Como un animal indefenso, el majestuoso Valle de Tucabaca está siendo acorralado por la deforestación trepidante y por las nuevas comunidades campesinas que llegan con sus resoluciones bajo del brazo, para hacerse de un pedazo del Bosque Seco Chiquitano.
El ataque sin frenos ni fronteras no solo afecta al Valle que es fuente generadora de agua para Santa Cruz y Bolivia, sino también para la región latinoamericana. Las amenazas de las nuevas comunidades también se han metido en las entrañas de la Reserva de Vida Silvestre Municipal y Unidad de Conservación del Patrimonio Natural Tucabaca que, en teoría, debería ser protegida por las autoridades y las leyes, porque de ella dependen indígenas ancestrales y animales que se van quedando sin casa, comida y a merced de las sequías.
Revista Nómadas realizó una nueva expedición al epicentro de este ecosistema que —por donde se lo mire— muestra las secuelas de un mundo que —tal como están las cosas— mañana puede que ya no esté.