Aquí, la cola del mal se trepa por las ramas de los árboles y espía por las ventanas pequeñas de las chozas de los indígenas, para intentar meterse en sus sueños profundos que solo concede el bosque.
Aquí, en la Amazonia boliviana —desconocida para el mundo— el mal tiene diferentes caras y dientes y su ojo delator se esfuerza por descubrir a los guardianes de la selva, que no se rinden.
Cuando los tiene en la mira, va a por ellos, les hace la vida imposible y les arma un infierno, les hace sentirse amenazados en su propia casa y los persigue vayan donde vayan. Pero la fuerza con la que enfrentan los custodios de la Amazonia sudamericana, el bosque tropical más grande del mundo, donde Bolivia tiene un pedazo de mapa de 824.000 kilómetros cuadrados, que representa el 70% de su territorio nacional y el 11 por ciento de toda la cuenca amazónica continental, no decae ante las arremetidas con las que el mal intenta derribar el escudo protector que los indígenas heredaron de sus ancestros.
Ruth Alipaz es una mujer que también lucha por su vida, porque sabe que el mercurio nunca más saldrá de su cuerpo y que está aprendiendo a vivir con él y a soportar los síntomas que retornan el rato menos pensado.
El mal, en este punto remoto del Planeta, está representado por el apetito desmedido de la deforestación que ubica a Bolivia entre los tres países del mundo con mayor pérdida de su bosque primario tropical y que durante el 2022 —según el informe presentado por Global Forest Watch del Instituto de Recursos Mundiales— se deshizo de 386.000 hectáreas, (3.860 km2), un aumento del 32% en comparación al 2021.
En Bolivia, solo en un año —el 2022— se ha desmontado el bosque primario tropical a una velocidad comparable a 1.057 canchas de fútbol por día.
Todos los días, sin descanso ni cuarentenas.
Y en 2021 no fue un año mejor: La plataforma de Mapbiomas para Bolivia que provee los datos más actualizados y fidedignos para Bolivia, reveló que la deforestación y conversión en la nación sudamericana alcanzó niveles históricos. En todo el país se perdieron 380.249 ha de bosque y 259.002 ha de ecosistemas no boscosos. En otras palabras, se perdieron cerca de 639.251 ha de naturaleza, el equivalente a una sexta parte de la superficie del departamento sureño de Tarija. La deforestación y conversión ocurrida el 2021 representa el 33,4% de la consumada en conjunto los cinco años previos.
El lado oscuro también lo está representado por los incendios forestales que cada año llegan puntuales para arrasar con millones de hectáreas de selva; por la contaminación de los ríos amazónicos donde operan cientos de empresas mineras ilegales, cuyos deshechos de mercurio viajan por las venas de los habitantes de por lo menos una treintena de comunidades indígenas que se alimentan de los peces que también están envenenados; por el narcotráfico que oculta sus fábricas de cocaína entre los árboles frondosos y donde también abren pistas clandestinas; por los proyectos que amenazan con la construcción de represas y por las acciones de autoridades que —lejos de acompañar la lucha por la protección de selva— se ensañan contra los guardianes que, dotados de una conexión íntima con la tierra, el aire y el agua, se resisten a doblegarse ante las fuerzas oscuras que amenazan su morada sagrada.
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El día ha empezado con buen pie en Rurrenabaque. Como casi siempre. En esta población del departamento de Beni, en el norte de Bolivia, las jornadas suelen pasar sin contratiempos, a pesar de que las aguas del río Beni que surcan por su orilla, están contaminadas.
Cargan en sus aguas oscuras, el metal pesado del mercurio.
La investigación realizada por encargo de la Central de Pueblos Indígenas de La Paz (CPILAP), asegura que los vecinos de 30 comunidades indígenas que viven a orilla del río Beni y de otros afluentes, supera el límite de mercurio en el cuerpo, permitido por la Organización Mundial de la Salud.
Alex Villca Limaco sabía de esta realidad, mucho antes de que ese estudio saliera a la luz en junio pasado. Lo dijo en muchas oportunidades. Cada vez que podía. A pesar de que hablar la verdad le había provocado días amargos. Alex sabía que la defensa del medio ambiente requería un esfuerzo arduo y dedicación constante. Significaba exponer su integridad física y la de su familia y a los miembros de San José de Uchumiamonas, una comunidad entre montañas y ríos, dentro del Madidi, el parque nacional más biodiverso del mundo, de casi 19.000 km2, al oeste de departamento de La Paz.
Ahora, el cuerpo moreno de Alex está sentado ante una vegetación exuberante, en Rurrenabaque, donde vive. Su pensamiento, deambula por la manada de sus ideas. Su voz, que suena como un clarín, no llama a la guerra, sino, a la resistencia pacífica para frenar los ataques a la Amazonia.
La cruzada de Alex no ha estado exenta de amenazas. Ha sentido la desacreditación y la estigmatización. A pesar de las dificultades, ha encontrado apoyo en su familia cercana, quienes comprenden la importancia de su lucha y lo respaldan en su tarea de defender los derechos individuales y colectivos.
Alex Villca Limaco —45 años, de contextura robusta— encuentra fortaleza en el legado ancestral de su familia y la conexión profunda que tienen con la naturaleza. Su bisabuelo, Francisco Navi, fue un reconocido chamán en la nación de los Uchupiamonas y transmitió a través de las generaciones un entendimiento y respeto profundo hacia la Madre Naturaleza. Alex siente la responsabilidad de continuar con esa tradición y guardar el conocimiento y la sabiduría que sus antepasados poseían.
Alex, nació en Santa Catalina, en el municipio de Apolo del departamento de La Paz, pero gran parte de su niñez la vivió en San José de Uchupiamonas. A este hombre de mirada profunda, no le alcanzan los dedos de las manos para enumerar la cantidad de vulneraciones y amenazas que enfrentaron los defensores del medio ambiente: “El 2022 hubo alrededor de 200 amenazas registradas a nivel nacional. En Bolivia no existe un observatorio que monitoree esta realidad”.
En ningún lugar está registrado —por ejemplo— que Alex Villca Limaco fue víctima de ataques a través de una página web que “alguien” creó para dañar su imagen, para decir que era un oportunista.
Cada vez que él se oponía a las operaciones mineras en la cuenca del río Beni y sus afluentes, a la piratería de madera dentro del Madidi, y a la construcción de represas, le atormentan con mensajes en las redes sociales intentando dañar su imagen, las amenazas también sufren los guardaparques por parte de los cooperativistas mineros. En este punto vital del norte Amazónico, él no es el único que entrega sus días y sus noches a la defensa de la selva.
Ruth Alipaz Cuqui camina como un ave con las alas extendidas, como si estuviera a punto de alzar vuelo. Esa estela de libertad y firmeza como un viento amazónico, también la proyecta cuando habla:
—En 2015 el Gobierno firmó un convenio para la realización de un estudio para la construcción de las hidroeléctricas en la zona del Chepete y del Bala, sobre el río Beni. Eso despertó mi preocupación. Junto a otros defensores del medio ambiente, me uní a la Mancomunidad de Comunidades Indígenas de los Ríos Beni, Tuichi y Quiquibey, que ha liderado la lucha contra estas hidroeléctricas.
La defensa del Madidi y sus recursos naturales no ha sido fácil para Ruth Alipaz. Ha enfrentado constantes amenazas por parte de los intereses económicos ligados a la explotación de la madera y las actividades mineras. Estos ataques han buscado intimidarla y silenciar su voz, a través de mensajes por WhatsApp que puede ver cuando sale del bosque y logra conectarse a Internet. Ha sufrido amenazas físicas y difamaciones, ha sido acusada de mentir sobre su origen indígena y de tener intereses económicos ocultos.
Pero el mayor daño que ha recibido de los mineros, es el mercurio con el que sacan oro de los ríos amazónicos y que ella ahora tiene metido en el cuerpo. A través de análisis clínicos realizados por la Coordinadora Nacional de Defensa de los Territorios Indígenas Originarios Campesinos y Áreas Protegidas (CONTIOCAP), descubrió que la mayoría de los pueblos indígenas que habitan en o cerca del parque Madidi, están contaminados con altos niveles del metal pesado.
Ruth es una mujer que también lucha por su vida, porque sabe que el mercurio nunca más saldrá de su cuerpo y que está aprendiendo a vivir con él y a soportar los síntomas que retornan el rato menos pensado: cansancio, diarrea, náuseas…
A pesar de todo, se esfuerza por llevar una vida lo más normal posible. Con su cuerpo delgado, liviano como el de un pajarito, camina de prisa por los caminos y las sendas del interior de la Amazonia boliviana. Su voz, musical, intrépida como la de una paraba, tiene la fuerza para mover a sus vecinos, para que, entre todos, unan sus fuerzas. —A los defensores de la selva nos han arrebatado el derecho a tener un almuerzo familiar, una celebración de cumpleaños. Hay la foto con nosotros y la foto sin nosotros, porque es preferible no aparecer públicamente con nuestros seres queridos, para protegerlos de la violencia y posibles ataques. Los pueden identificar y se las toman contra ellos, que es donde más le duele a uno: que lastimen a tu familia, a tus amigos, a gente que es cercana y que no tiene por qué cargar con todo esto.
En esta lucha titánica destaca también la figura de Marcos Uzquiano, un guardaparque que hace 46 años nació en San Buenaventura, una población que se encuentra en el bosque tropical del departamento de La Paz.
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Marcos Uzquiano, soñaba con convertirse en jaguar (Panthera onca) desde temprana edad. Acompañado de su abuela, quien le revelaba los secretos de una pócima mágica, exploraba el campo en busca de hojas con el color del “tigre”. Con el deseo de proteger al gran felino de América y espantar a los cazadores, Marcos anhelaba transformarse en uno de ellos. Sin embargo, a pesar de sus intentos de encarnación, la fórmula nunca funcionó.
Con el paso del tiempo, Marcos creció y se convirtió en guardaparque. Desde su posición de director interino del Parque Nacional Madidi (antes de que el Gobierno lo mueva a otro lugar, presionado por las empresas mineras), logró hacer realidad el sueño de su infancia: se dedica a investigar y proteger a los jaguares que están siendo cazados por traficantes, atraídos por la alta demanda de sus colmillos en China.
Marcos ha adquirido un profundo conocimiento del lenguaje de la selva a lo largo de sus más de 20 años trabajando en el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (SERNAP). Durante ese tiempo, ha tenido muchos encuentros con jaguares, aquellos felinos que de niño conocía como tigres.
Aunque en algún momento pensó en renunciar, decidió enfrentar las acusaciones y defender su inocencia. Su lucha ha sido reconocida y respaldada por numerosos activistas de la selva.
Marcos, se adentra cada día en la majestuosidad del bosque, guiado por el amor y el respeto que siempre tuvo hacia estos magníficos animales. Su compromiso y valentía reflejan el sueño de un niño convertido en realidad, un legado de protección y conservación que continúa en cada paso que da en la selva amazónica
—Nunca me han atacado los jaguares— dice, con firme intención de romper el mito de que “los tigres” atacan a las personas.
Quienes sí lo han atacado —y muchas veces— han sido los seres humanos, a los que denuncia por atentar contra la naturaleza o por su pasividad por no tomar acciones que sí pueden realizar, desde la investidura de autoridad en la que se encuentran.
El sector minero ha sido uno de los principales actores que ha ejercido presión sobre él, poniendo en peligro su vida y su estabilidad laboral. La situación llegó a un punto crítico cuando los mineros ilegales presionaron al Gobierno boliviano para que Marcos fuera trasladado del Parque Nacional Madidi. Estos poderosos actores, respaldados por su influencia política, económica y social, han creado un Estado paralelo dentro del propio Estado. Han bloqueado caminos, amenazado a autoridades y ejercido un control férreo sobre las áreas protegidas, como si fueran territorios bajo su dominio.
Al final, no solo lograron que a Marcos lo saquen del Parque Madidi y lo envíen a la Reserva de la Biósfera Estación Biológica del Beni, sino, incluso, uno de los mineros a los que él reclamó y combatió, le inició un proceso judicial por difamación y calumnia. Si el litigio judicial prospera a favor del minero, Marcos Uzquiano podría quedar inhabilitado para seguir como guardaparque y funcionario del Servicio Nacional de Áreas Protegidas.
Los mineros ilegales han encontrado un terreno fértil en el Parque Nacional Madidi y sus alrededores, dentro de la misma Amazonia. Han ocupado zonas protegidas, operando bajo la fachada de cooperativas mineras y con la complicidad de capitales extranjeros, incluyendo empresas chinas. Su poder e influencia han socavado la capacidad de los guardaparques —muchos de ellos oriundos de las comunidades indígenas— para ejercer un control efectivo, poniendo en riesgo la integridad de estos espacios naturales únicos en el mundo.
El enfrentamiento entre Uzquiano, también se ha dado en el ámbito institucional. El Servicio Nacional de Áreas Protegidas inició un proceso interno en su contra, acusándolo de una supuesta falta cometida en el año 2020. Él está seguro que estas acusaciones, parecen ser una represalia por su labor incansable en la defensa de la Amazonia.
A pesar de los obstáculos y amenazas, Uzquiano se ha mantenido firme en su compromiso con la protección de la naturaleza. Aunque en algún momento pensó en renunciar, decidió enfrentar las acusaciones y defender su inocencia. Su lucha ha sido reconocida y respaldada por numerosos activistas de la selva.
A tres horas caminando de la Ahlfeld, aparece la catarata Arco Iris que ofrece un espectáculo de colores vibrantes y brillantes que se entrelazan con el agua en su descenso vertiginoso.
El poder de los mineros ilegales radica en su capacidad para influir en el poder político y económico, generando presiones sobre el Gobierno y desestabilizando las áreas protegidas. Su fuerza radica en el respaldo de comunidades y en la falta de acción penal efectiva por parte del Estado. Este poder desproporcionado ha llevado al debilitamiento del Parque Nacional Madidi y ha puesto en riesgo la integridad de sus defensores.
Pero nada lo detiene a Marcos Uzquiano. Tiene una habilidad comprobada para recorrer largas distancia por senderos entre los bosques; navegar en lanchas pequeñas los ríos bravos y parsimoniosos de la Amazonia; enfrentar a viva voz a los que se topa en su trayecto, desde mineros sin ley hasta traficantes de colmillos de jaguar. Maniobra con destreza un motor fuerza de borda como también un remo para no naufragar en aguas encrespadas de lagos y lagunas. Y en los escenarios públicos, ya sea en una entrevista o en discurso, se enfrenta verbalmente contra delincuentes y las mismísimas autoridades que —pudiendo hacer— no hacen nada para combatir a los enemigos de la selva.
A veces, cuando uno lo ve solo con la luz de la luna en el monte, es posible percibir su mirada felina, agazapada sobre algún tronco de la realidad, atento para impedir que el mal se trepe por las ramas de los árboles; o bien, curándose las heridas que va acumulando en su cruzada por hacer visible a la Amazonia boliviana y sus problemas que no descansan.
El caso de Uzquiano no es un luchador aislado. Otros defensores sufren su propio infierno en los lugares donde han hecho su propio cuartel de lucha.
En la comunidad indígena chiquitana de Porvenir, dentro del Área Protegida Municipal del Bajo Paraguá (983.006 ha hectáreas dentro del departamento de Santa Cruz), se encuentra Maida Peña, una ferviente defensora de la Amazonia boliviana. Su dedicación la ha llevado a enfrentar numerosos problemas en su búsqueda por preservar uno de los tesoros más preciados de nuestro planeta: el bosque seco Chiquitano.
El Bosque Seco Chiquitano, se despliega majestuosamente como una ecorregión que abarca gran parte de Bolivia, especialmente el departamento de Santa Cruz, y se extiende sutilmente hacia el norte de Paraguay y el oeste de Brasil. Con más de 24 millones de hectáreas, es el tesoro de un bosque seco tropical único en el mundo. Sus ciclos de seis meses de lluvia y seis meses de sequía lo dotan de una singularidad en su biodiversidad, pero también lo convierten en una joya sumamente delicada.
Un arco de múltiples tonos se despliega ante los ojos risueños, bañando el entorno en una paleta de tonalidades que susurran historias de otros tiempos.
Maida es testigo de cómo la salud de los pueblos indígenas de tierras bajas se ha visto amenazada y desprotegida. Sus palabras, llenas de preocupación, explican cómo la soledad en la que se encuentran los indígenas, los ha llevado a enfrentar una serie de desafíos: la escasez de agua en la región ha alcanzado niveles alarmantes, afectando gravemente la vida de las comunidades que dependen de los ríos.
Maida sabe que no tan lejos de Porvenir, en comunidades como Miraflores, donde el agua que se extrae de los bolsones profundos de la tierra—literalmente— ya se vende, como se vende el pan y la gasolina. Así, poco a poco se van instaurando los surtidores privados de agua para intentar saciar la sed que los bosques —que son los generadores naturales de las lluvias— ya no pueden calmar, porque muchos bosques ya no están. Fueron arrancados a la mala por los dientes metálicos de la deforestación o por las lenguas de fuego de los incendios forestales que, año tras año, no dan tregua y cada vez anticipan sus llegadas, empuñando sus cargamentos de destrucción.
Ahora, lo que hay en los pulmones verdes de la Amazonia, son varias manchas grises, que son el eco cercano de lagunas que han desaparecido, como si se tratara de una tragedia apocalíptica, comunidades indígenas y campesinas despojadas de sus fuentes de alimentos, bosques de vocación forestal convertidos en desiertos y cambios de temperatura coronados por sequías que empujan a los animales silvestres a tocar las puertas de los humanos, porque ya no aguantan la sed.
La situación se agrava aún más con la venta de agua por capitales que tienen los recursos para perforar pozos de manera particular, un recurso vital que ahora se comercializa en algunas áreas de la Chiquitania. El narcotráfico también ha encontrado su camino en la región, contaminando los ríos y poniendo en peligro la vida de los habitantes locales. Maida no solo lucha por la preservación del bosque, sino también por la supervivencia de otro pueblo indígena, el Guarasugwe, que se enfrenta a la amenaza de la extinción y la pérdida de sus sabidurías ancestrales.
Maida Peña ha denunciado de que los narcotraficantes la han presionado para que renuncie al cargo de Cacique de Porvenir, desde donde los combatía con firmeza. A pesar de las dificultades, ella dice que siente una paz interior que solo puede atribuir a la protección divina que ha recibido. Aunque se sienta enjaulada en su propia casa y limitada en sus acciones, ha dicho que su determinación sigue intacta.
Su última lucha es lograr que el Gobierno coloque trancas en el camino de tierra de más de 200 km que avanzan hacia las puertas del Parque Nacional Noel Kempff Mercado, con el fin de poder controlar el tráfico de motorizados que esté relacionado con las actividades ilegales.
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Piso Firme es, la puerta de entrada al Parque Nacional Noel Kempff Mercado. En una casa que está a orillas del río Paraguá, se encuentra Hortensia Gómez, la Cacique chiquitana que con sus manos grandes cubre sus oídos para espantar los ruidos atronadores cuando los deforestadores tumban árboles sin que exista poder humano o estatal que los detengan. Aunque este rincón de la Amazonia boliviana es un paraíso para quienes viven aquí, para Hortensia también es un recordatorio constante de las amenazas y los desafíos que enfrenta como defensora del medio ambiente, porque las actividades ilegales de las que ella habla con mucha prudencia, hacen que viva en un constante vilo.
Hortensia quiere que sea eterno este lugar de ensueño, con paisajes de postal a orillas del río Paraguá que kilómetros más allá desemboca en el río Itenez o Guaporé que Bolivia comparte con Brasil. Piso Firme, con sus 500 habitantes, encuentra su sustento en la pesca, la agricultura y la ganadería. Además, el turismo va en aumento dentro del parque Noel Kempff Mercado que es Patrimonio de la Humanidad, atrayendo a visitantes que desean explorar las cataratas Ahlfeld y Arco Iris que están consideradas entre las más bellas del mundo.
El pensamiento de Alex Villca Limaco viaja empujado por la manada de sus ideas. Su voz, que suena como un clarín, no llama a la guerra, sino, a la resistencia pacífica para frenar los ataques a la Amazonia.
La catarata Ahlfeld, bautizada en honor al geólogo alemán Federico Ahlfeld, se despliegan como un velo de agua límpida y cristalina que cae en múltiples escalones. Con cada caída, el estruendo musical y la neblina que se alza crean un ambiente mágico. La energía salvaje de la catarata envuelve el aire, mientras el agua fresca acaricia los rostros de los eternos caminantes que desde tiempos ancestrales presencian ese espectáculo.
A tres horas caminando de la Ahlfeld, aparece la catarata Arco Iris que ofrece un espectáculo de colores vibrantes y brillantes que se entrelazan con el agua en su descenso vertiginoso. Un arco de múltiples tonos se despliega ante los ojos risueños, bañando el entorno en una paleta de tonalidades que susurran historias de otros tiempos.
Sin embargo, en medio de tanta belleza, Hortensia es consciente de las amenazas que acechan a esta región. El avasallamiento de tierras protegidas, por parte de colonos que tienen afinidad con el Gobierno, es una de las principales preocupaciones, ya que la falta de respeto a la Amazonia, pone en peligro la flora, la fauna y la paz de las comunidades indígenas.
El proyecto de construcción de una carretera desde Santa Rosa de la Roca hasta Piso Firme, de 254 kms, es motivo de tristeza y preocupación para Hortensia. Aunque comprenden la necesidad del asfalto, también teme las consecuencias negativas que esto pueda acarrear, como el aumento de los avasallamientos y el daño a la flora y fauna local.
Hortensia encuentra consuelo y alegría en la diversidad de animales que habitan la región. Desde el ciervo y el jaguar que se cruzan en su camino hasta los capibaras, las londras, los lagartos y las tortugas que observa durante sus travesías por el río.
—Cada encuentro con la fauna local, es motivo de felicidad y asombro— dice, mientras su sonrisa redonda intenta burlas las amenazas que soporta el bosque.
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Roycer Herbi, un indígena amazónico de la etnia Yuracaré, es un joven de 25 años con una visión aguda y certera. Su mirada de águila nunca falla, y puede divisar, a larga distancia, el vientre biodiverso del río Sécure como si fuera uno más de los seres que habitan sus aguas diáfanas y cristalinas, consideradas una de las más transparentes del mundo.
Nacido en las profundidades del norte del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS) de Bolivia, Roycer se mueve con seguridad y agilidad, como un felino, gracias a sus largas piernas y a sus pies descalzos con los que camina por las playas de arena y de piedras de los ríos del norte amazónico. Su voz lleva consigo una certeza absoluta, y suele afirmar con convicción: El turismo sostenible, enfocado en la pesca del dorado con devolución obligatoria, es una solución para luchar contra los enemigos del bosques, que en tiempo de nuestros padres, nos arrebataron los árboles más frondosos a los que llamábamos Abuelos.
Roycer es el guía de los pescadores. Cuando señala con su dedo índice la dirección en la que ha detectado el movimiento de un gran dorado, una de las especies piscícolas más valiosas y admiradas del planeta, la cara del pescador que lo acompaña se ilumina con una enorme sonrisa. Este pescador ha recorrido cientos, tal vez miles de kilómetros para llegar a este remoto lugar del planeta. En pocos segundos, estará librando una batalla corta pero intensa con el monarca de los peces, para luego rendirse ante la belleza de su cuerpo tornasolado y sus ojos profundos. Después de recuperar el aliento, dejará ir al dorado como a un buen amigo.
El pez avanzará sin prisa, su silueta se desvanecerá ante los ojos agradecidos del pescador, pero Roycer, que comprende el lenguaje del monte, continuará observándolo hasta que se pierda en las profundidades tranquilas del río Sécure. En ese momento, deseará ser uno de ellos, pues a Roycer no hay nada que le guste más que nadar pleno y libre como un pez en estos ríos, que forman parte de uno de los territorios mejor conservados del mundo.
A pesar de los obstáculos y amenazas, Marcos Uzquiano se ha mantenido firme en su compromiso con la protección de la naturaleza.
El TIPNIS, es un lugar privilegiado en el planeta, ha sido descrito como “la selva más hermosa del mundo” por el naturista y expedicionista francés Alcides D’Orbigny, quien exploró Bolivia entre 1830 y 1833. Y, sin duda, D’Orbigny no se equivocó al usar esas palabras para describir esta impresionante región amazónica. El TIPNIS abarca un área protegida de 1,236,296 hectáreas, casi el doble de la extensión de la ciudad de San Pablo, Brasil. Es un Parque Nacional desde el 22 de noviembre de 1965 y un Territorio Indígena desde el 24 de septiembre de 1990. Esta vasta extensión alberga una gran cantidad de vida, convirtiendo al TIPNIS en una de las Áreas Protegidas con mayor biodiversidad del mundo, después del Parque Nacional Madidi.
Ubicado geográficamente entre los departamentos de Beni (provincia de Moxos y municipios de San Ignacio y Loreto) y Cochabamba (provincia de Chapare y Ayopaya y municipios de Villa Tunari y Morochata), el TIPNIS no solo es importante en este epicentro de naturaleza espléndida, sino que también impulsa el desarrollo de la vida en todo el planeta.
Los indígenas Yuracarés, Tsimanes, Moxeños y Trinitarios saben que los títulos de Parque Nacional y Territorio Indígena son fundamentales, pero no suficientes para proteger este territorio vital para ellos. Son conscientes de que sus enemigos nunca descansan y que el bosque es una joya constantemente codiciada. También saben que esta parte norte del TIPNIS es uno de los pocos lugares casi intactos en el continente sudamericano. La exuberante vegetación contribuye al equilibrio ambiental del planeta y cualquier daño que ocurra aquí afectará directamente a las comunidades indígenas, privándolas de hogar, alimentos, ríos, árboles, lluvias y futuros días felices.
Esta región norte del TIPNIS, también es el refugio de los indígenas que fueron expulsados de la zona sur de este territorio indígena, donde los productores de coca han ido ganando terreno y arrebatando el territorio ancestral de comunidades de tierras bajas.
Roycer Herbi recuerda que sus padres le contaban que hace muchos años existía un ataque feroz de los madereros que dejaron al bosque sin los árboles de mara, y que, en el último tiempo, han llegado muchas familias provenientes del sur, escapando de los cocaleros que les dejaron sin casa ni territorio.
Por eso, Roycer ha hecho del teléfono celular la extensión de sus sentidos. No lo utiliza para llamar ni conectarse a redes sociales, sino, para sacar fotografías y para documentar todo lo que ocurre dentro del TIPNIS, ya sean cosas bellas o algún desastre ambiental del que a él nunca le gustaría ser testigo, pero que cree necesario registrar para que el mundo lo sepa.
Sabe que el teléfono celular no forma parte de la herencia de sus ancestros. Sabe que sus abuelos y sus padres hicieron de los cuentos orales, una forma maravillosa para inmortalizar la memoria de los Yuracarés. Pero también sabe que las herramientas de la tecnología —como el celular— no romperán ninguna conexión íntima con la tierra, el aire, el agua ni los animales silvestres con los que convive y está dispuesto a defender con su propia vida.
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Esta crónica es parte del Especial: La Amazonia invisible y sus guardianes que no se rinden, que llevó a cabo Revista Nómadas, con el apoyo del Amazon Rainforest Journalism Fund en alianza con el Pulitzer Center.
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DIRECTOR: Roberto Navia. JEFA DE PRODUCCIÓN: Karina Segovia. FOTOGRAFÍAS: Karina Segovia, Lisa Mirella Corti. PRODUCCIÓN Y POSTPRODUCCIÓN DE SONIDO: Andrés Navia. ILUSTRACIONES E INFOGRAFÍAS: Brocha Silvestre. EDITORA DE REDES SOCIALES: Lisa Mirella Corti. DISEÑO Y DESARROLLO WEB: Richard Osinaga. COLABORACIÓN: Manuel Seoane, Diego Adriázola y Daniel Coimbra.
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