Bolivia está en llamas. Los incendios forestales han convertido enormes extensiones de bosques y sistemas no boscosos del país en cenizas, mientras las cifras se vuelven tan grandes que parecen imposibles de procesar. El fuego no ha tenido piedad: ha destruido más de 7 millones de hectáreas según las cifras oficiales, aunque algunas organizaciones, como la Fundación Tierra, aseguran que esa cifra ha superado las 10 millones de hectáreas. Lo que el fuego no arrasa, lo transforma en tierra estéril, dejando tras de sí un paisaje devastado. En la Chiquitania, en el Pantanal, en la Amazonia… los habitantes no recuerdan una temporada peor que la de este año. Sin embargo, en medio de esta catástrofe que consume no solo árboles todo lo que habita en ellos, sino también la esperanza, hay una historia distinta: la del Área de Conservación e Importancia Ecológica Ñembi Guasu.
El Ñembi Guasu, ubicado en la región del Gran Chaco boliviano, en el sureste del país, en el departamento de Santa Cruz, en el municipio de Charagua, dentro del territorio autónomo indígena guaraní, cerca de la frontera con Paraguay. Con sus más de 1.207.850 hectáreas, Ñembi Guasu es un bastión de biodiversidad que forma parte de un bloque de conservación junto con los parques nacionales Kaa Iya y Otuquis, uniendo esfuerzos para proteger una de las zonas más importantes y vulnerables del Chaco boliviano.
Este pulmón natural se ha mantenido como un santuario en medio del caos. A pesar de estar rodeada por un mar de llamas, ha logrado escapar de la destrucción, convirtiéndose como una prueba viviente de que, con una gestión eficiente y la colaboración adecuada, es posible detener al enemigo más feroz de los ecosistemas bolivianos.
– Pero este no es un logro fortuito, ni una anécdota aislada, dice Iván Árnol, director de la Fundación Nativa, quien, afirma que se trata del resultado de un esfuerzo titánico que comenzó hace más de cuatro meses, cuando las primeras alertas de incendios comenzaron a sonar en todo el país.
Para entender la magnitud de esta victoria, es necesario recordar el infierno que Ñembi Guasu vivió en 2019, cuando se quemaron más de 450.000 hectáreas de su territorio. Los habitantes locales, los técnicos y bomberos voluntarios no olvidan aquel año macabro. Fue un golpe devastador, tanto en términos ecológicos como emocionales. Pero también fue una lección. Lo que sucedió entonces sentó las bases para lo que vendría después. Desde esa tragedia, las comunidades y las instituciones que protegen Ñembi Guasu comenzaron a prepararse. Sabían que el fuego volvería, como lo ha hecho en gran parte de Bolivia, y estaban determinados a no dejar que la historia se repitiera.
Los esfuerzos de conservación en Ñembi Guasu forman parte de una estrategia más amplia que incluye a los parques nacionales Kaa Iya y Otuquis, que junto a esta área conforman un bloque de conservación de más de 6 millones de hectáreas. Proteger un territorio tan vasto en medio de una crisis climática global no es tarea fácil. Pero lo que se ha hecho en Ñembi Guasu es un ejemplo de cómo, cuando las instituciones públicas, las comunidades locales, los bomberos voluntarios y las organizaciones de la sociedad civil trabajan juntos, el desastre se puede mitigar.
El éxito de Ñembi Guasu en mantenerse a salvo en esta temporada de incendios tiene múltiples componentes. Primero —enfatiza Iván Arnold— la rápida respuesta. Cuando el fuego comenzó a acercarse, los guardaparques y las comunidades locales, que conocen el territorio como la palma de su mano, actuaron con la velocidad de quien sabe que cada minuto cuenta.
Montaron cortafuegos estratégicos, utilizaron técnicas aprendidas en años de capacitación y, sobre todo, aplicaron un conocimiento ancestral que ha sido clave para la supervivencia del área. Cada incendio fue combatido antes de que pudiera crecer, evitando que las llamas se propagaran hacia zonas más inflamables.
Desde esa tragedia de los incendios de 2019, las comunidades y las instituciones que protegen Ñembi Guasu comenzaron a prepararse. Sabían que el fuego volvería, como lo ha hecho en gran parte de Bolivia, y estaban determinados a no dejar que la historia se repitiera.
Además, la coordinación interinstitucional fue fundamental. Los actores involucrados en la protección de Ñembi Guasu trabajaron bajo un mismo objetivo, dejando de lado intereses particulares y enfocándose en una meta común: salvar el territorio. Las alianzas entre instituciones públicas y privadas, la asesoría técnica de expertos y la experiencia de quienes viven en el lugar hicieron que la respuesta fuera eficaz y oportuna.
No es casualidad que las áreas quemadas en 2019 y 2021 ahora muestren signos de regeneración natural. Estos son testimonios de que la restauración pasiva, cuando se combina con una gestión eficiente del territorio, puede devolver la vida a un paisaje arrasado. Los brotes verdes que comienzan a cubrir las cicatrices del pasado son un recordatorio de que la naturaleza es resiliente, siempre y cuando se le dé la oportunidad de recuperarse. Pero este proceso no está garantizado. La continuidad de los esfuerzos de protección es esencial para que esta regeneración sea completa. Las llamas de este año no alcanzaron esas áreas, pero el peligro siempre está latente.
Esta área protegida actualmente con una Pausa Ecológica que fue ratificada por el Tribunal Agroambiental Plurinacional en febrero del 2022, una medida crucial que el Gobierno Autónomo Indígena Originario Campesino (GAIOC) de Charagua Iyambae consiguió que se dicte para detener temporalmente cualquier actividad que pueda poner en riesgo su biodiversidad y recursos naturales. Esta pausa prohíbe la expansión de la frontera agrícola, la deforestación y cualquier intervención que pueda causar daños ambientales irreparables, permitiendo que los ecosistemas de Ñembi Guasu se regeneren y mantengan su integridad. La medida ha sido fundamental para proteger este vasto territorio en medio de las crecientes amenazas de incendios forestales y explotación de recursos.
Montaron cortafuegos estratégicos, utilizaron técnicas aprendidas en años de capacitación y, sobre todo, aplicaron un conocimiento ancestral que ha sido clave para la supervivencia del área protegida.
Pero la lucha no ha terminado. Los fuegos continúan devastando otras áreas, y el desastre climático, junto con la expansión de la frontera agrícola y la falta de políticas ambientales efectivas, sigue siendo una amenaza constante. “La victoria de Ñembi Guasu no debe hacernos bajar la guardia”, advierte Iván Arnold. Al contrario —enfatiza— “debe inspirarnos a redoblar los esfuerzos, a seguir aprendiendo de los errores del pasado y a aplicar esas lecciones en el presente”.
En última instancia, la historia de Ñembi Guasu es un recordatorio de lo que está en juego. No se trata solo de preservar un espacio natural. Se trata de proteger un patrimonio que pertenece a todos. Los bosques, los ríos y las especies que habitan en este lugar no solo son valiosos por su belleza o biodiversidad; son esenciales para la supervivencia de las comunidades indígenas que dependen de ellos, y, en un sentido más amplio, para la salud del planeta. La victoria en Ñembi Guasu es una pequeña luz en medio de una crisis que no ha terminado. Pero, como toda luz, nos muestra el camino a seguir.
Si Bolivia quiere evitar que sus últimas áreas vírgenes se conviertan en cenizas, deberá tomar muy en serio las lecciones de Ñembi Guasu. El futuro de sus ecosistemas depende de ello.
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