
El Chaco boliviano es un territorio de contrastes y extremos. Sus llanuras parecen infinitas, punteadas por árboles centenarios y arbustos que viven con la tenacidad de quien ha aprendido a resistir. Cuando el sol se levanta como un ojo gigante, la luz ilumina los quebrachos, los algarrobos y los mistoles, proyectando sombras que nunca se rinden. En las primeras horas de la mañana, antes de que el calor abrase la piel, se escucha el murmullo del viento en las hojas, el canto de aves escondidas entre las ramas y, a lo lejos, el mugido del ganado que se mueve lentamente entre arbustos y árboles, buscando alimento y sombra. Este escenario es el corazón de la ganadería de bosque, una forma de producción que respeta la vida del monte, que no lo reemplaza por pasturas uniformes ni tierra desolada, sino que convive con él, reconociendo su valor y su poder de sostener la vida en un territorio de alta vulnerabilidad y donde las condiciones climáticas son un reto que exige proteger la naturaleza.
El día en el Chaco empieza temprano. Antes de que el calor caiga como un yunque, los hombres y mujeres salen a recorrer sus predios. A veces a caballo, a veces a pie, revisan el ganado, arreglan alambrados, verifican los tajamares, observan el bosque. El aire fresco de la mañana dura poco: hacia las diez, el sol comienza a golpear con furia. A mediodía, el calor es tan intenso que la tierra parece arder y el horizonte se ondula como si fuera un espejismo.
Pero las tardes, cuando el sol se recuesta, regalan paisajes inolvidables: bandadas de loros llenan el cielo con sus gritos, los quebrachos se visten de sombras largas y el monte huele a savia viva. El crepúsculo chaqueño es un espectáculo que hipnotiza, como si el bosque mismo respirara y se encendiera de colores.
Es en ese entorno donde la ganadería de bosque cobra sentido: un sistema que no busca forzar la tierra, sino acompasarse a su ritmo.
En ese escenario de película de no ficción, Marcelo González, responsable del componente ganadería sostenible del proyecto Tekove, impulsado por la alianza estratégica entre NATIVA y AVSF, y con el apoyo de la Unión Europea y la Embajada de Suecia, describe con precisión la importancia de que la ganadería no destruya el bosque, sino, por el contrario, aproveche los frutos de los árboles del monte chaqueño para alimentar al ganado: “En otros países vecinos, como Argentina y Paraguay y el oriente de Bolivia, la ganadería adoptó el modelo de desmontar, primero, para sembrar pasturas o granos, y después, producir carne.

“Aquí, en el Chaco boliviano, los productores reconocen que el bosque es la principal oferta de forraje. Sin él, no habría carne, no habría leche, no habría vida ganadera”.
La voz de Marcelo tiene la certeza de quien ha recorrido cada hectárea del monte y ha visto cómo la combinación de sombra, árboles y forraje natural permite que el ganado viva en armonía con la naturaleza y encuentre alimento incluso en tiempos de sequía intensa.
“La ganadería de bosque no busca reemplazar la naturaleza, sino integrarse en ella. Mientras en otras regiones del país la lógica dominante es deforestar para sembrar pasto, aquí la ecuación se invierte: se conserva para producir”, refuerza Marcelo, mientras camina por unos puestos ganaderos de Villamontes.
Por donde se mire, en este Chaco indómito, hay vacas comiendo debajo de árboles frondosos, apaciguadas por las sombras que nunca faltan.
Pero practicar la ganadería de bosque también implica trabajo. Marcelo explica que la variabilidad climática obliga a los ganaderos a planificar meticulosamente la rotación de pasturas naturales y áreas de bosque. “Si sobrecargas una zona, el pasto no tiene tiempo de regenerarse y el bosque se degrada. Es necesario dejar áreas en descanso, mover el ganado según las estaciones, instalar alambrados estratégicos para gestionar eficientemente la superficie y asegurar que el forraje se regenere”.
Iván Árnold, director de NATIVA, refuerza esta visión con una mirada científica. “El bosque chaqueño tiene una evolución de miles de años que ha permitido que sus especies se adapten a las condiciones extremas de esta ecorregión. Cambiar esta vegetación por pasturas que dependen de grandes cantidades de agua no tiene sentido. El bosque ofrece la principal oferta de forraje y, cuando se maneja adecuadamente, garantiza la sostenibilidad del sistema ganadero y la conservación de la biodiversidad”.

La región del chaco boliviano —asegura Iván— es la que mantiene de mejor manera sus condiciones ecológicas, a la vez que sustenta un sistema productivo que integra el bosque natural como principal despensa de la ganadería que se desarrolla en esta región.
“El bosque, en la ganadería de la región del chaco boliviano, ofrece la principal oferta de alimentos para el Ganado bovino. En la relación productor-bosque-ganado, se ha llegado a reconocer el alto valor del bosque y su reflexión es cada vez más positiva sobre la importancia de no eliminar el bosque y más bien, realizar un manejo adecuado que permita la sostenibilidad del sistema ganadero basado principalmente en el forraje natural del bosque”, sostiene el director de NATIVA, para quien, la concepción de una ganadería de bosque, propone de manera directa la conservación del bosque nativo y su biodiversidad basándose en la adopción de tecnologías de bajo impacto ambiental.
Iván Árnold explica que el proyecto Tekove, que se desarrolla en las ecorregiones del Chaco, Chiquitania y Pantanal con la alianza estratégica entre NATIVA y AVSF, plantea un trabajo con enfoque de sistema, que coadyuve al involucramiento activo de los actores del paisaje Chaco – Pantanal en acciones de conservación, cumpliendo con el ciclo: “conservación—producción económica sostenible—impacto social—conservación, en el cual se incorpora la dimensión multi actor y multi jurisdicción”.
“El involucramiento de distintos actores públicos, privados y sociedad civil con roles importantes en el territorio, impulsando la implementación de actividades productivas sostenibles, favorecerán a los medios de vida local para que generen recursos económicos, visibilizando el trabajo en ganadería de mujeres, jóvenes y otros grupos vulnerables en el territorio, mediante el potenciamiento de cadenas de valor y sistemas de comercialización”, explica Iván Árnold, con la solvencia que le dan sus conocimientos sobre el Chaco boliviano.
La integración de la ganadería de bosque no solo beneficia al productor, sino también a todo el ecosistema. La sombra que ofrecen los árboles protege al suelo de la evaporación excesiva, evita la erosión, regula la humedad y permite que la fauna silvestre encuentre refugio. Esta coexistencia, dice Marcelo, no es casual: “Cuando manejamos bien la ganadería, el bosque se mantiene y la biodiversidad sigue presente. Es un ciclo que se retroalimenta: más bosque, más forraje, más animales saludables, más vida silvestre”.

Marcelo, describe la interacción entre el ganado y el bosque como una danza: “Aprendí a observar los movimientos del ganado, los momentos en que prefieren hojas frescas o frutos, y a anticipar cómo rotar los montes para permitir que las plantas se regeneren. Es un aprendizaje diario, un diálogo constante con la naturaleza”. Explica que esta rotación no solo mantiene la salud del bosque, sino que también mejora la calidad de la carne y la leche: animales bien alimentados y sin estrés producen mejor, y esto tiene un valor económico creciente en los mercados locales e internacionales.
La ganadería de bosque tiene un componente económico vital para la región chaqueña. En municipios como Boyuibe, Macharetí o Charagua, la actividad ganadera moviliza la economía local: compra de insumos, comercio de carne y leche, construcción de infraestructura y mantenimiento de familias.
Marcelo subraya que existen, al menos, 15.000 productores ganaderos registrados en el Chaco boliviano y el 99% de los productores registrados en asociaciones trabajan bajo este modelo de ganadería de bosque, lo que refleja la arraigada tradición y el reconocimiento del valor del bosque. Todos ellos, reunidos en asociaciones y federaciones, son aglutinados por la Coordinadora Ganadera del Chaco, entidad que impulsa desde hace más de una década este modelo productivo.
Dice que Tekove, como proyecto estratégico, busca fortalecer esta dinámica de valorar el monte: visibilizar a mujeres y jóvenes, integrar actores locales y promover cadenas de valor que aseguren ingresos sostenibles sin comprometer el bosque.
Sin embargo, no todo es armonía. La presión de colonos menonitas y empresarios llegados del exterior y otros lugares de Bolivia que buscan comprar tierras para desmontar, genera tensión. Marcelo señala que la venta de terrenos es tentadora para algunos productores: “Cuando ofrecen mucho dinero por hectárea, el productor ve la oportunidad y puede decidir vender. Nuestra misión es mostrar que hay alternativas económicas que no requieren destruir el monte”.

El riesgo de desmontes ilegales también persiste, especialmente cerca del río Pilcomayo y aguadas naturales, donde la pérdida de cobertura vegetal acelera la erosión del suelo y reduce la capacidad de retención de agua.
La ganadería de bosque exige infraestructura y planificación. Alambrados estratégicos, manejo de tajamares y gestión de carga animal son esenciales. También cita el trabajo que también se realiza con la Innovación financiera con el BDP y el Fondo Rotatorio, orientada a beneficiar a los productores de Ganadería de Bosque mediante el acceso a créditos de bajo interés. Marcelo explica que la normativa de cinco hectáreas por unidad animal es inadecuada: “La realidad del Chaco exige flexibilidad. Un año con lluvias abundantes puede soportar más animales; en sequías prolongadas, menos. Adaptar la carga animal según las condiciones climáticas es clave para evitar degradación y mantener la productividad”.
La jornada va transcurriendo mientras el paisaje chaqueño es un espectáculo constante, donde el canto de las aves acompaña al ganado en hacer su recorrido entre árboles de copas anchas y arbustos tiernos.
La integración de la ciencia y la tradición es palpable en los puestos ganadero. Roxana Gutiérrez, Karina Toledo Tejerina y Diomedes Sánchez Rocha, ganaderos destacados, también han demostrado que es posible mantener la productividad sin destruir el bosque. Sus experiencias refuerzan el mensaje de Marcelo e Iván: la ganadería de bosque es sostenible, rentable y necesaria.
Roxana Gutiérrez, propietaria de la finca Pozo Norte en la zona de Galpones lo resume con sencillez: “Si deforestamos, matamos a la gallina de los huevos de oro. El bosque es la despensa de nuestro ganado. Ahí está el alimento natural que lo mantiene vivo todo el año”.

Roxana creció entre reses y árboles. Recuerda las caminatas en medio del monte, cuando el sol caía y las vacas buscaban sombra. “La vida ganadera es sacrificada —admite—. Hay que esforzarse mucho, levantarse de madrugada, estar atento al agua, al alimento, a las crías. Pero es una vida hermosa, porque uno trabaja en lo suyo, en la tierra que nos vio nacer”.
Ella sabe que la ganadería de bosque no es una moda, sino un modelo que integra siglos de conocimiento del monte chaqueño que da alimento, sombra y refugio.
“Cuidarlo es cuidarnos a nosotros mismos y a nuestros animales”.
En la práctica, esto significa que cada árbol, cada arbusto y cada pasto tiene un valor estratégico: los frutos del algarrobo o del mistol son consumidos por el ganado, las hojas secas caídas al suelo se convierten en heno natural y los arbustos tiernos son pasto complementario en la estación seca.
“Me crie entre ganado, gracias a mis padres”, recuerda. “La vida en la ganadería es bonita, pero sacrificada, nunca se detiene”. Su ganado, en su mayoría Nelore y Brahman, se alimenta principalmente de hojas y frutos de árboles nativos que resisten la sequía y vuelve a florecer con la lluvia.
En lugar de talar, Roxana busca alternativas: “Se puede abonar la tierra sin cortar, aprovechar lo natural que ya existe. Hacemos tajamares, bolsas de agua, pozos. Hay que organizarse bien para que alcance todo el año”. Su mensaje a otros productores es directo: “Es posible hacer ganadería sin destruir. El monte es nuestro aliado, no un obstáculo”.
El Chaco, como región compartida en Bolivia por Santa Cruz, Chuquisaca y Tarija, impone condiciones extremas. Los meses de sequía son largos y el calor intenso; los vientos, fuertes y constantes; las lluvias, aunque abundantes en ciertas épocas, son irregulares y a menudo torrenciales.
La extensión del Chaco boliviano es de aproximadamente 153.400 km², (15.340.000 hectáreas) representando el 25% del Gran Chaco Sudamericano y aproximadamente el 12% del territorio nacional de Bolivia. Esta importante región se ubica al sureste del país y forma parte de un ecosistema transfronterizo que también abarca Argentina, Paraguay y Brasil.

En Villa Montes, en el puesto ganadero Los Dos Hermanos, Karina Toledo Tejerina combina la crianza de ganado con el cuidado del agua, la fauna silvestre y la cobertura forestal. Su filosofía es simple, pero profunda: la madre naturaleza provee en la medida en que se la respete.
“Tenemos dos formas de manejo: pastoreo controlado y ganado dentro del monte”, explica. “Siempre hemos tratado de cuidar ese espacio porque dependemos de él. Nuestra conciencia es clara: hay que cuidar el agua, la tierra y todo lo que de ella depende, porque al final, nosotros mismos dependemos de eso”.
La presencia de colonias menonitas en los alrededores la obliga a marcar diferencia. “Ellos desmontan y producen carbón. Nosotros no queremos caer en lo mismo. Si destruimos, ¿qué va a quedar del Chaco?”. Para Karina, proteger el monte es un acto de resistencia cultural: “Esta tierra no solo nos sustenta económicamente, es parte de nuestra identidad como chaqueños. Lo que hagamos será herencia para las futuras generaciones”.
En sus tierras no se permite la caza. “Antes había urinas, zorros, tigres. Con los desmontes, muchos desaparecieron. Queremos mantener el equilibrio natural, porque animales y plantas están por algo. La caza indiscriminada y la tala rompen ese equilibrio”, lamenta.
A 38 kilómetros de Villamontes, rumbo a Paraguay, se encuentra el puesto Las Palmitas. Allí, Diomedes Sánchez Rocha, presidente de una filial ganadera, cuida con celo las 1.000 hectáreas heredadas de su padre. De ellas, apenas 12 están desmontadas; el resto es bosque donde pasta el ganado.
“Mi ganado se alimenta del monte natural: del duraznillo, del choroquete, y de frutos de algarrobo o chañar”, cuenta con orgullo. Para él, la clave de la ganadería está en aprovechar lo que la naturaleza ofrece sin destruirla. “Si tumbo un árbol es solo por necesidad: para un corral o la casa. No por tumbarlo. El monte es sagrado y hay que usarlo con cuidado”.
Pero el entorno no siempre juega a favor. A unos 20 kilómetros, observa cómo otras propiedades vendidas a menonitas se transformaron en campos pelados, sin monte, dedicados a leche y pasturas. “Es triste, porque esas tierras se van a volver infértiles con el tiempo. Nosotros creemos en la ganadería de bosque. Cuidar el monte es cuidarnos a nosotros”.
El bosque chaqueño ofrece diversidad: duraznillos, algarrobos, mistoles, algarrobillas, pastos nativos y arbustos variados. Cada especie tiene un momento específico de disponibilidad: las vainas de algarrobo, las hojas caídas de duraznillo, los frutos del mistol, todo se convierte en alimento para el ganado, asegurando su nutrición incluso en los meses más secos. Diomedes lo resume con claridad: “Si cuidas el bosque, el bosque te cuida a ti y a tu ganado. Es simple, pero hay que entenderlo y respetarlo”.
La ganadería de bosque también genera carne de alta calidad. Libre de agroquímicos, con animales sin estrés y alimentación basada en forraje natural, produce un producto con mejor perfil nutricional y especialmente en ácidos grasos omega-3. Esto abre oportunidades en mercados nacionales e internacionales que valoran producción responsable y sostenible.
El proyecto Tekove tiene un enfoque integral: combina conservación, producción sostenible y empoderamiento social. Involucra actores públicos y privados, fomenta la participación de mujeres y jóvenes, y promueve la comercialización de productos sostenibles. Su ciclo —conservación, producción económica sostenible, impacto social— busca conservar el paisaje chaqueño, visibilizando la integración del ganado con el bosque como un modelo de ganadería que respeta la biodiversidad.
Cada hectárea del Chaco cuenta una historia. Los ganaderos que han aprendido a respetar los ciclos vegetativos y climáticos mantienen la productividad y protegen la biodiversidad. Los animales crecen fuertes, la fauna silvestre prospera y la tierra conserva su fertilidad.
Los ganaderos del Chaco boliviano saben que esta región no es solo un espacio geográfico, sino, es un laboratorio vivo de sostenibilidad, un ecosistema que permite observar cómo la integración de la naturaleza y la actividad humana puede ser armónica. También saben que la combinación de conocimientos ancestrales, ciencia moderna y estrategias de mercado ofrece una ruta clara: producir sin destruir, conservar mientras se produce y fortalecer comunidades locales.
En este territorio, cada amanecer y cada atardecer recuerdan la importancia del equilibrio. La luz dorada que se filtra entre los árboles y el calor intenso que obliga al ganado a buscar sombra son recordatorios constantes de que la vida en el Chaco se sostiene gracias al respeto por el bosque. La ganadería de bosque es, por tanto, una apuesta a largo plazo, donde cada acción del productor repercute en la salud del monte, en la nutrición del ganado y en la economía de las comunidades.
Marcelo González coincide con los ganaderos en que el trabajo de todos es cuidar el monte, no solo para nosotros, sino para todos los que dependen del bosque. “La ganadería de bosque es el legado que podemos dejar: un monte vivo y productivo al mismo tiempo”. Iván Árnold enfatiza: “El Chaco boliviano es un modelo de cómo la ganadería puede integrarse con la conservación. Con la gestión correcta, podemos asegurar un sistema sostenible que genere riqueza, conserve biodiversidad y mantenga un equilibrio ecológico”.
Marcelo resume la filosofía del Chaco: “El bosque es nuestra principal oferta de forraje para el ganado, nuestra sombra, nuestro alimento, nuestra vida. Si aprendemos a respetarlo, podemos producir carne de calidad, sostener nuestra economía y preservar la biodiversidad para las generaciones futuras”.
La ganadería de bosque camina a pasos sólidos. El pasado 9 de agosto, durante la FEXPO Chaco 2025 en Villa Montes, varias asociaciones, federaciones y la Coordinadora Ganadera del Chaco concretaron la firma de la Alianza por la Sostenibilidad del Sistema Ganadero de Bosque.
Este acuerdo histórico reunió a productores, organizaciones, autoridades locales y actores de la sociedad civil de Argentina, a través de la Fundación Gran Chaco,fue impulsado por NATIVA, junto a la Coordinadora Ganadera del Chaco, la Federación de Ganaderos del Gran Chaco (FEGACHACO) y la Redes Chaco. También participaron organizaciones ambientales, cooperativas rurales y representantes de sectores públicos comprometidos con una producción más sostenible que vengan de áreas sin deforestación.
La firma de esta alianza se trató de un compromiso con una producción ganadera responsable, capaz de mantener el bosque vivo y en pie, sin deforestarlo. Un modelo que une conservación y producción, que impulsa el bienestar de las familias rurales y que salvaguarda los ecosistemas del Chaco.
El Chaco boliviano, pese a las adversidades, sigue siendo una de las regiones que mejor conserva sus condiciones ecológicas. Y eso se debe, en buena medida, a quienes lo habitan y han aprendido a convivir con él.
Cuando cae la noche y el monte se llena de cantos de grillos, los ganaderos sienten que su vida está atada al destino del bosque. No hay separación posible. Si el monte muere, muere también su forma de vida. Si el monte vive, vive con ellos.
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Sobre el autor
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Roberto Navia
Desde hace más de dos décadas transita por el mundo para intentar elevar a los anónimos del planeta al foco de lo visible. Sus crónicas emblemáticas: Tribus de la inquisición y Los Colmillos de la Mafia le han permitido ganar dos veces el Premio Rey de España (2014 y 2017); Esclavos Made in Bolivia, el premio Ortega y Gasset (2007); el documental Tribus de la Inquisición, la nominación a los Premios Goya (2018), Flechas contra el Asfalto y Los Piratas de la Madera desangran el Amboró, dos veces ganadores del Premio de Conservación Internacional, entre otros galardones nacionales e internacionales. Es docente universitario de postgrado, la cabeza de la Secretaría de Libertad de Expresión de la Asociación de Periodistas de Santa Cruz, miembro del Tribunal de Ética de la Asociación Nacional de la Prensa de Bolivia y de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).