El Valle de Tucabaca es un pulmón verde al que varios enemigos lo están perforando y poniendo en riesgo su conservación. La deforestación y los avasallamientos le están asfixiando por varios de sus rincones y amenazando con apretar el corazón de lo más sagrado que tiene: la Reserva de Vida Silvestre Municipal y Unidad de Conservación del Patrimonio Natural Tucabaca.
Richard Rivas lo cuenta como un cuento de no ficción, como una realidad que está ahí pero que poco a poco se va desvaneciendo a causa de todos los tormentos que las manos del hombre están causando a este punto del planeta.
Esa maravillosa área protegida que tiene una extensión de 262.000 hectáreas y que se encuentra en el municipio cruceño de Roboré, es el refugio de todo un ecosistema donde, amparados por el Bosque Seco Chiquitano, conviven comunidades indígenas ancestrales que desde tiempos inmemoriales protegen humedales que calman la sed no solo de poblaciones locales, sino, del departamento de Santa Cruz.
Los enemigos que le acechan están por todas partes. Las autoridades cívicas y vecinales del municipio de Roboré que defienden el gran Valle de Tucabaca, desde hace tiempo están dando la voz de alerta de que existe por lo menos 40 comunidades de interculturales con resolución de autorización de asentamientos, de las cuales, seis, se encuentran dentro de tierras no disponibles, es decir, en plena el área protegida: 26 de Febrero, 24 de Septiembre, El Motoyoé, Patria Libre, Patria Nueva y Tupac Amaru.
El resto, están en los límites de su territorio, con altos riesgos de ejecutar lo que mejor saben hacer: deforestar el bosque que no es apto para la agricultura extensiva.
El área protegida se encuentra dentro del Valle de Tucabaca que tiene una extensión de 600.000 hectáreas y que —a su vez— todo este cuerpo natural forma parte del Bosque Seco Chiquitano, único en el mundo.
Ir contra el Tucabaca es ir contra la flora y la fauna, contra su propio nombre, puesto que en lengua chiquitana quiere decir ave o pájaro grande, en la alusión al Tapacaré (Chauna Toquata). En esta región del mundo, la naturaleza es la casa de muchas especies y no solo la fuente del agua nuestra de cada día, sino, el que tomarán mañana las futuras generaciones.
Rubén Darío Arias Ortiz, coordinador de la Defensa Tucabaca dentro de la Coordinadora Nacional de Defensa de Territorios Indígenas Originarios Campesinos y Áreas Protegidas (Contiocap), y presidente del Comité Cívico de Roboré, está observando el río Tucabaca, que es uno de los muchos que nacen y circulan por todo el valle. Está en una de sus orillas de este recurso hídrico que ahora es un hilo parsimonioso de agua transparente. Tan angosto que no se parece al que era en otros tiempos, cuando la deforestación y las ocupaciones humanas no habían hincado sus dientes en el Bosque Seco Chiquitano que tiene una extensión de 24 millones de hectáreas y que abraza un gran pedazo de mapa de Sudamérica. De esos 24 millones de hectáreas, 14 millones están en el país. El resto, cruza la frontera hacia el norte de Paraguay y un pedacito llega hasta el Brasil que también deforesta sin límites.
Desmonte sobre el camino entre Aguas Negras y Santo Corazón, en Valle Tucabaca. / Foto: Clovis de la Jaille.
El río está seco como también lo está gran parte de la vegetación del Valle de Tucabaca.
Rubén Darío lo ha recorrido un montón de veces y se ha percatado que el panorama es cada vez peor.
El hombre lo mira con una tristeza única y teme que las futuras generaciones ya no conozcan ni siquiera este río que, pese a sufrir deforestaciones en sus cabeceras, se niega a morir.
Pero sabe que estamos contra el tiempo.
Área protegida Tucabaca. Lo dice un letrero.
Rubén Darío ahora está en el acceso a una de las tantas comunidades fantasmas que tiene el municipio de Roboré. Dice que es una dotación del 2012 que le otorga el INRA departamental, con aprobación de manejo forestal por parte de la Autoridad de Fiscalización y Control Social de Bosques y Tierra (ABT).
“Estos señores —los dueños de este lugar— vinieron, hicieron el manejo forestal y lo abandonaron. Lo han alambrado, plantado poste y colocado rejas. No son personas que no tienen recursos económicos. Este lugar se encuentra sobre la línea roja del área protegida. El miedo que tengo es que ingresen dentro de la zona prohibida, para explotar la madera”.
Eso dice Rubén Darío y lo dice con una voz preocupada. Estira el brazo para apuntar que al frente están las comunidades, también de interculturales, Tupac Amaru y 26 de Julio.
También fantasmas.
Fantasmas, aquí en el Valle de Tucabaca, quiere decir que solo existe en papeles, que nadie vive ahí porque no hay casas ni habitantes.
“Ya nos han sacado el tesoro que tenemos, que son las especies de árboles que ellos convierten en madera. Ahora, dejan lo que queda del bosque para negociarlo”, advierte Rubén Darío.
Rubén Darío está bajo una chapapa que han construido los interculturales para hacer creer que ahí vive alguien. Camina por entre unos cultivos de maíz que se han secado y que no superan los 10 metros por 15 metros.
Hace unos minutos, el presidente del Comité Cívico estuvo en un techo de madera que está construyendo cuatro hombres. Él habló con ellos y le dijeron que son nuevos aquí, que estas tierras las compraron a alguien que le ha dicho que tiene resolución de asentamiento.
“El tráfico de tierras no tiene límites”, dice Rubén Darío.
Becker Barba, guardaparque y jefe de protección de la UCPN Tucabaca, está junto a Rubén Darío. Dice que esa comunidad fantasma solo es dueña de un nombre que nadie pronuncia. “Se llama San Isidro. En un patrullaje que hemos realizado encontramos la extracción de madera de la especie Morado. Más de 80 árboles cortados. También había realizado apertura de brechas.
“Solo vienen a sacar madera. Están utilizando el bosque para fines comerciales y supuestamente tiene el título de comunidad campesina. Nunca encontramos a ninguna persona. Tienen su casa comunal, pero está vacía. Deberían revertirla”. La madera no es otra cosa que un árbol muerto.
El árbol, cuando estaba de pie, era la casa protectora de aves y de mamíferos.
Rubén Darío sabe que existen en todo el valle por lo menos 1.500 especies de árboles, entre los que se encuentra el tajibo que en primavera regala sus flores blancas y amarillas.
Iván Quezada, Asambleísta del departamento de Santa Cruz, también conoce el valle como palma de su mano. Sabe que éste es un territorio de vida que está siendo perforado.
“Lo más grave es que dentro del Área Protegida hay autorizaciones de asentamientos que suman 7.000 hectáreas. No ingresaron todavía porque no hay caminos. Pero tienen la puerta abierta para que entren legalmente”.
Además de todo lo que ya ha dicho, enfatiza en que el municipio de Roboré se abastece de las aguas de la serranía, al igual que la agroindustria cruceña y la navegabilidad del río Paraguay depende de esas aguas.
Antes de ser Asambleísta, Quezada era alcalde de Roboré. En esa cartera pública, combatió los asentamientos. Una de esas batallas la libró en octubre de 2018, cuando un grupo compuesto por 33 familias tumbaron 55 hectáreas de bosque, bajo el pretexto de que tenían aval del INRA y de la ABT para consolidar una comunidad de nombre Tupac Amaru.
Quezada, junto a otras autoridades del Comité de Gestión de Roboré, logró impedir que esa comunidad ingrese y que la deforestación siga aumentando.
En el municipio de Roboré están pasando cosas que Quezada las califica de misteriosas, como aquella que ocurre en la zona de El Salvador, donde —afirma—un grupo de menonitas compró tierras a propietarios bolivianos, desmontaron para cría de ganado y de cultivos.
Además, revela que, con la Comisión de Tierras de la Gobernación, también detectó —además de comunidades fantasmas— tráfico de tierras, que hay una comunidad que tiene el nombre de Tamarindos que se adjudicó 17.000 hectáreas, pero no existe una sola persona viviendo ahí. En esa zona, el asambleísta se encontró con un hombre desmontando parcelas íntegras y cavando pozos, que le dijo que adquirió las parcelas de otros comunarios.
Iván Quezada también cuestiona a otra comunidad fantasma. A la que se llama Morales y que tiene una dotación de 3.000 hectáreas, de las que 500 de ellas están dentro del área protegida de Tucabaca.
“No es posible que estos avasallamientos permanezcan. Mientras esas resoluciones del INRA estén vigentes, vamos a pelear. Tomaremos acciones, medidas legales desde la Asamblea departamental”.
Desde la altura del Mirador se puede apreciar los desmontes en la reserva de Tucabaca. / Foto. Clovis de la Jaille.
El Valle de Tucabaca es un paraíso que no esconde sus maravillas. Si uno lo observa desde el mirador que está en las afueras de Santiago de Chiquitos, puede observar horas y horas un mar majestuoso y verde. Pero es imposible no detectar esos parches de deforestación que se ven por el horizonte.
Zoila Zevallos ha sido la cara visible de las luchas por el valle de Tucabaca. Durante largos años estuvo a la cabeza del Comité de Defensa, una institución creada por los vecinos del municipio de Roboré, cuya tarea principal es la de defender los recursos naturales.
Esas cuadrículas de desmontes rompen la belleza del paisaje y, además, es notorio que están desgraciando la vida de los animales porque el corredor natural se rompe en muchos pedazos.
Si uno se queda en la cima del mirador hasta que cae la tarde, las parabas revolotearán por el cielo y a veces uno creerá que con sus alas extendidas y sus voces musicales están saludando.
La naturaleza tiene una magia que, por momentos, hace olvidar lo que las manos del hombre le están provocando.
El biólogo Steffen Reichle, conoce el Valle de Tucabaca desde finales de los 90. Ya en aquellos tiempos sabía subir hasta el mirador, para contemplar la majestuosidad de la naturaleza que, por entonces, no mostraba ningún parche producto de los desmontes. Pero ahora, cada vez que sube, se encuentra con nuevas heridas de la deforestación.
“La deforestación en el Valle exacerba los efectos del cambio climático global, produciendo temperaturas aún más altas y declinación de las precipitaciones”, asegura.
Steffen, además de ser biólogo, es fotógrafo profesional. Ha realizado un sinnúmero de expediciones y con su lente ha podido registrar a la naturaleza viva y a sus habitantes, que van desde el jaguar, chanchos troperos, tapires, oso hormigueros y aves tan emblemáticas como la paraba roja y la verde y también los tucanes que saben pavonear sus hermosos picos amarillos.
Rudy Edgar Vargas, responsable del área protegida Tucabaca, muestra la fragilidad de la realidad: cómo el Bosque Seco Chiquitano está en constante acecho.
Está cobijado a la sombra de los árboles, dentro del área protegida. Pero al frente de él hay un camino de tierra y a pocos metros una propiedad privada a la que conoce con el nombre de Pesebre donde se observan grandes desmontes.
Autoridades de Roboré, constatan que el portón bajo llave de una comunidad que aseguran, es fantasma.
Árboles caídos como en una guerra desigual. Tumbados con orugas que introducen sus dientes metálicos en la tierra hasta alcanzar sus raíces y quitarles la vida bajo el sonido atronador de la maquinaria.
Iván Quezada, Asambleísta del departamento de Santa Cruz, también conoce el valle como palma de su mano. Sabe que éste es un territorio de vida que está siendo perforado.
Canta un pájaro en algún lugar de este mundo.
El sonido no proviene de la propiedad deforestada. De ahí solo llega el ruido atronador del silencio que dejan los árboles caídos.
El pájaro que ha cantado seguro que está en este lugar donde la vegetación todavía existe.
Richard Rivas, exdirector de la Unidad de Conservación del Patrimonio Natural y Reserva de Vida Silvestre Tucabaca, explica que todo el Valle de Tucabaca tiene una extensión de 650.000 hectáreas y que 400.000 hectáreas están en el municipio de Roboré y el resto en los de San José y El Carmen Rivero Torrez.
Rivas, también detalla que, del total de ese territorio, 262.000 hectáreas corresponden al área protegida y que, de esa extensión, 110.000 hectáreas son valle propiamente dicho y que poco más de 150.000 hectáreas son serranía.
Pero no es una serranía cualquiera.
“Toda la serranía que tiene 150.000 km de extensión. Es una fábrica de agua, una esponja que absorbe toda el agua de las lluvias, la humedad del ambiente y luego alimenta los 12 ríos que atraviesa el municipio y que forman parte de la cuenca de Aguas Calientes y de Tucabaca. Esos ríos, forman el Otuquis, el principal afluente del Pantanal”.
La esencia de la vida: el agua, naciendo y moviéndose por esa serranía y por las venas húmedas de todo el Valle de Tucabaca y más allá de sus fronteras.
Las aves que se van quedando sin casa. / Foto: Clovis de la Jaille.
Richard Rivas lo cuenta como un cuento de no ficción, como una realidad que está ahí pero que poco a poco se va desvaneciendo a causa de todos los tormentos que las manos del hombre están causando a este punto del planeta.
“Lo más grave es que dentro del Área Protegida hay autorizaciones de asentamientos que suman 7.000 hectáreas. No ingresaron todavía porque no hay caminos. Pero tienen la puerta abierta para que entren legalmente”.
Además de todo lo que ya ha dicho, enfatiza en que el municipio de Roboré se abastece de las aguas de la serranía, al igual que la agroindustria cruceña y la navegabilidad del río Paraguay depende de esas aguas.
El viaje legal hasta convertirse en lo que es ahora el área protegida, no ha sido corto ni fácil. Richard Rivas recuerda que el año 2000, el municipio de Roboré creó la Reserva Municipal del Valle de Tucabaca, después, el 2006, a través de una Resolución Prefectural se declaró Reserva Departamental Valle de Tucabaca, el 2009 se nombró Área Protegida Municipal y el 2011 se consolidó mediante ley municipal como Reserva Municipal de Vida Silvestre Valle de Tucabaca.
Steffen Reichle coincide en el Tucabaca se debe proteger porque su beneficio va más allá del mismo valle.
“No se puede tener un tráfico de barcos en el Paraguay, sino tienes el agua que viene desde las zonas altas. En el caso del Otuquis, el 70% de su agua proviene del Tucabaca. Cada árbol deforestado, será menos agua que le llega. Proyectos como el del Mutún para llevar fierro al Atlántico, a través del río Paraguay, no va a funcionar, si es que no se protege al Tucabaca”, enfatiza y remata con una afirmación que debe ser tomada en cuenta de manera urgente: “Cada árbol que se saca, es menos humedad, menos precipitación. Tendremos menos lluvias si seguimos sacando más bosque”.
Además, entre otro de los tantos beneficios, este lugar del mundo es capaz de mitigar cada año 1.698 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2), equivalente a las emisiones de 832.000 habitantes de Bolivia. Es decir, toda la contaminación ambiental que produce casi un millón de personas en su vida diaria, lo purga la vegetación del Tucabaca de manera silenciosa, imperceptible, pero vital para la vida del planeta, según lo asegura un estudio de 2019 realizado por el Museo de Historia Natural Noel Kempff Mercado, y la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN) en el marco del proyecto ECCOS de la FCBC.
Por el cielo de Santiago de Chiquitos pasan volando varias parabas. Pero aquí no es el mirador del valle donde se casi normal avistar a estas aves espléndidas.
Las parabas han bajado hasta las plantas de papaya de la presidenta del Comité de Gestión de Área Protegida de Tucabaca, Rosario Jaldín, en Santiago de Chiquitos.
Ella dice que esto ocurre porque parte del valle está deforestado y así, las parabas y otros animales, se van quedando sin comida y se ven obligados salir del monte que queda, hacia las zonas urbanas, porque tienen hambre y sed.
Muchas personas en Santiago de Chiquitos han optado por colocar recipientes con agua en los patios de sus casas, para que las aves y otros animalitos que salen del bosque, encuentren algo para beber.
Rosario Jaldín advierte que, a este peso de desmonte que ocurre en el valle, no solo los animales serán las víctimas directas de los desmontes, sino, también los seres humanos de las zonas urbanas.
“Aquí en Santiago estamos corriendo peligro de quedar sin agua. Han deforestado a orilla de los ríos. Ahora todo está seco”, lamenta.
Las parabas han saciado su hambre con las papayas de Rosario Jaldín y se han ido cantando, como si estuvieran agradeciendo, como si estuvieran contando que el bosque que habitan está en peligro constante.
Zoila Zevallos ha sido la cara visible de las luchas por el Valle de Tucabaca. Durante largos años estuvo a la cabeza del Comité de Defensa, una institución creada por los vecinos del municipio de Roboré, cuya tarea principal es la de defender los recursos naturales.
Ha defendido a todo un ecosistema incluso con su vida.
Después de haberse enfrentado a los avasalladores y a los supuestos dueños de comunidades fantasmas, recuerda que fue amenazada con procesos judiciales y con advertencias de que su vida corre peligro.
Pero nada ha impedido que ejerza su tarea de defender al Bosque Seco Chiquitano.
“El Tucabaca tiene de mucho valor sentimental, cultural y religioso. El bosque y la serranía nos calma la sed. Lo que más está faltando en el mundo es el agua y nosotros aún no tenemos. Hemos sabido luchar, pero aún hay mucho por hacer porque las amenazas persisten. El área protegida es parte de nuestra identidad. He sido testigo de asentamientos. Se nota el daño que causó la deforestación: nuestros ríos mermaron, subió la temperatura, hay menos humedad y producción en los huertos de las comunidades originarias. Muchos dueños de predios que tituló el INRA, vendieron sus tierras a privados extranjeros”, cuenta Zeballos, que está en el patio de su casa.
Ella ha tenido que estudiar Derecho. Ahora es su propia abogada en los juicios que algunas personas le instauraron. Personas que se han visto afectadas con la lucha de defensa del Tucabaca que emprendió Zoila Zeballos.
Un coro de pájaros se hace sentir. Están en los árboles que dan una sobra exquisita en el patio de su casa.
“La naturaleza premia cuando es protegida y castiga cuando es profanada. Nuestros recursos naturales son sagrados”, asegura.
Zoila Zeballos tiene un árbol de ciruelo nativo en el patio de su casa. Cuando no puede ir al bosque, ella lo abraza para sentir la comunión con la naturaleza. En ese abrazo siente que se comunica con un ser vivo que le pide auxilio a nombre de todo el Valle de Tucabaca que está en peligro.
Los bosques de Roboré también guarda en su seno los misterios de pinturas rupestres que datan de cientos, o acaso miles de años. No por nada, la Gobernación, mediante Ley departamental 138, del 29 de mayo del 2017, declaró al municipio de Roboré, Capital del Arte Rupestre del Departamento de Santa Cruz, por su importancia cultural, histórica y arqueológica.
En la memoria de la Gobernación que llevó a que se apruebe dicha ley, se afirma “que existen 5.000 años de presencia humana estable o transitoria en la región de Roboré, según investigaciones realizadas, y que no cabe duda de que una cultura prehispánica vivió en esta región, hacia el 1500 o 1100 a.C. Su organización social era muy sencilla y formaban grupos tribales o por castas, guiadas por su propia cosmovisión, con bastante al universo y la naturaleza”.
En los sitios de arte rupestre del municipio de Roboré —según la Gobernación de Santa Cruz— se puede tener contacto directo con los mensajes y huellas de ese misterioso pasado, dejados en los hallazgos de los Valles de San Manuel, Urasiviquia, San Sabá y Yororobá, así como en los de la comunidad San Lorenzo y otros que existen en el Cerro Banquete, en Santiago de Chiquitos, Los Sotos, el Chorro San Luis, además de muchos otros lugares más que contienen esta característica en todo el municipio de Robore; “estilos de diseños pictóricos realistas de animales y personas, considerándose técnicas de aplicación que atestiguan su antigüedad. Su diversidad y cantidad de representaciones rupestres colocan a Roboré como el primer Municipio de Santa Cruz en reflejar este tipo de evidencias ancestrales conocidas como Arte Rupestre”.
Annemie Van Dyck y Anke Drawert tienen muchos conocimientos sobre este tema. Desde hace varios años se dedican a viajar y a documentar —hasta la fecha— algunos de los por lo menos 70 sitios de artes rupestre que fueron registrados en el municipio de Roboré. Ambas mujeres que dedican su vida a la protección del medioambiente, visitaron, están documentando con fotografías gracias a que realizan varias expediciones al año hasta los lugares donde se encuentran las pinturas.
En el país existe la Sociedad de Investigación de Arte Rupestre en Bolivia (SIARB) que está investigando y estudiando algunos sitios en diferentes lugares del territorio nacional. Por sus contactos con esas instituciones y sus importantes aportes y sus documentaciones, ambas fueron nombradas miembros de honor de dicha institución.
Anke es alemana y vive en Santa Rosa del Sara, cuidando los bosques no solo de esa zona, sino, preocupada por lo que ocurre en el país. Annemie llegó de Bélgica en el año 1977. Tiempo después se fue, pero volvió a Bolivia tras unos meses. Cómo enfermera ha trabajado en varios lugares en el país, hasta llegar a jubilarse. Se quedó en el corazón de América del Sur porque les nació amor por su gente y su naturaleza. Su cariño por los artes rupestres la tiene «bien» atrapada. Cada vez que puede, viaja al campo con Anke, su amiga inseparable de aventuras, buscando las raíces de la cultura indígena.
Anke y Annemie siempre tienen la mochila y el camping listos para mandarse a cambiar al municipio de Roboré, dispuestas a caminar por planicies y serranías en busca de nuevos sitios donde puede haber pinturas rupestres. \nREEMPLAZAR IMAGEN \n
La presente investigación ha sido elaborada por Revista Nómadas, con el apoyo de la Coordinadora Nacional de Defensa de Territorios Indígenas Originarios Campesinos y Áreas Protegidas (Contiocap) y patrocinio de Humedales sin Frontreras.