A lo largo de esos 112 km de ruta de tierra, desde Roboré hasta la frontera con Paraguay, donde se pretende asfaltar, este medio de comunicación constató un fascinante mundo natural, con huellas de jaguares grabadas en la arena y los senderos del Chaco indomable, árboles con flores amarillas rompiendo los caprichos de la sequía, lagunas que se resisten a morir, haciendas ganaderas aparecidas en las profundidades del camino, asentamientos que deformaron el paisaje con sus parches de deforestación y un panteón de árboles que después de los incendios del 2019 están logrando el milagro de la resurrección.
En todo el trayecto, desde Roboré hasta Paraguay, no existe ninguna comunidad indígena que se vaya a beneficiar de la carretera propuesta. Solo se encuentran haciendas ganaderas, donde la familia del alcalde de Roboré, José Díaz Ruiz —según él lo confirmó— posee seis propiedades que suman 20.000 hectáreas, adquiridas antes de la creación del área protegida.
Esta travesía, convertida en un trabajo Especial de Revista Nómadas, tiene un coro de voces polifónicas para escuchar a quienes están a favor de la carretera y a los que, con fundamentos, aseguran que materializarla sería un nuevo ecocidio en Bolivia.
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