Un solo bosque no puede absorber toda la contaminación que produce la humanidad ni albergar a todos los animales en extinción o que escapan de los grilletes del cautiverio o de los colmillos de las mafias. Una selva solitaria —aunque luzca en su pecho el título de área protegida— no es suficiente para arropar a los indígenas no contactados que —por voluntad propia— decidieron convertirse en invisibles para la “civilización”. Una laguna distanciada de las comunidades originarias —que son sus guardianas naturales y legendarias— difícilmente podrá sobrevivir a los desvíos de sus afluentes y a la deforestación de sus cabeceras que generan las lluvias para el resto del planeta.
Por donde se lo escuche, el Gran Paisaje es un coro de cantos y de gorjeos de aves que vienen y que van, unas que ayudan a que nazcan las primaveras y otras que se llevan los últimos fríos para que los veranos y las lluvias no desaparezcan del planeta.
La soledad —en la naturaleza— es una enemiga silenciosa que debilita al bosque, a los pantanales, a las sabanas tranquilas y a las aves que llegan de cielos lejanos para anidar en las copas de los árboles; a los jaguares que necesitan de un territorio sin fronteras para desarrollarse y a los microrganismos que, a simple vista no se ven, pero que dentro de las cortezas de la vegetación y en los subsuelos de la tierra están laborando día y noche para que la vida siga su cauce.
En Bolivia, hay un grupo de personas y de instituciones comprometidas con la protección del medioambiente que están uniendo esfuerzos y fronteras locales dentro de Bolivia y Paraguay. Tienen un objetivo común que los impulsa a seguir de pie, a vencer todas las amenazas que están perforando el planeta. Están trabajando para consolidar y unificar casi dos decenas de áreas protegidas que, sumadas, forman un solo cuerpo de 20 millones de hectáreas, o su equivalente a 200.000 km2, un gran universo verde que supera al tamaño de Uruguay o casi dobla la extensión de Cuba. Un corredor ecológico ininterrumpido al que se le ha dado el nombre de Gran Paisaje de Conservación Binacional Chaco-Pantanal.
Por donde se lo mire, ese pulmón verde del Gran Paisaje es un corazón que late dentro del pecho de muchos bosques que abraza al Pantanal boliviano y que sigue camino por el Bosque Seco Chiquitano, por los bosques del chaco y desembocan como un solo ser vivo en Paraguay.
Por donde se lo escuche, el Gran Paisaje es un coro de cantos y de gorjeos de aves que vienen y que van, unas que ayudan a que nazcan las primaveras y otras que se llevan los últimos fríos para que los veranos y las lluvias no desaparezcan del planeta. También es el sonido de los pies de los indígenas ayoreos no contactados que caminan por las sendas que sus pasos nómadas van creando con el correr de los días, de los meses, de los años.
“Cerca de 150 ayoreos en aislamiento voluntario sobreviven en el monte chaqueño en la frontera entre Bolivia y Paraguay. Entre los registros que evidencian su presencia se encuentran huecos y marcas en árboles; utensilios y chozas hallados, huellas en aguadas y objetos abandonados. Hoy sufren la amenaza de la deforestación, la construcción de caminos, los megaincendios y el avance de la frontera agrícola-ganadera. Ambos países deben tomar medidas para asegurar la protección de sus territorios y su supervivencia”, dicen Leonardo Tamburini, Miguel Lovera, Jieun Kang, Miguel Ángel Alarcón y Norma Flores Allende en el artículo titulado: Los Ayoreos, los últimos aislados fuera de la Amazonía, que publicaron en el portal Debates Indígenas.
“Los ayoreos —explican dichos autores— son un pueblo cazador-recolector cuyo territorio tradicional contempla más de 30 millones de hectáreas ubicadas en el Gran Chaco Americano: el norte del Chaco paraguayo, el Chaco cruceño boliviano y la Chiquitanía. En la actualidad, la población sedentaria del pueblo Ayoreo asciende a 5.000 personas distribuidas entre Paraguay y Bolivia. No obstante, aún persisten grupos en aislamiento voluntario”.
También confirman que la presencia de grupos aislados en Bolivia y Paraguay es conocida en ambos países y que se ha estado recogiendo información de manera metódica y sistemática.
“En poco más de diez años, se pudieron identificar áreas y circuitos de los grupos nómadas. Los indicadores que se registran son varios: huecos de extracción reciente de miel en los árboles; marcas en cortezas de árboles y cactáceas; utensilios y chozas hallados en zonas de desmontes y trazado de nuevas picadas; marcas chamánicas advirtiendo a otros la presencia de un grupo o el límite hasta donde se puede avanzar sin peligro de choques violentos; huellas en aguadas y senderos dentro del monte; y objetos dejados cerca de algún asentamiento en señal de paz, amistad o intercambio. Entre los indicadores testimoniales, se encuentran los avistamientos de personas desnudas con armas o utensilios, y las voces o gritos escuchados por no indígenas. Uno de los registros más importantes es el testimonio de los ancianos ayoreos que recuerdan a algún pariente que nunca salió del monte y que, por el tiempo transcurrido, se supone que aún está vivo”, explican los autores de Los Ayoreos, los últimos aislados fuera de la Amazonía, quienes son profesionales reconocidos por su contribución al conocimiento sobre pueblos indígenas y defensa del medioambiente: Leonardo Tamburini es director ejecutivo de ORÉ, abogado por la Università degli Studi di Macerata (Italia), ex director del Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social (CEJIS) de Bolivia y asesor legal de la Autonomía Guaraní de Charagua Iyambae. Por su parte, Miguel Lovera, Jieun Kang, Miguel Ángel Alarcón y Norma Flores Allende integran la Iniciativa Amotocodie, una institución de Paraguay que trabaja por la protección del Chaco y acompaña al pueblo Ayoreo en la defensa de su tierra, cultura y forma de vida. En el Parque Nacional Kaa Iya, que con sus 3,4 millones de hectáreas es el más grande de Bolivia y uno de los más extensos del mundo, hay letreros que informan que ahí habitan los indígenas no contactados y que están protegidos por la Constitución Política del Estado. Pero esa protección se va quedando en papeles porque el territorio ancestral de los indígenas está siendo perforado por el avance de la deforestación para convertir el bosque chaqueño en campos de cultivo. La amenaza al Kaa Iya y a los Bañados de Isoso y al río Parapetí, va en aumento, pese a ser sitio RAMSAR de interés internacional y fuentes proveedoras de alimentos para las comunidades indígenas.
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Por donde se lo camine, este pedazo de Conservación Binacional es el sendero largo y vital con bosques y arbustos, sabanas, pastizales, y humedales que son la casa de los capiguaras y los armadillos, de los lagartos y de los venados y de los lobitos de agua dulce y de los pueblos chiquitanos, guaraníes y ayoreos que, en este único mundo que tienen, aún se sienten protegidos.
Cerca de 150 ayoreos en aislamiento voluntario sobreviven en el monte chaqueño en la frontera entre Bolivia y Paraguay. Entre los registros que evidencian su presencia se encuentran huecos y marcas en árboles; utensilios y chozas hallados, huellas en aguadas y objetos abandonados.
De esos 20 millones de hectáreas que hacen al Gran Paisaje de Conservación Binacional Chaco Pantanal, 12 millones están en Bolivia y, de esa cantidad, 9,5 millones se encuentran dentro de los Parques Nacionales San Matías, Kaa-lya y Otuquis, como también en zonas protegidas municipales y departamentales tan importantes como el Área de Conservación e Importancia Ecológica Ñembi Guasu, que en guaraní quiere decir El gran refugio, tiene una superficie total de 1.207.850,2 hectáreas y que fue creada el 2019 por el Gobierno Autónomo Indígena Guaraní de Charagua, en el departamento de Santa Cruz, en pleno territorio ancestral del pueblo guaraní.
El director de la fundación Naturaleza, Tierra y Vida (NATIVA), Ivan Arnold, recuerda que cuando se logró la consolidación de esta gran área de conservación a través de una ley de la Autonomía Indígena, el año 2019, la noticia causó gran impacto tanto a nivel nacional como internacional, no sólo porque era la primera vez que una autonomía indígena hacía uso de sus facultades para poner bajo protección directa su territorio, sino, porque la creación de esta área posibilita la conexión de un corredor entre dos áreas protegidas nacionales de Bolivia: el Parque Nacional y Área de Manejo Integrado Kaa Iya del Gran Chaco y el Parque Nacional y Área de Manejo Integrado Otuquis, que protege El Pantanal boliviano; y no solo eso, también establece la conexión directa con El Parque Nacional Defensores del Chaco, que es parte de la Reserva de la Biosfera del Gran Chaco en el Paraguay; configurando de esta manera el Gran Paisaje de Conservación Binacional Chaco – Pantanal.
Por su parte, Paraguay suma en el Gran Paisaje, siete millones de hectáreas que avanzan sobre la Reserva de la Biosfera del Gran Chaco Paraguayo, en cuyo interior se encuentran las áreas protegidas Defensores del Chaco, Río Negro, la Reserva Natural Privada Campo Iris y las Reservas de Cerro Chovoreca, como también algunas propiedades privadas y públicas.
El Chaco gobernará en su reino natural, pero también el Pantanal con sus humedales y planicies, el Cerrado y el Bosque Seco Chiquitano avanzarán en ese universo de vida donde existen más de 3.400 especies de plantas, 500 especies de aves, 150 mamíferos, 120 reptiles y 100 anfibios que convierten al Gran Paisaje en uno de los lugares más biodiversos del planeta.
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Ardilla busca su alimento en una planta de motacú. Foto: Clovis de la Jaille.
Eran las dos de la tarde cuando un guardaparque del Parque Nacional Otuquis había fijado su mirada feliz en el tranquilo río Paraguay que lo tenía en frente y veía cómo el sol otoñal lo iba pintando con una luz anaranjada que a él le hacía sentirse muy vivo ante la inmensidad de la naturaleza con la que se levanta cada día en el campamento Puerto Busch, donde tiene encomendado custodiar el área protegida que, en ese lugar de Santa Cruz, Bolivia, colinda con el coloso Brasil.
Anclado en la orilla del río también estaba un barquito que tenía todavía las huellas de sus mejores años, cuando servía para que los guardaparques intenten descubrir cualquier amenaza humana contra el área protegida que tiene una extensión de 1.022.423,531 hectáreas. Ahora, ese hermoso bicho de metal se mece ante los caprichos de una que otra oleada del río y de una pareja de lagartos que entra y sale del agua empujada por el hambre y los atractivos rayos del sol.
—El barco fue mi casa durante muchos años— cuenta el guardaparque, con un evidente cariño a ese puñado de metal al que le gustaría nuevamente verlo surcar por el río o, tal vez, convertido en un museo si es que de verdad ningún experto en barcos lograra resucitarlo.
El Parque Nacional Otuquis, se encuentra se encuentra al sureste del departamento de Santa Cruz (Bolivia), en las provincias Cordillera y Germán Busch; en los municipios de Charagua, Puerto Suárez, Puerto Quijarro y Carmen Rivero Tórrez. Es uno de los puntos luminosos que forman parte del Gran Paisaje de Conservación Binacional Chaco-Pantanal.
Desde Puerto Suárez se entra al Otuquis por la ruta ripiada que lleva a Puerto Busch. Este parque nacional es el epicentro del pantanal que, a su vez, es un ecosistema protegido por el título internacional de ser un sitio RAMSAR. Pero los papeles quedaron olvidados en algún escritorio porque la sequía, incentivada por las acciones del hombre, como la deforestación, está golpeando a los animales y a la vegetación que van perdiendo sus humedales año a año.
El Gran Paisaje de Conservación Binacional Chaco-Pantanal no es un concepto, un nombre de papel.
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La frontera agrícola no tiene fronteras. Los ecosistemas van perdiendo sus bosques.
En otro lugar del Gran Paisaje, adentro de una casa grande, en las alturas de Chochis, en el municipio de Roboré, en pleno Bosque Seco Chiquitano, más de cien personas están reunidas en el Primer encuentro transfronterizo binacional Bolivia—Paraguay, concentradas en el intercambio de experiencias y capacitación en la gestión de incendios forestales en el Gran Paisaje Chaco-Pantanal: hombres y mujeres que llevan más de media vida apagando incendios forestales, combatiendo los tentáculos metálicos de la deforestación ilegal, estudiando los efectos macabros del cambio climático y diseñando y haciendo gestiones para unificar a los ecosistemas y consolidar corredores naturales que no conocen fronteras y, a pesar de que tienen la coraza legal de ser áreas protegidas, en muchos casos, soportan amenazas y ataques que están convirtiendo los bosques de vocación forestal en tierra para producir alimentos para el ganado.
La amenaza al Kaa Iya y a los Bañados de Isoso y al río Parapetí, va en aumento, pese a ser sitio RAMSAR de interés internacional y fuentes proveedoras de alimentos para las comunidades indígenas.
Los participantes del Primer Encuentro Transfronterizo Binacional Bolivia—Paraguay, saben que los títulos de papel de áreas protegidas o de Parque Nacional o de reserva Forestal no han servido de mucho para garantizar la buena salud de los ecosistemas y que cada año millones de hectáreas de selva son consumidas por la hoguera de los incendios forestales y son derribados por los desmontes indiscriminados.
Por eso, muchos de ellos consideran que hay que dar un paso mayor: conectar la naturaleza y todo lo que hay entre medio dando lugar a un paisaje único: al Gran Paisaje Binacional Chaco Pantanal.
Afuera de esa casa de encuentro, hay un bosquecito parsimonioso con árboles que regalan una temperatura exquisita.
Debajo de esos árboles, Revista Nómadas habilitó un espacio para realizar entrevistas, para conversar sobre la conservación y cómo garantizar un mundo donde el color verde no desaparezca.
Un viaje a través de las palabras, empujado por la brisa de una vegetación que cantaba al son de los pájaros que movían las ramas y revoloteaban antes de alzar vuelo.
José Luis Cartes, director ejecutivo de Guyra Paraguay, ha llegado con varios compatriotas suyos desde Asunción, lo ha hecho por una carretera que salió de Asunción y que luego se convirtió en un camino de tierra que ingresó a Bolivia el territorio de la Autonomía Indígena de Charagua (provincia Cordillera). Alguna autoridad municipal tuvo que ir a darle alcance a la frontera, porque en el trayecto, al ser una zona en la que existen propiedades ganaderas, se encontraría con trancas o podría extraviarse entre los vericuetos de los caminos angostos que zigzaguean por el bosque chaqueño que va abriendo paso al chiquitano.
Esa joya natural del Gran Paisaje, afectada por los incendios forestales.
Él tiene claro cómo definir al Gran Paisaje que lo conoce, que lo defiende: “Es una de las grandes extensiones que tenemos en el planeta Tierra, donde las comunidades indígenas puede convivir en armonía con la naturaleza, abundan especies que son amenazadas por la extinción, tan únicas como el guanaco chaqueño. Es la suma de lugares donde la naturaleza expresa su máximo esplendor a través de estas especies de animales, plantas y personas”.
Por donde se lo camine, este pedazo de Conservación Binacional es el sendero largo y vital con bosques y arbustos, sabanas, pastizales, y humedales que son la casa de los capiguaras y los armadillos, de los lagartos y de los venados y de los lobitos de agua dulce y de los pueblos chiquitanos, guaraníes y ayoreos que, en este único mundo que tienen, aún se sienten protegidos.
Eso dice José Luis Cartes y sus ojos se ponen muy vivos.
En Paraguay, el Gran Paisaje engloba a la Reserva de la Biósfera del Gran Chaco, que tiene una extensión superior a los 7 millones de hectáreas y cruza la frontera para abrazar a los parques nacionales bolivianos Kaa Iya, San Matías y Otuquis. Toda una franja con bosques chaqueños, seco chiquitano, cerrados y pantanal: La verdadera casa y uno de los pocos refugios (en la actualidad) del Gran felino de América, al jaguar, que ahora está seriamente amenazado por las mafias que lo buscan, hasta debajo de las piedras, para matarlo y arrancarles los colmillos y traficarlos en los mercados negros de China.
El Gran Paisaje se llama así porque de los casi 20 millones de hectáreas con que cuenta, por lo menos 12 millones de hectáreas son áreas protegidas, es decir, tienen una coraza legal, que por lo menos en teoría, deben ser cuidadas por tratarse de un ecosistema que beneficia al país, al continente y al resto del mundo. Pero en la vida real, el hecho que sean áreas protegidas no significa, y no garantiza, su conservación y las restantes ocho hectáreas cada día son golpeadas por la deforestación, los avasallamientos, el tráfico de tierras y los incendios forestales que se meten en las entrañas del Gran Paisaje para amenazarlo constantemente.
Prueba de ello son los datos que reveló la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC), respecto a que el departamento de Santa Cruz, por ejemplo, pierde cada día más de 500 hectáreas de bosque, situación que pone en riesgo la seguridad hídrica y alimentaria de millones de habitantes, además de un fuerte impacto en la biodiversidad y los ecosistemas. Además, la FCBC sostiene que la pérdida de cobertura, vinculada a la agricultura, ganadería extensiva, tala indiscriminada y minería, reduce la fertilidad del suelo, potencia la erosión y degrada la tierra, comenzando un lento pero imparable proceso. En tal sentido, enfatiza la institución, las áreas protegidas, que protegen cuencas hidrográficas y humedales, permiten la conservación del agua, la restauración de la tierra y con una buena gobernanza logran una eficiente gestión de los recursos, permitiendo el desarrollo y producción sostenible, garantizando así nuestros medios de vida y potenciando nuestras opciones de adaptación al cambio climático.
Buena parte de esta deforestación está ocurriendo en el Chaco, que es el ecosistema más grande de América del sur, después de la Amazonía, y ocupa el mapa de Bolivia, Argentina, Paraguay y Brasil, cuya llanura verde llega a sumar un millón de kilómetros cuadrados, o su equivalente de 100 millones de hectáreas.
Eso lo sabe José Luis Cartes y cree que, si bien hay mucho por hacer —como después sumar a Brasil y Argentina a formar parte del Gran Paisaje— un paso muy importante que deberían dar los gobiernos de Paraguay y de Bolivia es incentivar a los propietarios de los ecosistemas naturales que existen en la ecorregión, a recibir incentivos para conservar esas áreas, sean ganaderos, agricultores o comunidades indígenas.
Un letrero que pone en claro que la vida de los animales es importante. Dentro del Gran Paisaje.
Saúl Arias, director ejecutivo de la Asociación Eco Pantanal Bahía Negra, de Paraguay, organización que trabaja para la conservación del Pantanal y la educación ambiental al rescate de las culturas de las comunidades indígenas, describe que en los últimos tiempos hubo muchísima sequía y que el río Negro, fronterizo con Bolivia, también se ha secado, y con ello, se desató toda una cadena de efectos, como la disminución de la fauna silvestre.
El Chaco gobernará en su reino natural, pero también el Pantanal con sus humedales y planicies, el Cerrado y el Bosque Seco Chiquitano avanzará en ese universo de vida donde existen más de 3.400 especies de plantas, 500 especies de aves, 150 mamíferos, 120 reptiles y 100 anfibios que convierten al Gran Paisaje en uno de los lugares más biodiversos del planeta.
Saúl Arias y José Luis Cartes, consideran que, con la consolidación del Gran Paisaje, como corredor biológico ininterrumpido, es posible proteger a las más 700 especies de aves existentes, al más de medio centenar de sistemas ecológicos que están dentro del Chaco sudamericano, a las más de 4000 variedades de vida vegetal, entre los que se encuentran el quebracho blanco y colorado que son utilizados como medicina, y el algarrobo, como alimento de los pueblos ancestrales.
Saúl Arias siente que, además del Chaco, al Pantanal no lo estamos cuidando como se debe, que los incendios forestales han aumentado y se han vuelto más incontrolables, y que, si no se hace algo más fuerte para evitarlo, empeorará la salud de este ecosistema. Entonces, la consolidación del Gran Paisaje es una solución vital para salvar a esta zona del planeta.
El Pantanal boliviano está en el sudeste de Bolivia, en el departamento de Santa Cruz de La Sierra y ese territorio está protegido, en gran parte, por el Parque Nacional Otuquis y el Área de Manejo Integrado San Matías.
Según el Observatorio Pantanal, este ecosistema aporta los servicios ambientales como la regulación del clima, el control biológico y de la fertilidad del suelo, alberga a 53 especies de anfibios, 159 de mamíferos, 98 de reptiles, 656 de aves, 325 de peces, 1.030 de mariposas y más de 3.500 especies de plantas. Además, el Observatorio advierte que el ciervo de los Pantanos (Blastocerus dichotomus), la nutria Gigante (Pteronura brasiliensis) y el guacamayo Jacinto (Anodorhynchus hyacinthinus), se encuentran altamente amenazados.
Justo ahora hay tres ciervos de los pantanos. Están dentro del Parque Nacional Otuquis. Apenas se los puede ver una fragmentación de segundo, un tiempo infinito en lo que tardan los ojos en pestañar ya se han marchado. Han dejado una estela de belleza orquestada por sus galopes de animales mitológicos. Por unos momentos mantienen sus cuatro patas en el aire. Así se los ve marcharse y perderse por la planicie de los pastizales que luego se encuentra con islas de palmeras. Los ciervos han desaparecido como si hubieran sido abducidos por algún poder que no fuera de este mundo. A las capibaras sí se las puede ver sin ninguna prisa. Pero ya no como antes, dirá un guardaparque que sufre por cómo la sequía del Pantanal está mermando el universo de animales.
Atardecer en el bosque seco Chiquitano.
Con toda esa riqueza natural por delante que todavía queda, para Saúl Arias el Gran Paisaje, del que el Pantanal forma parte, debe entenderse como un ser vivo sin fronteras, pero, a su vez, con la responsabilidad de que cada país proteja lo que se encuentra en su territorio y trabaje coordinadamente con el resto del territorio que se encuentra en Bolivia.
“Es una de las grandes extensiones que tenemos en el planeta Tierra, donde las comunidades indígenas puede convivir en armonía con la naturaleza, abundan especies que son amenazadas por la extinción, tan únicas como el guanaco chaqueño. Es la suma de lugares donde la naturaleza expresa su máximo esplendor a través de estas especies de animales, plantas y personas”.
En Bolivia, Adita Montaño, directora de la Dirección de Recursos Naturales de la Gobernación de Santa Cruz, también coincide en que el Gran Paisaje de Conservación Binacional Chaco-Pantanal, es portador de enormes servicios ecosistémico para Bolivia, América Latina y el mundo, y que el medio ambiente y la biodiversidad no tienen frontera. Entonces —remarca— es un corredor que realmente ayuda a proteger esta zona que es muy importante para los seres humanos, los animales y la vegetación.
Verónica Sanjinés, responsable del programa Ciudades sustentables de la Fundación Naturaleza Tierra y Vida (Nativa), siente que El Gran Paisaje permite ver las alternativas para dar soluciones conjuntas a todos estos problemas que son comunes, como la deforestación y los incendios forestales.
Con la experiencia que tiene en haber ayudado a crear áreas protegidas, Sanjinés sabe que los bosques no tienen fronteras, que son ecosistemas que se comparten y deben ser manejados bajo un criterio común, por más que se encuentren en países contiguos. Pero para eso —propone— es importante que cada nación se comprometa a revisar sus normas legales y protocolos medioambientales y buscar los mecanismos para un acuerdo internacional que permita cruzar las fronteras para poder socorrer ante situaciones como los incendios, darnos la mano y ayudarnos.
Robert Salvatierra, desde el 2000 que viene ocupando el cargo de jefe de Área Protegida en varios Parques, como Amboró, Noel Kempff, Kaa Iya y, ahora, en Otuquis. Con esa experiencia, asegura que la consolidación de un gran paisaje como corredor interconectado, es vital para el continente, porque el problema ambiental no es solo de un país, sino, integral.
Ramón Daniel Villalba, consultor de manejo de fuego de la Fundación Guyra Paraguay , no duda que las fronteras las crearon los países. Propone ver al Gran Paisaje como algo donde el documento de identidad no tenga relevancia.
“Nosotros tenemos la posibilidad única de que Bolivia y Paraguay hagan algo en relación a ese ecosistema que es tan útil para la humanidad. Hay dos factores muy importantes en la vida del Pantanal: el agua y el fuego. Hay que trabajar sobre los ciclos del agua y del fuego, que son los que definen qué pasará en este ecosistema. Si lo protegemos de los riesgos, estamos protegiendo la vida. El gran paisaje es una gran nación”, enfatiza.
Bosque verde esperanza, en el trayecto a Quitunuquina.
Para Natalia Calderón, directora de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN), el Gran Paisaje, si bien tiene áreas protegidas y territorios indígenas, no cuenta con los suficientes instrumentos para hacer una verdadera gestión de estos espacios, que, si bien hasta ahora han respondido adecuadamente a las presiones, estamos en un momento crítico de debilitamiento: no tienen recursos y cuenta con pocos guardaparques.
El Gran Paisaje es una figura de conservación. Se necesitan acuerdos internacionales, transfronterizos, que lleguen a cosas tangibles. ZICOSUR (Zona de Integración del Centro Oeste de América del Sur) me parece muy interesante que hay que darle más fuerza, el empujón de pensar en políticas públicas transfronterizas”, dice Calderón, para quien la amenaza más importante para el Gran Paisaje es la deforestación: “Estamos hablando de los municipios en Bolivia con más alta taza de deforestación. En Bolivia, hasta el 2010, la tasa de deforestación era de 200.000 hectáreas por año. A partir del 2015 esta tasa ha crecido y desde el 2019 al 2021 es de 400.000 hectáreas. En el lado paraguayo, lo mismo”.
Entonces, considera que se debe pensar no solo en conservar estos lugares tan importantes, sino, en cómo convertirlos en espacios de desarrollo, agrícola y ganadería sostenible.
“Ahí hay que hacer nuestros aportes. No solo decir no se quema, no se deforesta, sino, cómo se quema, de manera adecuada, concertada, y cómo se produce de manera sostenible sin la necesidad de estar tumbando bosques. Las organizaciones ambientales tenemos que pensar también en el lado económico, hay que poner en número a estas posibilidades y demostrar que la sostenibilidad es más rentable. La minería también es un tema delicado y que tiene una relación con el agua. En esta región, sin cambio climático ya se sufre de agua y con cambio climático, habrá mayores escasez de agua, y si a eso le ponemos la minería que tiene consecuencias catastróficas, significará una afectación mayor a la cantidad y calidad del agua”, advirtió la directora de la FAN.
Víctor Hugo Magallanes, responsable del Paisaje Cerrado Chaco Pantanal en WWF Bolivia, enfatiza en que el Gran Pantanal (cuya zona boliviana y paraguaya forman parte del Gran Paisaje de Conservación Binacional Chaco—Pantanal), “es el humedal continental de agua dulce más grande del mundo con aproximadamente 16 millones de hectáreas. (Junk et al., 2006), equivalente a tres veces el territorio de Costa Rica, con extensas áreas de pendiente prácticamente imperceptible de hasta 1 cm/km, facilitando la inundación de miles de km2, ubicado geográficamente entre Bolivia, Brasil y Paraguay, no se trata de un sistema aislado, es el escenario donde se conectan ecorregiones únicas como el Bosque Seco Chiquitano, el Chaco, el Cerrado y las grandes sabanas inundables (Azurduy, H. 2008), contribuyendo a la formación de un articulado mosaico ecológico que concentra a más de 3.500 especies de plantas vasculares, también es considerado por expertos, como el centro de mayor diversidad de plantas acuáticas del mundo (Pott y Pott, 2002), las cuales tienen un rol clave en procesos de desplazamiento, reproducción, refugio, producción y acumulación de alimentos para los distintos grupos de fauna asociada a los ambientes acuáticos, como también en los procesos de purificación/descontaminación de los cuerpos de agua donde están presentes”. Juanita Vargas Morán, bombera voluntaria en la comunidad de Chochis, en el municipio de Roboré, en pleno Bosque Seco Chiquitano, sabe que lo más duro que tiene que soportar cuando ocurren los incendios forestales, es ver cómo los animales y las plantas mueren de manera espantosa.
Encuentro transfronterizo, en Chochis.
“Se me parte mi corazón. A veces tenemos que esperar que llegue un tanque de agua para apagar el fuego”, cuenta.
Buena parte de esta deforestación está ocurriendo en el Chaco, que es el ecosistema más grande de América del sur, después de la Amazonía, y ocupa el mapa de Bolivia, Argentina, Paraguay y Brasil, cuya llanura verde llega a sumar un millón de kilómetros cuadrados, o su equivalente de 100 millones de hectáreas.
El agua es clave.
“Y el Gran Paisaje Chaco Pantanal es una gran oportunidad para cuidar el agua dulce. Se debe coordinar, entre todos los países, entre los municipios, las acciones para protegerlo y para fortalecer a los guardianes del bosque que somos los bomberos y los guardaparques”, propone.
Juanita Vargas está sentada bajo la sombra de los árboles de un bosquecito ubicado en las alturas de Chochis. “El Gran Paisaje es un paraíso escondido donde se tiene todo: la paz, la tranquilidad, la naturaleza que Dios nos da. Esto no debemos de perderlo. Esto es incomparable”.
José Ávila Vera, director de Áreas Protegidas del Gobierno Autónomo de Charagua, sabe que cuando se habla del Gran Paisaje, se está hablando de algo enorme. Enorme no solo por su extensión, sino, por su importancia, puesto que en todo el corredor biológico se encuentran diferentes tipos de ecosistemas, como el bosque chaqueño, el chiquitano y el pantanal.
“Ahora, Charagua, ¿qué tiene que ver en esto? Mucho, porque al final, nosotros tenemos la mayor cantidad de superficie en buen estado de conservación y, como también nos encontramos al centro, somos la bisagra con todo el cuerpo del Gran Paisaje”,
José Ávila dice que se ha trabajado en dos escenarios. Por una parte, en identificar exactamente los espacios de conservación que están intactos, y, por otra, en zonas que se van perdiendo cada año por el avance de la frontera agrícola y los asentamientos ilegales que están fragmentando las áreas de conservación.
Ivan Arnold, desde la fundación Nativa, que es director, viene acompañando a la creación y fortalecimiento del Ñembi Guasu como la primera Área Protegida indígena de Bolivia. Está seguro que es la fichita que faltaba en este rompecabezas del Gran Paisaje Chaco—Pantanal. El Ñembi Guasu es área de 1.2 millones de hectáreas y permite pensar en un continuo corredor de conservación que va desde el Oeste del Parque Kaa Iya hasta el Este del Otuquis.
“Ahí sumamos más de 6 millones de hectáreas continuas que están dedicadas a la conservación. Es el corazón del Gran Paisaje”, dice Iván, apasionado por la selva y por la vida que alberga en ella.
Justo ahora está disfrutando del viendo amable que baja a tropel del farallón que, como un escudo protector, avanza por las poblaciones de Santiago de Chiquitos y Chochis, entre otras. Ayer también ha estado por otros lugares del corredor boscoso. Su cuerpo grande de trotamundos insaciable ha caminado por el Ñembi Guasu al que se entra por la ruta de Roboré. A cinco kilómetros de esa población Nativa está construyendo una casita para cobijar a biólogos, técnicos medioambientales y a también guardaparques que, lamentablemente, cada año tienen una cita feroz con los incendios forestales que el poder político y económico no pueden evitar.
Por eso es que Iván Arnold piensa en el Gran Paisaje no solo como un asunto de protección de los bosques, sino, como el desarrollo productivo sostenible para las comunidades, la educación ambiental, el trabajo con las autoridades y la gobernanza del territorio.
Al director de Nativa le duele ver cómo las áreas protegidas van quedando como islas en medio de mares de destrucción. Por eso es que propone que se piense en grandes soluciones que estén a la altura de los grandes problemas como las sequias, inundaciones, los incendios y la deforestación.
“Unificar a las áreas protegidas, a través de un gran paisaje, es parte de esa solución. Se necesitará la participación de los distintos niveles de gobierno de Bolivia, pero los municipios, que son los que están más cerca de la gente, pueden planificar acciones de protección inmediatas. Hay pocos lugares en el mundo con el potencial que tiene el Gran Paisaje Chaco—Pantanal: 20 millones de hectáreas donde también viven los indígenas no contactados. Es un lugar único en el mundo”, dice Iván que mira el horizonte, como si estuviera en lo alto del farallón observando ese corredor continuo de conservación del Gran Paisaje que desde el Este hasta el Oeste cuenta con las áreas protegidas Kaa Iya, Ñembi Guasu y el Otuquis; de Sur a Norte: Defensores del Chaco de Paraguay y de nuevo el Kaa Iya, que con sus más de 3,4 millones de hectáreas, es el área protegida más grande de Bolivia.
La fundación Nativa lo ha plasmado muy bien en El Chajá, su publicación sobre temas del medioambiente. Ahí, ha dejado en claro que los objetivos principales deben ser la conservación de la naturaleza, conectar la biodiversidad y facilitar los medios de vida sostenibles para las personas, sus costumbres y tradiciones, dentro de una red que integre las áreas protegidas más grandes y mejor conservadas del Gran Chaco, fortaleciendo las áreas núcleo, unidas entre sí por corredores de conectividad biológica-cultural, consolidadas a partir de criterios y consensos locales, en un enfoque paisajístico de conservación; las opciones viables para mantener la conectividad se basan en el área protegida y en soluciones basadas en la naturaleza, la producción y el desarrollo sostenible favorables a la biodiversidad.
Así como las manos de muchos seres humanos están destruyendo el planeta, hay otros que están curando las heridas de los bosques y armando estrategias, unificando áreas protegidas, enlazándolas unas a otras para que conformen un solo corredor biológico y natural para que se convierta en una muralla protectora contra los tentáculos de la deforestación, de la gran industria que se lo va comiendo todo.
El Gran Paisaje de Conservación Chaco—Pantanal está ahí, agazapado como un animal ya no indefenso, sino, fortalecido para que la vida en el planeta, siga cantando.
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Esta crónica periodística ha sido elaborada en alianza entre la Fundación Nativa y Revista Nómadas.