El tren de las 23 y 35 no pasó. El capo estación no supo cómo explicar lo que ocurrió, y haciéndose al empeñado en comunicarse con las estaciones más importantes de aquella, se iba inquieto de un salón a otro, fumando desfrenadamente. Eran las 23 y 55, la acera contenía tres pasajeros, yo y dos trasnochados húngaros. El capo estación salió de su oficina avisándonos que por no se sabe bien cuales motivos, “habría un servicio sustitutivo, pero en bus y hasta Reggio Calabria, y de ahí se embarcaría en el navío que cruzaría el estrecho”.
Para llegar a tocar tierra firme en Sicilia hay que cruzar el estrecho de Messina, en los días de tramontana uno puede ver la costa sícula y va imaginándose África. La sigue en un perfil, acariciando Cartago. De ahí el viaje en tren hacia Milán, lo que narró Elio Vittorini en su Conversación en Sicilia, el largo viaje de Francesca Sanvitale Verso Paola. Viajes de ida y viajes de vuelta, como en la vida. El tren, hasta inicio de los años ochenta del siglo pasado era el medio de transporte popular más poético que existió, medio colectivo naturalmente, porque quedará para siempre la bicicleta en ser la poesía más pura. Los horarios ferroviarios fueron un libro que hoy solo se puede adquirir a través de eBay, Enzensberger los plasmó en una bella poesía: “No leas odas, hijo mío, lee los horarios ferroviarios/son más exactos”. Solo en Italia la exactitud, la de los horarios de los trenes, fue siempre una excepción, a pesar de la infelizmente famosa exteriorización fascista, la que sostenía que con Mussolini los trenes siempre llegaban en horario. Massimo Troisi, con su siempre pronta ironía napolitana, respondió que entonces bastaba con hacerlo capo estación y no capo del gobierno.
Enzensberger los plasmó en una bella poesía: ‘No leas odas, hijo mío, lee los horarios ferroviarios/son más exactos’.
Viajamos siempre mirando de una ventanilla los cambiantes paisajes amados por los poetas.
Tierra que arde. Sicilia es el ángel desatendido por su gente, por la historia que la hizo un día parte de la Magna Grecia en el viaje del Platón más curioso. Las islas producen siempre un sistema de dominación, como Inglaterra o son víctimas de la dominación. Tierra cruel. Síntesis de la fuerza telúrica del Mare Nostrum. Volcanes y teatros al aire libre, fuegos y mascaras que se encuentran en amor y desamor, en las desconsoladas palabras de Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina. Tierra inmutable. Como nos la dejó intacta Leonardo Sciascia: “Sicilia… Mujer también ella: misteriosa, implacable, vengativa; y bellísima”.
El viaje desde Enna hasta Caltanissetta es un viaje que nos puede llevar a una época que no hemos vivido; pueblos fantasmas y el inmenso altiplano sículo, paisajes que nos conducen a la literatura latinoamericana, a una curva el ladrido de los perros de Juan Rulfo, mirando la pendiente de un cerro la imagen de Ernesto caminando hacia Abancay. Y el barroco, cuando llegamos a ver las piedras de sus catedrales, la madera tallada de sus puertas, Paradiso de Lezama Lima y el suculento ch’ajchu de las fiestas, siempre la luz quijotesca, detrás de los olivos, al aparecer de un jumento, y la picardía que sigue permitiendo que sobrevivan estos pueblos fantasmas. Viajando uno va imaginando.
Cuando tomarás el tren en Messina bordearás kilómetros de costa irregular, dijo el capo estación y luego, al saborear ya el olor de Palermo, las refinerías de Termini Imerese, la FIAT y el puerto, si no fuera por la presencia del mar, del cielo que le va robando el color, sería un cualquier aglomerado industrial del norte de Italia. Pero Palermo irrumpe, cada piedra pisada es el ruido de un pueblo que por aquí pasó, la ciudad por nadie estuvo perdonada por su belleza y su privilegiada posición. Olor a arroz con azafrán, de pasta con berenjenas, de pescado freído en aceite de oliva, el mercado pintado por Renato Guttuso; bajando hacia el mar los colores y el silencio árabe, filtros de luces y las sombras de la tarde en la siesta. En una pared la memoria de Salvatore Giuliano, el bandido, y el recuerdo de la decadencia causada por el rey de Sicilia Carlos de Anjou. Otro silencio, el que más oímos, los cien pasos de la rebeldía de Peppino Impastato, y el silencio del grito más profundo, lo de Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Fuerzas hechas estrellar al infinito, para que la violencia siga desgarrando las almas.
En bus descendimos hacia Sciacca, ciudad pegada a la montaña y frente al mar, ahí Dédalo se iba a bañar, en los legendarios baños a vapor del Monte Cronio, cuando escapándose de la isla de Creta por miedo de que Minos lo masacrara, encontró refugio donde Cocalo, rey sicano. El mar aquí es de otro color, parece influenciado por el carnaval de Sciacca, de su mirada hacia el África, de la belleza de sus mujeres. Tímido e caprichoso. Para secar la melancolía una fuga nocturna hacia Burgio, donde el aire es casi siempre primaveral, contaban los ancianos que siempre están sentados a las entradas de los pueblos sicilianos, que ahí se iban los nobles, las aristocracias, los grandes terratenientes (…i campieri e i gabellotti…) y los mafiosos a descansar.
Alicudi no fue la alegría de Alexandre Dumas, en 1835 así la va describiendo: “Es difícil encontrar algo más triste, más sombrío y desolado que esta isla infeliz que forma el lado occidental del archipiélago de las Eolias. Es un rincón de la tierra olvidado en el momento de la creación, que así permaneció en el tiempo del caos”. Pero algo más increíble acompañó a esta isla, algo tan mágico que no sabemos si hoy queda entre sus habitantes más como una leyenda, una de estas fabulas que se adueñan de estos lugares tan alejados, o si prefieren vivirlo como algo que ocurrió realmente y que sigue haciendo la fama de esta estupenda isla. El pan de centeno que se elaboró por mucho tiempo en esta isla estaba hecho con harina de centeno con el cornezuelo, el famoso claviceps purpurea, llamado más comúnmente ergot, donde está presente un alcaloide muy psicodélico, el ácido lisérgico. De ahí las visiones de fantasmas, brujas y de transformaciones de animales que vivían sus habitantes. Ellos van narrando que a traer el “hongo” en la isla hayan sido los ingleses, que ahí iban a proveerse de ajenjo y del vino Malvasia para elaborar el sherry. Pero hoy algunos prefieren imaginar la proveniencia del centeno con los griegos, en viaje con Ulises, traído aquí por sirenas encantadoras, desafiando oráculos y dioses. Creando leyendas entre el mito y la realidad.
Diciembre 2023
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