
Por años, el río Pilcomayo ha sido mucho más que un hilo de agua que serpentea el Gran Chaco. Ha sido un refugio. Un corredor invisible por donde caminan los jaguares, emigran los peces y se transmiten las historias de los pueblos que lo habitan desde tiempos antiguos. Pero ese río, como tantos otros en Sudamérica, está cercado por amenazas. La deforestación avanza. Los agrotóxicos se filtran. Las petroleras abren caminos en sus márgenes. Y el cambio climático —silencioso, insistente— pone en jaque sus ciclos.
Frente a ese escenario, una alianza de fuerzas sociales, ambientales y culturales ha comenzado a tejer una propuesta concreta: la creación del Corredor Pilcomayo, un área de manejo integrado de más de 350.000 hectáreas que busca asegurar la protección del bosque chaqueño que se encuentra en sus márgenes, y así, mantener la conectividad entre poblaciones, animales y vegetación única en esta región de Bolivia, cada vez más fragmentadas.
La propuesta concreta plantea la creación de un área de manejo integrado de 351.426 hectáreas, que abarcará desde su ingreso en territorio boliviano, en el departamento de Tarija, hasta el punto donde el río se pierde en la frontera con Argentina y Paraguay. Este corredor no sería un parque cerrado ni una reserva intocable, sino una figura flexible de conservación, que permita coexistir actividades humanas sostenibles con la protección de los ecosistemas ribereños, manteniendo la conectividad ecológica, el flujo de especies y el resguardo de los últimos bosques de galería del Gran Chaco boliviano.

La iniciativa, impulsada por pueblos indígenas, pescadores, productores apícolas, organizaciones locales como la Plataforma Turística, ambiental de Villamontes, otros sectores productivos e instituciones como Nativa no es una idea reciente: nace de un clamor sostenido desde hace años en los Encuentros Mundiales del Chaco, donde las comunidades originarias han exigido que se le dé un estatus de conservación al río como patrimonio natural y cultural.
“El Corredor Pilcomayo es una medida prioritaria”, dice Iván Arnold, director de NATIVA. “Es clave para asegurar la integridad ecológica del corazón del Gran Chaco, conservar su valiosa biodiversidad, mantener servicios ecosistémicos esenciales, y promover modelos de desarrollo sostenibles que respeten la cultura y los derechos de los pueblos indígenas y de todas las poblaciones locales”.
El río Pilcomayo nace en Potosí, arrastra sedimentos y memoria, y desciende hasta la llanura chaqueña, donde cubre el 42% del territorio tarijeño. Allí, donde las lluvias pueden desaparecer durante meses, el río sostiene lo que aún resiste: humedales, bañados, palmares, jaguares, aves migratorias, y el mítico sábalo, ese pez incansable que todos los años remonta las aguas para garantizar su ciclo de vida. Su presencia, cada vez más intermitente, es también una señal de alarma.

Pero los peligros que enfrenta la cuenca no son solo ecológicos. La frontera agropecuaria ha empujado su avance con fuerza, arrasando con el bosque nativo. La ganadería extensiva y el cultivo industrial de soya han abierto claros en la vegetación que antes regulaba el agua, filtraba el aire y permitía la vida. Los hábitats se han vuelto parches inconexos. “Si se rompe esa continuidad ecológica, muchas especies quedan atrapadas y su capacidad de adaptarse desaparece”, explica Arnold. “Los animales no migran por gusto: migran para sobrevivir”.
A eso se suma la contaminación del agua, alimentada por agroquímicos, sedimentos y, en la parte alta, metales pesados de origen minero. Los humedales —verdaderos oasis del Chaco— se están degradando. La caza furtiva, que alcanza a especies emblemáticas como el jaguar, es otro síntoma de una región desbordada por el extractivismo. Y en paralelo, el cambio climático lanza nuevas cartas: sequías más largas, lluvias más violentas, inundaciones que anegan las casas por días, como ocurrió en 2025 en Villa Montes, cuando el Pilcomayo se desbordó durante más de una semana.
Pero el río también sangra por dentro. Las comunidades indígenas —Guaraní, Weenhayek y Tapiete— están viendo cómo pierden acceso a los recursos que durante siglos les han dado identidad y sustento. La desaparición de especies, la pérdida de bosque, la contaminación del agua, la falta de control del territorio y la ruptura del equilibrio natural están afectando directamente su forma de vida. “El corredor también es una herramienta para rescatar conocimientos tradicionales en la gestión del territorio”, enfatiza Arnold. “No es solo conservar biodiversidad, es preservar culturas enteras”.

La propuesta, además, mira de frente la economía local. Para los apicultores del Chaco —cuyas colmenas producen una de las mieles más puras y reconocidas del mundo— la protección de los ecosistemas ribereños es también una garantía de calidad y supervivencia. Si las fumigaciones y los cultivos avanzan hasta los palmares y bosques bajos, las flores dejarán de florecer con salud, y con ellas se perderá esa miel premiada en congresos y ferias internacionales.
Hoy, el Corredor Pilcomayo está en una etapa clave. Se está elaborando un estudio técnico-legal para determinar su factibilidad y definir los límites y mecanismos de manejo. Ya se han iniciado conversaciones con autoridades departamentales, y entre las opciones para su consolidación se barajan una ley de la Asamblea Legislativa Departamental de Tarija o, alternativamente, una norma desde la Asamblea Regional del Chaco. El camino será largo, pero la decisión ya está tomada.
La implementación del corredor permitiría restaurar hábitats críticos, proteger fuentes de agua, generar oportunidades económicas sostenibles, y aumentar la resiliencia climática de toda la región. Pero también daría una señal clara: que es posible convivir con la naturaleza sin destruirla, que un modelo de desarrollo basado en el respeto puede funcionar, y que un río aún puede salvarse si quienes lo rodean deciden actuar.

Resistencia en movimiento
La necesidad de esta figura legal no solo responde a una lógica ecológica. También es un grito ciudadano. Así lo explica Ludmila Pizarro, bióloga chaqueña y una de las líderes de la Plataforma Ambiental de Villamontes, desde donde se ha venido empujando esta iniciativa con fuerza creciente: “Hace aproximadamente dos años empezamos a ver una presencia alarmante de camiones cargados de carbón en Villamontes. Investigamos y descubrimos que provenían de desmontes masivos en la llanura chaqueña. Esa realidad nos empujó a actuar”.
La plataforma, que agrupa a diversos actores locales, intentó entonces alertar a las autoridades, emitir pronunciamientos, solicitar reuniones. Pero nadie respondió. “Esa indiferencia institucional nos hizo ver que estábamos prácticamente solos. Así nació la idea del corredor como una medida salvavidas. El Pilcomayo es la única fuente de agua superficial permanente en toda la región. Los demás cuerpos de agua se secan. Este río nunca lo ha hecho”, cuenta Ludmila. Y ese valor —de sostener vida en condiciones extremas— es precisamente lo que hoy se está erosionando.
La propuesta, añade, es clara: poner un “candado ecológico” a las márgenes del río, blindarlo frente a la expansión agroindustrial que, sin control, avanza como una enfermedad hambrienta.
Ludmila denuncia que la Autoridad de Bosques y Tierra (ABT) ha seguido autorizando desmontes incluso en zonas donde el Plan de Uso de Suelo (PLUS) los prohíbe. Alegan falta de personal para fiscalizar y se limitan a aplicar multas, sin exigir reforestación. “Eso ha generado una modificación de facto del uso del suelo”, dice Ludmila. Y como si fuera poco, añade una imagen alarmante: “Hace dos años se presentó el fenómeno de la ‘borrachera’ de los peces. Giraban sobre su eje como si estuvieran mareados, hasta que morían. Es una señal clara de contaminación. Algo grave está pasando en el agua del río”.
El corredor no prohibiría las actividades tradicionales. Ni la apicultura que produce la mejor miel del país, ni la ganadería extensiva bajo monte, ni la recolección de frutos nativos por parte de los pueblos indígenas. Lo que busca es frenar el avance de monocultivos, la tala indiscriminada para carbón vegetal, y la expansión de modelos que no respetan el equilibrio del Chaco. Porque, como recuerda Ludmila, proteger el Pilcomayo no es solo proteger a un río: “Es defender una fuente de vida ancestral que alimenta a pueblos, a ecosistemas, y a un territorio que ya está al límite”.

Turismo que protege
A la defensa del río no solo se han sumado científicos y líderes ambientales. También están los hombres y mujeres que han decidido hacer del Pilcomayo su hogar, su paisaje cotidiano y su apuesta de vida. Tomás Rivero es uno de ellos. Emprendedor turístico, pescador y dueño del restaurante Don Tomás, ubicado cerca del Puente Ustárez, en la ruta entre Santa Cruz y Tarija, ha sido testigo del deterioro silencioso del río. “Cuando usted me menciona el Pilcomayo, me genera una mezcla de emociones —dice—. Por un lado, alegría; por otro, tristeza. El río ya no es el mismo de antes. El caudal ha bajado, hay más sedimentos y los peces son cada vez más pequeños. Lo que antes era un surubí pequeño, hoy ya se considera grande”.
Pero a pesar de ese escenario, Rivero eligió no rendirse. Junto a su familia y otros emprendedores de la zona, apostó por el turismo como una herramienta de conservación. Transformaron la pesca comercial en paseos turísticos; la lancha dejó de ser instrumento de captura para convertirse en vehículo de conexión con la naturaleza. “Estamos migrando hacia la pesca deportiva con devolución. Incluso cocinamos con la leña que el mismo río arrastra. No hemos alterado la naturaleza: solo la estamos aprovechando de forma distinta”, explica.
La experiencia de Rivero revela una verdad que muchas veces queda fuera del radar ambiental: la gente que vive cerca del Pilcomayo quiere cuidarlo, si se les dan las condiciones y el respaldo necesario. Por eso, él también respalda la creación del corredor ecológico. “Nos parece fundamental que se protejan los márgenes. Han venido a hacer reuniones con el sindicato de pescadores y todos estamos de acuerdo. Es una medida urgente, no solo por los peces, sino por nosotros, que vivimos del turismo”.
Su restaurante no es una excepción. En la zona del Puente Ustárez ya hay al menos seis o siete locales dedicados a servir pescado de río en distintas preparaciones. Es un polo turístico emergente que genera empleo, arraigo y orgullo local. “Empezamos con dudas, incluso con burlas —recuerda Tomás—. Me decían: ‘¿turismo aquí, con tantos mosquitos?’ Pero la gente viene igual. Se pone repelente, se sienta frente al río, y come. Hoy todos en Villamontes saben que el turismo es el futuro. Y eso implica cuidar la naturaleza, manejar bien la basura, y ser responsables con el entorno”.
El Pilcomayo, entonces, ya no es solo un río que se intenta salvar. Es también un catalizador de nuevas formas de vida. Y voces como la de Tomás demuestran que la defensa del río no está solo en manos de técnicos ni de activistas: está en las cocinas familiares, en los botes que navegan con turistas, y en la memoria viva de quienes han visto cómo el agua, alguna vez abundante, comienza a escasear.

Ganadería con raíces
La propuesta del corredor Pilcomayo también ha despertado el interés y el respaldo de un sector que muchas veces —con justa razón— es apuntado como enemigo de la naturaleza: el ganadero. Pero en el Chaco boliviano, esa relación con el bosque suele ser distinta. Y nadie lo expresa mejor que Abdón Sánchez Ruiz, presidente de la filial ganadera 12 de Agosto y defensor de una ganadería que se adapta, sin deforestar.
“Cuando empecé, pensaba desmontar para sembrar forraje, pero al instalarme en la propiedad me di cuenta de que el bosque ya ofrecía lo que el ganado necesitaba”, cuenta Abdón, que además de ganadero es auditor de profesión. Su finca, como muchas otras en el margen derecho del Pilcomayo, convive estrechamente con el ecosistema chaqueño. “Aquí, el alimento del ganado está en el monte. Hay frutos como el mistol, el chañar, la tusca, el algarrobo. Hay agua del río. Desmontar sería destruirnos a nosotros mismos”.
Sánchez forma parte de un engranaje productivo que sostiene a más de 1.500 ganaderos en Villamontes, distribuidos a ambos lados del río. En su zona, tres comunidades campesinas —El Carmen, El Quebracho y Pioneros del Chaco— viven casi exclusivamente de la ganadería. Pero el cambio climático, la deforestación ilegal y la sobreexplotación del Pilcomayo ya empiezan a amenazar esa forma de vida. “Es contradictorio que, sabiendo el valor que tiene el bosque y el río, se sigan autorizando desmontes tan cerca de sus márgenes. Eso arrastra sedimentos, debilita los suelos, y termina afectando el caudal. Y si el río muere, todos perdemos: los peces, los apicultores, nosotros los ganaderos”, advierte.
Y no exagera. El Pilcomayo no solo riega las pasturas, también crea un microclima que hace posible que en esa región del país se produzcan una exquisita miel, incluyendo la premiada miel de mistol, considerada la mejor del mundo. “Todo eso —dice Abdón— ocurre porque el bosque aún existe. Pero si no lo cuidamos ahora, lo vamos a perder para siempre”.

El oro del monte
A lo largo del río Pilcomayo, el zumbido de las abejas no es solo música natural, sino también una señal de vida saludable, biodiversidad y economía sustentable. Guido Saldías lo sabe mejor que nadie. Apicultor chaqueño con más de 20 años de experiencia y ganador del premio mundial a la mejor miel del mundo en 2023 —otorgado en el Congreso Mundial de Apicultura realizado en Chile—, ha construido un emprendimiento familiar que hoy es símbolo de resiliencia.
“La miel premiada es monofloral de mistol, producida en una zona donde todavía queda monte nativo, a unos cinco kilómetros del Pilcomayo. Lo que se ha premiado no es solo su sabor, sino el ecosistema que la hace posible”, explica. Su familia y él migraron desde Yacuiba hacia zonas más protegidas del río, escapando del avance de la frontera agrícola y los agroquímicos. “Instalamos nuestras colmenas en lugares más puros, porque las abejas no pueden trabajar donde el monte ha sido destruido”.
Guido sabe que su victoria no fue un golpe de suerte. En el Chaco boliviano, producir miel es una odisea: calor extremo, sequías, caminos difíciles. Sin embargo, en comunidades como El Pelícano, los frutos silvestres y la floración del mistol durante tres meses permiten rendimientos de hasta 50 kilos por colmena. “Eso no ocurre en cualquier parte del país. Aquí, la abeja depende del bosque y el bosque depende de nosotros”, resume.
Por eso, apoya firmemente la creación del corredor Pilcomayo. “El avance de la agricultura intensiva ya se nota: en 2017 las colonias estaban a 35 kilómetros; hoy están a 25. Si no frenamos esa expansión, perderemos la biodiversidad y el equilibrio climático. El corredor es una forma de proteger no solo el río, sino toda una cadena de vida”.
Además, su equipo ha comenzado a estudiar cómo las abejas potencian la regeneración natural del bosque: donde hay más abejas, hay más frutos en especies como el algarrobo o el roble, lo cual beneficia a animales, ganado y comunidades. “Es un efecto multiplicador que sostiene todo un ecosistema. La miel es solo un resultado; lo importante es el equilibrio que la permite”, concluye.

Palma en peligro
En las comunidades indígenas del Chaco, el río Pilcomayo también es fuente de algo también profundo: identidad cultural. Lo sabe bien Marcelo Villafuerte Mitre, artesano weenhayek que combina la pesca con la elaboración de piezas tradicionales hechas con hoja de palma. Él representa a cientos de familias que, además de cuidar el entorno, viven del arte milenario de sus manos.
“La palma que usamos para nuestras artesanías la conseguimos en un puesto ganadero, dentro de una propiedad privada. Siempre hemos tenido que pedir permiso, pero ahora todo eso está en riesgo”, explica Marcelo con un dejo de angustia. La razón: la posible venta del terreno a colonias menonitas que —según relata— suelen desmontar por completo la vegetación. “Si esa propiedad cae en sus manos, se destruirán las palmas. Y aunque haya otras zonas con vegetación, no es el mismo tipo de palma que nosotros necesitamos”, advierte.
El problema no es individual. Marcelo estima que el 95% de los weenhayek, unas 10.000 personas, viven de la artesanía. Solo en Villamontes, unas 300 familias tejen y sostienen su cultura con hojas del bosque. Hace un tiempo, propuso a las autoridades un proyecto de reforestación en un terreno propio de 15 hectáreas. Su idea era sembrar palmas para no depender de terceros. Pero hasta ahora, nadie ha respondido.
Por eso, cuando escucha que se está tramitando la creación de un área protegida que resguarde las márgenes del río Pilcomayo, Marcelo no lo duda: “Es una excelente iniciativa. Tal vez debió hacerse antes, pero nunca es tarde para proteger lo que queda”. Para él, el bosque no es solo paisaje o materia prima: es historia, futuro y hogar. “Si lo destruimos todo, ¿de qué vamos a vivir? ¿De qué artesanía vamos a hablar después?”, dice, extendiendo su mensaje también a los apicultores, con quienes comparte territorio y preocupaciones.
Y lanza un ruego: “Yo les pediría a los ganaderos que aman Villamontes que no vendan sus tierras a los menonitas. Tal vez traen dinero, pero lo hacen a costa del monte. Eso no es justo. Lo que necesitamos es proteger lo nuestro, no venderlo al mejor postor”.

El río es sagrado
Para el pueblo weenhayek, el río no es solo fuente de sustento; es un ser sagrado, un miembro más de su comunidad. Así lo expresa Pablo Rivero Fernández, Capitán Grande de esta nación indígena asentada en la ribera chaqueña.
“El Pilcomayo no es un simple recurso. Es parte de nuestra cosmovisión, es vida. Si atentamos contra el río, es como atacar a un padre o a una madre”, afirma con solemnidad. Y recuerda que, desde el puente ferroviario hasta la frontera con Argentina, el territorio weenhayek está dividido en concesiones de pesca que respetan una tradición ancestral. En este sistema, él ejerce su rol como autoridad originaria: vocero ante el Estado y guardián del equilibrio.
La organización del pueblo weenhayek está sustentada en normas propias, respaldadas por la Constitución y leyes especiales. “Somos una nación indígena con territorio, población y soberanía. Nos regimos por nuestros propios procesos y estructuras”, explica. Desde esa plataforma defienden no solo el acceso a la pesca y la artesanía, sino su derecho a vivir con dignidad en un entorno sano y respetado.
La situación, sin embargo, ha cambiado. Rivero recuerda cómo, hace 40 años, el Pilcomayo era más caudaloso y profundo. Hoy, el cambio climático, el crecimiento urbano y el extractivismo han alterado el curso de las aguas y, con ello, la temporada de pesca: “Antes, entre abril y septiembre, se pescaba sin pausa. Ahora hay interrupciones anormales, y los peces son más pequeños y escasos”.
Por eso, el proyecto de corredor ecológico no es una opción para ellos, sino una necesidad. “Estoy totalmente de acuerdo con esta iniciativa. Hay que proteger el río y también sus contornos, porque las crecidas afectan a comunidades enteras. Vecinos nuestros, en la frontera con Argentina y Paraguay, han tenido que desplazarse por las inundaciones”, señala. Apoya firmemente la aprobación del proyecto de ley, aunque reconoce que el clima político en la Asamblea Departamental es tenso. “Ojalá una nueva directiva lo impulse, y luego pueda elevarse a nivel nacional”.
Rivero también alerta sobre otra amenaza silenciosa: la extracción de materiales de construcción de las islas del río. “A medida que crece Villamontes, se necesita más grava y ripio. Los dragueros destruyen el equilibrio del río, provocan erosión y ponen en riesgo a las comunidades ribereñas. Un desarrollo mata a otro desarrollo”, lamenta.
Antes de despedirse, lanza una invitación firme pero esperanzadora: “Hago un llamado al corazón de todos. Esta ley debe ser una acción real, colectiva, asumida por nosotros, el pueblo. Estaremos atentos”.
Iván Árnold, coincide con Ludmila, con Tomás, con Marcelo, con Abdón, con Guido y con Pablo: “El Pilcomayo no necesita discursos. Necesita decisiones”, repite con seguridad y remata con una frase que suena a advertencia y también a esperanza: “Y esta vez, quizás haya una última oportunidad”.
Foro de gobernadores impulsa acciones como las que se darían en el Corredor Pilcomayo
Desde 2023, las gobernaciones de Tarija, Santa Cruz y Pando —y desde 2024, también la de Beni— son miembros plenos del Grupo de Gobernadores por el Clima y los Bosques (GCF Task Force), la principal red global de gobiernos subnacionales dedicada a la protección de los bosques tropicales, que cuenta con 45 miembros en 11 países. Esta membresía les brinda acceso a financiamiento climático, cooperación técnica y alianzas internacionales para promover una gobernanza forestal centrada en los derechos indígenas, economías bajas en emisiones (REDD+ y desarrollo rural sostenible) y soluciones basadas en la naturaleza para la resiliencia climática.
El Corredor Pilcomayo, afectado por desafíos como la deforestación, la degradación de suelos y la presión sobre los recursos hídricos, se perfila como un territorio prioritario para implementar y escalar soluciones innovadoras que integren conservación efectiva, reducción de emisiones por deforestación (REDD+), restauración ecológica, medios de vida sostenibles y gobernanza participativa con énfasis en el fortalecimiento de los derechos territoriales indígenas y locales.
La sinergia entre el GCF y el Pilcomayo permite acelerar estas acciones mediante tres líneas clave: acceso a fondos climáticos para proyectos piloto, intercambio de conocimientos con otras regiones tropicales y articulación política para escalar modelos exitosos.
Este enfoque no solo representa una oportunidad para el Pilcomayo, sino que también puede replicarse en otras regiones del país, consolidando un modelo boliviano de desarrollo resiliente y bajo en carbono.
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Sobre el autor
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Roberto Navia
Desde hace más de dos décadas transita por el mundo para intentar elevar a los anónimos del planeta al foco de lo visible. Sus crónicas emblemáticas: Tribus de la inquisición y Los Colmillos de la Mafia le han permitido ganar dos veces el Premio Rey de España (2014 y 2017); Esclavos Made in Bolivia, el premio Ortega y Gasset (2007); el documental Tribus de la Inquisición, la nominación a los Premios Goya (2018), Flechas contra el Asfalto y Los Piratas de la Madera desangran el Amboró, dos veces ganadores del Premio de Conservación Internacional, entre otros galardones nacionales e internacionales. Es docente universitario de postgrado, la cabeza de la Secretaría de Libertad de Expresión de la Asociación de Periodistas de Santa Cruz, miembro del Tribunal de Ética de la Asociación Nacional de la Prensa de Bolivia y de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).