Cuando haya empezado la contaminación musical en la ciudad es un misterio, ni siquiera cuantas fueron las contaminaciones musicales será posible reconocer con certeza. En Nápoles existen armonías musicales que nos pueden llevar hasta la Magna Grecia y otras que nos permitirán oír los imponentes pasos de los elefantes que acompañaron Aníbal hasta Capua, otras más nos conducirán a los gritos de los soldados negros que al mando de Mark Clark desembarcaron en el ’43 y a la miscelánea contemporánea, hecha de cantos albaneses o del delta del Níger. Todo fue absorbido por los poros que Walter Benjamin vio en la esencia de Nápoles, de su plebe.
En Nápoles existen armonías musicales que nos pueden llevar hasta la Magna Grecia y otras que nos permitirán oír los imponentes pasos de los elefantes que acompañaron Aníbal hasta Capua.
La vieja chronica de Partenope son sabias palabras sobre la belleza de esta región y de su ciudad principal, Nápoles: “…a niuna parte il cielo é piú temperato, fioriscono doi volte li arbori, niuno territorio se troue piú fertile in cose apte ad Bacche e Venus…”. De un buen clima buena comida, de buena comida buena música. Los banquetes no terminan nunca sin el mandolín y el buen canto. Nerón, en su delirio pasional para Neapolis dejó su huella organizando una “sei giorni lirica” con cantos idílicos, dignos de un Petronio hambriento. Virgilio y Leopardi vigilan el canto desde la colina, el frenesí de un increíble mestizaje hecho de griegos y romanos, bizantinos, longobardos y normanos, suabos, franceses y aragoneses, españoles y austriacos, hasta de italianos, en un humus deliciosamente único.
Suena el blues en Mergellina, el jazz en Fuorigrotta, la canción popular en Spaccanapoli. Bob Marley mira a los ojos a Pino Daniele, ambos están fumando, el humo crea una atmosfera parecida a la Chicago de los años treinta, es el swing de Renato Carosone. Pino se acerca un poco más a Bob, Nápoles es un reggae de callecitas y callejones, de atajos que siempre llevan al mar, Pino le pregunta a Bob: “Bob, ¿cuál es el secreto de tu suceso?”. Ahora el humo es mas espeso, a cada bocada de ganja criolla la figura de los dos músicos se dilata, Bob busca entre el humo la figura del negro a mitad, lo encuentra mientras sus ojos brillan de mediterraneidad, y le responde: “¡Pino, hazte un porro!”. Blues, jazz, swing y reggae se fusionan, Aníbal y James Senese estarán sonriendo, es la Napoli Centrale que acompaña las mil y una noche de un encuentro musical jamás oído en Europa.
La vida aquí es “sagrada”, la inquisición buscó sin encontrarlo un espacio para su tribunal, no existieron el gueto y tampoco la corrida, aquí la vida es vida siempre. Hasta el incesto, que en otras grandes metrópolis del sur del mundo es una plaga, aquí no proliferó, el sentimiento de la familia y de la sangre, escribe Guido Piovene, es demasiado profundo. La música sí que proliferó, el mandolín acompaño la tarantela, desde las ventanas el perfume a ragú sale con la voz de Nino D’Angelo, de los hornos humeantes las pizzas napolitanas van al plato con la sceneggiata de Mario Merola. La plebe chiaghe e fotte (llora y folla) tocando y cantando.
A final de los años sesenta grupos musicales como Osanna introdujeron en sus conciertos la comedia del arte, ya eran Polichinela y el Capitán Matamoros, música que tenia la academia y la experimentación como caballo de batalla; Aria, un disco de Alan Sorrenti del 1972, se escuchaba en Londres, en Bristol y en Nueva York en aquellos años, eran el mediterráneo y el violín de Jean Luc Ponty, a veces una mirada desde un barco que venía del oriente, un prisionero hecho por los marinero de Amalfi, un sueño demasiado bello para durar en eterno. Es la Neapolis más auténtica, un canto de sirenas que atrae moros y cristianos, la contaminación mas saludable del planeta, música para oídos felices, desembarca del Africa que nunca se fue, la sangre bantú y la piel color del ébano, la voz de Miriam Makeba que se estrella con el ominoso panorama de la nueva esclavitud, Villa Literno, la Gomorra sin identidad. Son las voces de protesta de los ‘E Zezi-Gruppo operaio y de los 99 Posse, de los Almamegretta, de Xangó, hoy de Nu Genea. Ayer y hoy la etnomúsica del grupo Nuova compagnia di canto popolare. Política y rock, jazz y política, toda aquella música que penetra el corazón sin dolor, Pino Daniele canta Nápoles, Caruso desde un balcón de Sorrento, Enzo Avitabile desde el Vomero y Edoardo Bennato desde Nisida, tierra y mar, los colores de una fauna milenaria engatusando las sirenas de Ulises, la Maga Circe, encegueciendo al triste Polifemo. Es la voz embriagadora de Mia Martini, la voz que viene del mar de Teresa De Sio, es la radiografía que con sus palabras le hizo la magnífica Matilde Serao.
Neapolis dejó su huella organizando una “sei giorni lirica” con cantos idílicos, dignos de un Petronio hambriento.
No sé cuál género musical correspondería a esta polis de fundación incierta, para los que emigraron tal vez siguen siendo Funiculí funiculá y Torna a Surriento, la voz de Mario Lanza que busca hasta su muerte el alma de Enrico Caruso, o una nota musical eternamente impresa en la sonrisa de los napolitanos. Sellos en clave de sol, marcas indelebles hechas con la lava del Vesubio.
Nápoles es y será siempre el tam tam africano y un toque nostálgico en el tango argentino, los músicos de Caravaggio con el rostro triste, la gana de cantar napolitano que tienen todos y que pocos logran, Nápoles es la intuición del poeta Fabrizio De André cantando Don Raffaé en dúo con el maestro Roberto Murolo.
Vedi Napoli e poi muori, siempre con musica.
Mayo 2022