Este bosque ya no es un bosque. Es la punta del infierno. Lo que fue el epicentro de la biodiversidad y la armonía de la naturaleza, se ha convertido en un escenario sombrío. Los troncos acostados a la mala, como cuerpos caídos al borde de un paredón. Donde antes los animales silvestres danzaban entre los matorrales, ahora solo queda el grito metálico del silencio. Las aves, maestras del canto, han emprendido un éxodo forzado. El río de allá, una vez compañero constante de la selva, fluye solitario, bajo la mirada desolada del sol y sus aguas reflejan un cielo que ya no es el mismo.
Aquí, hace tanto calor que la temperatura asfixiante no parece de este mundo. O por lo menos, del mundo que aquí existía hasta antes de que el apetito sin frenos de la deforestación llegue con toda su caballería para derribarlo todo.
Aquí es San Ignacio de Velasco, el epicentro del Bosque Seco Chiquitano, en Santa Cruz, Bolivia: un ecosistema único en el Planeta, pero también, uno de los lugares donde los pulmones verdes caen para que quede libre el horizonte de la soya y los pastizales que dan de comer al ganado y para alimentar la especulación y el tráfico de tierras en Bolivia.
Donde antes los animales silvestres danzaban entre los matorrales, ahora solo queda el grito metálico del silencio.
Pero San Ignacio no es el único lugar del Apocalipsis ambiental en el país sudamericano. Es, apenas, la punta de un ovillo que rueda en el interior de otros de la vegetación golpeada. San Ignacio es el espejo fiel de lo que pasa en Pailón y en Concepción, en San José de Chiquitos y en Charagua que —todos juntos—, son los cinco municipios cruceños donde están concentrados el 41% de los bosques deforestados del departamento de Santa Cruz.
Éste no es solo el lugar de los árboles caídos. Es el lugar donde nacen las altas temperaturas que viajan al resto del departamento de Santa Cruz, llevando una gruesa factura: a lo largo de los años, los habitantes de esta región han observado cómo el calor se ha vuelto más sofocante, cómo varias lagunas se han secado, cómo los animales silvestres han comenzado a desaparecer y cómo la lluvia se está convirtiendo en un bien escaso.
Para todo este combo de manifestaciones que la naturaleza está dando a conocer, existen explicaciones que confirman que todos los males que está padeciendo el planeta, y Santa Cruz, en particular, se deben solo al famoso Cambio Climático.
Las acciones humanas contra los bosques cruceños, tienen una gran culpa.
Así lo refleja la Fundación TIERRA, que acaba de publicar la investigación: Cambio climático en Santa Cruz, nexos entre clima, agricultura y deforestación. Esta publicación aborda la problemática del cambio del clima en el departamento de Santa Cruz y sus interdependencias con la agricultura y la deforestación. Desde una perspectiva multidisciplinaria, identifica y evalúa las transformaciones de las últimas cuatro décadas (1981-2020) y las proyecciones hasta el año 2060.
Esta obra publicada en un libro de 146 páginas y que fue posible gracias al apoyo de la Agencia Sueca de Desarrollo Internacional (ASDI) y la Alianza por los Derechos Ambientales y Territoriales de los Pueblos Indígenas de Bolivia conformada por Fundación TIERRA y CEJIS, descubre que el cambio climático en suelo cruceño es una consecuencia y —al mismo tiempo— una causa de la expansión acelerada y descontrolada de la agricultura y la deforestación.
Aunque el cambio climático global impacta de forma negativa, la investigación de Fundación TIERRA, que fue liderada y desarrollada por Gonzalo Colque, José Luis Eyzaguirre y Efraín Tinta, ha descubierto que no es el único ni el principal causante del problema climático de Santa Cruz: el clima, la agricultura y los desmontes están estrechamente interconectados.
Los resultados son alarmantes:
Desde hace 40 años, el calentamiento global ha incrementado la temperatura del planeta en 0,6°C. Sin embargo, Santa Cruz ha sufrido un incremento de 1,1°C, desde una media anual de 24,7 °C hasta 25,8 °C. Esta cifra representa un 83% más respecto al comportamiento planetario, lo que indica que Santa Cruz está experimentando un ritmo mucho más acelerado en el aumento de temperatura en comparación con lo que ocurre con el resto del mundo.
La voz preocupada de Gonzalo Colque, investigador y miembro de Fundación TIERRA, acompaña el tamaño de la revelación, porque sabe que cada dato que está en el libro y —ahora— en la punta de su lengua es para no bajar la alarma sobre lo que está pasando y cómo se proyecta la vida para los próximos años:
“Cada década, la temperatura promedio de esta región de Bolivia aumenta entre 0,3 y 0,4°C, lo que sugiere que, en el peor de los escenarios, Santa Cruz podría alcanzar un calentamiento de 3,2°C para el año 2060”, dice Colque, que sabe que estos datos, que pueden parecer poco, no lo son.
Para los indígenas de tierras bajas, cuyas vidas han estado intrincadamente ligadas a la tierra y sus ciclos, el incremento de 1,1°C ha desencadenado una cascada de cambios imprevistos. Los cultivos que antes florecían sin problemas, ahora enfrentan sequías inesperadas, y la disponibilidad de agua se vuelve cada vez más incierta.
En el corazón bullicioso de la ciudad de Santa Cruz, ese aumento repercute en la vida diaria de sus habitantes y ahora, con estos datos, queda demostrado que lo que ocurre en los bosques, no se queda en los bosques. Si se lo cuida, la selva devolverá ese cuidado enviando a las urbes lluvias y aire puro. Si se lo destruye, sequías y altas temperaturas que ya están aquí.
Más allá de los límites urbanos, el bosque chiquitano que rodea la región de Santa Cruz se estremece bajo la influencia del incremento térmico. La vegetación, adaptada a patrones climáticos de larga data, lucha por mantener su equilibrio en medio del cambio. La diversidad biológica, desde los majestuosos jaguares hasta los esquivos tapires, encuentra su hábitat cada vez más fragmentado y desafiante. Los ríos, antes fuentes de vida y sustento, menguan y se ven afectados por secas más frecuentes, impactando a la fauna acuática y a las comunidades que dependen de ellos. El calentamiento en Santa Cruz no es uniforme en todo el departamento, puntualiza Gonzalo Colque. Dice que en la zona Central y en el Este, la situación es aún más grave, que mientras que en la zona núcleo la temperatura aumentó en 0,9°C, en la zona de expansión agrícola llegó a 1,2°C, una diferencia de 0,3°C entre ambos lugares.
Las cortinas rompevientos son escasas en los cultivos.
LLUEVE 27% MENOS QUE HACE 40 AÑOS
La lluvia que solía caer con generosidad sobre Santa Cruz, ha descendido su ritmo. Hoy en día, caen un 27% menos que hace cuatro décadas. Aquellas viejas precipitaciones que una vez llenaron ríos y lagunas, han disminuido su intensidad, pasando de 1.446 mm a 1.050 mm al año. Así lo asegura Gonzalo Colque, que tiene la investigación en sus manos.
Cada década, la temperatura promedio de esta región de Bolivia aumenta entre 0,3 y 0,4°C.
Esta tendencia a la baja está siendo acompañada de eventos climáticos extremos que alteran los días y las noches de los animales silvestres y de los seres humanos que no solo viven en las zonas rurales, sino también en las poblaciones intermedias y en la capital cruceña, donde se vienen registrando inundaciones repentinas, consecuencia de lluvias torrenciales en apenas unos días, y sequías prolongadas por la ausencia de lluvias. Aunque los científicos del clima luchan por descifrar los patrones de estos fenómenos erráticos, la percepción general entre la población es que ahora ocurren con más frecuencia.
Dalila Bejarano, una habitante de la comunidad de San Francisco, dentro del Área Natural de Manejo Integrado (ANMI) San Matías, lamenta que la sequía se profundiza cada año, que el río que pasaba a cien metros de su casa está totalmente seco.
Las vasijas de las casas de San Francisco, de Palmeras y de otras comunidades de la zona, están vacías, aguardando a que el cielo abra sus compuertas como lo hacía sin mezquindades en los años mejores del pasado cuando la agricultura extensiva aún no tenía carta blanca para hacer lo que quiera en el departamento.
Gonzalo Colque revela otro dato: “En la zona núcleo de Santa Cruz, las lluvias han descendido un 26%, mientras que, en la zona de expansión de la frontera agrícola, la reducción llega al 28%”.
Esto quiere decir que las regiones del Centro y el Este de Santa Cruz llevan la carga de esta disminución, y es la Chiquitania la que sufre el papel protagónico de ser el territorio más golpeado por la disminución de lluvias.
“Todo esto, todo aquello y más allá de aquel horizonte, estaba llenito de agua”, dice Dirlene Mejía, habitante de la comunidad chiquitana de Motacucito, mientras sus manos dan vida a sus palabras, como si estuviera tejiendo los recuerdos en el aire. En su mirada hay un silencio que dice mucho, un llanto contenido que no se atreve a escapar.
“La laguna Concepción se ha secado totalmente”, dice Dirlene, que camina entre la paja brava que a veces alcanza su cintura, como si estuviera buscando los rastros de un tiempo pasado. Pronto llegará a tierras que solían ser un espejo de agua, profundidades que hoy son apenas tierra partida. Cada paso de Dirlene es ligero, sin obstáculos que detengan sus pies, solo el calor agobiante que la envuelve en minutos. En medio de esa vastedad, encuentra un refugio bajo un arbusto de escasa altura. Un arbusto que una vez se erguía en la orilla, pero que ahora es un oasis en medio de la aridez.
El viento, como un amigo leal, acaricia su piel caliente, mientras las palmeras sedientas se mecen en su melodía extraviada. El viento lleva consigo la historia de las crecidas, de los tiempos en que las palmeras eran parte de un paisaje inundado, una sinfonía que ahora parece un eco lejano.
El cuerpo seco de la laguna Concepción está tendido en el corazón geográfico del departamento boliviano de Santa Cruz, dentro del Bosque Seco Chiquitano, acostado en los municipios de Pailón y San José. Desde el 2002 es sitio RAMSAR, es decir, un humedal de importancia internacional amparado por un tratado ambiental intergubernamental establecido en 1971 por la Unesco. Además, el 2009 fue constituida como un área protegida y actualmente es conocida como la Unidad de Conservación del Patrimonio Natural (UCPN)-Refugio de Vida Silvestre Departamental Laguna Concepción, con una extensión de 135.566 hectáreas.
Pero esos pergaminos de nada le han servido a la laguna Concepción. Cuando se trata de desmontar, los deforestadores no se fijan en esos detalles. A orilla de la laguna Concepción, la colonia menonita California no solo se ha librado de la vegetación para dar cabida a su agricultura, sino que ha construido canales de drenaje que desembocan en el lecho muerto del acuífero sin vida.
Tal como ahora lo confirma la investigación de la Fundación TIERRA, la reducción de las lluvias se tradujo en la disminución de varios reservorios de agua dulce, el deterioro de los “curichis” y humedales, junto a la desaparición de ríos y riachuelos a lo largo y ancho del territorio departamental. La vulnerabilidad hídrica está creciendo aceleradamente con el incremento de las temperaturas, la evaporación y los incendios forestales más recurrentes.
La investigación fue presentada en Santa Cruz el 24 de agosto.
LA ESTACIÓN SECA, MUY LEJANA DE LA HÚMEDA
El ritmo de las estaciones, que por generaciones ha sido una constante en la vida de los habitantes de Santa Cruz, está experimentando un cambio dramático. El inicio de la temporada de lluvias —esa época anhelada en la que la naturaleza se viste de verde y los campos se llenan de vida— está retrasándose considerablemente. Los meses que antes eran mensajeros de la humedad y las precipitaciones, ahora se convierten en testigos de un calor persistente y una sequía inusual.
La lluvia que solía caer con generosidad sobre Santa Cruz, ha descendido su ritmo. Hoy en día, caen un 27% menos que hace cuatro décadas.
Alcides Vadillo, director regional de la Fundación TIERRA, enfatiza en que la transición entre la estación seca y la estación húmeda, está siendo alterada. En base a la investigación, confirma que las semanas y los meses que solían marcar este período de cambio están expandiéndose, desplazándose hacia el final del año y que septiembre, octubre, noviembre e incluso parte de diciembre, se están convirtiendo en los meses de transición más calurosos del año y los menos lluviosos.
Sabe que este retraso en la llegada de las lluvias no solo afecta el calendario de la naturaleza, sino que también tiene implicaciones en la duración de la estación húmeda, que, la ausencia temprana de las lluvias acorta el tiempo en el que la tierra puede absorber la humedad y sustentar la vida. Como resultado, la estación húmeda se ve comprimida, y esto puede llevar a eventos climáticos extremos y erráticos. Las lluvias, cuando finalmente llegan, pueden ser más intensas y menos predecibles.
El cambio en el patrón de lluvias no se limita a Santa Cruz. La Amazonia boliviana y la región suroeste de la Amazonia brasileña también están experimentando este fenómeno. En esta área, conocida como la región SAM, el Monzón Sudamericano desempeña un papel crucial. Las alteraciones en este patrón climático impactan en mayor medida a Santa Cruz debido a cambios en el uso del suelo y la intensidad de los vientos en las llanuras sin barreras naturales. El cambio en el uso de suelo consiste en modificar las zonas boscosas que son de vocación forestal para convertirlas en campos agrícola de producción intensiva. Al no ser el suelo apto para cultivos, éste se degrada en pocos años y los agricultores avanzan hacia el resto de salva, repitiendo ese modelo de desarrollo que no lleva a ninguna parte.
El eco de las palabras de Gonzalo Colque resuena con una advertencia contundente: el calor extremo, con su sofocante abrazo, está destinado a convertirse en un visitante cada vez más recurrente en la región. Colque, reconocido experto en temas ambientales, plantea una perspectiva inquietante para los años por venir. Su análisis proyecta un futuro abrasador donde los termómetros se alzarán implacablemente por encima de los 40 °C en un promedio de 14 a 29 días al año para el año 2060.
El cambio es más que estadísticas y gráficos, es una promesa tangible de un calor intenso que desafiará los límites de la tolerancia humana y la adaptabilidad de la naturaleza. El contraste es abrumador: de apenas tres días actuales con temperaturas extremas, el umbral se expandirá de manera inédita a un escenario de 14 a 29 jornadas de sofocante calor anual. Es una ruptura de proporciones históricas que sacude los cimientos climáticos previamente estables en el territorio cruceño.
Esta metamorfosis térmica no solo marcará un cambio en las mediciones, sino que también dejará su huella en el tejido geográfico y humano de la región. Nuevos municipios y poblados serán testigos de días abrasadores, particularmente en el Centro y el Este del departamento, donde los días de calor extremo se impondrán como una realidad, un recordatorio constante de que los efectos de la deforestación de los bosques no es una teoría distante, sino una transformación palpable que exige respuestas audaces y urgentes.
La capital cruceña también se va quedando sin árboles.
LAS TIERRAS CULTIVADAS SE MULTIPLICARON POR 10
Las vastas extensiones de tierra en Santa Cruz, que alguna vez fueron dominio de la naturaleza salvaje, han experimentado una metamorfosis impresionante en las últimas décadas. El sector agropecuario ha crecido de manera exponencial, dando forma a un modelo agrícola caracterizado por la expansión de campos de cultivo y la presencia de monocultivos y la exportación masiva de cosechas. En tan solo 40 años, el crecimiento del sector agropecuario es evidente, pasando de 264 mil hectáreas anuales en los años 80 a más de 3 millones de hectáreas en 2022. Esta transformación ha consolidado un modelo agrícola que ha dejado una huella profunda en la región.
El calor extremo, con su sofocante abrazo, está destinado a convertirse en un visitante cada vez más recurrente en la región.
La agricultura cruceña se ha destacado por su enfoque en grandes campos de monocultivos y el uso intensivo de maquinaria agrícola. Los paisajes de interminables extensiones de cultivos, son emblemáticos de este modelo. La soya, en particular, se ha convertido en la oleaginosa insignia de la región. Bolivia se ubica entre los 10 principales productores mundiales de soya, y Santa Cruz lidera esta producción.
Tanto es así, que la soya —según la investigación de Fundación TIERRA— ocupa la mitad de las tierras cultivadas en el departamento. Con una cosecha anual que supera los 3,4 millones de toneladas, este cultivo se ha convertido en un pilar económico de la región. La productividad agrícola de la soya, que alcanza unas 2,3 toneladas por hectárea, contribuye significativamente al valor de producción. En 2022, con un precio internacional promedio como referencia, el valor de la producción de soya se aproxima a los 2 mil millones de dólares, lo que representa alrededor del 15% del Producto Interno Bruto (PIB) departamental.
A pesar de los logros en el sector agropecuario, surgen preocupaciones importantes. La degradación del suelo es un tema que suscita inquietudes. Si bien no existen estudios exhaustivos sobre este fenómeno, el Ministerio de Medio Ambiente y Agua estima que entre 2001 y 2020, alrededor de 400 mil hectáreas en Santa Cruz han sufrido degradación, según lo confirma la investigación de la Fundación TIERRA. Esto significa que el total de tierras intervenidas con fines de uso agropecuario es mucho mayor que las tierras efectivamente cultivadas cada año.
LA DEFORESTACIÓN ACUMULADA SUPERA LOS 7,5 MILLONES DE HECTÁREAS
Los paisajes cambiantes de Santa Cruz guardan una historia silenciosa pero poderosa de transformación. Durante las últimas cuatro décadas, más de 7,5 millones de hectáreas de bosques han sido devoradas por la deforestación. Los ecosistemas que alguna vez fueron refugio de biodiversidad y majestuosidad natural han cedido ante la expansión humana y la búsqueda de tierras cultivables. La magnitud de la transformación es asombrosa.
El cambio en el patrón de lluvias no se limita a Santa Cruz. La Amazonia boliviana y la región suroeste de la Amazonia brasileña también están experimentando este fenómeno.
Pero detrás de los números hay un eco inconfundible de degradación ambiental. Mientras que las tierras cultivadas aumentaron en un promedio de 97 mil hectáreas anuales en los últimos cinco años (2018-2022), la deforestación avanzó con un ritmo abrumador de 232 mil hectáreas anuales. Este desequilibrio muestra cómo la expansión de las áreas cultivadas está actuando como un multiplicador en la pérdida de la selva.
La deforestación no es un acto aislado; sus efectos se ramifican y tocan áreas más allá de los confines de los ecosistemas naturales. En Santa Cruz, donde se despeja el bosque, la temperatura sube y la lluvia disminuye. El déficit hídrico crece, la estación seca se extiende y los días abrasadores aumentan en frecuencia. Los cambios climáticos evidenciados y proyectados hasta el año 2060 plantean un panorama preocupante. El impacto es más severo en las zonas de reciente expansión agrícola, como la Chiquitania cruceña, las rutas hacia el Este y el Noreste, así como las nuevas áreas de agricultura mecanizada en San Ignacio de Velasco, donde no solo se ha registrado un aumento de la temperatura, sino también una crisis en las fuentes naturales generadoras de agua.
En los últimos cuatro años, 181 hectáreas del espejo de agua han desaparecido de la represa de San Ignacio de Velasco. Los afluentes de la cuenca también se van secando mientras la tala destruye los bosques para expandir la frontera agrícola y ganadera, poniendo en riesgo a más de 30.000 personas que ya sufren la escasez de agua.
SANTA CRUZ ÁRIDO
Los paisajes cambiantes de Santa Cruz guardan una historia silenciosa pero poderosa de transformación. Durante las últimas cuatro décadas, más de 7,5 millones de hectáreas de bosques han sido devoradas por la deforestación. Los ecosistemas que alguna vez fueron refugio de biodiversidad y majestuosidad natural han cedido ante la expansión humana y la búsqueda de tierras cultivables. La magnitud de la transformación es asombrosa.
Alcides Vadillo, recuerda que Santa Cruz, que entre 1980 y 1990 experimentó un solo mes seco (agosto), ahora afronta tres meses secos (julio, agosto y septiembre), lo que empuja a que al departamento le depare un clima semiárido y árido.
Según Vadillo, los cambios entre temperatura y precipitación están reconfigurando el escenario climático, puesto que la evaporación, impulsada por el aumento de las temperaturas, se convierte en una fuerza que acelera la transformación del clima húmedo o semihúmedo en un clima más árido.
El director regional de la Fundación TIERRA, advierte que las áreas recientemente deforestadas enfrentan mayores riesgos, que para el año 2060, la sequía será una compañera constante, con cerca de 40 días consecutivos sin lluvia y que los periodos de sequía continuarán expandiéndose.
No hay que viajar en el tiempo para descubrir cómo es cuando un bosque se ha transformado en una tierra árida y afectada por largas sequías.
“En la actualidad la sequía ya se adueña de Santa Cruz con un promedio de alrededor de 32 días consecutivos sin lluvias”, revela, Alcides Vadillo.
Además de la Chiquitania, en otras regiones de Santa Cruz, el panorama que van dejando los desmontes no deja de ser alarmante. En el municipio de Charagua, por ejemplo, a los costados de buena parte del río Parapetí, las colonias menonitas han llegado casi hasta el lecho del río.
Si se vuelca la mirada hacia el municipio de Cuatro Cañadas, al Este del departamento, el escenario de desolación repite la misma historia y cuesta encontrar sombras de árboles que ayuden a escapar de los rayos del sol que golpean con fuerza.
Los sembradíos, próximos a la laguna Concepción, totalmente seca.
¿EL TEMIDO PUNTO DE NO RETORNO YA ESTÁ AQUÍ?
En medio de los desafíos que enfrenta Santa Cruz, Gonzalo Colque, José Luis Eyzaguirre y Efraín Tinta, los que desarrollaron la investigación de Fundación TIERRA, no pueden dejar de realizar una pregunta crucial: ¿Está Santa Cruz al borde del “punto de no retorno” en términos climáticos? La respuesta que dan, es que la investigación arroja luz sobre la realidad innegable de que el cambio climático en Santa Cruz no se debe exclusivamente al calentamiento global, sino a la marcada intervención humana en los bosques del departamento.
Las preguntas de los investigadores incluso profundizan más en la problemática: ¿A partir de cuánta deforestación las consecuencias climáticas son irreversibles? ¿Santa Cruz se encuentra cerca del límite crítico o ya lo ha sobrepasado? Ellos saben que estas ya están siendo analizadas por la comunidad científica y que ya es evidente que existe un punto de quiebre, más allá del cual la crisis climática tomará un rumbo imparable, con efectos multiplicadores que afectarán la vida no solo de los que están destruyendo los bosques y todo lo que habita en ellos, sino, también de los hijos de ellos y de millones de personas que viven en el departamento.
El director ejecutivo de Fundación TIERRA, Juan Pablo Chumacero, sabe que la cuestión de poner freno a la deforestación es un desafío que debe ser enfrentado con determinación y coincide con Gonzalo Colque y Alcides Vadillo, en que las políticas gubernamentales carecen de metas concretas y medibles para frenar el avance de la degradación ambiental y considera que la ausencia de objetivos claros para la ralentización de la deforestación y la recuperación de tierras degradadas plantea un panorama preocupante y que la realidad apremiante es que Santa Cruz depende de las acciones decididas de sus habitantes y representantes para modelar su futuro climático.
Con todos los elementos, datos y revelaciones de la investigación, las recomendaciones resultantes de este estudio son claras: Para combatir la deforestación, se deben establecer metas graduales pero efectivas que desaceleren, reduzcan y reviertan el proceso. La coexistencia entre agricultura y bosques se presenta como un modelo esencial para preservar la capacidad productiva de la tierra y enfrentar los desafíos climáticos. Adaptarse a los cambios en el calendario agrícola y proteger los ecosistemas más vulnerables son pasos cruciales para la vida de los seres humanos en el departamento de Santa Cruz y para la vegetación y la vida silvestre que todavía queda.
Sobre el autor
- Roberto Navia
Desde hace más de dos décadas transita por el mundo para intentar elevar a los anónimos del planeta al foco de lo visible. Sus crónicas emblemáticas: Tribus de la inquisición y Los Colmillos de la Mafia le han permitido ganar dos veces el Premio Rey de España (2014 y 2017); Esclavos Made in Bolivia, el premio Ortega y Gasset (2007); el documental Tribus de la Inquisición, la nominación a los Premios Goya (2018), Flechas contra el Asfalto y Los Piratas de la Madera desangran el Amboró, dos veces ganadores del Premio de Conservación Internacional, entre otros galardones nacionales e internacionales. Es docente universitario de postgrado, la cabeza de la Secretaría de Libertad de Expresión de la Asociación de Periodistas de Santa Cruz, miembro del Tribunal de Ética de la Asociación Nacional de la Prensa de Bolivia y de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).