La realidad siempre sorprende. Cuando ingresé en las páginas de este libro, no era consciente del viaje que me estaba aguardando. Derrotero (editorial Sigilo) es una obra que combina la narrativa literaria con la realidad. Uno tiene la sensación de que el texto nació con el objetivo mayor de explorar las consecuencias del extractivismo en América Latina y las luchas de los defensores medioambientales, para proteger la naturaleza y las comunidades que son las dueñas ancestrales de la selva.
La portada de la obra.
El autor, Antonio Sánchez Gómez (Extremadura, España, 1981), nos lleva por los mitológicos ríos amazónicos —espléndidos y amenazados— bajo el amparo narrativo y testimonial de cuatro defensores de la naturaleza, que emprender una cruzada épica desesperada por frenar la destrucción de los ecosistemas y las vidas que los habitan. A lo largo del camino y de las aguas que surcan, nos encontramos con personajes reales y conmovedores, con historias que nos llevan desde el dolor hasta la esperanza, desde la desolación hasta la mismísima resistencia.
La escritura de Sánchez Gómez es poética y analítica, y nos invita a observar con atención la belleza y la fragilidad de la naturaleza. Con una sensibilidad aguda, el autor nos muestra las heridas que la explotación ha dejado en la selva y en las personas que la habitan, pero también nos narra la fuerza y la perseverancia de aquellos que se niegan a rendirse y luchan por un futuro más justo y sostenible.
La lectura atrapa. Sientan un pedazo de la obra como si se tratara de un tropel de animales que corren por sus vidas.
“A lo lejos, zanjas rosas agrietan el cielo, colándose entre el palmeral que delimita el yacimiento. Demoro en la vuelta, distraído en las labores de los hoyos, todos de diferente profundidad, todos conectados por sumideros de aguas amarillentas. A ras de tierra, se menean bateas, se resquebrajan piedras con piquetas, se filtra la greda en cajas de cerveza. Los golpes sordos de las almádenas contra las rocas marcan el ritmo del trabajo. Vibra una atmósfera de camaradería interesada, de deseo y azar. Algunas cuadrillas cuentan con taladros, otras laboran con picos romos y cubos. Reina el caos y, al mismo tiempo, todo parece responder a un plan unívoco. Las únicas caras no empolvadas son las de los que merodean con walkies por los cantos de los socavones”.
“Anochece, pero la chamba continúa. Rugidos de generadores, sorbidos de bombas succionadoras y repiqueteos. Algunos boquetes intensamente iluminados por focos, en otros, negros, se mueven nerviosas las luces de los frontales. A la salida de la cantera, linternas en bocas siguen iluminando manos que desmigajan prometedores terrones de arcilla”.
“Regreso hacia la ciudad de plástico por la ya oscura vereda. En un costado se ha congregado un corrillo; me abro paso entre azuzares y puños que aferran billetes, para asomar a un breve hoyo, donde garras y picos abren las carnes del contrincante entre revuelos de Derrotero_interior.indd 171 03/01/2022 20:24 plumas. Llegando al sector donde quedó Oriana, sale a mi encuentro una mezcolanza de guarachas, vallenatos y huaynos. Se ha formado una suerte de bulevar entre dos filas de árboles talados y vueltos a incrustar en la tierra con bombillas colgantes. Cantinas, barracones prostibularios y asaderos espontáneos. Sorteo barriles a modo de barbacoa sobre los que se asan caimanes abiertos en canal y heladeras sin puertas, vibrantes y repletas de chelas. Los altoparlantes y las ristras de neón compiten por atraer al tráfago de mineros con oro en los bolsillos”. Derrotero es una novela, pero también es una gran crónica bajo la lluvia de la realidad y de la creatividad de su autor. En un momento en que la crisis medioambiental se hace cada vez más evidente, esta obra se convierte en una necesidad. Es esa luz que ilumina la caverna de la sociedad para que el mundo se entere de que si nadie enciende la luz, todos terminarán asfixiados por el desastre ambiental.
Al terminar la última página de este libro, no pude evitar confirmar una profunda admiración por los defensores medioambientales que luchan todos los días por proteger nuestro planeta, y por el autor que ha sabido capturar su valentía y su determinación en estas páginas. Ha logrado perfilar a cada uno de los personajes y meterse en la piel de ellos para contarnos ese universo a través de las miradas de esos seres humanos que lo entregan todo para que los cantos de las aves no mueran nunca.
La entrevista que le realicé a Antonio Sánchez Gómez es otro viaje por el ser humano y el escritor, el jurista y el viajero que se interna en la selva con una curiosidad sin contemplaciones, porque durante todo el trayecto estará dispuesto a mirar y a escuchar para luego crear una obra que es una necesidad leerla, ahora que los efectos de la devastación ambiental ya no son una novela de ficción.
Junto a los mecheros de la muerte.
– ¿Cómo surgió la idea de escribir “Derrotero” y cuál fue tu inspiración principal?, ¿cómo elegiste los escenarios donde se desarrolla la historia de “Derrotero” y qué importancia tienen en la trama?
– En 2019 estuve en la Amazonía ecuatoriana, redactando junto a la Unión de afectados por Texaco, una demanda contra el uso de los “mecheros de la muerte”. Esas antorchas donde las petroleras queman gas asociado, generan gases tóxicos que se propagan por aire y agua, contaminando la cadena trófica y provocando graves enfermedades.
Las consecuencias del extractivismo salvaje se manifiestan a la vez, de manera indisoluble y recurrentemente por toda Latinoamérica y todo el Sur Global.
Mientras trabajábamos en el caso, en octubre de ese año se produjo el paro nacional en Ecuador. Como toda la actividad del país, incluida la judicial se suspendió, decidí viajar por unos días. Pero todas las carreteras estaban cortadas, así que me eché a navegar por los ríos que en la selva son las vías de comunicación. Siguiendo el Napo llegué hasta Iquitos en Perú. Es un viaje de logística complicada, por días te quedas varado en comunidades ribereñas hasta que aparece el siguiente transbordo. Durante esas esperas pensé que la cuenca del Napo era un buen lugar para la narración de una suerte de river trip por la Amazonía extractivista.
El Napo es una autopista caótica surcada por todo tipo de embarcaciones, desde grandes cargueros a canoas. Y luego están los afluentes, escondidos, recovecos y llenos de actividades furtivas como el contrabando o las dragas de buscadores de oro. Su curso encierra historias oscuras y luminosas, el holocausto cauchero y la obra de Monseñor Labaka; lo habitan madereros ilegales y pueblos con conocimientos ancestrales; recorre lugares esplendidos como el Yasuní y sórdidos como las ciudades mineras clandestinas. Para finalmente desembocar cerca de Iquitos, una ciudad presa de los ríos que a su vez encierra otras muchas. Todos estos elementos de la realidad acabaron integrados en la narración.
– ¿Qué retos encontraste durante el proceso de escritura de “Derrotero” y cómo los superaste?
– Que la historia se desarrollara en la Amazonía invitaba a una trama aventurera. Aunque tenía claro que no quería engordar el tópico del “infierno verde”, ni llenar el texto de anacondas y arenas movedizas. La selva es exuberante, tan barroca que puede llegar a oprimir. Pensé que tal vez se podría transmitir esa sensación de asfixia recargando el lenguaje. De la misma manera, la inmediatez con los pensamientos del protagonista narrador a través de la escritura en primera persona y tiempo presente podrían trasladar la angustia que él siente.
Tratándose de una novela con una parte política también había que tratar de evitar el panfletismo. Al incorporar los relatos de personas reales, son ellas quienes hacen llegar su realidad directamente, sin lecturas externas. Las notas de impresiones tomadas in situ sirvieron para intentar trasportar al lector a ese entorno extremo. El texto final es una mezcla de novela de viaje, crónica y testimonio.
– ¿Cómo describirías a los personajes principales de tu novela y qué rasgos destacarías de cada uno de ellos?
– Cada miembro del grupo procede de un lugar de Latinomérica. Hay un indígena cofán, hay quien vive en la selva, en comunidades andinas o en ciudades. Pero todas son vidas condicionadas por el extractivismo rampante en sus territorios. Unas víctimas, otros objetores y por tanto objetivos de las transnacionales. Eso es lo que los acaba uniendo. Oriana, por ejemplo, la protagonista boliviana, es una bióloga que lleva años oponiéndose al proyecto hidroeléctrico Rositas. Las distintas procedencias de los personajes sirven para visibilizar esos conflictos enquistados. Pero también me dio la oportunidad de registrar la diversidad lingüística de la región. Algunos hablan lenguas originarias, y todos tienen en común el español, aunque cada uno usa el propio de su zona. En el caso de Oriana el español vallegrandino.
– ¿Por qué decidiste abordar el tema de las violencias de las transnacionales extractivas en tu novela?
– Recientemente trabajamos junto a la organización boliviana CENDA en el caso del ayllu de San Agustín de Puñaca que es una comunidad ribereña del lago Poopó, en Oruro. Sus pobladores vivieron siempre de la pesca y de la agricultura. Hoy, el lago está seco y el ayllu cercado por la contaminación minera.
Interpusimos una acción constitucional denunciando la pasividad de las autoridades ante esa situación. La preparación de litigios ambientales implica una larga socialización con la comunidad denunciante, con autoridades originarias y comunarios de base, la familiarización con el terreno afectado mediante monitoreos ambientales con los técnicos ambientales y la recogida de testimonios de los perjudicados para saber de qué manera se les ha afectado y en qué forma se les puede reparar. Trabajas con los informes científicos publicados sobre el lugar para incorporarlos al cuerpo de la demanda. Y tienes que darle muchas vueltas al perjuicio del medioambiente, a la extinción de flora y fauna, a que con la desecación del lago ha desaparecido su efecto termoregulador incrementándose el calentamiento; a que la ausencia de peces perjudica los sistemas alimentarios tradicionales de la comunidad. A que la copajira ha cargado de metales pesados los cultivos, matando al ganado e incorporando esos metales a los organismos de los comunarios, afectando gravemente a su salud. A que la desaparición de sus medios de vida ancestrales, la pesca y la ganadería, los ha empobrecido y ha obligado a los jóvenes a migrar.
Cuando llega el día de que la comunidad firme la demanda te das cuenta de que allí solo quedan personas ancianas y enfermas y que el lugar ya es una zona de sacrificio y que todas esas violaciones de derechos apenas se van a sustanciar en un proceso judicial. Ahí empiezas a pensar en cómo visibilizarlo de otras maneras.
PERFIL DEL AUTOR
Antonio Sánchez Gómez (Extremadura, 1981) es jurista. En 2019 se estableció en Lago Agrio para trabajar con la Unión de afectados por Texaco en la redacción de la demanda que daría lugar a la sentencia que prohibió los mecheros petroleros en la Amazonía ecuatoriana. Desde allá pudo navegar el Napo hasta su desembocadura en el Amazonas. Actualmente colabora con el Centro de Comunicación y Desarrollo Andino. Actualmente colabora con el Centro de comunicación y desarrollo andino. Derrotero es su primera novela. (Fuente: Sigilo).
– ¿Qué mensaje te gustaría transmitir a tus lectores a través de “Derrotero”?
– Ese trabajo preparatorio te permite ver cómo en cada territorio con el que entras en contacto se repiten sistemáticamente vulneraciones de derechos que están íntimamente relacionados entre sí: el derecho al medioambiente, el derecho al agua, a la soberanía alimentaria, el derecho a la salud, el derecho al territorio de los pueblos indígenas y originarios campesinos. Las consecuencias del extractivismo salvaje se manifiestan a la vez, de manera indisoluble y recurrentemente por toda Latinoamérica y todo el Sur Global.
Sin embargo, cuando relatamos a comunarios de un lugar nos cuentan que lo mismo les está sucediendo en otras comunidades cercanas, a veces se sorprenden. Y cuando lo comprueban, hemos visto surgir alianzas tanto entre las propias comunidades como entre líderes y organizaciones de diferentes zonas. Y eso hace más eficaz la oposición; no al aprovechamiento de los recursos naturales existentes en cada territorio, sino a un modelo de explotación que excluye a las comunidades, de altos beneficios para las transnacionales, escasas regalías para los gobiernos locales, graves perjuicios sociales y pasivos ambientales. Eso trata de señalar la novela, que el mapa del extractivismo se corresponde siempre con el mapa de la pobreza.
Gente que pone el cuerpo por delante sin más interés que la defensa de la vida y luego quedan totalmente indefensos.
– ¿Por qué crees que es importante visibilizar la lucha de los defensores de territorio en la literatura?
– Porque es gente que pone el cuerpo por delante sin más interés que la defensa de la vida y luego quedan totalmente indefensos. Durante 2018, colaboré con la organización de justicia en Bogotá y todas las semanas nos llegaban noticias de líderes sociales y defensores ambientales muertos. Pero hubo unos días de verano que se produjeron tantos asesinatos que miles de personas se echaron a la calle para expresar su repulsa. Cada manifestante portaba una vela y se iban gritando los nombres de los masacrados. Yo estaba impresionado con aquella demostración y también mis compañeros de allà que decían que hasta ese momento la gente no había salido en masa por miedo, por la violencia que había en el país. Pero esas condenas a muerte de líderes se dictan desde el Norte global. Las transnacionales replican las lógicas colonialistas ante el disidente. Aunque también lo hacen los gobiernos locales cuando dejan desprotegidos a quienes defienden su territorio.
– ¿Qué opinas sobre el papel de la literatura en la denuncia de las injusticias sociales y ambientales?
– Creo que ahora hay muchas novelas que tratan esa temática y seguro que contribuyen a la concienciación colectiva. A mí ya la propia escritura me advirtió de algunas cosas. Creía que la única forma de revertir situaciones de abuso del poder corporativo era la utilización de los instrumentos procesales previstos. Sin embargo, veía que algunas comunidades afectadas se mostraban reticentes a denunciar por estar descreídas del sistema. Luego, en el caso de Ecuador, en un principio los tribunales nos dieron la razón: consideraron que la utilización de los mecheros vulnera derechos fundamentales y concedieron un tiempo para la eliminación de los más cercanos a poblaciones. Pero, hace unas semanas se cumplió ese plazo y la inmensa mayoría sigue funcionando. Evidentemente si se deja de ejecutar una sentencia se deja de hacer justicia.
– ¿Cómo crees que la literatura puede contribuir a la concientización sobre los problemas ambientales y a la defensa de los derechos de los pueblos indígenas?
– En el caso del proceso contra la contaminación minera en Poopó, el ayllu de San Agustín lleva más de año y medio esperando a que el Tribunal Constitucional de Sucre resuelva sobre una vulneración continuada de derechos fundamentales. Una justicia que tarda tanto, también deja de ser justicia.
Esa falta de confianza de los afectados viene de la frustración por experiencias anteriores parecidas. Y es que la arquitectura jurídica de la impunidad, el sistema que las empresas transnacionales han creado influenciando en tratados internacionales, legislaciones nacionales y tribunales para no responder por sus violaciones de derecho, funciona.
También evidenció los vertidos mineros junto al ayllu de San Agustín de Puñaca. Foto: Antonio Sánchez Gómez.
La entrevista que le hice a Antonio Sánchez Gómez es también otro viaje para conocer al ser humano y al escritor, al viajero y al jurista, al que decide internarse en la selva para sorprenderse sin contemplaciones, porque lo suyo también es contar para que se sepa y para que este mundo cambie, ahora que la destrucción ya no es una novela de ficción.
Ambas hablan del respeto a la Pachamama y del buen vivir. Pero luego la realidad no tiene nada que ver con todo eso.
– ¿Qué tipo de reacciones esperas de los lectores al leer Derrotero y cómo crees que podrían contribuir al debate sobre los temas que abordas?
– En Derrotero, unos defensores de territorio acosados y cansados de esa impunidad corporativa, se arrojan a la acción directa. Y comienzan a sabotear infraestructuras de petroleras y mineras. La idea era exponer las razones que los lleva a esa huida hacia adelante. Pero a medida que avanzaba en la escritura, que estudiaba las violencias extractivistas, y que comprobaba que las empresas tienen el poder de frustrar litigios, empecé a considerar que esa respuesta de los protagonistas, la acción directa en defensa de la vida, podría ser proporcionada. Que ante el escenario de emergencia climática no se puede descartar ninguna estrategia, y que tal vez sea una suma de todas la que eviten el colapso.
Esto, evidentemente, no lo puedes plantear por cauces legales. Pero la ficción si da esa posibilidad. Y puede ayudar a adelantarse al discurso criminalizador que ya está recayendo sobre este tipo de acciones de la sociedad civil. Crímenes son el envenenamiento de los ecosistemas, los desplazamientos forzosos de la población, la creación de zonas de sacrificio o la eliminación física del disidente.
– ¿Crees que Derrotero puede tener algún impacto en las políticas públicas de los países donde se desarrolla la historia?
– Mira las Constituciones de Bolivia y Ecuador, son pioneras en el reconocimiento de derechos al agua, a la salud y a la soberanía alimentaria. Los ecosistemas son considerados sujetos jurídicos de derechos. Los instrumentos de protección de esos derechos, como la acción popular o la acción de protección son referentes en el derecho procesal comparado. Ambas hablan del respeto a la Pachamama y del buen vivir. Pero luego la realidad no tiene nada que ver con todo eso. Entonces si lo establecido en las constituciones que son las que deben de direccionar las políticas públicas no tienen impacto en ellas, difícilmente lo va a tener una novela.
Lo que sí tiene incidencia son las manifestaciones del poder popular reflejadas en la novela. Aquel paro nacional de 2019 en Ecuador se produjo por las políticas antipopulares del gobierno dictadas por el FMI. Todas las nacionalidades indígenas convergieron sobre Quito, pusieron en jaque al ejecutivo y finalmente le hicieron retroceder. La revolución prendió también en Colombia y Chile con importantes consecuencias políticas en ambos lugares.
Por su parte Bolivia es un país en permanente movilización, en forma de marchas, vigilias o bloqueos que antes parecían reservados a mineros o sectores cercanos al gobierno. Ahora también se rebelan de esa forma otros sectores. Defensores de territorio hacen frente a la amenaza petrolera como está pasando en Tariquía o productores agrícolas luchan por lo suyo como están haciendo los cocaleros yungeños.
– ¿Cuáles son tus autores o autoras favoritas y cómo te han influenciado en tu carrera literaria?
– No soy muy consciente de que lecturas me han influenciado y tampoco puedo decir que tenga una carrera literaria. Pero ahora estoy disfrutando mucho de algunos autores, como la británica Alison Spedding, y los bolivianos Máximo Pacheco y José Carlos Auza.
– ¿Qué otros temas te gustarían abordar en tus próximas obras literarias?
– Recientemente ingresé a territorio con algunas defensoras bolivianas, con Bertha Ayala en los Andes orureños, con Nelly Coca en la reserva de Tariquía o con Valentín Luna en el Madidi. También estuve con algunos protagonistas de conflictos por los recursos, como las guerras del agua y las guerras del gas. Me gustaría plasmar lo que me enseñaron a través de una serie de crónicas.
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