales se encuentra en peligro de extinción
El Bosque Seco Chiquitano es único en el mundo. Con sus 24 millones de hectáreas es el más grande de América del Sur y la mayor parte de su cuerpo verde se encuentra en Bolivia. El Congreso Mundial de la Naturaleza de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), reconoce que los Bosques Secos Tropicales (BST) son altamente frágiles y vulnerables a los contextos de transformación actual y a escenarios de intensificación de las sequías, incendios forestales y deforestación. El avance de la frontera agrícola le genera grandes complicaciones. Más del 97% de las coberturas actuales de este ecosistema se encuentra en peligro de extinción a nivel global como consecuencia de diversas amenazas por el cambio de uso de suelo y el cambio climático.
2. Las fuentes de agua están bajo constantes amenazas
El 66% de las fuentes de agua dulce en las Américas provienen de los Bosques Secos Tropicales y más de 100 millones de personas dependen de estos ecosistemas que garantizan seguridad alimentaria para pueblos y comunidades indígenas. En Bolivia, dentro del Bosque Seco Chiquitano, la minería está contaminando los ríos y, con ello, los peces, que son el alimento indispensable en la dieta de los pueblos originarios, acumulan metales pesados que ponen en riesgo la vida de los seres humanos. Además, la represa Guapomó de San Ignacio de Velasco ha perdido más del 80% de su espejo de agua a causa de la deforestación. Los animales silvestres también se ven tan afectados, a tal punto que muchos salen a las periferias de las zonas urbanas empujados por la sed.
3. Bosques Secos Tropicales en peligro de colapso
La conclusión no es nada buena. Recientes estudios basados en la Lista Roja de Ecosistemas, revelan que en las Américas los Bosques Secos Tropicales están en peligro de colapso y que en el 2019 se han quemado millones de hectáreas, especialmente en Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay. En el territorio boliviano, ha sido el Bosque Seco Chiquitano el que se ha llevado la peor parte. De 5,5 millones de hectáreas que consumió el fuego en todo el país aquel año, el 70% ocurrió en este ecosistema y penetró en las áreas protegidas. Los efectos fueron enormes, no solo en la flora y en la fauna y en las comunidades originarias, sino también en los indígenas en aislamiento voluntario que dependen cien por ciento de la salud de la selva. La importancia de la conservación de este ecosistema también radica en que se trata de la única zona fuera de la Amazonía que aún mantiene gente no contactada que vive en aislamiento voluntario. En este caso se trata del pueblo Ayoreo, entre Bolivia y Paraguay.
4. Deforestación y comunidades “fantasmas”
En todo el territorio del Bosque Seco Chiquitano existen más de 1.300 comunidades. De ellas, solo 300 corresponden a pueblos originarios. El resto, es decir —la gran mayoría— son asentamientos orquestados por los llamados interculturales, personas afines al Gobierno nacional actual, que llegan desde el occidente del país para tomar tierras, deforestar y exigir título de propiedad aduciendo que “la tierra es de quien la trabaja”. Pero muchos de ellos se ubican en tierras fiscales no disponibles, dentro de áreas protegidas o en zonas donde el suelo no tiene la aptitud agrícola. Además, se ha comprobado que muchas son comunidades fantasmas: después de cada toma colocan un letrero con el nombre de la comunidad y se mandan a cambiar después de haber talado varias hectáreas, para hacer creer que cumplen con la Función Económica y Social de la tierra.
5. Los hornos para hacer carbón se suman al apocalipsis del bosque
El humo que sale de sus chimeneas los delatan. Los hornos están en el lugar menos pensado de la Chiquitania. Su diseño tipo iglú y su construcción con material de barro aparece a un costado del camino. En ellos, los campesinos interculturales que llegan para hacerse de un pedazo de bosque que terminan deforestando en porciones, producen carbón con los árboles que van tumbando con sus motosierras. De cada horneada —cuentan— salen 600 bolsas de quintal que venden como pan caliente a Bs 20 cada una. Ni siquiera tienen que cargar el carbón hasta las ciudades. Los compradores se las quitan de las manos incluso antes de que se enfríen. Así, los churrascos que se preparan a lo largo y ancho del país, son asados con las brasas de los troncos que cayeron en los bosques de las áreas protegidas donde los hornos del carbón son construidos de la noche a la mañana.
6. Una carretera es para los animales un obstáculo de terror
Muchos animales de la selva no alcanzan a llegar hasta el otro lado de un camino. Los animales no identifican una carretera y por eso no siempre hacen el trayecto más corto para cruzarla. Entonces pueden permanecer mucho tiempo sobre ella. Así lo confirma el ingeniero ambiental Heinz Arno Drawert. Explica que si la serpiente quiere cruzar rápido pasa en 20 o 30 segundos. Pero muchas veces se queda sobre la carretera, incluso se enrosca y duerme ahí atraída por el calor del asfalto.
Heinz sabe que una carretera es una barrera para muchas especies, que corta la conectividad del ecosistema, que los atropellos no son el único impacto, que —por ejemplo— hay monos que no cruzan una ruta, porque —aunque se de tierra— les da mucha desconfianza bajar al suelo, y más aún, caminar. Es algo que solo lo hacen en caso de extrema necesidad.
“Cuando bajan a tomar agua les toma mucho tiempo porque miran muy bien antes de animarse, e inmediatamente después de tomar vuelven a los árboles. Entonces una carretera es para ellos un obstáculo de terror”, cuenta este ingeniero ambiental que es entregado a su profesión. Él también ha comprobado que otros animales menores no salen a lo descampado por miedo a predadores aéreos, y una carretera se convierte en una línea que no pueden dominar.
Hay un problema más: el ruido de los vehículos. Los sonidos fuertes y extraños —explica Arno Darwert— provocan huidas por instinto, entonces, las carreteras crean una franja de varios cientos de metros de hábitat “no aprovechable”.
Una de las varias carreteras que atraviesan la Chiquitania, nace en Santa Cruz y se extienden por 640 kilómetros, hasta llegar a Puerto Suárez. A todo ese tramo se lo conoce como corredor Bioceánico y cuando fue inaugurado hace ya 15 años, los beneplácitos reconocían que el aparato productivo por fin tenía una ruta competitiva para transitar sin frenos.
Pero a las carreteras en Bolivia no se las construyen pensando en los animales ni en la selva. Los entendidos en el medioambiente, saben que una vía interrumpe la movilidad de la biodiversidad y la continuidad del bosque se ve partido en dos. Otra de las consecuencias es que, al cambiar la vegetación, también se ve modificada la oferta de alimentos para la fauna y los cursos de agua se ven cortados por los terraplenes no solo de las carreteras, sino también de los trenes y otro tipo de obras civiles.
7. Un llamado internacional para proteger a los Bosques Secos Tropicales
La situación de los Bosques Secos Tropicales, entre ellos del Bosque Chiquitano, ya es un asunto internacional. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), ha emitido una resolución para que los gobiernos de los países que tienen la fortuna de contar en su territorio con este ecosistema, y los organismos y programas de las Naciones Unidas tomen en cuenta la condición de fragilidad y el estado de deterioro en el que se encuentran y establezcan y promuevan agendas conjuntas que incorporen acciones de conservación, manejo efectivo, restauración y uso sostenible involucrando a los pueblos indígenas y comunidades locales. Esta resolución fue proclamada en el Congreso Mundial de la Naturaleza llevada a cabo en Marsella (Francia), en septiembre de este 2021, gracias a la moción que presentó la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC) y gestionó que la comunidad internacional vuelque sus ojos a este rincón del planeta.
La presente publicación ha sido elaborada por la Revista Nómadas en coordinación con la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano, con el apoyo financiero de la Unión Europea. Su contenido es responsabilidad exclusiva de los autores, y no necesariamente refleja los puntos de vista de la Unión Europea.