A Knorke Leaf le urge que todos conozcan la persecución despiadada que viven los jaguares, víctimas de su belleza. Desde niña tuvo una conexión muy fuerte por los animales, y con el activismo ambiental, la primera vez que escuchó el término “extinción de especies”, quería estudiar para poder ayudar en su conservación. Hoy en día, su activismo se ha convertido en su primer oficio, y conecta con la vida silvestre en las calles y a través de los muros de Bolivia, inmortalizándolos con latas de aerosol y una vibrante gama de colores. Para ella, urge salvarlos para salvarnos a nosotros mismos.
Como artista gráfica urbana y transdisciplinaria, a través de su arte, logra mostrar la historia y lucha que vive el jaguar (Panthera onca) en el siglo XXI, una constante batalla para sobrevivir de la cacería y el éxodo de sus territorios históricos.
La mayoría de las culturas de los pueblos originarios de América han representado al jaguar en alguna parte de sus vidas, para muchos, simboliza poder, fiereza, magia y coraje; para otros, el jaguar es un Dios. Hoy ha perdido gran parte de este misticismo y respeto, y corre el riesgo de extinción por las constantes amenazas que arrasan su territorio y la nueva fiebre de asesinarlos para tener sus colmillos colgados en el cuello, como símbolo de estatus. No solo es ilegal y un ecocidio sistemático, sino que, por cada jaguar asesinado, muere un pedazo de bosque con él.
En el Mercado Central de San Buenaventura (La Paz), pueblo amazónico en las puertas del parque nacional ANMI Madidi, y por infortunio un foco rojo para el tráfico de jaguares. / Foto: Archivo de Knorke Leaf.
Knorke lamenta recibir muy tarde la información sobre la importancia y rol de los jaguares en los ecosistemas de Sudamérica y la Amazonía. Aprendió mucho del jaguar cuando se enteró de un caso –ahora icónico— donde habían incautado 185 colmillos de jaguar a una pareja de ciudadanos chinos, en Santa Cruz, a principios de 2018.
—Este caso, a su vez entrelaza una serie de proyectos extractivistas—dice, sobre el “Caso Colmillos”, al descubrir que no era solo sobre tráfico de fauna, sino que la extracción de especies viene de la mano de un ecocidio sistemático. Los vínculos mostraban que los ciudadanos chinos llegados a la Amazonia boliviana, eran impulsores al ofrecer dinero a los comunarios para que consigan “dientes de jaguar”.
Cuenta que a partir de ahí se generó un vínculo que la impulsó no solo a buscar justicia por los jaguares que habían sido asesinados por sus colmillos, sino, por todo el ecocidio que conecta e implica el tráfico de fauna. Junto a otras personas, activistas, y colectivos conservacionistas, “se pusieron las pilas” y se organizaron para que el caso no quede impune, y, sobre todo, para que la ciudadanía se apropie y quiera ser la voz del jaguar. Iniciaron una campaña masiva de recolección de firmas a nivel nacional, para exigir justicia, y junto con este compromiso colectivo, recuerda que nació una conexión muy potente entre ella y la gente, con la especie y el mundo de la ciencia.
Para ella, enterarse de la situación de los jaguares en Bolivia fue impactante, conocer el rol transversal y sumamente importante para mantener los ecosistemas sanos, la hizo reconocer que, al cuidar el jaguar, cuidamos los bosques nativos, y a su vez, el elixir más preciado, el agua. Pero el quiebre vino al enterarse que cuando un jaguar es traficado, nunca más podrá retornar a su hábitat natural, porque en Bolivia, por sus elevados costos, no existen programas de resilvestración de jaguares.
—Mi concepto inocente de pensar que una vez los animales silvestres son rescatados, ellos en unos meses pueden retornar donde vivían, era falso. Una vez que se los arranca de su hábitat y de sus madres cuando son cachorros, los matan en vida—, lamenta, con dolor en el alma.
Esta información, sumada a la creciente matanza de jaguares por tráfico, y la impunidad de los crímenes, hicieron que naciera en ella solo ganas de salvarlos, y que la gente entienda que sin jaguares el futuro será terrible.
Mercado Central de Ixiamas, pueblo donde se han detectado casos de tráfico de jaguares en Bolivia. / Foto: Archivo de Knorke Leaf.
El jaguar se volvió a su vez en la fuerza y punto de conexión de activistas ambientales, que buscaban denunciar el extractivismo salvaje y sistemático que por años está ocurriendo en Bolivia. El jaguar se convirtió, sin saberlo, en un ícono para la lucha ambiental, alimentaria y climática.
–Mi primer encuentro con un jaguar de manera consciente e informada fue en 2021. Esperé con todo mi corazón ese momento. Fue lastimosamente, en cautiverio—, recuerda, como si fuera ayer cuando miró a la cría de dos años, una felina que había sido rescatada de una casa donde la tenían encadenada. Y al ver a sus ojos, su existencia, sus colores, su fuerza y como su piel cubierta en rosetas se mimetizan con las plantas, quedó hipnotizada por su belleza. Se dijo a sí misma, mientras la contemplaba, que había fallado en representar su majestuosidad, y sonrió al reconocer, que tuvo mil errores al pintarla.
Su primera jaguara en un mural fue en el mercado Camacho, en La Paz, ciudad donde nació y reside. En ese mural buscaba una representación más sutil, ya que era parte de un concepto que hablaba de la importancia de las mujeres indígenas, su conexión con la tierra y el cuidado.
Pero, con el pasar de los años, y mientras llovían los casos de tráfico de jaguares, que se archivaban en impunidad, Knorke ha perdido el miedo a ser clara y frontal. Cada día se siente más cómoda en plasmar frases colectivas de lucha en sus paredes. Sabe que para que sean potentes, deben ser colectivas y así quitarse el temor de hablar de manera sincera. Ella despierta a los que se hacen dormidos. Siente que ésta es la falla de la ciencia, haber tenido demasiada cautela en manifestar argumentos por protocolos.
Mural colaborativo con el artista Khespy, una mesa de ofrenda para el Dia de los Muertos, en La Paz en tributo a la memoria de los animales muertos por los incendios y el ecocidio en Bolivia. / Foto: Archivo de Knorke Leaf.
—En Bolivia no existe educación ambiental. Salimos totalmente ignorantes de lo que nos rodea, y, sobre todo, de la importancia de su conservación—, dice, indignada de cómo en Bolivia se repite mil veces que la mayor cualidad de nuestro país es ser megadiverso, pero que las autoridades no entienden eso, y siguen apostando a la minería, a la deforestación, al agronegocio y al narcotráfico. Prácticas que ella declara, solo generan destrucción.
Cree firmemente que, si la gente comprende de manera sistemática la importancia para la especie humana, de conservar los bosques, otras especies y de respetar el uso de suelo, nuestro comportamiento cambiará:
—En la calle generamos esa escuela sin filtros—, dice, confiada de haber elegido el espacio público como oficio y destino.
Mayormente, el jaguar es representado como macho, fuerte, feroz. Pero los jaguares también son jaguaras, madres, proveedoras de la vida misma del bosque. Para ella, urge reconectar con esa fuerza femenina salvaje en todos los sentidos. Es por eso, que plasma en su arte a jaguaras, jaguaras solitarias y jaguaras madres. Piensa que es, justamente desde esa mirada y lucha ecofeminista, que las jaguaras nos permiten generar esa conexión con el bosque, y con la fuerza de la creación. La jaguaridad es así de potente.
Jaguara madre con sus cachorros, en la Av. Arce, de la ciudad de La Paz. / Foto: Archivo Knorke Leaf.
A través de las jaguaras, busca apelar a que la gente conecte los vínculos, que todos somos amazónicos, que refloresten sus mentes y sus almas. Y es que, en realidad, para ella y para muchos, los jaguares son más importantes que cualquier político o partido de turno en poder.
—Salvar al jaguar en Bolivia y Sudamérica debería ser una política de seguridad y de salud de Estado—, dice, con firmeza e ímpetu, reconociendo que los jaguares, los bosques y el agua son inseparables —por el bien común que ofrecen— son más importantes que cualquier Presidente de un país.
Recuerda que a pesar de las batallas ambientales que han logrado librar de manera colectiva, desde el activismo ambiental, como pararse firmes por meses en audiencias que seguían siendo canceladas, gritar desde las plataformas virtuales, desde los muros, todavía recibían comentarios de jueces y fiscales que no comprendían y les decían: “Por qué tanto alboroto por ese gato”. Esa mentalidad es la que ella observa, no permiten que exista justicia para el jaguar, el amo y guardián del monte.
Un mensaje claro para los traficantes en Tumupasa, pequeño pueblo en plena Amazonía boliviana. / Foto: Knorke Leaf.
–Somos un país colonizado, extractivista y violento. El gran reto es cambiar esa mentalidad extractiva y generar oportunidades laborales dignas—, declara, y le molesta cómo las autoridades dan carta blanca a las cooperativas mineras de destruir áreas protegidas, mientras los guardaparques de áreas protegidas viven protestando por sueldos y dignidad.
Para ella, el activismo ambiental, a través de su arte, no es una opción, es una retribución a la tierra por todo lo que nos da. Y atreverse a colaborar con otras disciplinas, y otros profesionales, ha elevado su mirada creativa. Su aporte desde lo estético y desde el arte callejero, ha ayudado a que los científicos encuentren otras formas de comunicar sus hallazgos, al mismo tiempo, ella valora todo el aprendizaje que trae a su arte el relacionarse con científicos. Su experiencia le ha hecho descubrir que el arte también necesita ciencia para trascender.
Acción contra los incendios y la canasta incendiaria, Plaza Camacho, La Paz. / Foto: Archivo de Knorke Leaf.
Knorke tiene un sueño y una misión muy clara, que los y las jaguaras caminen libres. Porque sabe que solo si ellos son libres, nosotros también podemos serlo.
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Esta crónica forma parte del proyecto periodístico «Mujeres Jaguar: ellas entregan su vida para que el gran felino de América no desaparezca».
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