
El 20 de julio se anunció un corte de luz general en Villa Montes (Tarija, Bolivia). Decidí aprovechar esa ocasión para intentar capturar una fotografía única.
Pero no fue sencillo. Tenían que coincidir varios factores casi imposibles:
Primero, que la oscuridad fuera total, sin una sola chispa artificial.
Segundo, que el cielo se mostrara limpio y despejado.
Tercero, que el viento se detuviera en un silencio perfecto.
Esa noche, como por un milagro, todo se alineó. Y lo que obtuve no fue solo una imagen hermosa, sino un verdadero regalo de la naturaleza. La Iglesia San Francisco Solano bañada de estrellas. Un recordatorio de que la paciencia y la espera, a veces, traen recompensas luminosas.
Entonces pensé: Si así como aguardé esa foto perfecta, todos esperáramos —con firmeza y esperanza— que nuestros bosques permanezcan en pie; si nos plantáramos como centinelas frente al saqueo y la deforestación que día tras día los convierte en carbón y cenizas… entonces no permitiríamos que el Chaco boliviano sea exterminado ni quede reducido a un recuerdo en los libros.
Porque defenderlo no es solo un acto ambiental. Es proteger nuestra identidad, nuestra vida y la de quienes aún están por venir.
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